Dominic King.
La gala benéfica era todo lo que había esperado: lujo excesivo, conversaciones triviales y la fachada cuidadosamente construida de personas que jugaban a ser altruistas mientras escondían sus verdaderos intereses. Me ajusté el moño del smoking, sintiendo el peso del Rolex en mi muñeca. Cada detalle de mi apariencia había sido cuidadosamente calculado para proyectar poder y sofisticación. Era una máscara perfecta para ocultar al depredador que acechaba debajo. Mis ojos recorrieron la sala, evaluando a cada persona presente. Políticos, celebridades, magnates... todos ellos peones en un tablero mucho más grande. Pero solo había una pieza que realmente me interesaba esta noche. Caminé entre la multitud, mi mirada evaluando cada movimiento, cada sonrisa, aunque solo la buscaba a ella. Trina Quintero Armone. Su nombre era un eco constante en mi mente, una melodía que oscilaba entre la obsesión y el desprecio. Me aseguré de que estuviera invitada, es que me encargué de que le llegara la invitación a sus manos e incluso orquestando cada detalle para que su presencia fuera inevitable. Y ahora, mientras mis ojos recorrían el salón lleno de rostros intrascendentes, mi corazón dio un vuelco al verla. Ella estaba de pie cerca del centro de la sala, rodeada por un grupo de personas que reían y hablaban, aunque claramente ella no estaba completamente presente. Llevaba un vestido negro que abrazaba sus curvas con elegancia, sus hombros descubiertos y su cabello castaño recogido en un moño que dejaba al descubierto la delicada curva de su cuello. En sus manos, sostenía una copa de champán que giraba ligeramente, como si fuera un objeto al que aferrarse en medio del bullicio. La observé durante unos segundos, dejando que mi mente se impregnara de cada detalle. Era fascinante verla así, tan segura de sí misma y, al mismo tiempo, tan ajena al juego que estaba a punto de comenzar. Me acerqué con la calma calculada de quien sabe que tiene el control. Las conversaciones se apagaron ligeramente cuando me abrí paso entre el grupo que la rodeaba. Trina levantó la vista al sentir mi presencia, y por un momento, nuestras miradas se encontraron. Fue un instante breve, pero cargado de electricidad. —Señorita Quintero —dije, permitiendo que mi voz fuera tan suave como el terciopelo, pero con un filo subyacente que solo ella pareció notar. —Es para mi un placer finalmente conocerla. Ella ladeó la cabeza ligeramente, sus ojos verdes evaluándome con una mezcla de curiosidad y cautela. No extendió su mano de inmediato, como si estuviera decidiendo si yo era digno de ese gesto. —¿Y usted es? —preguntó finalmente, su tono educado pero distante. —Dominic Ivankov —respondí, inclinándome ligeramente en un gesto de respeto que también era una declaración de intención. —He seguido su carrera desde hace cuatro años. Debo decir que esta noche, su presencia supera cualquier obra de arte que se pueda subastar aquí. La línea fue calculada, diseñada para desarmarla ligeramente sin ser demasiado evidente. Vi cómo una ligera sonrisa asomó a sus labios antes de que la reprimiera. —Eso es un cumplido muy halagador, señor Ivankov —dijo, su tono manteniendo la profesionalidad que esperó de una mujer acostumbrada a tratar con aduladores. —Solo la verdad, Trina. ¿Puedo llamarte Trina? —pregunté, inclinándome ligeramente hacia ella. —Supongo que podrás, así me llamo —respondió, con una chispa de humor en sus ojos. La primera barrera había caído. Extendí mi mano hacia ella, y tras una breve pausa, aceptó el gesto. El contacto fue breve, pero suficiente para que una corriente de electricidad pasara entre nosotros. Mi sonrisa se mantuvo mientras retiraba mi mano, permitiendo que el momento se impregnara en el aire entre nosotros. —¿Qué te trae aquí esta noche? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza mientras daba un sorbo a su champán. —La misma razón que a todos, supongo —dije con una sonrisa. —Aunque debo admitir que la idea de verte aquí hizo la velada mucho más interesante. Sus ojos se estrecharon ligeramente, como si intentara desentrañar el significado oculto detrás de mis palabras. Sabía que estaba empezando a desconfiar, pero también sabía cómo jugar el juego. —Es curioso —dije, cambiando ligeramente el tono de mi voz para que pareciera más casual. —El destino siempre encuentra una forma de reunir a las personas, ¿no crees? Su ceja se levantó ligeramente ante mi comentario, y su sonrisa se desvaneció un poco. La había descolocado, justo como había planeado. —Eso depende de la interpretación que se le quiera dar al destino —respondió finalmente, su voz más medida ahora. Me reí suavemente, inclinando la cabeza mientras tomaba una copa de champán de la bandeja de un camarero que pasaba. —Una interpretación pragmática. Me gusta eso. El resto de la conversación fue más ligera, pero no menos calculada. Cada palabra, cada gesto, era una pieza en el tablero. Quedé lo suficientemente cerca como para mantener su atención, pero no tanto como para que se sintiera asfixiada. Quedé lo suficientemente misterioso como para intrigarla, pero no tanto como para que me descartara como una amenaza inmediata. —Me intriga cómo manejas tu carrera y el mundo que te rodea. Debe ser agotador equilibrar la presión del trabajo con mantener tu esencia personal —dije, dejando caer la observación como si fuera casual. Ella inclinó ligeramente la cabeza, como si intentara interpretar el significado de mis palabras. Su sonrisa era medida, pero había algo en su mirada que me indicaba que había tocado una fibra. —Es un reto, sin duda —respondió. —Pero supongo que en todos los campos hay presión, ¿no cree, señor Ivankov? —Oh, claro. Aunque supongo que pocos enfrentan el nivel de escrutinio que tú enfrentas. Es admirable cómo lo manejas. Sus ojos se estrecharon ligeramente ante mi comentario, como si intentara descifrar el significado oculto detrás de mis palabras. —El escrutinio es parte del trabajo —respondió con cautela—. Uno aprende a manejarlo. —Sin duda —dije, dando un sorbo a mi champán—. Aunque me pregunto si ese escrutinio se extiende más allá de las cámaras. Después de todo, alguien con tu... linaje, debe estar acostumbrada a cierto nivel de atención constante.Vi cómo su cuerpo se tensaba ligeramente ante la mención velada de su familia. Su sonrisa se volvió un poco más rígida, pero su voz permaneció controlada cuando habló.
—Mi familia no tiene nada que ver con mi carrera, señor Ivankov. Prefiero que me juzguen por mis propios méritos. —Por supuesto —asentí, como disculpándome—. No pretendía insinuar lo contrario. Es solo que... bueno, el apellido Quintero Armone conlleva cierto peso histórico, ¿no crees? Trina dio un paso atrás, su lenguaje corporal cerrándose visiblemente. —Disculpe, señor Ivankov, pero creo que esta conversación se está desviando a un terreno poco apropiado para una gala benéfica —dijo con frialdad—. Si me disculpa, debo saludar a otros invitados. —Espero que disfrutes el resto de la velada, señorita Quintero —dije, inclinándome ligeramente antes de alejarme. No me respondió, se alejó, mezclándose con la multitud. La observé mientras se iba, una sonrisa jugando en mis labios. La semilla de la curiosidad estaba plantada. Ahora, solo era cuestión de tiempo antes de que floreciera en paranoia. "Corre, mi pequeña Trina", pensé mientras la veía desaparecer entre la gente. "Pero no importa cuán lejos vayas, no podrás escapar del juego que apenas comienza."Trina Quintero.El corazón me latía con fuerza mientras me alejaba de Dominic Ivankov. Sus palabras resonaban en mi mente, cargadas de un significado oculto que no lograba descifrar completamente. ¿Cómo sabía tanto sobre mi familia? ¿Qué es lo que realmente quería de mí?Me abrí paso entre la multitud, buscando un refugio momentáneo de su mirada penetrante. Encontré un rincón tranquilo cerca de una de las enormes ventanas que daban al jardín iluminado. Apoyé mi mano en el frío cristal, intentando calmar mi respiración agitada."Tranquilízate, Trina", me dije a mí misma. "No dejes que te afecte. Probablemente, solo es otro hombre tratando de impresionarte con información que encontró en internet".Pero una voz en el fondo de mi mente me decía que esto era diferente. La forma en que Dominic hablaba, cómo se movía, la intensidad de su mirada... Todo en él gritaba peligro.Cerré los ojos por un momento, recordando las advertencias de Izan. ¿Y si tenía razón? ¿Y si este hombre estaba relac
Trina Quintero.Sus labios se estrellaron contra los míos con una intensidad que me dejó sin aliento. Por un momento, me quedé paralizada, sorprendida por la repentina acción. Pero luego, algo dentro de mí se encendió. Una mezcla de deseo y peligro que me hizo responder al beso con igual fervor.Sus manos se deslizaron por mi espalda, atrayéndome más cerca. Podía sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su colonia mezclándose con el perfume de las flores del jardín. Era embriagador, peligroso y completamente irresistible.Mis dedos se enredaron en su cabello, sintiendo su suavidad mientras profundizaba el beso. Una parte de mi mente gritaba que esto estaba mal, que apenas conocía a este hombre, que podría ser peligroso. Pero otra parte, una parte más salvaje y temeraria, quería más.Finalmente, nos separamos, ambos jadeando ligeramente. Los ojos de Dominic brillaban en la penumbra, una mezcla de deseo y algo más oscuro que no pude identificar.—Eso fue... inesperado —logré decir, tra
Trina Quintero.—¿Te gustó el paseo? —preguntó, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y algo más profundo que no pude descifrar.—Fue... increíble —admití, sin poder contener la sonrisa que se extendía por mi rostro. —Nunca había hecho algo así.Dominic se acercó, su mano rozando suavemente mi mejilla. —Hay muchas cosas que nunca has hecho, Trina. Pero eso puede cambiar y yo estoy dispuesta a enseñártelas.Su toque envió escalofríos por mi columna, y por un momento, me perdí en sus ojos. Había algo en ellos, una promesa de aventura, de peligro, de pasión... y no pude evitar sentirme atraída.—¿Qué quieres decir? —, pregunté, mi voz apenas un susurro.Dominic sonrió, una sonrisa que era a la vez seductora y peligrosa. —Quiero mostrarte un mundo que nunca has conocido, Trina. Un mundo donde puedes ser quien realmente eres, sin las expectativas de tu familia, sin las restricciones que te mantienen prisionera, aunque no te rodeen barrotes —pronunció en un susurro. Sus palabras
AntecedentesLa mafia roja, o la Bratvá, tiene sus raíces en las antiguas organizaciones criminales de Rusia que se expandieron hacia América durante el colapso de la Unión Soviética. A lo largo de los años, han consolidado su poder mediante alianzas estratégicas y una reputación temida por su brutalidad. La historia del grupo está marcada por sangrientos enfrentamientos con familias rivales y un legado de venganza que ha moldeado su cultura interna.Vor (El Padrino o Jefe): Máximo líder del grupo criminal, toma las decisiones y supervisa todas las operaciones.Pakhan: Miembros de alto rango que eligen al Vor. Élite criminal.Sovietnik (Consejero o Diplomático): Maneja relaciones con otras organizaciones criminales y con el gobierno.Brigadier (Brigadier o Capitán): Supervisa a los grupos de soldados y dirige operaciones de alto nivel.Avtoritet (Hombre de influencia): Miembro respetado que ha demostrado su valía y controla territorios o actividades específicas.Boyevik (Soldado o Luch
Dominic Luego de aterrizar ese mismo día en la ciudad de Nueva York, el cambio para mi es radical, de la tranquilidad de mi mansión en Rusia, a la vibrante marea de luz y color de un desfile de moda en Nueva York.La primera fila es un escenario propio, donde cada gesto es observado, cada expresión analizada. Pero nadie puede leerme. Mi rostro es una máscara de serenidad inescrutable, un contraste gritante a la oscuridad que dejé tras las puertas de mi fortaleza ancestral.Sentado allí, rodeado de la elite, las cámaras y las sonrisas fabricadas, puedo sentir cómo se diluye cualquier vestigio de duda. El ruido, el bullicio, la superficialidad del glamour... Nada toca la esencia de lo que soy. Soy un depredador vestido de etiqueta, un lobo entre ovejas, y sin importar cuánto brille el mundo a mi alrededor, mi naturaleza oscura no se ve afectada."Adaptabilidad," pienso, mientras mis ojos recorren la pasarela. Esta habilidad para camuflarme entre las facetas de la sociedad es tanto mi a
Trina QuinteroEl último paso resonó como un eco en la pasarela, y con él, el tumulto de aplausos que marcaba el final de mi desempeño. La adrenalina aún latía por mis venas como una melodía frenética, mientras las luces me cegaban y los flashes capturaban cada instante fugaz de gloria. De pronto, alguien se acercó y me entregó un ramo de rosas; lo sujeté con fuerza. Las flores eran hermosas, de un rojo tan profundo que parecía beber la luz a su alrededor.Al leer la tarjeta, sentí cómo una leve corriente eléctrica recorrió mi piel."Me recordaste lo que es la belleza en un mundo oscuro. Dominic Ivankov."—Dominic Ivankov, —murmuré para mí, dejando que el nombre se repitiera en mi mente. Mi corazón, ya acelerado, saltó un compás.Nerviosa, dejé atrás el fulgor y comencé a caminar hacia el caos de bastidores, donde cada sombra parecía susurrar su nombre.Había algo en ese nombre que se sentía vagamente familiar, como si lo hubiese escuchado antes en un contexto que no lograba recordar.
Al escuchar sus palabras, sentí como si el aire se hubiera escapado de mis pulmones. Las palabras de Dante resonaban en mi cabeza, mezclándose con recuerdos borrosos de un niño de ojos amables y sonrisa reconfortante.Me dejé caer en la silla, sintiendo que el mundo giraba a mi alrededor. Las imágenes de aquel día, enterradas en lo más profundo de mi memoria, comenzaron a surgir como fantasmas del pasado.—No puede ser —murmuré, cerrando los ojos con fuerza—. Él me salvó... y yo... yo ni siquiera...—No es tu culpa, Trina —dijo Izan, su voz suave pero firme—. Eras solo una niña.Izan se acercó, arrodillándose frente a mí. Sus ojos verdes, tan parecidos a los míos, estaban llenos de preocupación.—Lo siento, hermanita. No queríamos que cargaras con ese peso.Asentí mecánicamente, incapaz de procesar completamente la información. Mi mente vagaba entre el shock de la noticia, sentía mi corazón adolorido, como si alguien le hubiese asestado una gran herida. Pese a ello, me armé de valor,