Cuando tuvieron que regresar al pent-house de Christopher para continuar trabajando, lo hicieron todos en el mismo taxi. No tenían tiempo que perder.
Marlene viajó al frente; Lily, su padre y Chris viajaron en la parte trasera.
Aunque todos estaban más silenciosos que nunca después de todos los acontecimientos, Chris no pudo guardar lo que sentía y tuvo que desahogarse:
—No me malinterpretes, pero me gustaría tenerte de madrastra.
Marlene lo miró con horror.
—Si piensas que podrás llamarme "mami", estás muy equivocado —respondió ella con tono frío—. Ese enamoramiento se terminó… —Intentó sonar convincente, pero era difícil aceptar la verdad.
Era dolorosa. Aún.
—¿Estás segura? —Chris insistió.
Él no se convencía de eso.
Marlene inhaló con calma y, con mucha sabiduría, la que había aprendido gracias a Lily y su padre, le dijo:
—Tu padre y yo estamos en sintonías diferentes. —Chris la miró con el ceño fruncido. Lily sonrió porque lo entendió de inmediato—. Él está descubriendo cómo amar y yo quiero que me amen como merezco… —explicó—. ¿Lo ves? —preguntó, poniendo sus manos a diferentes alturas—. Él está aquí abajo y yo estoy aquí arriba.
Chris se rio.
—Puedes enseñarle cómo amar —dijo Rossi—. No pierdes nada…
No podía negar que le resultaba interesante la idea de que su padre tuviera una mujer como Marlene a su lado. Tal vez, le enseñaría a hacer las cosas mejor.
—Mira, niño, hace cinco años, habría aceptado gustosa, porque mi mundo era pequeño y Connor era mi todo, pero ahora… —Sacudió la cabeza de forma contrariada—. Ahora mi todo soy yo y sé que es egoísta, pero soy la m*****a Marlene Wintour y puedo hacer lo que yo quiera.
—Así se habla, mija. —Julián la apoyó y le sobó los hombros desde el asiento trasero—. Y con todo respeto, Christopher —rio, dándole unas palmadas en el brazo a Chris.
Chris suspiró y se rindió en el asiento.
—Yo solo decía —murmuró él—… habría sido lindo tener una madrastra…
Lily y Marlene se rieron y se enternecieron al mismo tiempo. Chris seguía siendo ese niño que necesitaba de una madre que lo mimara y le horneara galletitas de jengibre y canela en los inviernos fríos. Era adorable.
—Y la tendrás, créeme, pero no seré yo —lo consoló Marlene, con una bonita sonrisa.
Chris pudo apostar que esa fue la primera vez que la vio sonreír así, y le gustó. Aceptó que tenía razón y la dejó ir. Dejó ir esa idea de verla junto a su padre. El pasado estaba atrás y allá tenía que quedarse.
Durante las siguientes horas y confiando en que Connor no sabotearía ese lanzamiento final, regresaron a las instalaciones de Craze para terminar el tan esperado número.
Marlene escribió como la Cobra real y Lily como Petit Diable. Christopher escribió con el corazón.
Mientras terminaban de estructurar la versión final, Joel, el representante de la marca de cosmética con la que aún trabajaban, apareció para entregarles su versión final del anuncio que publicarían entre las páginas del número.
Christopher salió a recibirlo, porque su lado celoso no iba a permitir que se acercara a su mujer. Lily era suya y no quería que nadie la mirara ni la deseara, y podía apostar que Joel la había deseado, y eso lo volvía loco.
El solo hecho de saber que la había besado lo hacía perder la cabeza.
—No era necesario que lo trajeras hasta aquí —dijo Chris con cierto fastidio en su voz.
No le agradaba la idea de tenerlo allí. Su inseguridad de macho le pintó toda una película en su cabeza y no quería que se hiciera realidad: Joel invitaría a Lily a por un café, como en los viejos tiempos, los dos se marcharían de Craze, ¡solos!, y él se volvería loco, preguntándose dónde estaba Lily. Su Lily.
—Podrías haber enviado a tu asistente… —insinuó Chris.
Joel sonrió malicioso. Por supuesto que no se había rendido.
—A Julián —dijo triunfante.
Joel arrugó el ceño y entre el gentío buscó a Lily.
—¿Qué pasó con…?
—No te atrevas a decir su nombre. —Chris sacaba chispas.
Mejillas rojas, ojos azules oscurecidos y mirada sombría.
—No es necesario que bendigas esto con tu gran polla engreída —dijo Joel, todo fastidiado, refiriéndose a cómo marcaba a Lily como suya—. Sé que te quedaste con la chica, no necesitas recordármelo.
Chris sonrió triunfante y con arrebato masculino infantil le arrancó los anuncios que llevaba en la mano.
—Gracias por traérmelo personalmente. La próxima vez no vengas…
—Vendré, vendré todas las veces que quiera y espero poder encontrármela —dijo Joel, dando dos pasos hacia él para enfrentarlo.
Julián los vio a los dos sacando chispas y se acercó para saber qué estaba ocurriendo entre ellos.
—Jóvenes… —dijo riéndose. Estaban como dos toros, enfrentados y chocándose los pechos—. Ya les vi los pechos, son muy grandes, no es necesario que los saquen más o se romperán las costillas —bromeó, dándoles palmadas a los dos en los pectorales para que se relajaran.
Joel refunfuñó. Chris lo imitó, más ruidoso.
—Él empezó —dijo Joel con infantilismo.
Julián enarcó ambas cejas y puso una mueca divertida. Quién lo diría. Dos jóvenes exitosos peleando por algo que no entendía. Si hubiera sabido que era por su hija, habría pagado para ver la pelea.
—Sabes muy bien que tú empezaste. Vienes aquí a provocarme…
Joel ardió de furia.
—¿A provocarte? —rio Joel con sarcasmo—. Deja el ego a un lado, Rossi… Solo estoy haciendo mi trabajo… —Lo miró con burla—… y me encanta venir personalmente porque así puedo verla. —Le guiñó un ojo y se dio la media vuelta para irse.
Ofendido, Chris caminó detrás de él, pero Joel le sacó ventaja. Mientras se escabullía entre el gentío y como no pudo alcanzarlo, Chris le gritó:
—¡Eso, huye, escóndete, cobarde!
Joel se subió al elevador riéndose y, desde el otro extremo del salón, Lily lo miró con una mueca divertida, pero también aprensiva.
Ella caminó a su encuentro, porque podía apostar que necesitaba un abrazo después de ese tenso enfrentamiento.
Chris la estaba esperando y no dudó en estrecharla contra su cuerpo cuando ella lo besó en la barbilla. Aun con tacones, no alcanzaba su boca.
—¿Qué polla ganó hoy? —preguntó divertida.
—La mía. Siempre —dijo él, seguro.
Lily se rio.
—Por eso te amo —respondió ella y lo tomó por el cuello para besarlo en los labios—. Y por eso te elegí.
Chris se infló de su amor y siguió trabajando.
A la medianoche, Marlene y Chris se quedaron solos en la oficina del editor en jefe y le dieron una última mirada crítica a la edición final.
Pasaron las doscientas ochenta páginas, una a una, valorando cada detalle y hablando sobre la profundidad de los colores, la ropa que habían escogido, los accesorios, las palabras clave y el nuevo enfoque.
Cuando se dieron cuenta de que estaban proyectando un cambio, se asustaron, porque tuvieron miedo al fracaso y miedo de perder el control de la revista.
Cuando se lo expusieron a Lily, ella se quedó de pie en la puerta, escuchando sus inquietudes y se espantó tanto al ver lo asustados que estaban, que tuvo que intervenir porque no podían retroceder, no después de lo lejos que habían llegado.
—¿Pretenden cambiar doscientas ochenta páginas en… dos horas? —preguntó, mirando la hora en su teléfono—. Ya llegamos hasta aquí, estamos a dos horas del punto final.
—Pero es demasiado arriesgado. —Marlene estaba inquieta.
—¿Y qué? —preguntó ella, agresiva. No iba a dejar que todo el trabajo de todo un equipo y el de Chris se derrumbara por algo tan tonto como el miedo—. Toda la vida es un maldito riesgo —dijo firme—, y ya llegamos hasta aquí, no podemos retroceder ahora… —Sus ojos brillaban por la incertidumbre—. ¿Chris? —lo llamó, temerosa de que él también se retractara.
Con el ceño arrugado, Chris miró la portada. MissTrex lucía fantástica en la portada navideña, con la nieve y los coches rojos en la ciudad.
—Lo siento —dijo. Lily lo miró con horror—. Pero vamos a arriesgarnos. Tenemos que arriesgarnos —dijo después, con firmeza—. Si no lo hacemos ahora, después vamos a arrepentirnos.
Marlene se mordió el labio y, al ver el coraje de sus compañeros, supo que era hora de dejar el miedo atrás.
—¿Y si fracasamos? —Marlene le temía al fracaso.
Lily sonrió.
—Nos reinventamos —dijo ella y agarró el libro para llevarlo a la m*****a imprenta.
Nadie iba a detenerlos.
Mientras Chris, Lily y Marlene se enfrentaban a sus miedos con Craze y ese nuevo lanzamiento, James y Romina compartían una madrugada juntos.
Jugaban una trivia romántica que juntos inventaron, mientras comían un picnic, cada uno en sus habitaciones, distantes, con las luces apagadas y alumbrándose apenas con velas.
De vez en cuando, se miraban por los binoculares y se reían cuando podían verse, pese a estar separados.
—Película favorita —dijo ella, poniendo el siguiente desafío.
James rio desde su departamento y pensó unos instantes. Podía haber nombrado muchas películas francesas espectaculares para quedar como un elocuente abogado, pero tuvo que ser sincero.
—No me critiques, pero… —susurró nervioso—. "Titanic".
Romina rio fuerte y le fascinó.
—La mía es "Sueño de amor" —rio también, nerviosa.
James no conocía esa película, así que se arriesgó, aun cuando sabía que se trataba de un romance cliché. Él estaba dispuesto a disfrutarlo, siempre y cuando fuera con ella.
—Tenemos que verla juntos.
Ella sonrió enamorada y suspiró fascinada.
—Me encantaría.
—Una nueva cita —dijo él, muy serio, y apuntó en su lista de citas pendientes—. Mascota favorita —pidió él.
Era su turno de seguir con los desafíos.
—Oh, sin duda los gatos —dijo Romina.
—También soy de gatos —respondió él a través del radio.
Romina se fue corriendo al baño para chillar tranquila. No quería que las enfermeras que la cuidaban a esas horas la oyeran chillar por la emoción de un enamoramiento.
—Me encantaría tener un par —murmuró ella—. Cuando era niña, solo pude tener uno… pero mi hermana dejó la puerta abierta y se escapó y nunca regresó… —le contó ella, abiertamente, mientras regresaba a su cama, flotando entre nubes de amor—. Después supe que tenía dos familias. Me rompió el corazón.
—Maldito —pensó James, y se rieron los dos—. ¿Y cómo los llamarías? —quiso saber, curioso.
Romina se rio escondida bajo las sábanas y, con emoción infantil, le dijo:
—Ari-gato y Moji-gata.
James empezó a reír al escuchar esos nombres tan… ocurrentes.
—Maldita sea —pensó James, riéndose—. Espero que nuestros hijos no sean castigados de esa forma.
Romina rio y no dudó en decirle que le encantaría llamar a sus hijos por nombres franceses. James se excitó de solo pensarlo. M****a, ya quería embarazarla.
Cuando menos se lo esperaban, el amanecer llegó.
—Está amaneciendo —susurró ella al ver las primeras luces anaranjadas.
Se levantaron juntos de sus camas y se acercaron a las ventanas.
—¿Lo estás viendo? —preguntó él y, por sus binoculares, la buscó a ella, la culpable de todos sus insomnios.
—Lo veo —musitó ella, encantada de ese amanecer perfecto—. Es hermoso…
—Tú eres más hermosa que cualquier amanecer, en cualquier parte del mundo —murmuró él, pensando en todos los amaneceres que había visto alrededor del mundo.
Romina rio dulcemente y supo que la estaba mirando por los binoculares, así que se quitó el batín, quedándose completamente desnuda para él, y se escabulló hasta el cuarto de baño para tomar una ducha antes de empezar su día.
James quedó alborotado en su cuarto, en el edificio de enfrente, y no pudo dejar de pensar en su noche especial.
James nunca creyó que una noche sin sexo pudiera significar tanto y, m****a, ya quería repetirla.
Cuando Romina salió de la ducha, se cambió de ropa y se reunió con sus compañeros para desayunar. La rutina fue la misma de todos los días. Después de pasear por el jardín, tomó sus medicamentos y regresó a su cuarto, donde se encontró una sorpresa especial.
Una canasta con rosas de colores diversos, una copia de su película favorita y un gato siamés que la miraba confundido.
En su cuello, una placa dorada brillaba perdida en su pelaje grueso. Romina se abalanzó sobre él, emocionada y ansiosa por sentir su cuerpo peludo y delicado, y con lágrimas en los ojos leyó su placa: "Ari-gato".
En el interior, una nota que decía:
"Ahora somos padres. Cuida de Ari-gato, y yo cuidaré de Moji-gata. Aunque no tengo ni la menor idea de cómo funciona esto de la paternidad gatuna. Te quiere, James".
CON AMOR, CARO YIMES
Y, entonces, sucedió. Fue en una blanca y luminosa mañana. Las calles de Manhattan y de toda la isla se vieron empapeladas por ese nuevo número y los cambios que, no solo provenían en sus letras, sino también, desde los corazones de quienes las escribieron.Ese especial navideño llegó a todos lados, incluso a los más inimaginables.Connor recibió una copia. Su abogado se la compró en la esquina y vio a su cliente llorar por la emoción que sintió de leer las letras de su hijo.Vicky también pudo leerla a primera hora. Trabajaba en la peluquería de la prisión y las policías llevaron una copia. A ella le ganó la curiosidad y hojeó la revista con desesperación, dándose cuenta de que todo era nuevo.La madre de Marlene también compró una copia y le leyó la nota de su hija a su esposo, quien, como buen hombre, cumplió su promesa y resistió.Esa mañana, Marlene llegó al hospital, con una caja de cafés y una caja de donas. Saludó a su madre cariñosamente y se quedaron abrazadas un largo rato,
Chris cogió un par de champagne y con su equipo más cercano viajaron hasta el hospital para hacer ese primer brindis con su padre, uno de los fundadores más importantes de Craze.Connor estuvo sorprendido de verlos allí y no pudo negar que cambiaron todo su ánimo. Estaba triste, encerrado en ese cuarto pálido de hospital, con la enfermera como su única acompañante.—¡Por Craze! —celebraron todos y brindaron con emoción—. ¡Por Chris!Después de brindar y quitarse el confeti de encima, Chris y su padre intercambiaron algunas palabras mientras todo el equipo conversaba y bebía champagne, aprovechando que ya era la hora del almuerzo.Connor tuvo que serle sincero:—Me enorgullecen mucho tus cifras y éxitos, pero más tus letras. Han sido conmovedoras. Te lo dice un viejo tieso que ya ni siente. —Chris sonrió orgulloso y se rio por los dichos de su padre—. Ella habría estado orgullosa… —Se refirió a su madre. Chris lo miró con los ojos brillantes, con esa mirada de niño que aun prevalecía e
Tras graduarse de la universidad y gracias a su padre, Lily consiguió un pequeño puesto como administradora en un restaurante de comida rápida, donde los pollos fritos cautivaban a todos los habitantes de su ciudad y, no obstante, la comida era algo que le motivaba en demasía, no quería ser administradora en un restaurante.Ella soñaba con ser editora.Ojalá de una revista que pudiera cambiar el mundo. Que pudiera motivar a otros, así como la comida la motivaba a ella.Duró apenas dos semanas como administradora y vendedora de pollos y, al siguiente lunes, se escabulló por su casa sin que nadie conociera sus verdaderos planes y viajó hasta la cuna de las revistas más importantes.Caminó por esas pintorescas calles con la boca abierta. Llevaba muchos años sin visitar ese lugar y, sin dudas, se sintió fuera de lugar. Como un bicho raro.Vestía terrible y, sin embargo, se había esforzado por llevar ropa formal, su estilo de anciana no encajaba con esas jovencitas elegantes que se pavonea
Lily viajó en bus de regreso a casa.Sabía que mientras más alargara el viaje, menos tendría que discutir con su padre y así también evitaría enfrentarse a sus hermanas, quienes siempre le daban el favor a su padre en todo.En el bus leyó los documentos que había firmado. Su nuevo contrato y un extenso manual de trabajo en el que se especificaba todo tipo de reglas que, según el criterio de Lily, eran descabelladas.La regla número seis prohibía usar pintalabios de color rojo, esmaltes rojos y/o accesorios del mismo color.La regla número once exigía que todos los empleados de Craze debían estar suscritos a la revista.La regla número trece prohibía comer cualquier tipo de carbohidrato en las dependencias de Craze, una de las revistas de moda que componía el gran conglomerado mediático de Revues.—¿Craze? —se preguntó Lily mientras viajaba en el bus de regreso a los suburbios—. ¿Craze? —se repitió confundida y se apresuró para buscar su contrato.Lo revisó lenta y cuidadosamente, leye
Al otro día, Lily se levantó temprano, se aseó como ya le era costumbre y, si bien, nunca se había enfrentado con su closet, en ese momento, cuando sabía que debía pisar los terrenos más pantanosos en los que había caminado nunca, dudó de todo lo que había en su armario.Dudó de cada prenda y se odió por no tener un estilo definido.Decidió que usaría lo de siempre. Formal y para nada insinuante. Falda negra bajo la rodilla, una blusa negra y una chaquetilla que disimulaba sus caderas más gruesas.O eso creía ella, porque, en el fondo, la chaqueta le quitaba la forma natural a su cuerpo curvilíneo.Llegó temprano a las dependencias de Revues, mucho antes de que llegara la mayor parte del personal. No quería que nadie la viera, así que pidió reunirse con la encargada de recursos humanos para entregarle su carta de renuncia.—Señorita López, ¿qué la trae por aquí? —preguntó la mujer que el día anterior la había contratado.Se oía jovial y despejada.Lucía espectacular con tacones altos
Lily estuvo segura de que ese era el momento perfecto para sentir arrepentimiento y salir corriendo por la puerta y no regresar jamás, pero ahí estaba, firmando y con sangre un pacto que, de seguro, cambiaría toda su vida.Ya no era la simple empleada de un restaurante de pollos fritos, que atendía junto a su padre por las tardes y que, se desenvolvía en un ambiente familiar y agradable. No, ahora era la asistente de un editor en jefe, de una célebre y respetada revista de moda, reconocida mundialmente por su innovación dentro del mundo de la moda.Ya no trabajaría con su alegre familia, sino, con muchachas que vivían de ayuno y agua.—Y que me dice —expuso el Señor Rossi en cuanto Lily se quedó desconcertada, de pie en la mitad de la oficina.—¿Yo? —investigó ella, liada—. ¿Qué quiere que le diga? —Estaba muy asustada.Rossi se carcajeó y se tomó con normalidad su actitud. Era común ver a las jovencitas actuar así antes de entrar al gran templo de la moda.—¿Lista para entrar en el t
Por supuesto que se alarmaron en cuanto vieron el aspecto de Lily. Descuidado, al parecer de muchos. Toda ella era un caso aparte de Craze y llegaron a pensar que se había equivocado de oficina.Con las luces blancas sobre ella, cada detalle se veía exagerado. Las puntas de su cabello parecían más abiertas, las cutículas de sus uñas más resecas y, ni hablar de los puntos negros que tenía en la nariz.La oficina del editor en jefe se encontraba al final del gran recorrido, con la mejor vista de todas y con cristales en lugar de muros.Detrás de un escritorio exagerado de dos metros y con el culo acomodado en una silla de dos millones de dólares, Christopher Rossi fingía que tenía todo bajo control.Su padre sabía que no era cierto y, por mucho que su heredero fingiera poder, estaba al borde de llevar su primera publicación al fracaso.El hombre dio dos golpecitos en su puerta de cristal para anunciar su llegada y entró en su elegante oficina con los brazos abiertos para estrecharlo en
Desde afuera de la oficina, Lily miró a Christopher con inquietud y notó lo angustiado que el joven hombre estaba.Como sabía que debía ajustar su estrategia para trabajar para y con él, dio pasos tímidos hacia su oficina, decidida a presentarse y comenzar con el pie derecho.—Buenos días, Señor Rossi, mi nombre es…—Cierra la puerta —ordenó Christopher sin dejarla terminar su presentación y, si bien, a Lily le resultó muy atrevido e irrespetuoso, asintió obediente y dio la media vuelta para hacer lo que él le pedía.Cuando Lily volteó para mirarlo, se lo encontró frente a frente y no pudo ocultar el espanto que le causó. Puso un grito en el cielo y luego se carcajeó, nerviosa por su cercanía.Estaba segura de que esa era la primera vez que un hombre tan elegante y guapo se le acercaba tanto.—Señor, yo…—¿Qué fue lo que mi padre te ofreció a cambio de ser mi asistente? —disparó Rossi y la miró desafiante.Lily se puso pálida y pasó saliva ruidosamente.—Nada, Señor —respondió ella y