Dominic
Luego de aterrizar ese mismo día en la ciudad de Nueva York, el cambio para mi es radical, de la tranquilidad de mi mansión en Rusia, a la vibrante marea de luz y color de un desfile de moda en Nueva York.
La primera fila es un escenario propio, donde cada gesto es observado, cada expresión analizada. Pero nadie puede leerme. Mi rostro es una máscara de serenidad inescrutable, un contraste gritante a la oscuridad que dejé tras las puertas de mi fortaleza ancestral.
Sentado allí, rodeado de la elite, las cámaras y las sonrisas fabricadas, puedo sentir cómo se diluye cualquier vestigio de duda. El ruido, el bullicio, la superficialidad del glamour... Nada toca la esencia de lo que soy. Soy un depredador vestido de etiqueta, un lobo entre ovejas, y sin importar cuánto brille el mundo a mi alrededor, mi naturaleza oscura no se ve afectada.
"Adaptabilidad," pienso, mientras mis ojos recorren la pasarela. Esta habilidad para camuflarme entre las facetas de la sociedad es tanto mi arma como mi escudo. Y así, entre los aplausos y destellos, me siento más peligroso que nunca. Porque aquí, en esta exuberancia ajena a la realidad de mi existencia, puedo planear, puedo trazar mi siguiente movimiento con la misma precisión con la que el cuchillo podría cortar.
"Venganza," susurro para mí, la palabra es una promesa, un juramento sagrado sellado con sangre y sombras. La pasarela brilla, pero la oscuridad dentro de mí brilla aún más.
La música palpitante envuelve la sala como una ola, arrastrando consigo un desfile de figuras que se mueven con gracia felina sobre la pasarela. En primera fila, soy una estatua, mi cuerpo inmóvil, pero mis ojos vivaces, escudriñando cada detalle.
Entre las siluetas que pasan, hay una que captura mi atención por completo. Trina, es ella, por un momento siento mi corazón detenerse.
Lo sé todo de ella, la conozco desde niña y desde ese momento he seguido cada uno de sus pasos, sé lo que come, lo que toma a qué es alérgica, la talla de su brasier, de su tanga, ella es mi obsesión, la admiro y la deseo tanto como la odio.
Con su presencia imponente y etérea, Trina flota más que camina. La seguridad de su paso es un eco del linaje poderoso al que pertenece, cada movimiento un testimonio de la gracia que le fue conferida desde su nacimiento. Observo cómo el satén de su atuendo abraza las curvas de su cuerpo, cómo la tela susurra con cada paso que da sobre ese estrado brillante. Mientras tanto, en la caverna de mi pecho, algo se agita.
Pero es la horquilla en su pelo lo que me arranca del presente. Un adorno sutil, casi perdido entre sus ondas castañas, pero yo lo veo.
Me llevo la mano al bolsillo de mi pantalón y allí esta ese otro pasador, una pieza diminuta que me hace viajar a tiempos menos complicados, cuando creía que el mundo estaba lleno de luz y que podía huir de mi destino, cuando pensaba que mi futuro sería distinto, que podría hacer las cosas diferente. ¡Pobre niño ingenuo que murió ese día! Despertando a su realidad, pienso con amargura.
El metal destella brevemente bajo el resplandor artificial, y pienso en su mirada, en la forma que le di a Rosella, la bicicleta de mi hermana para que escapara. La nostalgia se entrelaza con un renovado sentido del propósito, y en el torbellino de emociones, encuentro claridad.
"Un vínculo," murmuro internamente, dejando que el recuerdo de aquella inocencia perdida se disuelva como humo en el aire caliente del recinto.
En su lugar queda un anhelo helado, una determinación forjada en las sombras de mi propia historia. La horquilla no es solo un recuerdo; es un recordatorio de que todo puede ser usado, todo tiene su lugar en el juego de ajedrez que es mi vida.
La música llega a su clímax y la multitud aplaude, pero mis manos permanecen quietas en mi bolsillo, culpables de estrategias aún no desveladas. El pasado y el presente chocan en el filo de la horquilla, y yo, Dominic King, el Heredero, estoy listo para jugar.
Una nueva ronda del desfile, se desdobla ante mis ojos, una cinta de luz y sombras donde las esperanzas y los sueños se venden al mejor postor.
Trina avanza con la confianza de quien ha nacido para brillar en este escenario, cada paso un poema visual que susurra promesas de perfección. Aplomo, gracia, belleza inmaculada, ella es todo eso y más. Y aún así, mientras la multitud se deja seducir por su encanto, yo me mantengo a distancia.
“Es solo un peón," me recuerdo, manteniendo mi expresión imperturbable. Analizo cada movimiento, frio como el acero del cuchillo que he dejado en el hotel. En ella, veo rutas estratégicas, posibilidades, un enigma envuelto en terciopelo y seda. Mi mente trabaja, ajena al ritmo hipnótico de la música que acompaña su danza. Cada giro, cada sonrisa calculada, no es más que un dato que archivar para futuras jugadas.
Mientras ellas salen del escenario, nuestras miradas se encuentran, ella se queda seria y yo sonrío con aprobación, aunque no sé si realmente se fijó a mi o solo es una mirada al azar. Mis dedos se mueven por la pantalla táctil de mi móvil con un mensaje.
“Entrégale el ramo de rosas”.
Observo cómo enseguida mi orden se cumple, le acercan el ramo, el lux eterno de las rosas rojas contrastando con la palidez de sus manos. El gesto está cargado de significado, una prueba oculta en plena vista.
La tarjeta adjunta lleva mi nombre y mi segundo apellido para que no sospechen de mi identidad, mi marca, mi desafío silencioso que le tiende una trampa sutil.
Veo a Trina aceptar el ramo con una sonrisa de oreja a oreja. Solo espero que no sea demasiado inteligente para percibir el juego que se desarrolla tras bambalinas, y para que ignore la red que tejo a su alrededor.
“Adelante, Trina," pienso con una fría expectativa. "Muestra tus cartas. Deja que comience la partida."
La tarjeta entre sus dedos es apenas más gruesa que una hoja de afeitar, pero su peso es infinitamente mayor. Veo como la sostiene con delicadeza, quizá temiendo que las palabras escritas puedan cortar tan profundo como un juramento roto.
Trina levanta el ramo ligeramente, considerando el gesto. Su expresión es un lago en calma, apenas una ondulación traiciona la tormenta que debe acechar bajo la superficie. Busco cualquier atisbo de flaqueza, un temblor en su mano, un parpadeo prolongado, pero no ocurre, no sé si es maestra en el arte del disimulo. Observo cómo deposita la tarjeta junto a las flores, su mirada atravesándome sin verme, o tal vez viéndome demasiado claro.
"¿Qué piensas, Trina? ¿Te preguntas si es un saludo o una amenaza?" murmuro para mis adentros, mordaz.
Me pongo de pie lentamente, y camino para alejarme de bullicio mientras mi mente ya está ajena, trazando rutas, construyendo estrategias, tejiendo la red en la que ambos, jugadora y peón, estamos envueltos. El frío acero de mis pensamientos me acompaña, una armadura contra la incertidumbre.
—Pronto, Trina Quintero Armone—, su nombre se desliza por mis labios como una oración, un conjuro, un reto, sintiendo cómo el aire parece electrificarse a mi alrededor.
La partida avanza, y cada movimiento nos acerca más al jaque mate.
—Nos encontraremos en el cruce de nuestros destinos, y allí, veremos como caes y te conviertes en mi víctima —digo apretando las manos a un lado de mi cuerpo, mientras mis pies sin darme cuenta me llevan al pasillo de los camerinos.
Trina QuinteroEl último paso resonó como un eco en la pasarela, y con él, el tumulto de aplausos que marcaba el final de mi desempeño. La adrenalina aún latía por mis venas como una melodía frenética, mientras las luces me cegaban y los flashes capturaban cada instante fugaz de gloria. De pronto, alguien se acercó y me entregó un ramo de rosas; lo sujeté con fuerza. Las flores eran hermosas, de un rojo tan profundo que parecía beber la luz a su alrededor.Al leer la tarjeta, sentí cómo una leve corriente eléctrica recorrió mi piel."Me recordaste lo que es la belleza en un mundo oscuro. Dominic Ivankov."—Dominic Ivankov, —murmuré para mí, dejando que el nombre se repitiera en mi mente. Mi corazón, ya acelerado, saltó un compás.Nerviosa, dejé atrás el fulgor y comencé a caminar hacia el caos de bastidores, donde cada sombra parecía susurrar su nombre.Había algo en ese nombre que se sentía vagamente familiar, como si lo hubiese escuchado antes en un contexto que no lograba recordar.
Al escuchar sus palabras, sentí como si el aire se hubiera escapado de mis pulmones. Las palabras de Dante resonaban en mi cabeza, mezclándose con recuerdos borrosos de un niño de ojos amables y sonrisa reconfortante.Me dejé caer en la silla, sintiendo que el mundo giraba a mi alrededor. Las imágenes de aquel día, enterradas en lo más profundo de mi memoria, comenzaron a surgir como fantasmas del pasado.—No puede ser —murmuré, cerrando los ojos con fuerza—. Él me salvó... y yo... yo ni siquiera...—No es tu culpa, Trina —dijo Izan, su voz suave pero firme—. Eras solo una niña.Izan se acercó, arrodillándose frente a mí. Sus ojos verdes, tan parecidos a los míos, estaban llenos de preocupación.—Lo siento, hermanita. No queríamos que cargaras con ese peso.Asentí mecánicamente, incapaz de procesar completamente la información. Mi mente vagaba entre el shock de la noticia, sentía mi corazón adolorido, como si alguien le hubiese asestado una gran herida. Pese a ello, me armé de valor,
Dominic King.La gala benéfica era todo lo que había esperado: lujo excesivo, conversaciones triviales y la fachada cuidadosamente construida de personas que jugaban a ser altruistas mientras escondían sus verdaderos intereses. Me ajusté el moño del smoking, sintiendo el peso del Rolex en mi muñeca. Cada detalle de mi apariencia había sido cuidadosamente calculado para proyectar poder y sofisticación. Era una máscara perfecta para ocultar al depredador que acechaba debajo.Mis ojos recorrieron la sala, evaluando a cada persona presente. Políticos, celebridades, magnates... todos ellos peones en un tablero mucho más grande. Pero solo había una pieza que realmente me interesaba esta noche.Caminé entre la multitud, mi mirada evaluando cada movimiento, cada sonrisa, aunque solo la buscaba a ella.Trina Quintero Armone. Su nombre era un eco constante en mi mente, una melodía que oscilaba entre la obsesión y el desprecio. Me aseguré de que estuviera invitada, es que me encargué de que le
Trina Quintero.El corazón me latía con fuerza mientras me alejaba de Dominic Ivankov. Sus palabras resonaban en mi mente, cargadas de un significado oculto que no lograba descifrar completamente. ¿Cómo sabía tanto sobre mi familia? ¿Qué es lo que realmente quería de mí?Me abrí paso entre la multitud, buscando un refugio momentáneo de su mirada penetrante. Encontré un rincón tranquilo cerca de una de las enormes ventanas que daban al jardín iluminado. Apoyé mi mano en el frío cristal, intentando calmar mi respiración agitada."Tranquilízate, Trina", me dije a mí misma. "No dejes que te afecte. Probablemente, solo es otro hombre tratando de impresionarte con información que encontró en internet".Pero una voz en el fondo de mi mente me decía que esto era diferente. La forma en que Dominic hablaba, cómo se movía, la intensidad de su mirada... Todo en él gritaba peligro.Cerré los ojos por un momento, recordando las advertencias de Izan. ¿Y si tenía razón? ¿Y si este hombre estaba relac
Trina Quintero.Sus labios se estrellaron contra los míos con una intensidad que me dejó sin aliento. Por un momento, me quedé paralizada, sorprendida por la repentina acción. Pero luego, algo dentro de mí se encendió. Una mezcla de deseo y peligro que me hizo responder al beso con igual fervor.Sus manos se deslizaron por mi espalda, atrayéndome más cerca. Podía sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su colonia mezclándose con el perfume de las flores del jardín. Era embriagador, peligroso y completamente irresistible.Mis dedos se enredaron en su cabello, sintiendo su suavidad mientras profundizaba el beso. Una parte de mi mente gritaba que esto estaba mal, que apenas conocía a este hombre, que podría ser peligroso. Pero otra parte, una parte más salvaje y temeraria, quería más.Finalmente, nos separamos, ambos jadeando ligeramente. Los ojos de Dominic brillaban en la penumbra, una mezcla de deseo y algo más oscuro que no pude identificar.—Eso fue... inesperado —logré decir, tra
Trina Quintero.—¿Te gustó el paseo? —preguntó, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y algo más profundo que no pude descifrar.—Fue... increíble —admití, sin poder contener la sonrisa que se extendía por mi rostro. —Nunca había hecho algo así.Dominic se acercó, su mano rozando suavemente mi mejilla. —Hay muchas cosas que nunca has hecho, Trina. Pero eso puede cambiar y yo estoy dispuesta a enseñártelas.Su toque envió escalofríos por mi columna, y por un momento, me perdí en sus ojos. Había algo en ellos, una promesa de aventura, de peligro, de pasión... y no pude evitar sentirme atraída.—¿Qué quieres decir? —, pregunté, mi voz apenas un susurro.Dominic sonrió, una sonrisa que era a la vez seductora y peligrosa. —Quiero mostrarte un mundo que nunca has conocido, Trina. Un mundo donde puedes ser quien realmente eres, sin las expectativas de tu familia, sin las restricciones que te mantienen prisionera, aunque no te rodeen barrotes —pronunció en un susurro. Sus palabras
AntecedentesLa mafia roja, o la Bratvá, tiene sus raíces en las antiguas organizaciones criminales de Rusia que se expandieron hacia América durante el colapso de la Unión Soviética. A lo largo de los años, han consolidado su poder mediante alianzas estratégicas y una reputación temida por su brutalidad. La historia del grupo está marcada por sangrientos enfrentamientos con familias rivales y un legado de venganza que ha moldeado su cultura interna.Vor (El Padrino o Jefe): Máximo líder del grupo criminal, toma las decisiones y supervisa todas las operaciones.Pakhan: Miembros de alto rango que eligen al Vor. Élite criminal.Sovietnik (Consejero o Diplomático): Maneja relaciones con otras organizaciones criminales y con el gobierno.Brigadier (Brigadier o Capitán): Supervisa a los grupos de soldados y dirige operaciones de alto nivel.Avtoritet (Hombre de influencia): Miembro respetado que ha demostrado su valía y controla territorios o actividades específicas.Boyevik (Soldado o Luch