Al escuchar sus palabras, sentí como si el aire se hubiera escapado de mis pulmones. Las palabras de Dante resonaban en mi cabeza, mezclándose con recuerdos borrosos de un niño de ojos amables y sonrisa reconfortante.
Me dejé caer en la silla, sintiendo que el mundo giraba a mi alrededor. Las imágenes de aquel día, enterradas en lo más profundo de mi memoria, comenzaron a surgir como fantasmas del pasado.
—No puede ser —murmuré, cerrando los ojos con fuerza—. Él me salvó... y yo... yo ni siquiera...
—No es tu culpa, Trina —dijo Izan, su voz suave pero firme—. Eras solo una niña.
Izan se acercó, arrodillándose frente a mí. Sus ojos verdes, tan parecidos a los míos, estaban llenos de preocupación.
—Lo siento, hermanita. No queríamos que cargaras con ese peso.
Asentí mecánicamente, incapaz de procesar completamente la información. Mi mente vagaba entre el shock de la noticia, sentía mi corazón adolorido, como si alguien le hubiese asestado una gran herida. Pese a ello, me armé de valor, levanté la barbilla y miré a mis hermanos.
—Entonces, ¿Por qué tienen miedo? Obviamente Dominic Ivankov no es Domincic King, después de todo, los muertos no regresan de la tumba —dije, intentando mantener la compostura.
Dante e Izan intercambiaron una mirada que no supe interpretar. Había algo más que no me estaban diciendo.
—Trina, entendemos que esto es difícil de procesar —comenzó Izan con cautela—. Pero el hecho de que alguien esté usando ese nombre... quizás no sea coincidencia. Puede ser alguien de Salvatore King, él sigue vivo y ese tipo de hombres no olvidan viejas deudas..
Izan tomó la tarjeta nuevamente, examinándola con detenimiento.
—Eso voy a averiguarlo —dijo, su tono volviendo a ser el del estratega calculador que conocía bien—. Sea quien sea, no me gusta que tenga acceso a ti tan fácilmente.
Dante asintió, poniéndose de pie.
—Reforzaremos la seguridad. No te preocupes, Trina, no dejaremos que nada te pase.
—Ya dejen la obsesión, —expresé con un suspiro teñido de impaciencia. —Han pasado casi catorce años y nunca me ha pasado nada.
—Trina, ¿qué sabes de este hombre? —insistió Izan.
—Nada. Nunca lo había escuchado, ni siquiera lo he visto —mentí, encogiéndome de hombros.
Pero la verdad era que su nombre se me había grabado desde el momento en que lo leí y su imagen quedó plasmada con fuego en mi mente.
Izan no pareció convencido. Su ceño se profundizó mientras dejaba la tarjeta en el tocador con un ademán brusco.
—Hace casi catorce años que los King desaparecieron, pero eso no significa que no haya estado vigilándonos desde entonces. Voy a redoblar tu seguridad.
—¡No necesito más seguridad! —exclamé, poniéndome de pie. La frustración burbujeó dentro de mí, como una olla a punto de estallar. —¡Por el amor de Dios, Izan, no puedes controlarme toda mi vida! ¡Ya soy una mujer! No soy una niña para tener niñero.
—No es cuestión de control, Trina. Es cuestión de protección.
—¿Y si no quiero tu protección? —repliqué, cruzando los brazos sobre mi pecho.
—¡Ya basta! —intervino Dante, levantando las manos en un gesto conciliador. —No es el momento ni el lugar para esta discusión. Izan, tranquilízate. Trina, respira hondo.
Quería seguir protestando, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta. La noticia sobre Dominic King me había dejado vulnerable, recordándome por qué mis hermanos eran tan sobreprotectores.
—Necesito estar sola un momento —logré decir finalmente.
Izan y Dante intercambiaron una mirada, pero asintieron.
—Estaremos afuera si nos necesitas —dijo Dante antes de salir, cerrando la puerta tras de sí.
—Solo ten cuidado, Trina. Si hay algo raro en todo esto, queremos que nos lo digas, ¿de acuerdo? —dijo Dante con preocupación.
Asentí, aunque mi mente ya estaba en otra parte. El ramo de flores seguía allí, como una presencia inquietante en el tocador. La tarjeta con el nombre de Dominic Ivankov era un misterio que no podía ignorar.
“¿Quién eres realmente?”, me pregunté, mientras un nudo de curiosidad se formaba en mi estómago.
Izan y Dante dijeron algo más antes de marcharse, pero sus palabras se desvanecieron en el fondo de mi mente. En cuanto la puerta del camerino se cerró tras ellos, me acerqué al ramo y tomé la tarjeta de nuevo. Sus palabras resonaron en mí con una mezcla de intriga y alarma. "Me recordaste lo que es la belleza en un mundo oscuro".
Sabía que debería dejar esto pasar. Sabía que lo correcto era escuchar a mis hermanos y mantener la distancia. Pero no podía. Algo en el nombre de Dominic Ivankov me llamaba, como una sirena cantando desde las profundidades.
Me sentía cansada, pero no solo era el cansancio del desfile; era el agotamiento de años llevando una armadura que a veces Izan y Dante forjaban sin saberlo, pieza sobre pieza, con su exceso de cuidados.
En el silencio de mi mente, las palabras resonaron como un eco en un barranco sin fin. ¿Hasta cuándo tendrían esa necesidad de protegerme como si fuera una muñeca de porcelana?
Mi reflejo en el espejo del camerino me devolvía la mirada, y en esos ojos verdes vi la chispa de alguien que había aprendido a esquivar golpes, a caerse y levantarse, a ser su propio escudo. Quería gritarles que no era una niña asustada, sino una mujer hecha de tempestades y calma, capaz de enfrentarse a sus propias tormentas.
Respiré hondo y tomé una decisión. Tenía que encontrar a Dominic Ivankov. Fuera quien fuera, necesitaba saber qué significaba este gesto y por qué sentía que mi mundo estaba a punto de cambiar.
"No puedo ignorarlo", pensé, guardando la tarjeta en mi bolso.
Me cambié, pero mientras salía del camerino, mi corazón latía con una mezcla de miedo y expectativa.
Sabía que esta decisión podría llevarme por un camino peligroso, pero también sabía que no podía dejarlo pasar. Necesitaba conocer a ese hombre que con solo una mirada había erizado mi piel.
En ese momento, mi asistente, apareció.
—Señorita Quintero, le dejaron una invitación para una gala el día de mañana.
—¿A mí? —pregunté sorprendida —. ¿De quién es?
—Del señor Dominic Ivankov.
Dominic King.La gala benéfica era todo lo que había esperado: lujo excesivo, conversaciones triviales y la fachada cuidadosamente construida de personas que jugaban a ser altruistas mientras escondían sus verdaderos intereses. Me ajusté el moño del smoking, sintiendo el peso del Rolex en mi muñeca. Cada detalle de mi apariencia había sido cuidadosamente calculado para proyectar poder y sofisticación. Era una máscara perfecta para ocultar al depredador que acechaba debajo.Mis ojos recorrieron la sala, evaluando a cada persona presente. Políticos, celebridades, magnates... todos ellos peones en un tablero mucho más grande. Pero solo había una pieza que realmente me interesaba esta noche.Caminé entre la multitud, mi mirada evaluando cada movimiento, cada sonrisa, aunque solo la buscaba a ella.Trina Quintero Armone. Su nombre era un eco constante en mi mente, una melodía que oscilaba entre la obsesión y el desprecio. Me aseguré de que estuviera invitada, es que me encargué de que le
Trina Quintero.El corazón me latía con fuerza mientras me alejaba de Dominic Ivankov. Sus palabras resonaban en mi mente, cargadas de un significado oculto que no lograba descifrar completamente. ¿Cómo sabía tanto sobre mi familia? ¿Qué es lo que realmente quería de mí?Me abrí paso entre la multitud, buscando un refugio momentáneo de su mirada penetrante. Encontré un rincón tranquilo cerca de una de las enormes ventanas que daban al jardín iluminado. Apoyé mi mano en el frío cristal, intentando calmar mi respiración agitada."Tranquilízate, Trina", me dije a mí misma. "No dejes que te afecte. Probablemente, solo es otro hombre tratando de impresionarte con información que encontró en internet".Pero una voz en el fondo de mi mente me decía que esto era diferente. La forma en que Dominic hablaba, cómo se movía, la intensidad de su mirada... Todo en él gritaba peligro.Cerré los ojos por un momento, recordando las advertencias de Izan. ¿Y si tenía razón? ¿Y si este hombre estaba relac
Trina Quintero.Sus labios se estrellaron contra los míos con una intensidad que me dejó sin aliento. Por un momento, me quedé paralizada, sorprendida por la repentina acción. Pero luego, algo dentro de mí se encendió. Una mezcla de deseo y peligro que me hizo responder al beso con igual fervor.Sus manos se deslizaron por mi espalda, atrayéndome más cerca. Podía sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su colonia mezclándose con el perfume de las flores del jardín. Era embriagador, peligroso y completamente irresistible.Mis dedos se enredaron en su cabello, sintiendo su suavidad mientras profundizaba el beso. Una parte de mi mente gritaba que esto estaba mal, que apenas conocía a este hombre, que podría ser peligroso. Pero otra parte, una parte más salvaje y temeraria, quería más.Finalmente, nos separamos, ambos jadeando ligeramente. Los ojos de Dominic brillaban en la penumbra, una mezcla de deseo y algo más oscuro que no pude identificar.—Eso fue... inesperado —logré decir, tra
Trina Quintero. —¿Te gustó el paseo? —preguntó, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y algo más profundo que no pude descifrar.—Fue... increíble —admití, sin poder contener la sonrisa que se extendía por mi rostro. —Nunca había hecho algo así.Dominic se acercó, su mano rozando suavemente mi mejilla. —Hay muchas cosas que nunca has hecho, Trina. Pero eso puede cambiar y yo estoy dispuesta a enseñártelas.Su toque envió escalofríos por mi columna, y por un momento, me perdí en sus ojos. Había algo en ellos, una promesa de aventura, de peligro, de pasión... y no pude evitar sentirme atraída.—¿Qué quieres decir? —, pregunté, mi voz apenas un susurro.Dominic sonrió, una sonrisa que era a la vez seductora y peligrosa. —Quiero mostrarte un mundo que nunca has conocido, Trina. Un mundo donde puedes ser quien realmente eres, sin las expectativas de tu familia, sin las restricciones que te mantienen prisionera, aunque no te rodeen barrotes —pronunció en un susurro. Sus palabras
Izan Quintero.La noche estaba en calma cuando llegamos a casa, pero algo en mi interior no lo estaba. Mientras subía las escaleras hacia mi estudio, la imagen de ese tal Dominic Ivankov seguía dando vueltas en mi cabeza. Había algo en él que no encajaba, algo que me hacía querer mantener a Trina lo más lejos posible de él.Me dejé caer en la silla frente a mi escritorio, tamborileando los dedos sobre la madera pulida mientras mi mente trataba de juntar las piezas. No había sido una coincidencia que ese hombre estuviera tan cerca de mi hermana. Nada en nuestra vida era coincidencia.El sonido de pasos fuertes interrumpió mis pensamientos. Levanté la vista justo cuando Dante entraba a la habitación, cerrando la puerta con un golpe firme. Su expresión, una mezcla de frustración y alerta, confirmo que no era el único con preocupaciones.—¿Vas a decirme qué diablos estaba pasando esta noche o tengo que adivinar? —preguntó, cruzándose de brazos.Suspiré, pasándome una mano por el cabello.
DominicLa lluvia golpeaba contra los amplios ventanales de la habitación del hotel, marcando un ritmo acompasado que resonaba como los latidos de un corazón roto. Me quedé mirando fijamente el vaso de whisky que reposaba sobre el escritorio, el ámbar líquido reflejando la luz tenue de la habitación. Pero mis pensamientos estaban lejos de este lugar, atrapados en un rincón oscuro del pasado que nunca logré borrar por completo.Trina. Su nombre era un susurro constante en mi mente, una melodía que oscilaba entre la dulzura y la condena. Recordarla como era entonces, una niña de ojos grandes, llenos de miedo y esperanza, siempre lograba revolver algo en mi interior.Apenas tenía cinco años cuando la vi por primera vez, acurrucada en la cama, con miedo; sus manos pequeñas temblaban mientras sujetaban con fuerza la colcha.“—¿Estás bien? —le pregunté, ignorando el miedo que me estrujaba el pecho.Sus ojos se alzaron hacia mí, llenos de esperanza. Me miró como si yo fuera su salvador, yo
TrinaEl eco de las palabras de Dominic Ivankov seguía resonando en mi mente, acompañado por la intensidad de su mirada y la forma en que su voz se deslizaba entre mis pensamientos. Me había prometido algo más allá de la monotonía de mi vida, un mundo donde podría ser libre de las cadenas de mi apellido. Y, por más absurdo que sonara, una parte de mí quería creerle.Me recosté en la cama, mirando el techo de mi habitación en la mansión de los Quintero. Mis hermanos habían reforzado la seguridad después de descubrir que Dominic había patrocinado la gala. La reacción de Izan fue inmediata, estaba estresado.—¡Maldita sea! Quiero más guardias, más vigilancia en la mansión y más les vale que lo hagan bien —gritó.Al oírlo, no pude evitar hacer una mueca de disgusto, porque sus palabras se traducían en más restricciones y menos libertad para mí y, como para que no me quedara duda, se giró hacia mí.—Ese hombre no se acercará a ti otra vez, Trina —había sentenciado Izan la noche anterior.
DominicAl final terminé enviando un mensaje, pero como ella no me respondió, decidí llamarla. Apreté el botón de llamada y llevé el teléfono a su oído. El sonido del tono retumbó en la habitación. Cada tono que resonaba en mi oído era como un latido acompasado, marcado por la anticipación. Finalmente, su voz suave y melódica cruzó la línea, envolviéndome con una calidez que era a la vez familiar y desconcertante.“¿Dominic?” La sorpresa en su tono era palpable, como si no hubiera esperado oírme tan pronto.—Trina —respondí, permitiendo que mi voz se suavizara lo suficiente para parecer sincera, pero conservando ese filo característico que siempre llevaba conmigo—. Espero no estar interrumpiendo algo importante.“No, en absoluto”, replicó ella, aunque detecté un leve matiz de duda en su respuesta “Solo estaba… descansando”.Sonreí para mí mismo, imaginándola en su habitación, rodeada de la seguridad que creía inquebrantable. Esa falsa sensación pronto se desmoronaría.—Pensé que quiz