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Al otro día, Lily se levantó temprano, se aseó como ya le era costumbre y, si bien, nunca se había enfrentado con su closet, en ese momento, cuando sabía que debía pisar los terrenos más pantanosos en los que había caminado nunca, dudó de todo lo que había en su armario.

Dudó de cada prenda y se odió por no tener un estilo definido.

Decidió que usaría lo de siempre. Formal y para nada insinuante. Falda negra bajo la rodilla, una blusa negra y una chaquetilla que disimulaba sus caderas más gruesas.

O eso creía ella, porque, en el fondo, la chaqueta le quitaba la forma natural a su cuerpo curvilíneo.

Llegó temprano a las dependencias de Revues, mucho antes de que llegara la mayor parte del personal. No quería que nadie la viera, así que pidió reunirse con la encargada de recursos humanos para entregarle su carta de renuncia.

—Señorita López, ¿qué la trae por aquí? —preguntó la mujer que el día anterior la había contratado.

Se oía jovial y despejada.

Lucía espectacular con tacones altos y un traje combinado de tono claro.

Lily se perdió brevemente en su belleza, pero reaccionó rápido, cuando se recordó a sí misma que ella no pertenecía a ese lugar.

—Vengo a presentar mi carta de renuncia —dijo Lily con seguridad.

La mujer, desde el otro lado del escritorio, la miró con las cejas en alto.

—Vaya —se rio y se quitó la chaqueta para exponer su delgada figura—, fue la contratación más corta de la historia de Revues. —La miró divertida.

—Un récord —se rio Lily, toda nerviosa.

La mujer cogió su carta y la leyó apenas unos segundos. “Motivos personales”, decía en la mitad del párrafo, pero, en el fondo, ella se hacía una idea de lo que estaba pasando con la pobre Lily.

—Está bien, pero el señor Rossi debe firmarla —le dijo y la cara de Lily cambió abruptamente—. Déjame habar con él y…

—¿El señor Rossi? ¿La leyenda Connor Rossi? —preguntó Lily, recordando otra vez su gran admiración por ese editor que la había hecho soñar a través de sus letras.

La mujer asintió, pero no le dio espacio para que dijera más nada. Rápidamente desapareció por la puerta y se perdió entre las oficinas.

Lily tuvo que esperar cinco minutos exactos. Los contó, uno a uno, como una pequeña niña asustada que esperaba un reproche.

Grande fue la sorpresa cuando, ante ella, Connor Rossi apareció. Imponente, firme y con una estatura que la superaba con creces. Lily se puso de pie como un robot y, sin querer, le ofreció una reverencia.

El anciano se rio amable cuando la vio inclinarse así y le regaló un extraño gesto a la encargada de recursos humanos para que los dejara a solas.

La mujer cerró la puerta de la oficina y les ofreció privacidad.

—Señorita López, ¿verdad? —preguntó Connor.

—Sí, señor. Lily López, para servirle —repitió ella con clara ansiedad y, se le quedó mirando con grandes ojos. No se pudo contener y le dijo—: soy su gran admiradora, he leído cada una de sus cartas y…

—¿Puedo hacerle una pregunta, señorita López? —la interrumpió Rossi. Ella asintió emocionada—. ¿Si tanto me admira, por qué renunció al sueño de trabajar en mi conglomerado?

La cara de Lily cambió de emoción a tristeza en dos segundos. Su pregunta ponía en jaque todo lo que ella sentía.

Suspiró antes de responder.

—Porque Craze no es para mí, Señor —le confesó—. Y de verdad admiro todo lo que ha logrado con ella, pero, simplemente, no soy una chica de moda —se rio.

Connor Rossi asintió y recapacitó brevemente.

La verdad era que, Lily López era perfecta para ser la asistente de su hijo, un caprichoso, arrogante y seductor soltero que cazaba día y noche a las pobres mujeres de la gran ciudad.

Parecía que tenía un hambre de sexo interminable y su padre sabía muy bien que, asistente que pusiera a trabajar a su lado, sería una asistente que terminaría en su cama y con un drama romántico de por medio que la revista no merecía.

Pero no a Lily.

A ella jamás la tocaría y Connor Rossi lo sabía muy bien.

—Le propongo algo —dijo con una media sonrisa en sus labios, sonrisa que, a Lily le causó temor—. Seis meses con mi hijo en Craze y le ofrezco el puesto que usted quiera dentro de Revues.

Lily se quedó boquiabierta.

—¿Seis meses? —preguntó, pensando que, seis meses no era mucho tiempo.

—Sí —confirmó Rossi—. Solo seis meses.

Lily se rio.

—¿Y cuál es la trampa? —preguntó Lily. Rossi la miró impresionado—. Porque debe haber una. —Se rio otra vez—. Trabajar en Revues es algo que, a muchos mortales nos parece imposible, así que, supongo que hay una trampa.

Rossi asintió y se acercó a ella con esa elegancia que la mareaba.

—La trampa es mi hijo, señorita López —le reconoció con seguridad—. Es insoportable y hará que esos seis meses, sean seis años, pero en el infierno —dijo con firmeza. La joven se quedó boquiabierta—. Le estoy ofreciendo el puesto que quiera y en la revista que usted quiera.

—Sí —jadeó Lily.

—No importa si no es editora, le puedo enseñar a ser la mejor y, tal vez, ni siquiera tenga que enseñarle, porque, lo que Connor Rossi dice, es la ley en este mundo.

—Lo sé, lo sé —respondió Lily, embrujada por la forma en que el señor Rossi le hablaba.

Había tanta seguridad en sus palabras que, de pronto, se sentía hechizada. Y ella lo sabía mejor que nadie. Connor Rossi era una m*****a leyenda y, si le estaba ofreciendo el puesto de sus sueños en la revista de sus sueños, ¿quién era ella para negarse?

—¿Acepta o no? —preguntó el hombre de forma tajante y la miró por igual.

Lily suspiró y asintió con timidez porque, en el fondo, sabía que ese era un pacto con el mismísimo diablo.

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