171

Chris cogió un par de champagne y con su equipo más cercano viajaron hasta el hospital para hacer ese primer brindis con su padre, uno de los fundadores más importantes de Craze.

Connor estuvo sorprendido de verlos allí y no pudo negar que cambiaron todo su ánimo. Estaba triste, encerrado en ese cuarto pálido de hospital, con la enfermera como su única acompañante.

—¡Por Craze! —celebraron todos y brindaron con emoción—. ¡Por Chris!

Después de brindar y quitarse el confeti de encima, Chris y su padre intercambiaron algunas palabras mientras todo el equipo conversaba y bebía champagne, aprovechando que ya era la hora del almuerzo.

Connor tuvo que serle sincero:

—Me enorgullecen mucho tus cifras y éxitos, pero más tus letras. Han sido conmovedoras. Te lo dice un viejo tieso que ya ni siente. —Chris sonrió orgulloso y se rio por los dichos de su padre—. Ella habría estado orgullosa… —Se refirió a su madre. Chris lo miró con los ojos brillantes, con esa mirada de niño que aun prevalecía en ese cuerpo de hombre elegante—. Yo lo estoy…

—Estoy orgulloso de que estés orgulloso —rio Chris, emocionado—. Trabajamos muy duro y… —rio cuando pudo sentir la emoción en la garganta. Era un sentimiento nuevo, algo que nunca había experimentado: estaba saboreando su propio éxito, por primera vez. Sabía maravilloso, aunque no tan bien como el coño de su futura esposa. Ese era un manjar inigualable—. Sé que mamá estaría orgullosa. —Respiró profundo.

Lily se acercó para abrazarlo. Lo besó en el pecho un par de veces con los ojos cerrados y lo abrazo fuerte por la espalda.

Cuando salió de su pecho y lo miró a la cara, él notó que estaba preocupada por algo. Él pudo verlo y ella no le ocultó nada:

—Mi amor… el padre de Marlene falleció hace algunas horas…

Chris y su padre se miraron con horror y el ambiente de celebración se terminó en ese momento, pero la misma Marlene entró por la puerta de esa habitación y les pidió que, por favor, siguieran celebrando. Lo hizo con los ojos hinchados, dejándoles en claro que había llorado.

Agarró una botella con champagne y dijo:

—¡Merecemos celebrar, trabajamos muy duro y la revistas es un éxito! —Puso sus labios en la botella y bebió champagne por largos segundos.

Lily quiso acercarse a ella para contenerla, pero Roman intervino antes y con un abrazo dominó todo el mundo destrozado de Marlene.

—Lamento tu pérdida, mujer —le dijo el ruso con tono duro y su frialdad.

Marlene no pudo negar que el abrazo le gustó y quiso repetirlo. Como no pensaba guardarse nada en su nueva vida le exigió:

—Abrázame otra vez. Me gustó.

Roman sonrió travieso y, con un poco de timidez desconocida, la abrazó por la cintura. Marlene descansó su cabeza en su pectoral exageradamente grande y cerró los ojos para descansar.

Había sido una semana violenta, no iba a negarlo. Las emociones se agolpaban en su pecho, y sabía que necesitaría al menos una semana para recuperarse. Quizás más.

—¿Cómo está tu familia? —preguntó Roman. Marlene no supo qué decirle—. La familia tiene que estar unida…

—Solo somos mi madre y yo… —susurró ella, mas dolida aun.

Le dolía dejar a su madre sola en esa casa tan grande, y en silla de ruedas. Empezó a llorar cuando recordó la navidad, el vestido rojo, sin poder vestirlo como cada año, porque nadie pudo ayudarla y ella de vacaciones, con un cabrón que nunca la amó, que solo la usó para tener un poco de estatus, para alardear que se follaba a la mismísima “Marlene Wintour”. ¡Y si siquiera follaba bien! Era un perezoso de un minuto que ni siquiera la hacía alcanzar el orgasmo.

—Tranquila, mujer… —dijo él y con su gran mano le acarició el cabello.

Se lo rozó de forma tan delicada que ella no pudo creer que fuera posible y se quedó quieta bajo su gran caricia tosca, pero delicada a la vez.

Desde la distancia, Lily los vio interactuar y, aunque estaba algo intrigada, pues en su cabeza Marlene y Roman eran como un cubo de Rubik con todas las piezas de colores desordenadas y cambiadas, poco a poco, mientras más fluían, más combinaban y más encajaban.

Era una m****a muy extraña.

—Raro, ¿no? —preguntó Sasha y rio tierna. Julián estaba a su lado—. Mi hermano no es muy delicado, pero con ella… —Alzó los hombros.

—Sí —dijo Lily, entendiendo a la perfección lo que Sasha quería decirle.

Tras eso, regresó con Christopher, quien, junto a su padre, se preparaban para visitar a la madre de Marlene para presentar sus condolencias y acompañamiento, como correspondía.

Chris ayudaba a su padre a sentarse en una silla de ruedas. Pensaba llevarlo personalmente hasta la habitación en la que la madre de Marlene se encontraba. No podían abandonarla en ese momento tan importante.

Chris sabía que era importante para marlene.

Mientras los Rossi se preparaban para acompañar, Roman hizo lo mismo, pero a su estilo.

Con confianza, se acercó a Christopher y le dijo:

—Señor Rossi, permiso para llevar a la señorita Wintour y a su madre a su castillo y preparar Pominki para ella.

—¿Pominki? —preguntó Chris, confundido.

—Tradición rusa —dijo Roman.

Chris lo miró confundido.

Sasha tuvo que intervenir.

—Es una tradición rusa para cuando alguien fallece —dijo Sasha, sonriente.

Le gustaba la idea de que su hermano quisiera contener a la familia de Marlene.

Chris formó una “o” con sus labios al entender que era lo que quería el ruso.

—Claro, adelante, mientras no me incendien el pent-house, todo está bien —dijo y de reojo miró a Lily.

Ella se rio sarcástica.

—¿Por qué me miraste a mi? —preguntó haciéndose la ofendida.

Chris se rio fuerte.

—Oh, cariño, yo no te miré… —dijo él, divertido—, si sentiste eso, es por algo, ¿no crees? —burló.

Ella se ofendió.

—¡Christopher Rossi, no te atrevas a jugar conmigo! —gritó ella.

—Jamás —respondió él, conteniéndose la risa. Connor los vio con mueca fascinada—. Traté de jugar contigo y mira como terminé… —dijo. Ella le miró con grandes ojos—. Enamorado y comprometido.

Ella suspiró y se rio.

—Eres un tonto —le dijo y se levantó en sus pies para besarlo—. Y te amo.

—Yo también te amo, pirómana.

Tras eso, todos visitaron a la madre de Marlene y le presentaron sus respetuosas condolencias. Marlene se mostró profundamente agradecida por ese gesto cálido y no pudo ignorar la atención especial que Connor brindó a su familia. Aunque estaba a un par de habitaciones de distancia, se tomó el tiempo de sostener la mano de su madre y hablar sobre su padre mientras ella lidiaba con su dolor.

Al finalizar, Christopher le dio el día libre a su equipo para que recobraran fuerzas antes de continuar el lunes, y Roman se llevó a las mujeres enlutadas al pent-house de Rossi para consolarlas a su manera, al más puro estilo ruso.

Lily le dijo a Chris que lo quería llevar a un lugar especial, así que tomaron un taxi y viajaron, para la sorpresa de Rossi, hasta el cementerio.

—Lily… —dijo él, con un nudo en la garganta—. No sé qué pretendes…

—Déjame hacer lo mío —dijo ella, con tono travieso y abrió la puerta para invitarlo a bajar.

Chris tuvo que armarse de valor para bajar y enfrentarse otra vez a Jazmín. Solo la visitaba cuando era su día especial, así que se sintió un poco extraño caminando en otra fecha por ese cementerio que tan melancólico lo hacía sentir.

—Sé que no te gusta visitarla mucho —dijo ella, cuando estuvieron de pie frente a su tumba—, pero hoy es un día especial, Christopher.

Él la miró con los labios fruncidos. Suspiró compungido y no tuvo nada que decir.

Ella abrió su cartera y con mucho cuidado sacó su pequeña agenda, la que siempre llevaba a todos lados.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó él cuando la vio acomodar su agenda sobre su tumba, con las páginas abiertas.

Ella le sonrió dulce y le dijo:

—Tu madre merece leer esas maravillosas cartas que has escrito como editor en jefe para Craze, incluso desde prisión, ¿no crees? —Rio tierna y pudo ver como los ojos de Chris se llenaban de lágrimas—. Ella estaría orgullosa de ti, Christopher y lo sabes. —Lo miró con firmeza—. Dilo.

—Amor, yo…

—Christopher… Quiero que lo aceptes, amor… porque ella también quiere escucharte decirlo.

Él se largó a reír, con lágrimas en los ojos y, tras inhalar profundo y con tono firme, se dijo a sí mismo:

—Sí, m*****a sea, ella estaría orgullosa de mí. —Lo dijo y se sintió tan jodidamente bien que, se empezó a reír otra vez—. Mira todo lo que he logrado. —Hasta ese segundo le parecía aun irreal—. Tengo una familia, una novia preciosa, inteligente… siempre me dijo que me consiguiera una chica inteligente, ¡y lo hice! —rio feliz—. Hice todo lo que quería… incluso tengo mi propia revista. ¡Eclat! Bueno, no es tan mía, porque no tuve la iniciativa, pero… —Miró a Lily con orgullo y supo que lo que decían era cierto—: “detrás de cada gran hombre hay una gran y maravillosa y asombrosa mujer”. Es real. Ese maldito dicho es real.

Se aceró a ella para abrazarla fuerte y besarla en la frente. La besó una y otra vez hasta que terminó de entender porque estaban allí.

No se trataba de enorgullecer a los otros, sino, de enorgullecerse a sí mismo.

Mientras Chris aceptaba lo que había logrado sintió una paz interior que nunca antes había experimentado. Comprendió que, al final, no se trataba solo de enorgullecer a los demás, sino de encontrar su propia satisfacción y felicidad.

En su pent-house, Roman fue un caballero con la madre de Marlene y la trató justo como Marlene esperaba que la trataran y como se lo merecía.

La arropó junto a la chimenea y le presentó a los hámsteres que dormían la siesta.

Le prestó un par de libros para que no se aburriera y le dijo que le prepararía comida para que se sintiera mejor.

—No tardaré mucho —le dijo con su acento marcado. Marlene le miró con dulzura—. Acompáñame, mujer… te necesito.

Marlene se quedó helada al escuchar aquello. No sabía que le excitaba más: que la llamara mujer y que le resultara grotescamente delicioso, o que le dijera que la necesitaba.

—Te advierto que yo no cocino —dijo ella y Roman se largó a reír.

Tras eso, y viendo que Marlene no se movía, él tomó su mano y la llevó a tirones hasta la cocina. A Marlene le fascinó ser arrastrada por esa bestia rusa. Ojalá, en algún momento, la arrastrara así a la cama, aunque ella no pondría tanta resistencia.

—Dios mío, eres un cavernícola —gimió agitada cuando se vio encerrada en ese espacio con una puerta de salida y de entrada.

Le gustó no tener escapatoria.

—¿Y te gusta? —preguntó Roman de pie en la puerta.

Marlene tuvo que echar su cabeza hacia atrás para mirarlo bien. Era tan alto que, aun con esos tacones exagerados que usaba se sentía pequeña.

—Me encanta —dijo ella y se rio nerviosa cuando él se acercó intimidante.

Pasó a su lado, tan cerca que, Marlene pudo olerle el cuello. Era una mezcla extraña, entre madera y macho grande. No sabía si existía ese olor en particular, pero acabada de conocerlo y registrarlo en su memoria. Y era perfecto.

—¿Hija única? —preguntó él registrando el refrigerador de Rossi.

—Mi hermano falleció cuando era una niña —confesó Marlene.

Roman la miró con angustia.

—Lo lamento mucho.

Marlene le dio una sonrisa torcida.

—No lo lamentes, ni siquiera lo recuerdo —dijo ella, con un tono desinteresado.

—Por eso lo lamento —dijo Roman y Marlene le miró con los ojos entrecerrados—. Es triste olvidar —susurró y la miró desafiante—. Olvidar a quien alguna vez amaste…

Marlene se rompió y se controló. Lo hizo todo en breves segundos.

—No quiero olvidarlo a él también —dijo, refiriéndose a su padre que acababa de fallecer—. Sé que acaba de fallecer, pero lo mismo dije de mi hermano y yo… yo… —sollozó.

—No lo harás, no lo olvidarás —dijo él y se plantó frente a ella para secarle las lágrimas con dulzura—. Visitaremos su tumba el noveno y el cuadragésimo día, y todos sus cumpleaños y los tuyos, y los de tu madre, no vas a olvidarlo… me encargaré de que no lo hagas, mujer.

Marlene sonrió.

—Si sabes que no somos rusos, ¿verdad? —preguntó ella, sonriendo divertida.

Sus tradiciones no eran las mismas.

—Lo serás —dijo él con una seriedad que a ella le caló los huesos. Parecía irrompible. Marlene tuvo que morderse el labio porque le resultó demasiada la carga que le hacía sentir. Roman atrapó su labio antes de que se lastimara y con un susurro le dijo—: no rompas lo que yo quiero romper. —Le acarició la boca con el dedo pulgar. Marlene cerró los ojos y se dejó llevar. Roman musitó sobre su boca—: tú eres la americana, tú tienes que seducirme.

Marlene se rio fuerte.

Mon amour, yo soy francesa —respondió ella con voz seductora.

Roman sonrió.

—Con mayor razón —dijo él.

Ella entrecerró los ojos y, sin dudarlo dos veces, lo tomó por el cuello, ya que no encontró otra forma de llegar a su boca, y le plantó un apasionado beso que no dejó lugar a perdones.

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