Trina Quintero
El último paso resonó como un eco en la pasarela, y con él, el tumulto de aplausos que marcaba el final de mi desempeño. La adrenalina aún latía por mis venas como una melodía frenética, mientras las luces me cegaban y los flashes capturaban cada instante fugaz de gloria. De pronto, alguien se acercó y me entregó un ramo de rosas; lo sujeté con fuerza. Las flores eran hermosas, de un rojo tan profundo que parecía beber la luz a su alrededor. Al leer la tarjeta, sentí cómo una leve corriente eléctrica recorrió mi piel. "Me recordaste lo que es la belleza en un mundo oscuro. Dominic Ivankov." —Dominic Ivankov, —murmuré para mí, dejando que el nombre se repitiera en mi mente. Mi corazón, ya acelerado, saltó un compás. Nerviosa, dejé atrás el fulgor y comencé a caminar hacia el caos de bastidores, donde cada sombra parecía susurrar su nombre. Había algo en ese nombre que se sentía vagamente familiar, como si lo hubiese escuchado antes en un contexto que no lograba recordar. Con el corazón todavía acelerado, coloqué la tarjeta con cuidado en el ramo y salí de allí, adrentándome en la bulliciosa zona. La energía en el área de los camerinos era casi tan frenética como la de la pasarela; modelos, asistentes y maquilladores se movían de un lado a otro como un enjambre de abejas. Mientras caminaba hacia mi camerino, una extraña sensación me recorrió. Era como si algo, o alguien, me estuviera observando. Mis ojos buscaron instintivamente en la multitud, y entonces lo vi. Estaba parado, viéndome, parcialmente oculto por las sombras en una esquina. Su postura era relajada, pero sus ojos... Sus ojos eran otra historia. Profundos, intensos, como si estuvieran diseccionando cada parte de mí. Cuando nuestras miradas se cruzaron, sentí que el mundo a mi alrededor se detenía por un instante. Había algo en él que era imposible ignorar. No solo intimidante, sino también hipnótico. Mi cuerpo se erizó y sentí cómo el ambiente se cargaba de electricidad. Una sonrisa apenas perceptible se formó en sus labios, y mi corazón dio un vuelco. “¿Quién eres?”, pensé, sin ser capaz de apartar la mirada, hasta que él decidió romper el contacto visual, girándose y marchándose sin decir nada. Con esfuerzo, me obligué a seguir caminando. Llegué a mi camerino, un santuario de calma distorsionada. Cerré la puerta tras de mí con una mezcla de miedo y ansiedad. Con movimientos robóticos, arranqué los tacones de mis pies, liberándome de esa tortura con un suspiro de alivio que supo a victoria. Los zapatos golpearon el suelo en un acto de rebelión contra la elegancia forzada. Inhalé profundamente, tratando de degustar la soledad, incluso cuando sabía que sería efímera. Dejé las rosas sobre el tocador, permitiendo que mis pies tocaran el suelo frío. Un suspiro escapó de mis labios mientras trataba de organizar mis pensamientos. Acaricié el pétalo de una de las rosas, perdiéndome momentáneamente en el contraste entre su suavidad y la ominosa promesa que parecía esconder. Un golpe fuerte en la puerta rompió mi momento de calma. Antes de que pudiera responder, Izan y Dante entraron, sus presencias llenando el pequeño espacio. Dante, siempre tan protector, cruzó los brazos sobre su pecho mientras sus ojos verdes barrían el lugar, evaluando cada detalle como si buscara una amenaza oculta. Izan, en cambio, sonrió con calma, su porte relajado, contrastando con la tensión palpable de mi hermano. Sus personalidades opuestas se manifestaban en cada gesto, en cada palabra. Dante, el protector, siempre preparado para saltar ante la menor señal de amenaza; Izan, el pensador, el estratega, que no dejaba nada al azar. Estaba agradecida por ellos, por su presencia constante, pero una parte de mí clamaba por respirar sin la sombra de su vigilancia. —Lo hiciste genial, Trina —dijo Dante, sacándome de mis pensamientos, dejando caer su chaqueta de cuero sobre una silla cercana. —Estabas espectacular allá afuera. —Gracias —respondí, inclinando la cabeza mientras intentaba ignorar la expresión de Izan, que no compartía el entusiasmo de Dante. —Los medios ya están alborotados —dijo Izan, su tono cargado de preocupación. —Esto solo atraerá atención no deseada, y eso es lo último que necesitamos. Rodeé los ojos, acomodándome en el sillón junto al tocador. —Izan, por favor, no empieces. Es solo un desfile. Nadie va a venir por mí porque modelé un vestido de seda. —Eso dices tú —replicó, acercándose al ramo de flores que descansaba en el tocador. Su mirada se endureció al leer la tarjeta que lo acompañaba. —¿Dominic Ivankov? ¿Quién es ese? —preguntó, frunciendo el ceño mientras recogía una rosa y la giraba entre sus dedos. —¿Dominic? ¿No será de los King? —preguntó Izán, volviendo sus ojos hacia Dante. —No lo creo —intervino Dante, con un tono despreocupado—. Se te olvidó que Dominic King está muerto. —¿Qué dijiste? —pregunté con los ojos abiertos de par en par, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda. —¿Cómo que está muerto? Dante e Izán se miraron y fue el primero quien me dio una explicación. —Lo siento mucho, Trina. No te lo quisimos decir porque eras muy pequeña y no queríamos que sufrieras. Sabíamos cómo guardabas tus lindos recuerdos de cuando él te salvó la vida siendo un niño —dijo, bajando la mirada al suelo, mientras yo lo miraba con incredulidad. Sentí como si el aire se hubiera escapado de mis pulmones. Las palabras de Dante resonaban en mi cabeza, mezclándose con recuerdos borrosos de un chico de ojos amables y sonrisa reconfortante. —¿Cuándo? —logré articular, mi voz apenas un susurro. Izán se acercó, su expresión suavizándose por un momento. Pero me di cuenta por la mirada que se dieron entre ellos que nada había sido sencillo. —Fue hace muchos años —dijo Izán finalmente. —¿Cómo? —insistí. Sin necesidad de más palabras, la explicación se dibujó en sus rostros. Las palabras de Dante lo confirmaron. —Lo mató su tío... después de ayudarte a escapar.Al escuchar sus palabras, sentí como si el aire se hubiera escapado de mis pulmones. Las palabras de Dante resonaban en mi cabeza, mezclándose con recuerdos borrosos de un niño de ojos amables y sonrisa reconfortante.Me dejé caer en la silla, sintiendo que el mundo giraba a mi alrededor. Las imágenes de aquel día, enterradas en lo más profundo de mi memoria, comenzaron a surgir como fantasmas del pasado.—No puede ser —murmuré, cerrando los ojos con fuerza—. Él me salvó... y yo... yo ni siquiera...—No es tu culpa, Trina —dijo Izan, su voz suave pero firme—. Eras solo una niña.Izan se acercó, arrodillándose frente a mí. Sus ojos verdes, tan parecidos a los míos, estaban llenos de preocupación.—Lo siento, hermanita. No queríamos que cargaras con ese peso.Asentí mecánicamente, incapaz de procesar completamente la información. Mi mente vagaba entre el shock de la noticia, sentía mi corazón adolorido, como si alguien le hubiese asestado una gran herida. Pese a ello, me armé de valor,
Dominic King.La gala benéfica era todo lo que había esperado: lujo excesivo, conversaciones triviales y la fachada cuidadosamente construida de personas que jugaban a ser altruistas mientras escondían sus verdaderos intereses. Me ajusté el moño del smoking, sintiendo el peso del Rolex en mi muñeca. Cada detalle de mi apariencia había sido cuidadosamente calculado para proyectar poder y sofisticación. Era una máscara perfecta para ocultar al depredador que acechaba debajo.Mis ojos recorrieron la sala, evaluando a cada persona presente. Políticos, celebridades, magnates... todos ellos peones en un tablero mucho más grande. Pero solo había una pieza que realmente me interesaba esta noche.Caminé entre la multitud, mi mirada evaluando cada movimiento, cada sonrisa, aunque solo la buscaba a ella.Trina Quintero Armone. Su nombre era un eco constante en mi mente, una melodía que oscilaba entre la obsesión y el desprecio. Me aseguré de que estuviera invitada, es que me encargué de que le
Trina Quintero.El corazón me latía con fuerza mientras me alejaba de Dominic Ivankov. Sus palabras resonaban en mi mente, cargadas de un significado oculto que no lograba descifrar completamente. ¿Cómo sabía tanto sobre mi familia? ¿Qué es lo que realmente quería de mí?Me abrí paso entre la multitud, buscando un refugio momentáneo de su mirada penetrante. Encontré un rincón tranquilo cerca de una de las enormes ventanas que daban al jardín iluminado. Apoyé mi mano en el frío cristal, intentando calmar mi respiración agitada."Tranquilízate, Trina", me dije a mí misma. "No dejes que te afecte. Probablemente, solo es otro hombre tratando de impresionarte con información que encontró en internet".Pero una voz en el fondo de mi mente me decía que esto era diferente. La forma en que Dominic hablaba, cómo se movía, la intensidad de su mirada... Todo en él gritaba peligro.Cerré los ojos por un momento, recordando las advertencias de Izan. ¿Y si tenía razón? ¿Y si este hombre estaba relac
Trina Quintero.Sus labios se estrellaron contra los míos con una intensidad que me dejó sin aliento. Por un momento, me quedé paralizada, sorprendida por la repentina acción. Pero luego, algo dentro de mí se encendió. Una mezcla de deseo y peligro que me hizo responder al beso con igual fervor.Sus manos se deslizaron por mi espalda, atrayéndome más cerca. Podía sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su colonia mezclándose con el perfume de las flores del jardín. Era embriagador, peligroso y completamente irresistible.Mis dedos se enredaron en su cabello, sintiendo su suavidad mientras profundizaba el beso. Una parte de mi mente gritaba que esto estaba mal, que apenas conocía a este hombre, que podría ser peligroso. Pero otra parte, una parte más salvaje y temeraria, quería más.Finalmente, nos separamos, ambos jadeando ligeramente. Los ojos de Dominic brillaban en la penumbra, una mezcla de deseo y algo más oscuro que no pude identificar.—Eso fue... inesperado —logré decir, tra
Trina Quintero. —¿Te gustó el paseo? —preguntó, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y algo más profundo que no pude descifrar.—Fue... increíble —admití, sin poder contener la sonrisa que se extendía por mi rostro. —Nunca había hecho algo así.Dominic se acercó, su mano rozando suavemente mi mejilla. —Hay muchas cosas que nunca has hecho, Trina. Pero eso puede cambiar y yo estoy dispuesta a enseñártelas.Su toque envió escalofríos por mi columna, y por un momento, me perdí en sus ojos. Había algo en ellos, una promesa de aventura, de peligro, de pasión... y no pude evitar sentirme atraída.—¿Qué quieres decir? —, pregunté, mi voz apenas un susurro.Dominic sonrió, una sonrisa que era a la vez seductora y peligrosa. —Quiero mostrarte un mundo que nunca has conocido, Trina. Un mundo donde puedes ser quien realmente eres, sin las expectativas de tu familia, sin las restricciones que te mantienen prisionera, aunque no te rodeen barrotes —pronunció en un susurro. Sus palabras
Izan Quintero.La noche estaba en calma cuando llegamos a casa, pero algo en mi interior no lo estaba. Mientras subía las escaleras hacia mi estudio, la imagen de ese tal Dominic Ivankov seguía dando vueltas en mi cabeza. Había algo en él que no encajaba, algo que me hacía querer mantener a Trina lo más lejos posible de él.Me dejé caer en la silla frente a mi escritorio, tamborileando los dedos sobre la madera pulida mientras mi mente trataba de juntar las piezas. No había sido una coincidencia que ese hombre estuviera tan cerca de mi hermana. Nada en nuestra vida era coincidencia.El sonido de pasos fuertes interrumpió mis pensamientos. Levanté la vista justo cuando Dante entraba a la habitación, cerrando la puerta con un golpe firme. Su expresión, una mezcla de frustración y alerta, confirmo que no era el único con preocupaciones.—¿Vas a decirme qué diablos estaba pasando esta noche o tengo que adivinar? —preguntó, cruzándose de brazos.Suspiré, pasándome una mano por el cabello.
DominicLa lluvia golpeaba contra los amplios ventanales de la habitación del hotel, marcando un ritmo acompasado que resonaba como los latidos de un corazón roto. Me quedé mirando fijamente el vaso de whisky que reposaba sobre el escritorio, el ámbar líquido reflejando la luz tenue de la habitación. Pero mis pensamientos estaban lejos de este lugar, atrapados en un rincón oscuro del pasado que nunca logré borrar por completo.Trina. Su nombre era un susurro constante en mi mente, una melodía que oscilaba entre la dulzura y la condena. Recordarla como era entonces, una niña de ojos grandes, llenos de miedo y esperanza, siempre lograba revolver algo en mi interior.Apenas tenía cinco años cuando la vi por primera vez, acurrucada en la cama, con miedo; sus manos pequeñas temblaban mientras sujetaban con fuerza la colcha.“—¿Estás bien? —le pregunté, ignorando el miedo que me estrujaba el pecho.Sus ojos se alzaron hacia mí, llenos de esperanza. Me miró como si yo fuera su salvador, yo
TrinaEl eco de las palabras de Dominic Ivankov seguía resonando en mi mente, acompañado por la intensidad de su mirada y la forma en que su voz se deslizaba entre mis pensamientos. Me había prometido algo más allá de la monotonía de mi vida, un mundo donde podría ser libre de las cadenas de mi apellido. Y, por más absurdo que sonara, una parte de mí quería creerle.Me recosté en la cama, mirando el techo de mi habitación en la mansión de los Quintero. Mis hermanos habían reforzado la seguridad después de descubrir que Dominic había patrocinado la gala. La reacción de Izan fue inmediata, estaba estresado.—¡Maldita sea! Quiero más guardias, más vigilancia en la mansión y más les vale que lo hagan bien —gritó.Al oírlo, no pude evitar hacer una mueca de disgusto, porque sus palabras se traducían en más restricciones y menos libertad para mí y, como para que no me quedara duda, se giró hacia mí.—Ese hombre no se acercará a ti otra vez, Trina —había sentenciado Izan la noche anterior.