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Tragó duro para coger valor. 

—Yo... —titubeó y suspiró acomplejado.

Romy enarcó una ceja, queriendo que dijera jamás.

Era un hombre de porte indiscutible, con una presencia fuerte, pero sin lengua.

—Me imagino que busca al señor Rossi —especuló Romy al entender que el hombre no sabía qué decir—. Está en la cocina, puedo...

—No, yo... —James Dubois titubeó.

Romy dio un par de pasos hacia él, buscando entender qué estaba ocurriendo.

Apenas James la vio acercándose, su cuerpo la sintió como una amenaza y su voz se convirtió en un susurro que ella ya no pudo escuchar.

Toda ella, con esa mirada tímida y sus labios tentadores, se lo absorbió.

Lo consumió.

—Si gusta, puedo ir a buscarlo y...

—No —refutó James con firmeza. Romy dejó de moverse. Tenía una voz gruesa, imponente—. Estoy aquí por usted, señorita —dijo con valentía y Romy se quedó atónita unos instantes. Cuando entendió que, tal vez, corría peligro, retrocedió desconfiada y respiró fuerte cuando tuvo su mirada verde encima—. Señorita López...

La puerta de la cocina se abrió y las risas invadieron todo el salón.

—¿Dubois? —Rossi los interrumpió al salir de la cocina y al verlo allí—. ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó desconcertado y trató de entender qué m****a estaba ocurriendo. Pronto creyó que estaba allí por trabajo—: No pienso pagarte ni un solo centavo. ¡Estamos de vacaciones, por el amor de Dios! ¡¿Acaso no sabes hacer otra cosa que trabajar?! —bromeó riéndose—. Y tienes el atrevimiento de decir que yo soy un robot... —se rio fuerte. El abogado estaba tenso—. Tu eres peor que yo...

Lily apareció unos instantes después y se sorprendió al ver al abogado de Christopher allí.

—Señor Dubois, no sabía que nos acompañaría —dijo, creyendo que su prometido lo había invitado a desayunar en familia.

El hombre carraspeó.

Claro. Lo había planeado todo mal. Llegaba al pent-house de Rossi para verla. ¿Y qué excusa iba a usar cuando se viera descubierto?

Era un abogado respetable. ¡Podía inventar cualquier cosa! ¡Donde estaba su defensa!

Se sintió tan avergonzado, aun para su edad y para toda la m****a que había vivido que no pudo quedarse allí, bajo el escrudiño de la señorita López, quien de seguro ya lo creía un loco.

—Maldición —suspiró James con las mejillas rojas.

Todos pudieron advertirlo.

Era un hombre de piel nevada y de cabellos dorados; los colores rojos le resaltaban aunque quisiera evitarlo o disimularlo.

Rossi lo miró confundido. Nunca lo había visto sonrojarse o intimidarse. Era el abogado más amenazador que había conseguido y lo había contratado precisamente por eso. Porque causaba terror. No al revés.

—Tengo que irme —dijo ante el rotundo silencio de todos los que lo miraba como si lo estuvieran acusando.

Por primera vez se sintió como sus clientes, a los que defendía cada día.

Culpable.

—¿Tan pronto? —Lily trató de detenerlo. Era muy extraña su visita matutina, sorpresa y su extraña actitud—. Déjame servirle un café o...

Dubois fijó sus ojos en Romina. Ella se sintió conmocionada cuando sus miradas se encontraron y, mirándola a la cara, le dijo:

—Fue un gusto verla, Señorita López.

Y se marchó. Ni siquiera tuvo el valor de esperar a que el ascensor llegara. Salió corriendo por las escaleras de emergencia.

Todos miraron a Romina con impresión y ella se ruborizó al ver las miradas acusatorias.

—Dios mío... —Lily estaba impresionada—. ¿Qué fue todo eso? —Miró a su prometido y a su hermana con clara impresión.

—No tengo idea... —Romina respondió queriendo entender los hechos.

Rossi sonrió. Su momento de brillar había llegado.

—¿Pero qué cosa le hiciste al pobre señor Dubois? —preguntó Rossi dejando salir su mejor línea de uno de sus libros favoritos y actuando con dramatismo.

Lily pudo captarla de inmediato y se rio fuerte y con dulzura.

Ella también amaba ese libro.

Romy se quedó confundida, mirando hacia la puerta por la que el abogado de Christopher había desaparecido, preguntándose... ¿por qué la había ido a buscar?

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