Existe algo de lo que siempre escuchamos hablar y que creemos entender cómo funciona, pero no tenemos idea de lo difícil que es hasta que nos toca.
Y cuando nos toca, es cuando entendemos que la vida siempre nos tiene preparada una sorpresa, porque si no, sería demasiado fácil vivir.
El perdón es fácil de predicar, pero no de aplicar y Marlene lo sabía. De pie, frente a ese hospital, lo tuvo en su garganta, imposibilitándole respirar. Quería entrar allí y perdonar al hombre que tanto daño le había causado, pero el rencor que él mismo le había enseñado a sentir, estaba presente también, como un arma de doble filo.
Y el sentimiento era peor cuando recordaba que su padre estaba en ese mismo hospital, luchando por su vida. Su padre y Connor, los dos en el mismo hospital, separados, tal vez, por un par de pasillos. Que irónica le parecía la vida. Jamás pensó visitar a Connor en el hospital, porque le parecía que era un hombre indestructible.
Pero allí estaba, saboreando las adversidades de la vida y sus contrariedades.
Pensó en comprarle flores, pero no quería que él pensara que seguía siendo la misma niña tonta de siempre. Quería que viera su nueva versión, esa que apenas se reparaba con palabras sanadoras y pensamientos optimistas.
—No merece nada —musitó con recelo y quiso entrar, pero se encontró de frente con ella.
Con la m*****a Lilibeth López.
Las dos se miraron a las caras cuando se vieron a través de los cristales y se quedaron perplejas. No pensaban encontrarse en ese lugar.
—¿Qué…? —Marlene quiso preguntar, pero cuando vio a Julián allí, acompañándola, no tuvo las ideas claras.
Era como una revelación divina. Lily en su camino, una vez más.
Lily no tenía porque mentir, así que se acercó a ella con una bonita sonrisa y sincera le dijo:
—No pensé verte aquí… Nosotros acompañamos a Chris a ver su padre. —Miró a Julián con una sonrisa.
Marlene frunció los labios y asintió.
No tuvo el valor de reconocer que estaba allí también para ver a Connor, así que se mantuvo callada, atrapada en una tensa situación.
Lily pudo verlo, pudo ver como se desmoronaba mientras se armaba de valor para enfrentarse a su pasado y con seguridad se acercó a ella, la abrazó con dulzura, porque era claro que necesitaba un poco de contención y en la oreja le dijo:
—No puedes sostener algo que se está desmoronando, mientras intentas repararlo. No tiene lógica. —Marlene se separó de ella y la miró con horror. Julián sonreía dulce—. Una cosa a la vez. Desmorónate y luego reconstrúyete. Y no te aconsejo reparar lo que ya está roto —siseó divertida—. Deja que se rompa, luego limpias los escombros y edificas otra vez en una base limpia. Es lo mejor… —Lily alzó los hombros.
Ni ella entendía esa lógica, pero le había funcionado con el paso de los años y todas las adversidades a las que se había enfrentado.
—¿Cómo demonios…? —Marlene no pudo terminar su pregunta, así que con las emociones atascadas en la garganta le dijo—: sigo sin entender cómo demonios cabe tanta sabiduría en apenas un metro de cuerpo…
Lily se rio. Sí, adoraba las bromas de Marlene, y nunca se tomó ninguna personal. Podía entender que ella era así y lo respetaba.
—Por favor, no mido un metro si eso piensas… —defendió ella con firmeza—. Un metro cincuenta y a mucha honra… —Lily la miró divertida y luego fijó sus ojos en sus stilettos de quince centímetros—. Y no seas descarada… sin tus stilettos eres igual a mí… una miniatura coleccionable. —Las dos se rieron.
Marlene se rio y los ojos se le llenaron de lágrimas. Encontrarse a Lily allí fue lo mejor que le pudo haber ocurrido. Como aun no reunía valor y no quería ni podía perder todo un día armándose de valentía para enfrentarse a su pasado cruel, le pidió ayuda a Lily:
—Quería comprarle unas malditas flores, pero me arrepentí porque no merece nada… —suspiró dolida y complicada dijo—: no sé qué hacer. Ni siquiera merece mi compasión o preocupación. Y ni siquiera sé porque estoy aquí. —Parecía verdaderamente frustrada—. Lo mejor es que me vaya… —Su lado cobarde habló.
Quiso darse la media vuelta y buscar un taxi, pero la culpa no la dejaba irse.
—¿Y qué dice tu corazón? —preguntó Lily, poniéndose a su lado para esperar un taxi.
Las dos alzaron un brazo para detener un taxi.
—¿Mi corazón? —preguntó Marlene riéndose y de reojo la miró.
No tenía el valor de enfrentarse a ella, porque sabía que la haría ver una realidad que iba a dolerle.
¿Y a quién le importaba lo que un tonto órgano podía decir? Ella estaba allí por venganza, por recelo, por…
—Sí, ya sabes lo que dicen… la boca calla y el corazón habla —dijo Lily, divertida.
Marlene la miró con evidente consternación. Le tomó unos instantes entender lo que su corazón estaba sintiendo, porque tuvo que silenciar su mente para entender lo mucho que le dolía estar allí.
—Mi corazón está herido —confesó Marlene. Lily asintió—. Él lo hirió, pero me siento culpable porque yo se lo permití, yo le di el poder de herirme y ahora… —Quiso llorar—. Ahora no tengo el valor para decírselo, no tengo los ovarios para decirle cuánto me lastimó, cuánto me duele… —Temblando y llorando se puso la mano en el pecho y tuvo que esconder la mirada—. Aquí… —dijo con un susurro, tocándose el pecho y respiró con desespero cuando sintió que el aire se le acababa.
Lily y su padre se miraron preocupados. Lily supo que no podría marcharse, porque Marlene la necesitaba. Tal vez no necesitaba que la defendiera de Connor, pero sí que la acompañara a vivir su dolor.
Julián entendió la preocupación de su hija y con dulzura se acercó a Marlene y le dijo:
—Tiene que perdonarse, mija. —Acarició su mejilla—. Porque si no se perdona usted primero, siempre se va a sentir prisionera… y el pasado nunca la va a dejar en paz.
Marlene sollozó compungida.
—Usted lo hace parecer tan fácil y… y a mí no me gustan las cosas fáciles —dijo llorando y riéndose.
¿Acaso podía ser más ilógico?
—Lo sé, pero las cosas más valiosas son las más simples… y en la vida es igual. —Marlene y Julián se miraron con ternura—. La felicidad es simple, pero nos complicamos encontrándola… y el perdón también lo es… —La tomó por las mejillas y con firmeza masculina le dijo—: el perdón no va a cambiar el pasado, si eso es lo que usted cree, le va a seguir doliendo cada vez que lo recuerde, pero al menos va a ser libre.
Marlene hipó al escucharlo y empezó a llorar otra vez, cuando entendió que no se trataba de perdón, ni resentimiento, sino la forma en que se ataba a él. La tenía encadenada, inmóvil en un lugar y no la dejaba avanzar con libertad.
—Gracias —dijo, sollozando emocionada—. ¿Quieren acompañarme? —preguntó hecha un manojo de nervios.
—Si eso es lo que necesita… —dijo Julián y miró a Lily.
Ella asintió y, regresaron otra vez la interior del hospital.
Sorpresivamente encontraron a Christopher dormido desordenado sobre uno de los sofás y a su padre leyendo un libro con total calma. La habitación estaba silenciosa, tibia y con un ambiente muy agradable. Lily se enterneció al ver a Chris descansar por fin. Todos se quedaron perplejos cuando se vieron otra vez a las caras y, aunque Connor estaba confundido, las cosas tuvieron claridad cuando vio a Marlene allí.
—Hola… —Los dos se saludaron con frialdad.
Se miraron complicados. Lily supo que lo que sucedía entre ellos no era fácil. Y no sería fácil derrumbar las parades que los separaban del perdón.
Marlene se atrevió a romper el silencio.
—Quería traerte flores, pero… —Tragó duro y tras darle una mirada de auxilio a Lily, se armó de valor para decirle lo que sentía—: pero mi resentimiento me cegó y pensé que sin flores te sentirías peor. —Suspiró complicada—. Ahora soy yo la que me siento peor —dijo, mirando el cuarto desnudo, sin ni una sola flor.
Connor apretó el ceño y, realmente le dolió lo que Marlene le dijo. Hasta ese momento, nadie la había llevado flores, ni siquiera se las habían enviado como cortesía por ser el mismísimo Connor Rossi.
Solo allí supo que, el día de su muerte, tendría un ataúd vacío, sin colores, sin lágrimas y sin lamentos. Solo allí supo el mal que había causado.
—Hiciste bien —dijo Connor con un nudo en la garganta—, porque no las merezco —reconoció. La joven mujer le miró con dolor—. Lamento lo de tu padre… yo… yo me porté como un estúpido. —Aceptó con dolor—. Pensé que así te lastimaba, pero… —La voz se le rompió.
No pudo seguir, menos al ver los ojos brillantes de la mujer.
—Y lo hacías —susurró Marlene, con la voz destrozada—. Me lastimabas…
Se quedó cerca de la puerta, por si no podía soportarlo y tenía que huir. Se estaba protegiendo, porque no iba a permitir que Connor Rossi la hiriera otra vez.
—Y no sabes cuánto lo lamento —murmuró Connor, arrepentido, porque lo había hecho todo a sabiendas de lo que hacía.
Era consciente de cada una de sus acciones y estaba dispuesto a hacerse cargo de ellas.
Se quedaron en silencio un largo rato, cada uno sumido en una emoción similar. La culpa, la angustia, el temor de enfrentarse a sus miedos, de dar el gran salto al perdón.
—¿Quieres uno? —Connor rompió el silencio ofreciéndole un pastelito de crema. Marlene los miró con atención y sonrió al reconocerlos. No pudo negarse a un poco de azúcar, no en ese momento de tensión—. Me los trajo Lily… son deliciosos… —Los dos sonrieron.
Marlene rompió un poco el muro que los separaba y se sentó en una punta de su camilla para aceptar uno de los pastelitos. Lo mordió apenas y Connor le dio una sonrisa tranquilizadora al verla comer.
—Te agradezco por venir —dijo Connor, valiente—. Y sé que tal vez mis palabras no te darán consuelo, porque no he sido el mejor hombre… —rio llorando—. Ni siquiera sé si puedo llamarme a mí mismo hombre… —sollozó.
—Connor…
A Connor le costaba dejarse llevar por lo que sentía, pero luchaba, porque al igual que Marlene, quería ser libre.
—Tienes que saber que me arrepiento —dijo él, con la voz destrozada—. Me arrepiento de todo lo que hice, lo que no hice, lo que te dije y lo que no te dije…
Marlene sonrió calmosa. Intentó no romperse en ese momento, pero le fue imposible. Empezó a llorar desconsolada, con el pastelito en sus manos y con Lily acompañándola.
—No te dije que eras una excelente escritora o que tu visión era revolucionaria, porque no quería que me opacaras… y esa noche… —La miró con dolor. Tuvo que tragar duro antes de decirle la verdad—… esa noche no te dije que te quería, porque tenía miedo de lo que me hacías sentir y escogí lastimarte… —lloró y destrozado dijo—: porque es lo único que sé hacer…
Christopher estaba despierto, escuchando todo eso. Se quedó perplejo cuando muchas cosas tuvieron sentido para él. La cercanía de Marlene con su padre no era solo laboral. Existían sentimientos enredados que los dos se habían encargado de sofocar, hasta convertir aquello en algo doloroso.
Lily se sentó a su lado y puso su mano en su pierna para mostrarle que estaba con él.
Se quedaron en silencio, sintiéndose a su estilo y siendo parte del doloroso proceso de la aceptación del daño.
El daño que Connor había causado, porque solo así sabía querer.
Cuando tuvieron que regresar al pent-house de Christopher para continuar trabajando, lo hicieron todos en el mismo taxi. No tenían tiempo que perder.Marlene viajó al frente; Lily, su padre y Chris viajaron en la parte trasera.Aunque todos estaban más silenciosos que nunca después de todos los acontecimientos, Chris no pudo guardar lo que sentía y tuvo que desahogarse:—No me malinterpretes, pero me gustaría tenerte de madrastra.Marlene lo miró con horror.—Si piensas que podrás llamarme "mami", estás muy equivocado —respondió ella con tono frío—. Ese enamoramiento se terminó… —Intentó sonar convincente, pero era difícil aceptar la verdad.Era dolorosa. Aún.—¿Estás segura? —Chris insistió.Él no se convencía de eso.Marlene inhaló con calma y, con mucha sabiduría, la que había aprendido gracias a Lily y su padre, le dijo:—Tu padre y yo estamos en sintonías diferentes. —Chris la miró con el ceño fruncido. Lily sonrió porque lo entendió de inmediato—. Él está descubriendo cómo amar y
Y, entonces, sucedió. Fue en una blanca y luminosa mañana. Las calles de Manhattan y de toda la isla se vieron empapeladas por ese nuevo número y los cambios que, no solo provenían en sus letras, sino también, desde los corazones de quienes las escribieron.Ese especial navideño llegó a todos lados, incluso a los más inimaginables.Connor recibió una copia. Su abogado se la compró en la esquina y vio a su cliente llorar por la emoción que sintió de leer las letras de su hijo.Vicky también pudo leerla a primera hora. Trabajaba en la peluquería de la prisión y las policías llevaron una copia. A ella le ganó la curiosidad y hojeó la revista con desesperación, dándose cuenta de que todo era nuevo.La madre de Marlene también compró una copia y le leyó la nota de su hija a su esposo, quien, como buen hombre, cumplió su promesa y resistió.Esa mañana, Marlene llegó al hospital, con una caja de cafés y una caja de donas. Saludó a su madre cariñosamente y se quedaron abrazadas un largo rato,
Chris cogió un par de champagne y con su equipo más cercano viajaron hasta el hospital para hacer ese primer brindis con su padre, uno de los fundadores más importantes de Craze.Connor estuvo sorprendido de verlos allí y no pudo negar que cambiaron todo su ánimo. Estaba triste, encerrado en ese cuarto pálido de hospital, con la enfermera como su única acompañante.—¡Por Craze! —celebraron todos y brindaron con emoción—. ¡Por Chris!Después de brindar y quitarse el confeti de encima, Chris y su padre intercambiaron algunas palabras mientras todo el equipo conversaba y bebía champagne, aprovechando que ya era la hora del almuerzo.Connor tuvo que serle sincero:—Me enorgullecen mucho tus cifras y éxitos, pero más tus letras. Han sido conmovedoras. Te lo dice un viejo tieso que ya ni siente. —Chris sonrió orgulloso y se rio por los dichos de su padre—. Ella habría estado orgullosa… —Se refirió a su madre. Chris lo miró con los ojos brillantes, con esa mirada de niño que aun prevalecía e
Tras graduarse de la universidad y gracias a su padre, Lily consiguió un pequeño puesto como administradora en un restaurante de comida rápida, donde los pollos fritos cautivaban a todos los habitantes de su ciudad y, no obstante, la comida era algo que le motivaba en demasía, no quería ser administradora en un restaurante.Ella soñaba con ser editora.Ojalá de una revista que pudiera cambiar el mundo. Que pudiera motivar a otros, así como la comida la motivaba a ella.Duró apenas dos semanas como administradora y vendedora de pollos y, al siguiente lunes, se escabulló por su casa sin que nadie conociera sus verdaderos planes y viajó hasta la cuna de las revistas más importantes.Caminó por esas pintorescas calles con la boca abierta. Llevaba muchos años sin visitar ese lugar y, sin dudas, se sintió fuera de lugar. Como un bicho raro.Vestía terrible y, sin embargo, se había esforzado por llevar ropa formal, su estilo de anciana no encajaba con esas jovencitas elegantes que se pavonea
Lily viajó en bus de regreso a casa.Sabía que mientras más alargara el viaje, menos tendría que discutir con su padre y así también evitaría enfrentarse a sus hermanas, quienes siempre le daban el favor a su padre en todo.En el bus leyó los documentos que había firmado. Su nuevo contrato y un extenso manual de trabajo en el que se especificaba todo tipo de reglas que, según el criterio de Lily, eran descabelladas.La regla número seis prohibía usar pintalabios de color rojo, esmaltes rojos y/o accesorios del mismo color.La regla número once exigía que todos los empleados de Craze debían estar suscritos a la revista.La regla número trece prohibía comer cualquier tipo de carbohidrato en las dependencias de Craze, una de las revistas de moda que componía el gran conglomerado mediático de Revues.—¿Craze? —se preguntó Lily mientras viajaba en el bus de regreso a los suburbios—. ¿Craze? —se repitió confundida y se apresuró para buscar su contrato.Lo revisó lenta y cuidadosamente, leye
Al otro día, Lily se levantó temprano, se aseó como ya le era costumbre y, si bien, nunca se había enfrentado con su closet, en ese momento, cuando sabía que debía pisar los terrenos más pantanosos en los que había caminado nunca, dudó de todo lo que había en su armario.Dudó de cada prenda y se odió por no tener un estilo definido.Decidió que usaría lo de siempre. Formal y para nada insinuante. Falda negra bajo la rodilla, una blusa negra y una chaquetilla que disimulaba sus caderas más gruesas.O eso creía ella, porque, en el fondo, la chaqueta le quitaba la forma natural a su cuerpo curvilíneo.Llegó temprano a las dependencias de Revues, mucho antes de que llegara la mayor parte del personal. No quería que nadie la viera, así que pidió reunirse con la encargada de recursos humanos para entregarle su carta de renuncia.—Señorita López, ¿qué la trae por aquí? —preguntó la mujer que el día anterior la había contratado.Se oía jovial y despejada.Lucía espectacular con tacones altos
Lily estuvo segura de que ese era el momento perfecto para sentir arrepentimiento y salir corriendo por la puerta y no regresar jamás, pero ahí estaba, firmando y con sangre un pacto que, de seguro, cambiaría toda su vida.Ya no era la simple empleada de un restaurante de pollos fritos, que atendía junto a su padre por las tardes y que, se desenvolvía en un ambiente familiar y agradable. No, ahora era la asistente de un editor en jefe, de una célebre y respetada revista de moda, reconocida mundialmente por su innovación dentro del mundo de la moda.Ya no trabajaría con su alegre familia, sino, con muchachas que vivían de ayuno y agua.—Y que me dice —expuso el Señor Rossi en cuanto Lily se quedó desconcertada, de pie en la mitad de la oficina.—¿Yo? —investigó ella, liada—. ¿Qué quiere que le diga? —Estaba muy asustada.Rossi se carcajeó y se tomó con normalidad su actitud. Era común ver a las jovencitas actuar así antes de entrar al gran templo de la moda.—¿Lista para entrar en el t
Por supuesto que se alarmaron en cuanto vieron el aspecto de Lily. Descuidado, al parecer de muchos. Toda ella era un caso aparte de Craze y llegaron a pensar que se había equivocado de oficina.Con las luces blancas sobre ella, cada detalle se veía exagerado. Las puntas de su cabello parecían más abiertas, las cutículas de sus uñas más resecas y, ni hablar de los puntos negros que tenía en la nariz.La oficina del editor en jefe se encontraba al final del gran recorrido, con la mejor vista de todas y con cristales en lugar de muros.Detrás de un escritorio exagerado de dos metros y con el culo acomodado en una silla de dos millones de dólares, Christopher Rossi fingía que tenía todo bajo control.Su padre sabía que no era cierto y, por mucho que su heredero fingiera poder, estaba al borde de llevar su primera publicación al fracaso.El hombre dio dos golpecitos en su puerta de cristal para anunciar su llegada y entró en su elegante oficina con los brazos abiertos para estrecharlo en