Por supuesto que se alarmaron en cuanto vieron el aspecto de Lily. Descuidado, al parecer de muchos. Toda ella era un caso aparte de Craze y llegaron a pensar que se había equivocado de oficina.
Con las luces blancas sobre ella, cada detalle se veía exagerado. Las puntas de su cabello parecían más abiertas, las cutículas de sus uñas más resecas y, ni hablar de los puntos negros que tenía en la nariz.
La oficina del editor en jefe se encontraba al final del gran recorrido, con la mejor vista de todas y con cristales en lugar de muros.
Detrás de un escritorio exagerado de dos metros y con el culo acomodado en una silla de dos millones de dólares, Christopher Rossi fingía que tenía todo bajo control.
Su padre sabía que no era cierto y, por mucho que su heredero fingiera poder, estaba al borde de llevar su primera publicación al fracaso.
El hombre dio dos golpecitos en su puerta de cristal para anunciar su llegada y entró en su elegante oficina con los brazos abiertos para estrecharlo en un cálido, pero falso abrazo.
Detrás de él, Lily se quedó quieta, esperando a su primera presentación con ese hombre que sería su jefe.
—¡Padre! —gritó Christopher en cuanto lo vio.
—¡Mi editor en jefe! —respondió Connor, con claro orgullo.
Padre e hijo se estrecharon fuerte, dándose palmadas en la espalda. Lily se puso feliz de tanta alegría y sonrió emocionada.
—¡Que sorpresa que nos visites! —exclamó Christopher y salió rápido de la oficina, para pedirle a la recepcionista dos cafés, ignorando por completo a Lily—. ¡July! —gritó y la joven que se dedicaba a atender llamadas durante todo el día, le miró con fastidio.
Estaba harta de servirle cafés, por muy guapo que fuera, a ella no le pagaban por batir crema o comprar panecillos en la esquina. Ella estaba allí para atender llamadas y enterarse de todos los chismes de Craze.
Con algunos gestos, Christopher la mandó a preparar un café para él y su padre y, tras eso, regresó a la oficina como si nada.
—July nos traerá café —le dijo Christopher y caminó con soltura por el lugar.
Volvió a ignorar a Lily. La verdad era que, ni siquiera la vio. Las chicas como ella, eran invisibles para hombres como él.
—¿Y tú asistente? —preguntó Connor, actuando como si no supiera la verdad.
Christopher suspiró y buscó un lugar detrás de su escritorio.
—La despedí hace algunos días —mintió sin mirar a su padre.
—¿La despediste? —preguntó Connor y se plantó ante él.
Su hijo resopló cansado. Detestaba hablar con su padre de su vida privada, sexual o íntima. Detestaba que se metiera en sus asuntos privados y, odiaba en demasía, que estuviera allí, supervisando cada una de sus pisadas, cuando ya no estaba al frente de Craze.
Creía que, al ser un adulto, podía hacer lo que quisiese y donde quisiese, pero para Connor, su padre, las cosas no funcionaban así y, si estaba trabajando dentro de su conglomerado, tenía que seguir sus reglas.
Lily estudió todo con el ceño apretado. Solo allí notó los roces que existían entre padre e hijo, así que se mantuvo más inmóvil que nunca, puesto que empezaba a intuir que, esa reunión no iba a terminar bien.
—Mi vida privada no es de tu incumbencia —reclamó Christopher, cuando se vio atrapado en su mentira.
Su padre soltó una carcajada tan sarcástica que, desde su lugar, Lily le miró con horror.
Tras eso, el hombre volteó y fijó sus ojos en Lily.
—Lily, espera afuera, por favor —le ordenó.
—Sí, señor —respondió ella como un robot y se dispuso a dejar la oficina atrás.
Solo allí Christopher fue consciente de su presencia, cuando la vio moverse en su oficina y mecer esa fea melena castaña en frente de él.
—¿Quién es esa? —peguntó el editor en jefe, con muecas que dejaron en evidencia lo fea que Lily le resultaba.
Lily esperó afuera, sintiéndose tan ajena a todo Craze que, buscó un rinconcito en el que protegerse de todas las miradas que la estudiaban con recelo.
—¡Esa, esa tu nueva asistente! —gritó Connor, con rabia.
Christopher se carcajeó.
—Buena broma —se rio—. Pero aún falta mucho para el día de los inocentes —bromeó y se puso a trabajar, como si nada le importara.
Connor también se rio y rodeó su escritorio con paso amenazante.
Su hijo detestaba ese andar, le hacía recordar su niñez, siempre repleto de amenazas y límites.
—Se llama Lily López, se graduó hace poco y es perfecta para el puesto de asistente —defendió Connor.
—¿Perfecta? —preguntó Christopher con rabia y se puso de pie para enfrentarlo—. Para trabajar escondida en una oficina de contabilidad, tal vez, pero no para Craze.
Su padre le miró desafiante, con esos profundos ojos azules que siempre le habían intimidado. Para su infortunio los había heredado, junto a toda esa perfección masculina que los Rossi bien sabían aprovechar.
—Escúchame bien, Christopher, si te atreves a despedirla, olvídate de que eres mi hijo, olvídate de este puesto, esta oficina y de todo, ¡olvídate de todo! —amenazó.
Los dos se miraron con rabia.
—¿Vas a dejar a Wintour al frente de Craze? —preguntó, sabiendo que, Wintour tenía sus garras puestas en la revista.
Su padre sonrió y negó.
—No, claro que no, pero tu hermana puede hacerlo sin problemas —le dijo con firmeza.
Sabía bien que existía una clara enemistad entre Christopher y su hermana menor. Siempre habían peleado por el amor de su padre, algo no justo para dos niños que merecían ser amados por igual.
—¿Me estás amenazando? —inquirió Christopher con rabia.
Tenso.
—No, claro que no —respondió su padre y tomó el “libro” del mes para ojearlo—, solo es una advertencia, hijo.
Christopher asintió, aunque no muy convencido de lo que su padre le decía. Como no estaba dispuesto a trabajar con la fea de Lily, quiso usar todo a su favor para deshacerse de ella.
—Se suponía que yo contrataría al nuevo personal, eso incluía a mi asistente —reclamó con recelo.
Desde su lugar, al otro lado del escritorio, su padre le miró con burla.
Claro era que, para él, era un mal chiste. Un bueno para nada, un irresponsable que jamás se tomaría en serio la revista. O eso pensaba Christopher cada vez que miraba a su padre a los ojos.
—Estoy harto de tus juegos, hijo. Una asistente a la semana, ¿sabes cuánto nos cuesta?
—Una m****a —escupió Christopher con desdén—. Esta es mi vida privada, y te lo he advertido siempre…
—¿Tú vida privada? —se burló su padre—. ¡Te acuestas con todo el maldito personal de mi empresa y dices que es tu vida privada! —le reprochó con rabia— ¡Esta mi m*****a empresa y si estás sentado aquí, es por mí! —vociferó furioso. Christopher se sintió devastado en ese momento, cuando, una vez más, minimizaron sus estudios y trabajo—. Y no voy a permitir que ensucies a Craze con tu m****a.
Christopher apretó los dientes y los puños, con sus ojos fijos al frente y controlándose para no explotar.
—¿Y qué pretendes? —le preguntó—. Imponerme a esa… cosa —reclamó con los dientes apretados.
Su padre se plantó en su escritorio y con cólera le dijo:
—Sí.
Christopher jadeó con coraje, pero se controló. Sabía que, si perdía la compostura ante su padre, habría ganado y no quería que ganara.
No otra vez.
Como no quería que su padre lo viera de esa forma, Christopher trató de corregir su comportamiento desmedido de las últimas semanas y es que, cada vez estaba más fuera de control.
Iba de fiesta en fiesta, buscando apagar el dolor y la rabia que sentía. Buscando llenar el vacío que le había quedado después de la muerte de su madre, la única que siempre se había preocupado de él y que le había ofrecido su amor incondicional, sin cuestionarlo, sin lastimarlo.
Ahora que no estaba, la familia Rossi estaba más desunida que nunca.
—He sido discreto —murmuró cabizbajo.
Su padre se carcajeó más fuerte.
—Entonces tienes un mal concepto de discreción —le respondió su padre. Christopher se quedó avergonzado, con la mirada escondida. Sabía que no había sido discreto—. Los reporteros siguen respetándome y acuden a mí para que compre su silencio, pero llegará un día en que ya no podré ayudarte, hijo.
—Y no deberías hacerlo —musitó Christopher.
—¿Y dejar que ensucies Craze, Revues y el apellido Rossi con tus aventuras y escándalos? —investigó ofendido—. No, no voy a permitirlo. Trabajé toda mi vida para fundar Revues. Son cincuenta años de prestigio, no voy a dejar que los tires a la basura por tu inmadurez. —Los dos se miraron con ensañamiento—. Trabajarás con Lily, te guste o no, o despídete de Craze y Revues.
—Eso es una amenaza —le reclamó Christopher.
Su padre, cansado de su actitud, caminó hasta la puerta y antes de salir le contestó:
—Que sea una amenaza entonces. —Y, tras decir eso, se marchó, dejando la puerta abierta y a Lily frente a él.
Christopher se quedó callado, sentado en su escritorio, totalmente devastado por las exigencias y amenazas de su padre.
En el fondo, sabía que su padre tenía razón y que solo intentaba ponerle un límite a su descontrolado estilo de vida, pero, por algún motivo que ni él entendía, no podía detenerse.
No podía ser un chico bueno, que iba a la cama a las diez y pasaba una noche sin beber o drogarse. Lo necesitaba, le quemaba en las noches solitarias, cuando llegaba a su enorme departamento en la ciudad, frente al mar y se sentía más solo que nunca.
Lo peor era que, cada vez se sentía menos satisfecho con las mujeres que frecuentaba. Cazaba día y noche, buscando alguna que, le llenara el absurdo vacío que sentía al despertar.
Y era ilógico, más para él, que lo tenía todo a sus pies.
Desde afuera de la oficina, Lily miró a Christopher con inquietud y notó lo angustiado que el joven hombre estaba.Como sabía que debía ajustar su estrategia para trabajar para y con él, dio pasos tímidos hacia su oficina, decidida a presentarse y comenzar con el pie derecho.—Buenos días, Señor Rossi, mi nombre es…—Cierra la puerta —ordenó Christopher sin dejarla terminar su presentación y, si bien, a Lily le resultó muy atrevido e irrespetuoso, asintió obediente y dio la media vuelta para hacer lo que él le pedía.Cuando Lily volteó para mirarlo, se lo encontró frente a frente y no pudo ocultar el espanto que le causó. Puso un grito en el cielo y luego se carcajeó, nerviosa por su cercanía.Estaba segura de que esa era la primera vez que un hombre tan elegante y guapo se le acercaba tanto.—Señor, yo…—¿Qué fue lo que mi padre te ofreció a cambio de ser mi asistente? —disparó Rossi y la miró desafiante.Lily se puso pálida y pasó saliva ruidosamente.—Nada, Señor —respondió ella y
Tomó el elevador y presionó la tecla del piso uno con angustia. Un par de pisos más abajo, el elevador se detuvo y una simpática colorina se montó a su lado. Con ella llevaba un perchero de organización repleto de prendas metalizadas y muy extravagantes.—Balenciaga va a lanzar su nueva línea con nosotros —cuchicheó la colorina y cogió una prenda, casi diminuta y se la puso sobre el pecho—. Espero perder algunos kilos para poder quedarme con esta. ¿Qué te parece? —preguntó.Lily apenas abrió la boca para responder. Le resultaba horripilante, pero quien era ella para opinar de moda, si seguía usando los mismos zapatos de hacía años.—Linda —respondió Lily con un susurro.—¿Eres nueva? —preguntó la colorina de sonrisa alegre y se probó un sombrero igual de extravagante que la blusa anterior.—Sí, es mi primer día —susurró Lily con desconfianza.De reojo miró a la pelirroja y, cuando notó que era más como ella que el resto de las flacuchas del lugar, supo que había encontrado un tesoro.
El deseo ciego de empezar una guerra con su nuevo jefe le duró apenas cinco minutos, más al recordar sus valores, principios y el corazón noble que tenía dentro del pecho.Además, no podía negar que verlo en todo momento a través de esos cristales era la cosa más intimidante a la que se había enfrentado antes y ella no sabía si quería oponerse a ese demonio de ojos azules.Intentó mantener la cabeza fría en todo momento y se enfocó en responder los más de quinientos correos que tenía pendientes. La mayoría de ellos era información que rebotaba desde otros departamentos y también otras revistas pertenecientes al gran conglomerado que era Revues.El teléfono timbraba en todo momento y antes de qué la hora del almuerzo llegara tenía la mano acalambrada por todas las notas que había escrito para su jefe.De las cuarenta notas, treinta pertenecían a modelos que esperaban el llamado de Christopher para una segunda cita y las otras diez pertenecían a mujeres despechadas a las que Christopher
Lily se fue a casa repasando otra vez el manual de Craze, luchando contra su voluntad para memorizarse al pie de la letra cada regla descabellada que allí se detallaba, incluso la de los carbohidratos.No iba a permitirle a Christopher Rossi que le ganara en su propio juego y si quería salir victoriosa de eso, debía estar preparada para todo.Desconociéndose a sí misma, llegó a su casa más empoderada que nunca y ayudó a su padre con las quehaceres del hogar, que se acumulaban en exuberancia.Cuando creyó que era conveniente, le contó la verdad.—Ya lo sabía, hija —reveló su padre y, desde el otro lado de la mesa le regaló una sonrisa.Lily dejó el maíz que picaba a un lado y se puso seria.—¿Fue Romy? —quiso saber Lily, aunque no podía enojarse con su hermana.Su padre negó y dejó también la carne que trozaba para hablar con ella con franqueza.—Ellos llamaron esta mañana, apenas te fuiste —le contó su padre—. Querían confirmar tu dirección para enviarte algunos paquetes, cosas que no
A la medianoche, Lily le mandó un audio a su madre, informándole sobre su nuevo trabajo y lo mucho que eso significaba para ella. La verdad, hacía mucho que había dejado de importarle si su madre le respondía o no. A ella solo le importaba la estabilidad de su padre.Y si su padre le pedía que hablara con su madre, ella lo hacía.Aunque creyó que con eso se quitaría un peso de encima y lograría dormir un poco antes de que el despertador sonara en pocas horas, sucedió todo lo contrario y se dio tantas vueltas en la cama que, sacó las sábanas y se tuvo que levantar para arreglarla de nuevo.Se escabulló hasta el baño y se aplicó un exfoliante nocturno que su hermana menor le había obsequiado. Tal vez, así se quitaba algunas impurezas para entrar con la frente en alto y sin puntos negros a Craze.Con la cama estirada y con la piel exfoliada, se metió a la cama, anhelando dormirse de golpe, pero no lo consiguió.Tenía un presentimiento tan malo que, a las dos de la mañana, empezó a camina
A Lily le vino la verdadera preocupación y no dudó en auxiliarlo, aun cuando le dolía la espalda por la caída. Sabía que tener a Christopher enojado y borracho en su casa era su culpa, y tenía que asumir las consecuencias de sus malos actos. —Señor… señor lo lamento tanto, yo…Rossi escuchó su voz cantarina y gruñó con tanta rabia que, la jovencita se levantó alarmada y se alejó de él, puesto que no sabía cómo iba a reaccionar.El hombre estaba furioso, lleno de sangre, mojado entero y tan destartalado que, Lily se acordó de los vagabundos que rondaban sus calles.Con lástima lo miró desde su lugar e intentó acercarse otra vez, a sabiendas de que él estaba así por su culpa.—Lily, ¿quién es este hombre? ¿Tú lo conoces? —preguntó su padre con insistencia.Lily asintió y con vergüenza reconoció la verdad:—Es mi jefe.Su padre abrió grandes ojos y la miró con horror. Romy no se quedó atrás y contempló al pobre de Rossi tumbado en el piso con preocupación.—¿Está borracho? —preguntó Rom
Desde que su esposa lo había dejado por un “colágeno”, el señor López se había convertido en un entusiasta de la vida y se levantaba cada mañana con música latina, abría todas las cortinas de la casa y cantaba a todo pulmón mientras limpiaba sus muchos retratos familiares.A Cristopher le tocó despertar con eso y, aunque no recordaba nada de lo que había sucedido en la noche anterior, el dolor de cabeza que lo golpeó en cuanto abrió los ojos, le aclaró un poquito la mente.—Buenos días, Señor Rossi —lo saludó el padre de Lily y desde el mesón lo miró sonriente.Sostenía una taza de café y con cuidado se acercó a él para ofrecerle una taza también.Rossi miró el café con los ojos apenas abiertos y luchó para alzar la vista, pero la cocina estaba tan luminosa que sintió que se moría.—Bébase este cafecito, cura corazones rotos —le cuchicheó divertido y le puso la taza en frente para alentarlo. Tras eso, empezó a cantar a todo pulmón otra vez—: “Si te vienen a contar cositas malas de mí,
De pie en la calle, cubriéndose las bolas con una mano, Christopher recordó que no podía despedir a Lily.Las advertencias de su padre habían sido claras y, si se osaba a despedirla, él se iría con ella y no estaba listo para irse, mucho menos para fracasar.La puerta se abrió y Christopher volteó asustado, con grandes ojos.Suspiró cuando se encontró con el padre de Lily.Él le dedicó un asentimiento de lamento y puso una manta gruesa sobre sus hombros. Christopher se aferró de ella con desespero. Estaba a punto de morir congelado.—Quiere que le llame un taxi o…—Quiero hablar con ella —exigió Christopher con valentía, aun cuando sabía que Lily era de armas tomar.Pero no le tenía miedo. O al menos eso pensaba.El señor Lopez negó y se rio.—Mire, señor Rossi… —Quiso serle sincero sin ofenderlo—. No creo que mi Lily quiera…—Solo necesito decirle algo. —Christopher se le adelantó él con urgencia.El señor Lopez lo miró por unos segundos y, aunque no solía intervenir en las decisione