POV: Rainer Vogel
El clímax se me escurrió de las manos como un maldito chiste de mal gusto cuando el golpe seco retumbó en el suelo. Abrí los ojos de golpe, con el calor del momento evaporándose al instante. Ahí estaba Annika, tirada como una muñeca rota, inerte. Salí de Jessica como si me quemara, mi cuerpo aún hirviendo y ahora alimentado por el pánico. —¡Annika! —rugí, tomándola entre mis brazos con fuerza, sacudiéndola para arrancarla del maldito abismo en el que parecía hundida—. ¡Despierta, joder! Nada. Su cuerpo estaba caliente, pero no reaccionaba. Por lo menos respiraba. La dejé sobre la alfombra y me puse la bata de un tirón, empujando a Jessica a un lado sin miramientos. Ella, con el cabello revuelto y la cara encendida, me lanzó una mirada entre confusión e indignación. —¿Vas a dejarme así? —me escupió con veneno—. Esto es una jodida broma, ¿verdad? —¿Eres imbécil o qué? —le ladré, fulminándola con la mirada—. ¡Annika está inconsciente, m*****a sea!. Jessica se cruzó de brazos, su postura altiva me arrancó un gruñido. —Y tú la trajiste aquí —replicó con desdén—. No es más que una idiota inútil. El último hilo de mi paciencia se rompió. Le agarré del cabello, tirando lo justo para que el dolor se sintiera como un latigazo. Ella soltó un grito ahogado, sus ojos ahora abiertos como platos. —Si le pasa algo, vas a pagarme cada maldito segundo, ¿me oyes? —le gruñí cerca del rostro, con la voz cargada de amenaza—. Y no quiero verte cuando vuelva a la habitación. Desaparece. La solté, dejándola caer sobre la cama como un saco. Me dedicó una mirada que podría matar a cualquiera, pero no tenía tiempo para estupideces. Cargué a Annika y la llevé a su habitación a zancadas. Llamé al médico de la familia en cuanto la dejé sobre la cama, el corazón martilleándome en el pecho. Tenía que estar bien. Si esto era algún maldito truco, Annika no iba a salir bien parada. Nadie juega conmigo y sale ileso. —No se ha estado alimentando bien —me soltó el doctor, después de revisarla—. Despertó, pero está débil. —¿Mala alimentación? —gruñí—. ¿Eso es todo? —Es suficiente para que su cuerpo colapse. Fuera de eso, está bien. —Perfecto, gracias —dije, echándole una mirada a Lavinia para que lo sacara. Entré a la habitación y ahí estaba Annika, de espaldas, sin moverse. Despierta, seguro, pero apostaría a que está en su m*****a huelga, buscando joderme. Esto no habría pasado si no hubiera sido tan necia desde el principio. —¿De verdad crees que matándote de hambre vas a conseguir algo? —dije, acercándome—. Sé que estás despierta. —Gracias por tu empatía, querido esposo —respondió, soltando veneno con cada palabra—. Ve, termina lo tuyo. No te preocupes por mí. —¿Preocupado? —me reí—. Odio tener que cargar con más problemas. Es todo. Mentira. Claro que me preocupaba, pero no iba a admitirlo. La odio tanto como la deseo. Fue la primera en rechazarme, y la última. Pero de nada le sirvió porque ahora es mi esposa. Está atada a mí, y cuando le siembre un hijo, no va a tener más opción que depender de mí. Por ahora, debo hacer que se sujete a mí como una m*****a necesidad. Lo he estado logrando estos días. —Eso era lo que decías quererme —replicó, con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Solo me tienes aquí por capricho. —Antes no era así —me senté en la cama a su lado, tentado a acariciar su cabello, pero me contuve—. Lo echaste a perder todo. —Supongo —suspiró, como si me concediera una mínima victoria. Pero estaba siendo sarcástica. —De ahora en adelante, te vas a alimentar bien —le ordené, mi tono autoritario se volvió más marcado. Casi morí del susto al pensar que podría estar pasando algo mucho más grave—. No quiero este tipo de escenas otra vez. Si no comes por voluntad propia, lo haré yo a la fuerza, y créeme, no te va a gustar. La escuché resoplar, luego se dio la vuelta, y no pude evitar notar lo cansada que estaba, con los ojos rojos y llorosos, las manos magulladas. Ya lo sabía. Ella, una niña de papi y mami, incapaz de hacer nada por sí misma. Arrogante, altanera, egocéntrica. Ya no estaba en su pedestal; estaba bajo mis pies, y yo decidiría su destino. Sabía que no tenía a nadie más que a mí, y si intentaba siquiera huir, no tendría más que avisar a los rusos para que la localizasen al instante. La muerte la seguía como su propia sombra. —¿Sabías que Lavinia es quien me da comida dañada y por eso no me alimento bien? —preguntó, con una mirada desafiante. Fruncí el ceño. —Salada, desabrida, o demasiado cocida. Toda la comida que me dan aquí es un asco que ni un perro podría comer. ¿Crees que soy tan tonta para atentar contra mí misma?. Tensé la mandíbula. No era tonta, no lo haría, lo sabía bien, porque ella no me daría el gusto de morir por mi culpa. Aunque sumisa, era orgullosa. —¿Estás segura de que es así? —repliqué—. Si fuera el caso, ¿no me lo habrías dicho? —¿Para qué? Si siempre me estás fastidiando con ella. No me prestas atención a menos que sea para verlos coger. Fruncí el ceño, confundido por su actitud. A veces parecía que le importaba lo que hacía con otras, y otras tantas veces no. No sabía si era porque se sentía cansada de toda esta m****a o si solo fingía indiferencia para que siguiera rogando por su atención como antes. Pero no iba a funcionar conmigo. —Está bien —me levanté de la cama—. Hablaré con ella. —¿No la vas a despedir? Rainer, te acabo de decir que me da comida dañada. ¿No es suficiente para hacerlo? Soy tu esposa. —Una esposa sin derechos —espeté—. Lavinia es mi amante y folla muy bien, así que no la voy a despedir solo por un berrinche de celos. —Esto es increíble —rió con ironía—. Muy bien, es tu decisión. Se dio la vuelta, tapándose la cabeza con las sábanas, ignorándome. La sangre me hirvió por su agria indiferencia, pero decidí dejarla en paz por esta vez debido a su estado débil. Si no fuera por eso, no hubiera escapado de lo que le podría haber hecho. Necesitaba que estuviera saludable para cuando tuviera a nuestros hijos. Y será muy pronto, porque me estoy cansando de este estúpido juego. La necesitaba en mi cama. Era mi mujer. Salí de la habitación dando un portazo y me dirigí a la cocina donde estaba Lavinia. Había estado con ella desde hace tiempo, además de con Jessica —que, por cierto, también era una diosa en la cama—. Lavinia también sabía muy bien lo que hacía. Solo llenaban el vacío que Annika había dejado en mí. Pero siempre que estaba con esas dos, mis pensamientos viajaban hacia ella. —Rainer —dijo, sonriéndome y contoneando las caderas mientras se acercaba—. ¿Me solicitas? Aparté sus manos de mí con brusquedad, y ella retrocedió asustada. Luego frunció el ceño. —¿Qué te pasa? ¿Hice algo mal? —Los alimentos de Annika —respondí, notando cómo se tensaba al mencionar su nombre—. Si recibo otra queja de que le estás sirviendo malos alimentos, te las verás conmigo. Se desmayó por la mala alimentación. Te haré pagar con sangre si algo le pasa. —Es una calumnia, Rainer, yo... —No me trates como un tonto —la interrumpí—. Mantén tu lugar en esta casa. Solo eres una zorra que está disponible cuando te necesito, fuera de eso, no eres nadie. No te pases de la línea. Solo haces lo que yo te permito hacer. ¿Ha quedado claro? Asintió con la mandíbula apretada, llena de rabia y probablemente de celos. Las mujeres pueden ser tan estúpidas a veces, pero son una buena fuente de placer. Si la despido solo por petición de Annika, me mostraré débil ante ella y creerá que tiene poder sobre mí. Lo tendría, si no fuera tan terca y sintiera su rechazo hacia mí, pero ella eligió el camino difícil. Todavía lleno de enojo, tomé a Lavinia sin importarme una m****a su furia y me la cogí contra la encimera, terminando lo que había dejado a medias con Jessica por culpa de Annika. Alcancé el clímax imaginando nuevamente a mi querida esposa, y después de aquello dejé a Lavinia tirada en la cocina antes de regresar a mi habitación, donde por suerte no encontré a Jessica. Tomé una ducha y luego me acosté. POV: Annika Klein El desmayo fingido me sirvió para dos cosas: evitar pasar toda la m*****a noche escuchando a Rainer y Jessica en su desenfreno, y aprovechar el diagnóstico del doctor sobre mi pésima alimentación para reclamarle a Rainer lo que su querida amante me hacía pasar. Y, ¿sabes qué? Funcionó. Al menos algo salió bien. Aunque, claro, creo que me gané aún más el odio de ambas. Ahora no puedo evitar sentir miedo de lo que puedan hacerme. Estoy sola en este lugar, y Rainer siempre les da prioridad a ellas antes que a mí. Por lo menos, mi trabajo no se ha visto afectado. A Rainer no le importa si me mato trabajando; en su mente, hacerme ganar mi propio dinero es una especie de castigo, mientras sus amantes disfrutan de todo sin mover un dedo. Pero no me importa. Todo esto tiene un propósito: quiero que se aburra de mí, que deje de prestarme atención y finja que no existo. Es un juego, y mi papel es el de la pobre mujer que suplica por su atención. En algún momento debería cansarse de esto. Hoy llegué al trabajo con una extraña felicidad. Sergio, como siempre, me recibió con instrucciones claras: debía continuar con el jardín trasero, el cual aún no lograba limpiar del todo. Después de un rato, solté un gruñido al sentir el dolor en mis pies. Las zapatillas de limpieza me quedaban demasiado ajustadas, y las ampollas no tardaron en aparecer. Esa tortura había sido mi compañera desde el primer día. Decidí quitármelas y dejarlas junto al árbol mientras continuaba descalza sobre el césped. Ya luego le pediría a Sergio unas nuevas, porque yo no tenía dinero para comprarlas. Mientras arrancaba las malas hierbas de entre las rosas, me pinché varias veces. Resignada, fui a buscar unos guantes y unas tijeras. Sin embargo, al regresar al árbol, mis zapatillas habían desaparecido. Me quedé quieta, confundida, buscando a mi alrededor. No estaban. Era como si la tierra las hubiera tragado. ¿El gato malcriado se las habría llevado? Lo pensé, pero no estaba del todo segura. Si hubiera jugado con ellas, las habría dejado destrozadas en algún rincón del patio. Entré descalza a la mansión y fui directamente a mi habitación. Pero lo que encontré allí me heló la sangre: sobre mi cama había un par de zapatillas nuevas. Me acerqué con cautela. Las tomé en mis manos. Eran exactamente de mi talla, completamente nuevas y mucho más bonitas que las anteriores. Una combinación perfecta con el uniforme. Pero algo no estaba bien. Esto no era casualidad. ¿Había sido Sergio?. Me las puse de todos modos y salí al jardín otra vez. Justo me topé con el anciano supervisando el lugar, apoyándose en su bastón como siempre. Cuando volteó, me miró de pies a cabeza, y yo le sonreí con algo de nerviosismo antes de acercarme. —Gracias por las zapatillas —le solté, tratando de sonar casual. Levantó una ceja con cara de confusión—. Las anteriores me quedaban apretadas. —¿De qué habla? —respondió, frunciendo el ceño—. ¿Qué zapatillas? Casi se me cae la mandíbula. ¿No había sido él? ¿Entonces qué demonios estaba pasando? ¿Era alguna clase de broma de mal gusto? De repente, lo entendí. En esta mansión solo estábamos tres personas: el anciano, la bestia de mi jefe y yo. Bueno, y el gato. Pero si no había sido el anciano... entonces, ¿había sido esa bestia muda?.Sí, no había otra explicación. Había sido él. ¿Quién más? Sergio me lanzó una mirada cargada de sospecha. Sus ojos cansados se detuvieron en mis zapatillas, y yo deseé desaparecer. Esperaba que no hubiera notado cómo me había saltado todas sus reglas a la ligera. Y, por ahora, agradecía al cielo que mi jefe, ese monstruo de dos metros, no hubiera aparecido aún para escupirme en la cara mi inminente despido por lo que había pasado el día anterior.—Ejem —tosí para romper el incómodo silencio—. Seguiré limpiando, si me lo permite.No dijo nada, simplemente se hizo a un lado. Menos mal. Pero estaba segura de que sospechaba. Si no mencionaba nada antes de que terminara mi turno, entonces podría respirar tranquila.Esperé a que desapareciera para alzar la vista hacia las ventanas del segundo piso. El día anterior había confirmado que ese hombre dormía ahí, en esa planta. Justo entonces me di cuenta de que la ventana por la que había sentido esa sensación de que alguien me vigilaba daba dir
Tuve la loca esperanza de que ese hombre volviera antes de que mi turno terminara, pero, claro, no apareció. En todo mi turno anduve como zombie, incapaz de concentrarme en nada. Hasta Sergio, con su supervisión de robot silencioso, notó algo raro, aunque, por suerte, no dijo ni pío. Eso sí que lo agradecía.Ya en mi habitación, me metí a la ducha con la energía de un koala. El agua cayó despacio, como si intentara arrastrar algo más que el cansancio. Me sentía extraña, demasiado. Desde ese encuentro en el pasillo, mi piel andaba como en alerta máxima: cada roce, cada sensación, todo amplificado. Mi rostro, mi cabello, las manos que... ¡Dios! Me estaba volviendo loca.Cuando al fin me vestí y me paré frente al espejo, mi cara seguía roja como semáforo en hora punta. Había algo de vergüenza, claro, pero por debajo, un deseo extraño, incómodo... y delicioso. Esto no era normal, y lo peor: no debería estar sintiéndolo.Mis ojos bajaron hasta las zapatillas junto a la cama. Su regalo. No
Me volví a sentar en la silla, mis ojos fijos en él, sin apartarlos ni un segundo, atraídos por una fuerza invisible. Debería irme ahora que tenía la oportunidad, pero simplemente no podía ignorar lo que estaba sucediendo.—¿Y ahora qué? ¿No te ibas a largar? —espetó Rainer, sacándome de mi ensimismamiento—. Si no lo soportas, le pediré a un chófer que te lleve de vuelta. Por eso prefería traer a Jessica. Ella sigue siendo mejor que tú en muchos aspectos.Ignoré su veneno. No iba a caer en su juego, ni a levantar sospechas. Bajé la cabeza con fingida sumisión mientras los gritos eufóricos de la multitud llenaban el aire.Rainer no volvió a dirigirme la palabra. Bebió de su copa y, segundos después, un hombre apareció y le susurró algo al oído antes de desaparecer de nuevo.—¿Has apostado por alguien? —me atreví a preguntar.—¿Ahora te interesa?—Es que este tipo de lugares me pone nerviosa. Pero está bien, puedo soportarlo.Eso pareció complacerlo. Una sonrisa satisfecha se dibujó en
Cuando regresé junto a Rainer, él ya no estaba por ningún lado. Se había esfumado. Me sentía más incómoda que nunca, no por los molestos amigos de mi esposo ni por él mismo, sino porque entre mis piernas aún persistía esa humedad extraña para mí. Mantuve la cabeza agachada todo el tiempo para que nadie notara mi rubor y permanecí quieta para calmar el temblor.Estaba fuera de mí. Había citado a mi propio jefe en su mansión. Ambos éramos adultos y sabíamos lo que podría suceder entre los dos. Me declaro culpable. Todo lo que había sucedido fue porque yo lo permití. Y, aunque quisiera sentir arrepentimiento, no lo sentía. Más bien, era miedo a lo desconocido. Esa bestia lo representaba para mí.—Estuviste distraída toda la noche —me recriminó Rainer cuando estuvimos en el auto—. No hiciste ni el menor esfuerzo por sonreír ante los demás. Parecías una muerta.—No soy el payaso de nadie. Hubieras traído a Jessica, ella lo habría hecho mejor.Rainer frenó el auto en seco, sorprendiéndome.
No quería que esto terminara nunca. Era un pecado, una tentación prohibida que me envolvía como una ola salvaje, pero dejé que sucediera, que el deseo nos arrastrara.Sus labios respondieron al instante, hambrientos, desesperados, igual que los míos. Su cuerpo colosal me empujó hacia atrás, y mi espalda se hundió en el colchón, atrapándome bajo su peso.Tomó mis labios con avidez, chupando y mordiendo cada rincón con una perfecta sintonía de ternura y salvajismo. Luego, su lengua, húmeda y cálida, invadió mi boca, y yo la recibí como si fuera mía, succionándola y mordiéndola con descaro. Un gruñido grave escapó de su garganta, provocándome. Mis manos subieron hasta su cuello, aferrándome a él como si no quisiera soltarlo jamás, mientras él se acomodaba entre mis piernas, buscando ese espacio donde encajaba tan bien.Mi mente era un caos. No podía detenerlo, ni quería hacerlo. Sus manos, grandes y firmes, se anclaron a mi cintura, subiendo lentamente, tocándome con una libertad que no
POV: Lothar Weber El olor a metal caliente y aceite quemado me invadía las fosas nasales, tan familiares como el café en las mañanas. Estaba sentado en aquel sótano, con las manos manchadas de grasa, mientras las herramientas caían sobre la mesa de madera con un sonido seco. No me molestaba en limpiar el desorden; en ese lugar, todo tenía su sitio, aunque pareciera un caos.La pieza que sostenía era pequeña, pero tenía más peso del que aparentaba. Era el corazón del arma, el mecanismo que haría todo el trabajo sucio cuando llegara el momento. Giré la pieza entre mis dedos, ajustando cada tornillo como si estuviera armando un rompecabezas que solo yo entendía. El clic suave del metal encajando me provocó un extraño alivio.El sótano estaba en silencio, excepto por el zumbido de la lámpara que colgaba sobre mi cabeza. En algún rincón había una radio vieja, pero no tenía ganas de encenderla. Aquello no era para distraerse. Era para concentrarse, para meterle a cada milímetro de esa mald
POV: Annika Klein Me estaba evitando. Y lo sabía. Su ausencia era tan evidente que parecía haberse convertido en una sombra, una ausencia que pesaba más que cualquier presencia. Me preguntaba, atormentada, si aquella última vez había cruzado una línea. Dos días habían pasado, y aun así, él me esquivaba como si fuera una extraña, como si no compartiéramos un secreto que me quemaba por dentro. Cuando nos cruzábamos por casualidad, él fingía no verme. Su indiferencia era un golpe certero, una estaca hundiéndose en mi pecho con cada paso que daba lejos de mí.¿Cómo podía seguir con su vida como si nada? Como si aquel instante, tan lleno de emociones y prohibiciones, no hubiera sucedido. Pero yo no podía olvidarlo. Estaba ahí, intacto, como una herida fresca que se negaba a cicatrizar. Lo único que hacía soportables esos días era el recuerdo vivo de aquel momento. Era una tortura dulce, un consuelo envenenado que me mantenía despierta por las noches.¿Sabía él lo que había hecho? ¿Sabía q
POV: Lothar Weber Quería devorarla entera, perderme en cada fragmento de su cuerpo hasta no dejar rastro de cordura. Otra vez caía en su juego, una red tejida con su piel, sus labios y esa forma de mirarme como si yo fuera suyo, aunque no lo fuera. ¿Importaba eso? No. Nika era de alguien más, pero en este instante, también podía ser mía.Su gemido se deslizó en mi oído, encendiendo cada célula de mi cuerpo mientras mis labios se hundían en la suavidad de su cuello. La recorrí sin piedad, marcándola con mi boca, lamiendo su piel como si pudiera grabarme en ella para siempre. Mi lengua exigía, mi aliento reclamaba, y mis manos imponían. Había algo en ella, algo que me destrozaba y me reconstruía al mismo tiempo. ¿Era su esencia? ¿La forma en que me miraba? ¿O simplemente porque era ella?—Lothar... —su voz ronca, susurrando mi nombre, fue un golpe directo a mi autocontrol.Mi respiración se cortó cuando tomó mi mano, retiró el guante con tanta decisión que me dejó helado y la colocó so