Capítulo 4. Sospechas en el aire.

Al escuchar sus palabras, sentí como si el aire se hubiera escapado de mis pulmones. Las palabras de Dante resonaban en mi cabeza, mezclándose con recuerdos borrosos de un niño de ojos amables y sonrisa reconfortante.

Me dejé caer en la silla, sintiendo que el mundo giraba a mi alrededor. Las imágenes de aquel día, enterradas en lo más profundo de mi memoria, comenzaron a surgir como fantasmas del pasado.

—No puede ser —murmuré, cerrando los ojos con fuerza—. Él me salvó... y yo... yo ni siquiera...

—No es tu culpa, Trina —dijo Izan, su voz suave pero firme—. Eras solo una niña.

Izan se acercó, arrodillándose frente a mí. Sus ojos verdes, tan parecidos a los míos, estaban llenos de preocupación.

—Lo siento, hermanita. No queríamos que cargaras con ese peso.

Asentí mecánicamente, incapaz de procesar completamente la información. Mi mente vagaba entre el shock de la noticia, sentía mi corazón adolorido, como si alguien le hubiese asestado una gran herida. Pese a ello, me armé de valor, levanté la barbilla y miré a mis hermanos.

—Entonces, ¿Por qué tienen miedo? Obviamente Dominic Ivankov no es Domincic King, después de todo, los muertos no regresan de la tumba —dije, intentando mantener la compostura.

Dante e Izan intercambiaron una mirada que no supe interpretar. Había algo más que no me estaban diciendo.

—Trina, entendemos que esto es difícil de procesar —comenzó Izan con cautela—. Pero el hecho de que alguien esté usando ese nombre... quizás no sea coincidencia. Puede ser alguien de Salvatore King, él sigue vivo y ese tipo de hombres no olvidan viejas deudas..

Izan tomó la tarjeta nuevamente, examinándola con detenimiento.

—Eso voy a averiguarlo —dijo, su tono volviendo a ser el del estratega calculador que conocía bien—. Sea quien sea, no me gusta que tenga acceso a ti tan fácilmente.

Dante asintió, poniéndose de pie.

—Reforzaremos la seguridad. No te preocupes, Trina, no dejaremos que nada te pase.

—Ya dejen la obsesión, —expresé con un suspiro teñido de impaciencia. —Han pasado casi catorce años y nunca me ha pasado nada.

 —Trina, ¿qué sabes de este hombre? —insistió Izan.

—Nada. Nunca lo había escuchado, ni siquiera lo he visto —mentí, encogiéndome de hombros.

Pero la verdad era que su nombre se me había grabado desde el momento en que lo leí y su imagen quedó plasmada con fuego en mi mente.

Izan no pareció convencido. Su ceño se profundizó mientras dejaba la tarjeta en el tocador con un ademán brusco.

—Hace casi catorce años que los King desaparecieron, pero eso no significa que no haya estado vigilándonos desde entonces. Voy a redoblar tu seguridad.

—¡No necesito más seguridad! —exclamé, poniéndome de pie. La frustración burbujeó dentro de mí, como una olla a punto de estallar. —¡Por el amor de Dios, Izan, no puedes controlarme toda mi vida! ¡Ya soy una mujer! No soy una niña para tener niñero.

—No es cuestión de control, Trina. Es cuestión de protección.

—¿Y si no quiero tu protección? —repliqué, cruzando los brazos sobre mi pecho.

—¡Ya basta! —intervino Dante, levantando las manos en un gesto conciliador. —No es el momento ni el lugar para esta discusión. Izan, tranquilízate. Trina, respira hondo.

Quería seguir protestando, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta. La noticia sobre Dominic King me había dejado vulnerable, recordándome por qué mis hermanos eran tan sobreprotectores.

—Necesito estar sola un momento —logré decir finalmente.

Izan y Dante intercambiaron una mirada, pero asintieron.

—Estaremos afuera si nos necesitas —dijo Dante antes de salir, cerrando la puerta tras de sí.

—Solo ten cuidado, Trina. Si hay algo raro en todo esto, queremos que nos lo digas, ¿de acuerdo? —dijo Dante con preocupación.

Asentí, aunque mi mente ya estaba en otra parte. El ramo de flores seguía allí, como una presencia inquietante en el tocador. La tarjeta con el nombre de Dominic Ivankov era un misterio que no podía ignorar.

“¿Quién eres realmente?”, me pregunté, mientras un nudo de curiosidad se formaba en mi estómago.

Izan y Dante dijeron algo más antes de marcharse, pero sus palabras se desvanecieron en el fondo de mi mente. En cuanto la puerta del camerino se cerró tras ellos, me acerqué al ramo y tomé la tarjeta de nuevo. Sus palabras resonaron en mí con una mezcla de intriga y alarma. "Me recordaste lo que es la belleza en un mundo oscuro".

Sabía que debería dejar esto pasar. Sabía que lo correcto era escuchar a mis hermanos y mantener la distancia. Pero no podía. Algo en el nombre de Dominic Ivankov me llamaba, como una sirena cantando desde las profundidades.

Me sentía cansada, pero no solo era el cansancio del desfile; era el agotamiento de años llevando una armadura que a veces Izan y Dante forjaban sin saberlo, pieza sobre pieza, con su exceso de cuidados.

En el silencio de mi mente, las palabras resonaron como un eco en un barranco sin fin. ¿Hasta cuándo tendrían esa necesidad de protegerme como si fuera una muñeca de porcelana?

Mi reflejo en el espejo del camerino me devolvía la mirada, y en esos ojos verdes vi la chispa de alguien que había aprendido a esquivar golpes, a caerse y levantarse, a ser su propio escudo. Quería gritarles que no era una niña asustada, sino una mujer hecha de tempestades y calma, capaz de enfrentarse a sus propias tormentas.

Respiré hondo y tomé una decisión. Tenía que encontrar a Dominic Ivankov. Fuera quien fuera, necesitaba saber qué significaba este gesto y por qué sentía que mi mundo estaba a punto de cambiar.

"No puedo ignorarlo", pensé, guardando la tarjeta en mi bolso.

Me cambié, pero mientras salía del camerino, mi corazón latía con una mezcla de miedo y expectativa.

Sabía que esta decisión podría llevarme por un camino peligroso, pero también sabía que no podía dejarlo pasar. Necesitaba conocer a ese hombre que con solo una mirada había erizado mi piel.

En ese momento, mi asistente, apareció.

—Señorita Quintero, le dejaron una invitación para una gala el día de mañana.

—¿A mí? —pregunté sorprendida —. ¿De quién es?

—Del señor Dominic Ivankov.

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