Chris cogió un par de champagne y con su equipo más cercano viajaron hasta el hospital para hacer ese primer brindis con su padre, uno de los fundadores más importantes de Craze.
Connor estuvo sorprendido de verlos allí y no pudo negar que cambiaron todo su ánimo. Estaba triste, encerrado en ese cuarto pálido de hospital, con la enfermera como su única acompañante.
—¡Por Craze! —celebraron todos y brindaron con emoción—. ¡Por Chris!
Después de brindar y quitarse el confeti de encima, Chris y su padre intercambiaron algunas palabras mientras todo el equipo conversaba y bebía champagne, aprovechando que ya era la hora del almuerzo.
Connor tuvo que serle sincero:
—Me enorgullecen mucho tus cifras y éxitos, pero más tus letras. Han sido conmovedoras. Te lo dice un viejo tieso que ya ni siente. —Chris sonrió orgulloso y se rio por los dichos de su padre—. Ella habría estado orgullosa… —Se refirió a su madre. Chris lo miró con los ojos brillantes, con esa mirada de niño que aun prevalecía en ese cuerpo de hombre elegante—. Yo lo estoy…
—Estoy orgulloso de que estés orgulloso —rio Chris, emocionado—. Trabajamos muy duro y… —rio cuando pudo sentir la emoción en la garganta. Era un sentimiento nuevo, algo que nunca había experimentado: estaba saboreando su propio éxito, por primera vez. Sabía maravilloso, aunque no tan bien como el coño de su futura esposa. Ese era un manjar inigualable—. Sé que mamá estaría orgullosa. —Respiró profundo.
Lily se acercó para abrazarlo. Lo besó en el pecho un par de veces con los ojos cerrados y lo abrazo fuerte por la espalda.
Cuando salió de su pecho y lo miró a la cara, él notó que estaba preocupada por algo. Él pudo verlo y ella no le ocultó nada:
—Mi amor… el padre de Marlene falleció hace algunas horas…
Chris y su padre se miraron con horror y el ambiente de celebración se terminó en ese momento, pero la misma Marlene entró por la puerta de esa habitación y les pidió que, por favor, siguieran celebrando. Lo hizo con los ojos hinchados, dejándoles en claro que había llorado.
Agarró una botella con champagne y dijo:
—¡Merecemos celebrar, trabajamos muy duro y la revistas es un éxito! —Puso sus labios en la botella y bebió champagne por largos segundos.
Lily quiso acercarse a ella para contenerla, pero Roman intervino antes y con un abrazo dominó todo el mundo destrozado de Marlene.
—Lamento tu pérdida, mujer —le dijo el ruso con tono duro y su frialdad.
Marlene no pudo negar que el abrazo le gustó y quiso repetirlo. Como no pensaba guardarse nada en su nueva vida le exigió:
—Abrázame otra vez. Me gustó.
Roman sonrió travieso y, con un poco de timidez desconocida, la abrazó por la cintura. Marlene descansó su cabeza en su pectoral exageradamente grande y cerró los ojos para descansar.
Había sido una semana violenta, no iba a negarlo. Las emociones se agolpaban en su pecho, y sabía que necesitaría al menos una semana para recuperarse. Quizás más.
—¿Cómo está tu familia? —preguntó Roman. Marlene no supo qué decirle—. La familia tiene que estar unida…
—Solo somos mi madre y yo… —susurró ella, mas dolida aun.
Le dolía dejar a su madre sola en esa casa tan grande, y en silla de ruedas. Empezó a llorar cuando recordó la navidad, el vestido rojo, sin poder vestirlo como cada año, porque nadie pudo ayudarla y ella de vacaciones, con un cabrón que nunca la amó, que solo la usó para tener un poco de estatus, para alardear que se follaba a la mismísima “Marlene Wintour”. ¡Y si siquiera follaba bien! Era un perezoso de un minuto que ni siquiera la hacía alcanzar el orgasmo.
—Tranquila, mujer… —dijo él y con su gran mano le acarició el cabello.
Se lo rozó de forma tan delicada que ella no pudo creer que fuera posible y se quedó quieta bajo su gran caricia tosca, pero delicada a la vez.
Desde la distancia, Lily los vio interactuar y, aunque estaba algo intrigada, pues en su cabeza Marlene y Roman eran como un cubo de Rubik con todas las piezas de colores desordenadas y cambiadas, poco a poco, mientras más fluían, más combinaban y más encajaban.
Era una m****a muy extraña.
—Raro, ¿no? —preguntó Sasha y rio tierna. Julián estaba a su lado—. Mi hermano no es muy delicado, pero con ella… —Alzó los hombros.
—Sí —dijo Lily, entendiendo a la perfección lo que Sasha quería decirle.
Tras eso, regresó con Christopher, quien, junto a su padre, se preparaban para visitar a la madre de Marlene para presentar sus condolencias y acompañamiento, como correspondía.
Chris ayudaba a su padre a sentarse en una silla de ruedas. Pensaba llevarlo personalmente hasta la habitación en la que la madre de Marlene se encontraba. No podían abandonarla en ese momento tan importante.
Chris sabía que era importante para marlene.
Mientras los Rossi se preparaban para acompañar, Roman hizo lo mismo, pero a su estilo.
Con confianza, se acercó a Christopher y le dijo:
—Señor Rossi, permiso para llevar a la señorita Wintour y a su madre a su castillo y preparar Pominki para ella.
—¿Pominki? —preguntó Chris, confundido.
—Tradición rusa —dijo Roman.
Chris lo miró confundido.
Sasha tuvo que intervenir.
—Es una tradición rusa para cuando alguien fallece —dijo Sasha, sonriente.
Le gustaba la idea de que su hermano quisiera contener a la familia de Marlene.
Chris formó una “o” con sus labios al entender que era lo que quería el ruso.
—Claro, adelante, mientras no me incendien el pent-house, todo está bien —dijo y de reojo miró a Lily.
Ella se rio sarcástica.
—¿Por qué me miraste a mi? —preguntó haciéndose la ofendida.
Chris se rio fuerte.
—Oh, cariño, yo no te miré… —dijo él, divertido—, si sentiste eso, es por algo, ¿no crees? —burló.
Ella se ofendió.
—¡Christopher Rossi, no te atrevas a jugar conmigo! —gritó ella.
—Jamás —respondió él, conteniéndose la risa. Connor los vio con mueca fascinada—. Traté de jugar contigo y mira como terminé… —dijo. Ella le miró con grandes ojos—. Enamorado y comprometido.
Ella suspiró y se rio.
—Eres un tonto —le dijo y se levantó en sus pies para besarlo—. Y te amo.
—Yo también te amo, pirómana.
Tras eso, todos visitaron a la madre de Marlene y le presentaron sus respetuosas condolencias. Marlene se mostró profundamente agradecida por ese gesto cálido y no pudo ignorar la atención especial que Connor brindó a su familia. Aunque estaba a un par de habitaciones de distancia, se tomó el tiempo de sostener la mano de su madre y hablar sobre su padre mientras ella lidiaba con su dolor.
Al finalizar, Christopher le dio el día libre a su equipo para que recobraran fuerzas antes de continuar el lunes, y Roman se llevó a las mujeres enlutadas al pent-house de Rossi para consolarlas a su manera, al más puro estilo ruso.
Lily le dijo a Chris que lo quería llevar a un lugar especial, así que tomaron un taxi y viajaron, para la sorpresa de Rossi, hasta el cementerio.
—Lily… —dijo él, con un nudo en la garganta—. No sé qué pretendes…
—Déjame hacer lo mío —dijo ella, con tono travieso y abrió la puerta para invitarlo a bajar.
Chris tuvo que armarse de valor para bajar y enfrentarse otra vez a Jazmín. Solo la visitaba cuando era su día especial, así que se sintió un poco extraño caminando en otra fecha por ese cementerio que tan melancólico lo hacía sentir.
—Sé que no te gusta visitarla mucho —dijo ella, cuando estuvieron de pie frente a su tumba—, pero hoy es un día especial, Christopher.
Él la miró con los labios fruncidos. Suspiró compungido y no tuvo nada que decir.
Ella abrió su cartera y con mucho cuidado sacó su pequeña agenda, la que siempre llevaba a todos lados.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó él cuando la vio acomodar su agenda sobre su tumba, con las páginas abiertas.
Ella le sonrió dulce y le dijo:
—Tu madre merece leer esas maravillosas cartas que has escrito como editor en jefe para Craze, incluso desde prisión, ¿no crees? —Rio tierna y pudo ver como los ojos de Chris se llenaban de lágrimas—. Ella estaría orgullosa de ti, Christopher y lo sabes. —Lo miró con firmeza—. Dilo.
—Amor, yo…
—Christopher… Quiero que lo aceptes, amor… porque ella también quiere escucharte decirlo.
Él se largó a reír, con lágrimas en los ojos y, tras inhalar profundo y con tono firme, se dijo a sí mismo:
—Sí, m*****a sea, ella estaría orgullosa de mí. —Lo dijo y se sintió tan jodidamente bien que, se empezó a reír otra vez—. Mira todo lo que he logrado. —Hasta ese segundo le parecía aun irreal—. Tengo una familia, una novia preciosa, inteligente… siempre me dijo que me consiguiera una chica inteligente, ¡y lo hice! —rio feliz—. Hice todo lo que quería… incluso tengo mi propia revista. ¡Eclat! Bueno, no es tan mía, porque no tuve la iniciativa, pero… —Miró a Lily con orgullo y supo que lo que decían era cierto—: “detrás de cada gran hombre hay una gran y maravillosa y asombrosa mujer”. Es real. Ese maldito dicho es real.
Se aceró a ella para abrazarla fuerte y besarla en la frente. La besó una y otra vez hasta que terminó de entender porque estaban allí.
No se trataba de enorgullecer a los otros, sino, de enorgullecerse a sí mismo.
Mientras Chris aceptaba lo que había logrado sintió una paz interior que nunca antes había experimentado. Comprendió que, al final, no se trataba solo de enorgullecer a los demás, sino de encontrar su propia satisfacción y felicidad.
En su pent-house, Roman fue un caballero con la madre de Marlene y la trató justo como Marlene esperaba que la trataran y como se lo merecía.
La arropó junto a la chimenea y le presentó a los hámsteres que dormían la siesta.
Le prestó un par de libros para que no se aburriera y le dijo que le prepararía comida para que se sintiera mejor.
—No tardaré mucho —le dijo con su acento marcado. Marlene le miró con dulzura—. Acompáñame, mujer… te necesito.
Marlene se quedó helada al escuchar aquello. No sabía que le excitaba más: que la llamara mujer y que le resultara grotescamente delicioso, o que le dijera que la necesitaba.
—Te advierto que yo no cocino —dijo ella y Roman se largó a reír.
Tras eso, y viendo que Marlene no se movía, él tomó su mano y la llevó a tirones hasta la cocina. A Marlene le fascinó ser arrastrada por esa bestia rusa. Ojalá, en algún momento, la arrastrara así a la cama, aunque ella no pondría tanta resistencia.
—Dios mío, eres un cavernícola —gimió agitada cuando se vio encerrada en ese espacio con una puerta de salida y de entrada.
Le gustó no tener escapatoria.
—¿Y te gusta? —preguntó Roman de pie en la puerta.
Marlene tuvo que echar su cabeza hacia atrás para mirarlo bien. Era tan alto que, aun con esos tacones exagerados que usaba se sentía pequeña.
—Me encanta —dijo ella y se rio nerviosa cuando él se acercó intimidante.
Pasó a su lado, tan cerca que, Marlene pudo olerle el cuello. Era una mezcla extraña, entre madera y macho grande. No sabía si existía ese olor en particular, pero acabada de conocerlo y registrarlo en su memoria. Y era perfecto.
—¿Hija única? —preguntó él registrando el refrigerador de Rossi.
—Mi hermano falleció cuando era una niña —confesó Marlene.
Roman la miró con angustia.
—Lo lamento mucho.
Marlene le dio una sonrisa torcida.
—No lo lamentes, ni siquiera lo recuerdo —dijo ella, con un tono desinteresado.
—Por eso lo lamento —dijo Roman y Marlene le miró con los ojos entrecerrados—. Es triste olvidar —susurró y la miró desafiante—. Olvidar a quien alguna vez amaste…
Marlene se rompió y se controló. Lo hizo todo en breves segundos.
—No quiero olvidarlo a él también —dijo, refiriéndose a su padre que acababa de fallecer—. Sé que acaba de fallecer, pero lo mismo dije de mi hermano y yo… yo… —sollozó.
—No lo harás, no lo olvidarás —dijo él y se plantó frente a ella para secarle las lágrimas con dulzura—. Visitaremos su tumba el noveno y el cuadragésimo día, y todos sus cumpleaños y los tuyos, y los de tu madre, no vas a olvidarlo… me encargaré de que no lo hagas, mujer.
Marlene sonrió.
—Si sabes que no somos rusos, ¿verdad? —preguntó ella, sonriendo divertida.
Sus tradiciones no eran las mismas.
—Lo serás —dijo él con una seriedad que a ella le caló los huesos. Parecía irrompible. Marlene tuvo que morderse el labio porque le resultó demasiada la carga que le hacía sentir. Roman atrapó su labio antes de que se lastimara y con un susurro le dijo—: no rompas lo que yo quiero romper. —Le acarició la boca con el dedo pulgar. Marlene cerró los ojos y se dejó llevar. Roman musitó sobre su boca—: tú eres la americana, tú tienes que seducirme.
Marlene se rio fuerte.
—Mon amour, yo soy francesa —respondió ella con voz seductora.
Roman sonrió.
—Con mayor razón —dijo él.
Ella entrecerró los ojos y, sin dudarlo dos veces, lo tomó por el cuello, ya que no encontró otra forma de llegar a su boca, y le plantó un apasionado beso que no dejó lugar a perdones.
Tras graduarse de la universidad y gracias a su padre, Lily consiguió un pequeño puesto como administradora en un restaurante de comida rápida, donde los pollos fritos cautivaban a todos los habitantes de su ciudad y, no obstante, la comida era algo que le motivaba en demasía, no quería ser administradora en un restaurante.Ella soñaba con ser editora.Ojalá de una revista que pudiera cambiar el mundo. Que pudiera motivar a otros, así como la comida la motivaba a ella.Duró apenas dos semanas como administradora y vendedora de pollos y, al siguiente lunes, se escabulló por su casa sin que nadie conociera sus verdaderos planes y viajó hasta la cuna de las revistas más importantes.Caminó por esas pintorescas calles con la boca abierta. Llevaba muchos años sin visitar ese lugar y, sin dudas, se sintió fuera de lugar. Como un bicho raro.Vestía terrible y, sin embargo, se había esforzado por llevar ropa formal, su estilo de anciana no encajaba con esas jovencitas elegantes que se pavonea
Lily viajó en bus de regreso a casa.Sabía que mientras más alargara el viaje, menos tendría que discutir con su padre y así también evitaría enfrentarse a sus hermanas, quienes siempre le daban el favor a su padre en todo.En el bus leyó los documentos que había firmado. Su nuevo contrato y un extenso manual de trabajo en el que se especificaba todo tipo de reglas que, según el criterio de Lily, eran descabelladas.La regla número seis prohibía usar pintalabios de color rojo, esmaltes rojos y/o accesorios del mismo color.La regla número once exigía que todos los empleados de Craze debían estar suscritos a la revista.La regla número trece prohibía comer cualquier tipo de carbohidrato en las dependencias de Craze, una de las revistas de moda que componía el gran conglomerado mediático de Revues.—¿Craze? —se preguntó Lily mientras viajaba en el bus de regreso a los suburbios—. ¿Craze? —se repitió confundida y se apresuró para buscar su contrato.Lo revisó lenta y cuidadosamente, leye
Al otro día, Lily se levantó temprano, se aseó como ya le era costumbre y, si bien, nunca se había enfrentado con su closet, en ese momento, cuando sabía que debía pisar los terrenos más pantanosos en los que había caminado nunca, dudó de todo lo que había en su armario.Dudó de cada prenda y se odió por no tener un estilo definido.Decidió que usaría lo de siempre. Formal y para nada insinuante. Falda negra bajo la rodilla, una blusa negra y una chaquetilla que disimulaba sus caderas más gruesas.O eso creía ella, porque, en el fondo, la chaqueta le quitaba la forma natural a su cuerpo curvilíneo.Llegó temprano a las dependencias de Revues, mucho antes de que llegara la mayor parte del personal. No quería que nadie la viera, así que pidió reunirse con la encargada de recursos humanos para entregarle su carta de renuncia.—Señorita López, ¿qué la trae por aquí? —preguntó la mujer que el día anterior la había contratado.Se oía jovial y despejada.Lucía espectacular con tacones altos
Lily estuvo segura de que ese era el momento perfecto para sentir arrepentimiento y salir corriendo por la puerta y no regresar jamás, pero ahí estaba, firmando y con sangre un pacto que, de seguro, cambiaría toda su vida.Ya no era la simple empleada de un restaurante de pollos fritos, que atendía junto a su padre por las tardes y que, se desenvolvía en un ambiente familiar y agradable. No, ahora era la asistente de un editor en jefe, de una célebre y respetada revista de moda, reconocida mundialmente por su innovación dentro del mundo de la moda.Ya no trabajaría con su alegre familia, sino, con muchachas que vivían de ayuno y agua.—Y que me dice —expuso el Señor Rossi en cuanto Lily se quedó desconcertada, de pie en la mitad de la oficina.—¿Yo? —investigó ella, liada—. ¿Qué quiere que le diga? —Estaba muy asustada.Rossi se carcajeó y se tomó con normalidad su actitud. Era común ver a las jovencitas actuar así antes de entrar al gran templo de la moda.—¿Lista para entrar en el t
Por supuesto que se alarmaron en cuanto vieron el aspecto de Lily. Descuidado, al parecer de muchos. Toda ella era un caso aparte de Craze y llegaron a pensar que se había equivocado de oficina.Con las luces blancas sobre ella, cada detalle se veía exagerado. Las puntas de su cabello parecían más abiertas, las cutículas de sus uñas más resecas y, ni hablar de los puntos negros que tenía en la nariz.La oficina del editor en jefe se encontraba al final del gran recorrido, con la mejor vista de todas y con cristales en lugar de muros.Detrás de un escritorio exagerado de dos metros y con el culo acomodado en una silla de dos millones de dólares, Christopher Rossi fingía que tenía todo bajo control.Su padre sabía que no era cierto y, por mucho que su heredero fingiera poder, estaba al borde de llevar su primera publicación al fracaso.El hombre dio dos golpecitos en su puerta de cristal para anunciar su llegada y entró en su elegante oficina con los brazos abiertos para estrecharlo en
Desde afuera de la oficina, Lily miró a Christopher con inquietud y notó lo angustiado que el joven hombre estaba.Como sabía que debía ajustar su estrategia para trabajar para y con él, dio pasos tímidos hacia su oficina, decidida a presentarse y comenzar con el pie derecho.—Buenos días, Señor Rossi, mi nombre es…—Cierra la puerta —ordenó Christopher sin dejarla terminar su presentación y, si bien, a Lily le resultó muy atrevido e irrespetuoso, asintió obediente y dio la media vuelta para hacer lo que él le pedía.Cuando Lily volteó para mirarlo, se lo encontró frente a frente y no pudo ocultar el espanto que le causó. Puso un grito en el cielo y luego se carcajeó, nerviosa por su cercanía.Estaba segura de que esa era la primera vez que un hombre tan elegante y guapo se le acercaba tanto.—Señor, yo…—¿Qué fue lo que mi padre te ofreció a cambio de ser mi asistente? —disparó Rossi y la miró desafiante.Lily se puso pálida y pasó saliva ruidosamente.—Nada, Señor —respondió ella y
Tomó el elevador y presionó la tecla del piso uno con angustia. Un par de pisos más abajo, el elevador se detuvo y una simpática colorina se montó a su lado. Con ella llevaba un perchero de organización repleto de prendas metalizadas y muy extravagantes.—Balenciaga va a lanzar su nueva línea con nosotros —cuchicheó la colorina y cogió una prenda, casi diminuta y se la puso sobre el pecho—. Espero perder algunos kilos para poder quedarme con esta. ¿Qué te parece? —preguntó.Lily apenas abrió la boca para responder. Le resultaba horripilante, pero quien era ella para opinar de moda, si seguía usando los mismos zapatos de hacía años.—Linda —respondió Lily con un susurro.—¿Eres nueva? —preguntó la colorina de sonrisa alegre y se probó un sombrero igual de extravagante que la blusa anterior.—Sí, es mi primer día —susurró Lily con desconfianza.De reojo miró a la pelirroja y, cuando notó que era más como ella que el resto de las flacuchas del lugar, supo que había encontrado un tesoro.
El deseo ciego de empezar una guerra con su nuevo jefe le duró apenas cinco minutos, más al recordar sus valores, principios y el corazón noble que tenía dentro del pecho.Además, no podía negar que verlo en todo momento a través de esos cristales era la cosa más intimidante a la que se había enfrentado antes y ella no sabía si quería oponerse a ese demonio de ojos azules.Intentó mantener la cabeza fría en todo momento y se enfocó en responder los más de quinientos correos que tenía pendientes. La mayoría de ellos era información que rebotaba desde otros departamentos y también otras revistas pertenecientes al gran conglomerado que era Revues.El teléfono timbraba en todo momento y antes de qué la hora del almuerzo llegara tenía la mano acalambrada por todas las notas que había escrito para su jefe.De las cuarenta notas, treinta pertenecían a modelos que esperaban el llamado de Christopher para una segunda cita y las otras diez pertenecían a mujeres despechadas a las que Christopher