Tomó el elevador y presionó la tecla del piso uno con angustia. Un par de pisos más abajo, el elevador se detuvo y una simpática colorina se montó a su lado. Con ella llevaba un perchero de organización repleto de prendas metalizadas y muy extravagantes.
—Balenciaga va a lanzar su nueva línea con nosotros —cuchicheó la colorina y cogió una prenda, casi diminuta y se la puso sobre el pecho—. Espero perder algunos kilos para poder quedarme con esta. ¿Qué te parece? —preguntó.
Lily apenas abrió la boca para responder. Le resultaba horripilante, pero quien era ella para opinar de moda, si seguía usando los mismos zapatos de hacía años.
—Linda —respondió Lily con un susurro.
—¿Eres nueva? —preguntó la colorina de sonrisa alegre y se probó un sombrero igual de extravagante que la blusa anterior.
—Sí, es mi primer día —susurró Lily con desconfianza.
De reojo miró a la pelirroja y, cuando notó que era más como ella que el resto de las flacuchas del lugar, supo que había encontrado un tesoro.
—¿Trabajas en Craze? —investigó la pelirroja.
—Sí, ¿tú también? —quiso saber Lily.
La pelirroja la miró con tristeza y asintió.
—Soy la costurera —le dijo la pelirroja con muecas tristes y le mostró los dedos llenos de agujeros—. Trabajo directamente con la ropa y los diseñadores.
Lily no entendió muy bien lo que le quería decir, así que solo asintió ante su sinceridad.
—Soy Lily López, soy la nueva asistente de Christopher Rossi —se presentó y estiró su mano para un estrechón.
La costurera de Craze la miró con las cejas en alto, sorprendida por esa presentación tan fresca.
—¿En serio trabajas para Christopher? —le preguntó y, cuando notó que había sido impertinente, se corrigió—. Soy Aldie, la costurera, me verás trabajando en los desfiles o sesiones —se presentó también y apretó la mano de Lily con calidez—. Puedes buscarme si necesitas ayuda. —La miró de pies a cabeza con sutileza—. No me malinterpretes, no lo digo por ti, tienes tu estilo propio, sino, lo digo por ellos. No sabes cómo pueden ser de venenosos.
Lily se rio.
Faltaba poco para que llegaran al piso uno.
—Créeme, Wintour ya me clavó su aguijón —se rio Lily. Aldie la miró con espanto—. Pero tengo piel gruesa, así que tendrá que pincharme unas cuantas veces para que su veneno me haga efecto. —Se rio con soltura.
Aldie se quedó pasmada por su respuesta. No sabía si reír o llorar.
—¿Entonces ya conociste a Wintour? —preguntó y Lily asintió—. No digas que yo te lo dije —cuchicheó a pocos centímetros de su rostro—, pero, ella es la peor de todos. Es la abeja reina. Lo que ella dice, se hace. —Se sacudió cuando un escalofrió la invadió.
Lily la miró con pavor y asintió.
—Tu secreto está a salvo conmigo y gracias por los consejos —Se despidió y se echó a correr apresurada por todo el piso uno.
Aldie se rio y la vio desaparecer por las pobladas calles de la ciudad mientras transportó la nueva carga de Balenciaga hasta su taller.
Lily corrió por el centro de la ciudad, buscando un lugar donde comprar los alimentos que a Christopher se le antojaba comer a esa hora del día.
No tuvo que recorrer mucho. En unos carritos pidió el pan a la semejanza de Rossi y en una pequeña cafetería el café; regresó en menos de quince minutos a su escritorio, pero encontró a su jefe reunido con otro hombre.
Los dos estaban de pie en la oficina, mirando el escritorio y trabajando, de seguro analizando algo para la revista, algo que ella aún no entendía.
Dio un par de golpecitos en la puerta antes de atreverse a entrar a la oficina de su jefe y con seguridad caminó hacia él, triunfante porque había logrado su primera tarea con eficiencia.
Christopher cogió el café sin decir nada y se lo llevó a la boca, esperando encontrar algo erróneo en su pedido y escupírselo en la cara, pero, para su desgracia, de alguna forma misteriosa, su nueva asistente conocía sus más íntimos secretos.
Tras beber el café, el que le resultó perfecto, agarró el sándwich que había solicitado y bajo los curiosos ojos de Lily, lo escarbó por entero. Todo estaba perfecto y tuvo que aceptar que, la muy condenada, había dado en el clavo, pero, como no quería verla triunfante y quería hacerle la vida imposible, lo arrojó al cesto de la basura con rabia y una evidente mueca de repulsión.
Lily abrió grandes ojos al ver su reacción y miró el sándwich con los ojos llenos de lágrimas, enterrado en el fondo de la basura e injustamente. Se contuvo y se armó de valor para seguir de pie allí, mirándolo a la cara con furor.
—López, él es Roux, nuestro fotógrafo —presentó Rossi sin darle tiempo a recuperarse. Sabía que la había lastimado—. Lo verás por aquí seguido. —Miró al fotógrafo—. Roux, ella es López, mi nueva asistente —se rio cruel.
Lily lo miró con fastidio. ¿Acaso buscaba humillarla, hacerla sentir inferior? Se preguntó Lily y se obligó a despegar sus ojos de Rossi para saludar a Roux.
—Mucho gusto, Mademoiselle. —El hombre le sonrió fingidamente.
—Mucho gusto, señor Roux —respondió Lily con un nudo en la garganta. Tras eso, clavó sus ojos en Rossi y le preguntó—: ¿Necesita algo más, señor?
—No, retírate —le ordenó él sin mirarla ni agradecerle.
Lily dejó la oficina y antes de cerrar la puerta, escuchó las risas burlescas de Roux y Rossi.
Por supuesto que volteó para enfrentarlos y ver que les causaba tanta gracia. Ellos se callaron y se miraron cómplices, como dos infantes que hicieron hervir la sangre de Lily.
La asistente se resignó y regresó a su escritorio, sintiendo las pesadas miradas de Roux y Rossi sobre ella y a través de ese cristal que empezaba a detestar.
—Eres cruel, hermano —le dijo Roux y organizó sus fotografías para marcharse.
—Soy realista —respondió Rossi—. No puedo tenerla aquí, es anti-moda, anti-belleza, anti-todo lo que nuestra revista promulga.
—Pues si —se rio Roux y miró a su amigo con curiosidad—. ¿Y cómo pretendes deshacerte de ella?
Christopher Rossi sonrió.
—Le haré la vida imposible —susurró mirándola a través del cristal—. La doblegaré hasta que implore por su renuncia.
Lily levantó la vista y clavó sus ojos en Christopher. Podía sentir que estaba hablando de ella, mientras la miraba así, despectiva y cruelmente.
No pudo negar que sintió miedo por la forma en que la miraba, pero no iba a permitirle a un ricachón malcriado que le ganara.
Si quería guerra, guerra tendría.
El deseo ciego de empezar una guerra con su nuevo jefe le duró apenas cinco minutos, más al recordar sus valores, principios y el corazón noble que tenía dentro del pecho.Además, no podía negar que verlo en todo momento a través de esos cristales era la cosa más intimidante a la que se había enfrentado antes y ella no sabía si quería oponerse a ese demonio de ojos azules.Intentó mantener la cabeza fría en todo momento y se enfocó en responder los más de quinientos correos que tenía pendientes. La mayoría de ellos era información que rebotaba desde otros departamentos y también otras revistas pertenecientes al gran conglomerado que era Revues.El teléfono timbraba en todo momento y antes de qué la hora del almuerzo llegara tenía la mano acalambrada por todas las notas que había escrito para su jefe.De las cuarenta notas, treinta pertenecían a modelos que esperaban el llamado de Christopher para una segunda cita y las otras diez pertenecían a mujeres despechadas a las que Christopher
Lily se fue a casa repasando otra vez el manual de Craze, luchando contra su voluntad para memorizarse al pie de la letra cada regla descabellada que allí se detallaba, incluso la de los carbohidratos.No iba a permitirle a Christopher Rossi que le ganara en su propio juego y si quería salir victoriosa de eso, debía estar preparada para todo.Desconociéndose a sí misma, llegó a su casa más empoderada que nunca y ayudó a su padre con las quehaceres del hogar, que se acumulaban en exuberancia.Cuando creyó que era conveniente, le contó la verdad.—Ya lo sabía, hija —reveló su padre y, desde el otro lado de la mesa le regaló una sonrisa.Lily dejó el maíz que picaba a un lado y se puso seria.—¿Fue Romy? —quiso saber Lily, aunque no podía enojarse con su hermana.Su padre negó y dejó también la carne que trozaba para hablar con ella con franqueza.—Ellos llamaron esta mañana, apenas te fuiste —le contó su padre—. Querían confirmar tu dirección para enviarte algunos paquetes, cosas que no
A la medianoche, Lily le mandó un audio a su madre, informándole sobre su nuevo trabajo y lo mucho que eso significaba para ella. La verdad, hacía mucho que había dejado de importarle si su madre le respondía o no. A ella solo le importaba la estabilidad de su padre.Y si su padre le pedía que hablara con su madre, ella lo hacía.Aunque creyó que con eso se quitaría un peso de encima y lograría dormir un poco antes de que el despertador sonara en pocas horas, sucedió todo lo contrario y se dio tantas vueltas en la cama que, sacó las sábanas y se tuvo que levantar para arreglarla de nuevo.Se escabulló hasta el baño y se aplicó un exfoliante nocturno que su hermana menor le había obsequiado. Tal vez, así se quitaba algunas impurezas para entrar con la frente en alto y sin puntos negros a Craze.Con la cama estirada y con la piel exfoliada, se metió a la cama, anhelando dormirse de golpe, pero no lo consiguió.Tenía un presentimiento tan malo que, a las dos de la mañana, empezó a camina
A Lily le vino la verdadera preocupación y no dudó en auxiliarlo, aun cuando le dolía la espalda por la caída. Sabía que tener a Christopher enojado y borracho en su casa era su culpa, y tenía que asumir las consecuencias de sus malos actos. —Señor… señor lo lamento tanto, yo…Rossi escuchó su voz cantarina y gruñó con tanta rabia que, la jovencita se levantó alarmada y se alejó de él, puesto que no sabía cómo iba a reaccionar.El hombre estaba furioso, lleno de sangre, mojado entero y tan destartalado que, Lily se acordó de los vagabundos que rondaban sus calles.Con lástima lo miró desde su lugar e intentó acercarse otra vez, a sabiendas de que él estaba así por su culpa.—Lily, ¿quién es este hombre? ¿Tú lo conoces? —preguntó su padre con insistencia.Lily asintió y con vergüenza reconoció la verdad:—Es mi jefe.Su padre abrió grandes ojos y la miró con horror. Romy no se quedó atrás y contempló al pobre de Rossi tumbado en el piso con preocupación.—¿Está borracho? —preguntó Rom
Desde que su esposa lo había dejado por un “colágeno”, el señor López se había convertido en un entusiasta de la vida y se levantaba cada mañana con música latina, abría todas las cortinas de la casa y cantaba a todo pulmón mientras limpiaba sus muchos retratos familiares.A Cristopher le tocó despertar con eso y, aunque no recordaba nada de lo que había sucedido en la noche anterior, el dolor de cabeza que lo golpeó en cuanto abrió los ojos, le aclaró un poquito la mente.—Buenos días, Señor Rossi —lo saludó el padre de Lily y desde el mesón lo miró sonriente.Sostenía una taza de café y con cuidado se acercó a él para ofrecerle una taza también.Rossi miró el café con los ojos apenas abiertos y luchó para alzar la vista, pero la cocina estaba tan luminosa que sintió que se moría.—Bébase este cafecito, cura corazones rotos —le cuchicheó divertido y le puso la taza en frente para alentarlo. Tras eso, empezó a cantar a todo pulmón otra vez—: “Si te vienen a contar cositas malas de mí,
De pie en la calle, cubriéndose las bolas con una mano, Christopher recordó que no podía despedir a Lily.Las advertencias de su padre habían sido claras y, si se osaba a despedirla, él se iría con ella y no estaba listo para irse, mucho menos para fracasar.La puerta se abrió y Christopher volteó asustado, con grandes ojos.Suspiró cuando se encontró con el padre de Lily.Él le dedicó un asentimiento de lamento y puso una manta gruesa sobre sus hombros. Christopher se aferró de ella con desespero. Estaba a punto de morir congelado.—Quiere que le llame un taxi o…—Quiero hablar con ella —exigió Christopher con valentía, aun cuando sabía que Lily era de armas tomar.Pero no le tenía miedo. O al menos eso pensaba.El señor Lopez negó y se rio.—Mire, señor Rossi… —Quiso serle sincero sin ofenderlo—. No creo que mi Lily quiera…—Solo necesito decirle algo. —Christopher se le adelantó él con urgencia.El señor Lopez lo miró por unos segundos y, aunque no solía intervenir en las decisione
—¿Cuánto dinero te ofreció? —la interrogó Rossi.Quería saber cuánto valía para su padre.—No me ofreció dinero —le refutó ella y Christopher se sintió peor—. Me ofreció cumplir un sueño.—¿Un sueño? —bufó descortés y con cara de fastidio—. ¿Acaso no sabes que los sueños también se cumplen con dinero? —preguntó déspota.Ella negó sonriente y chasqueó la lengua.Christopher maldijo cuando la vio sonreír así.Empezaba a gustarle cuando le mostraba ese gesto tan transparente y un hoyuelo que se le marcaba en la mejilla izquierda.Era perfecto.—No mi sueño —contestó ella, orgullosa de lo que quería en su vida y cómo lo quería—. Mi sueño no puede comprarse.Christopher suspiró fastidiado por su modo de ver las cosas.Era tan simplona que, le volvía loco. Y no de buena forma. —¿Qué condición le puso? —preguntó ella, metiéndole tres cucharadas de azúcar a su café.Rossi puso mueca nauseabunda y no vaciló en decirle:—Eso no es sano para ti, la diabetes…—Cállese, ¿quiere? —le refutó ella,
Se prepararon para regresar a las oficinas de Craze.Rossi pidió uno de sus elegantes trajes a domicilio y Lily dejó que su hermana le arreglara un poco el cabello, para no verse tan desastrosa.Viajaron durante cuarenta minutos en total silencio y solo cuando cruzaron el rio Hudson, Christopher tuvo el valor de mirarla y hablarle.—Mi padre estará esperándonos.Lily frunció el ceño.—¿Cómo está tan seguro? —preguntó ella, un tanto liada por la seguridad que su jefe le mostraba.Pero debajo de esa seguridad, también encontró miedo.Christopher se rio tenso y se pasó los dedos por el rostro, revisándose de forma minuciosa la barba y el aliento.Lily supo entonces que lo único que buscaba era impresionar a su padre y sintió lástima.Mucha lástima.—Siempre aparece para rescatarme en mis peores momentos —se lamentó Christopher sin mirarla.Sus ojos iban fijos en el recorrido.A Lily le fastidió saber que, Connor tenía el control absoluto. No solo de Revues y toda la industria editorial,