Capítulo 2. El desfile.

Dominic

Luego de aterrizar ese mismo día en la ciudad de Nueva York, el cambio para mi es radical, de la tranquilidad de mi mansión en Rusia, a la vibrante marea de luz y color de un desfile de moda en Nueva York.

La primera fila es un escenario propio, donde cada gesto es observado, cada expresión analizada. Pero nadie puede leerme. Mi rostro es una máscara de serenidad inescrutable, un contraste gritante a la oscuridad que dejé tras las puertas de mi fortaleza ancestral.

Sentado allí, rodeado de la elite, las cámaras y las sonrisas fabricadas, puedo sentir cómo se diluye cualquier vestigio de duda. El ruido, el bullicio, la superficialidad del glamour... Nada toca la esencia de lo que soy. Soy un depredador vestido de etiqueta, un lobo entre ovejas, y sin importar cuánto brille el mundo a mi alrededor, mi naturaleza oscura no se ve afectada.

"Adaptabilidad," pienso, mientras mis ojos recorren la pasarela. Esta habilidad para camuflarme entre las facetas de la sociedad es tanto mi arma como mi escudo. Y así, entre los aplausos y destellos, me siento más peligroso que nunca. Porque aquí, en esta exuberancia ajena a la realidad de mi existencia, puedo planear, puedo trazar mi siguiente movimiento con la misma precisión con la que el cuchillo podría cortar.

"Venganza," susurro para mí, la palabra es una promesa, un juramento sagrado sellado con sangre y sombras. La pasarela brilla, pero la oscuridad dentro de mí brilla aún más.

La música palpitante envuelve la sala como una ola, arrastrando consigo un desfile de figuras que se mueven con gracia felina sobre la pasarela. En primera fila, soy una estatua, mi cuerpo inmóvil, pero mis ojos vivaces, escudriñando cada detalle.

Entre las siluetas que pasan, hay una que captura mi atención por completo. Trina, es ella, por un momento siento mi corazón detenerse.

Lo sé todo de ella, la conozco desde niña y desde ese momento he seguido cada uno de sus pasos, sé lo que come, lo que toma a qué es alérgica, la talla de su brasier, de su tanga, ella es mi obsesión, la admiro  y la deseo tanto como la odio.

Con su presencia imponente y etérea, Trina flota más que camina. La seguridad de su paso es un eco del linaje poderoso al que pertenece, cada movimiento un testimonio de la gracia que le fue conferida desde su nacimiento. Observo cómo el satén de su atuendo abraza las curvas de su cuerpo, cómo la tela susurra con cada paso que da sobre ese estrado brillante. Mientras tanto, en la caverna de mi pecho, algo se agita.

Pero es la horquilla en su pelo lo que me arranca del presente. Un adorno sutil, casi perdido entre sus ondas castañas, pero yo lo veo.

Me llevo la mano al bolsillo de mi pantalón y allí esta ese otro pasador, una pieza diminuta que me hace viajar a tiempos menos complicados, cuando creía que el mundo estaba lleno de luz y que podía huir de mi destino, cuando pensaba que mi futuro sería distinto, que podría hacer las cosas diferente. ¡Pobre niño ingenuo que murió ese día! Despertando a su realidad, pienso con amargura.

El metal destella brevemente bajo el resplandor artificial, y pienso en su mirada, en la forma que le di a Rosella, la bicicleta de mi hermana  para que escapara. La nostalgia se entrelaza con un renovado sentido del propósito, y en el torbellino de emociones, encuentro claridad.

"Un vínculo," murmuro internamente, dejando que el recuerdo de aquella inocencia perdida se disuelva como humo en el aire caliente del recinto.

En su lugar queda un anhelo helado, una determinación forjada en las sombras de mi propia historia. La horquilla no es solo un recuerdo; es un recordatorio de que todo puede ser usado, todo tiene su lugar en el juego de ajedrez que es mi vida.

La música llega a su clímax y la multitud aplaude, pero mis manos permanecen quietas en mi bolsillo, culpables de estrategias aún no desveladas. El pasado y el presente chocan en el filo de la horquilla, y yo, Dominic King, el Heredero, estoy listo para jugar.

Una nueva ronda del desfile, se desdobla ante mis ojos, una cinta de luz y sombras donde las esperanzas y los sueños se venden al mejor postor.

Trina avanza con la confianza de quien ha nacido para brillar en este escenario, cada paso un poema visual que susurra promesas de perfección. Aplomo, gracia, belleza inmaculada, ella es todo eso y más. Y aún así, mientras la multitud se deja seducir por su encanto, yo me mantengo a distancia.

“Es solo un peón," me recuerdo, manteniendo mi expresión imperturbable. Analizo cada movimiento, frio como el acero del cuchillo que he dejado en el hotel. En ella, veo rutas estratégicas, posibilidades, un enigma envuelto en terciopelo y seda. Mi mente trabaja, ajena al ritmo hipnótico de la música que acompaña su danza. Cada giro, cada sonrisa calculada, no es más que un dato que archivar para futuras jugadas.

Mientras ellas salen del escenario,  nuestras miradas se encuentran, ella se queda seria y yo sonrío con aprobación, aunque no sé si realmente se fijó a mi o solo es una mirada al azar. Mis dedos se mueven por la pantalla táctil de mi móvil con un mensaje.

“Entrégale el ramo de rosas”.

Observo cómo enseguida mi orden se cumple, le acercan el ramo, el lux eterno de las rosas rojas contrastando con la palidez de sus manos. El gesto está cargado de significado, una prueba oculta en plena vista.

La tarjeta adjunta lleva mi nombre y mi segundo apellido para que no sospechen de mi identidad, mi marca, mi desafío silencioso que le tiende una trampa sutil.

Veo a Trina aceptar el ramo con una sonrisa de oreja a oreja. Solo espero que no sea demasiado inteligente para percibir el juego que se desarrolla tras bambalinas, y para que ignore la red que tejo a su alrededor.

“Adelante, Trina," pienso con una fría expectativa. "Muestra tus cartas. Deja que comience la partida."

La tarjeta entre sus dedos es apenas más gruesa que una hoja de afeitar, pero su peso es infinitamente mayor. Veo como la sostiene con delicadeza, quizá temiendo que las palabras escritas puedan cortar tan profundo como un juramento roto.

Trina levanta el ramo ligeramente, considerando el gesto. Su expresión es un lago en calma, apenas una ondulación traiciona la tormenta que debe acechar bajo la superficie. Busco cualquier atisbo de flaqueza, un temblor en su mano, un parpadeo prolongado, pero no ocurre, no sé si es maestra en el arte del disimulo. Observo cómo deposita la tarjeta junto a las flores, su mirada atravesándome sin verme, o tal vez viéndome demasiado claro.

"¿Qué piensas, Trina? ¿Te preguntas si es un saludo o una amenaza?" murmuro para mis adentros, mordaz.

Me pongo de pie lentamente, y camino para alejarme de bullicio mientras mi mente ya está ajena, trazando rutas, construyendo estrategias, tejiendo la red en la que ambos, jugadora y peón, estamos envueltos. El frío acero de mis pensamientos me acompaña, una armadura contra la incertidumbre.

—Pronto, Trina  Quintero Armone—, su nombre se desliza por mis labios como una oración, un conjuro, un reto, sintiendo cómo el aire parece electrificarse a mi alrededor.

La partida avanza, y cada movimiento nos acerca más al jaque mate.

—Nos encontraremos en el cruce de nuestros destinos, y allí, veremos como caes y te conviertes en mi víctima —digo apretando las manos a un lado de mi cuerpo, mientras mis pies sin darme cuenta me llevan al pasillo de los camerinos.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP