Después del atardecer, Connor dejó que el juez determinara la fianza para que su propio hijo pudiera salir en libertad.
Sí, sus métodos fueron cuestionados por sus abogados y consejeros, quienes le informaron que no era muy humano lo que estaba haciendo, pero actuó como siempre, como un pésimo padre, aun cuando las palabras amenazantes de Lilibeth seguían causándole malestar.
Aun continuaba en el hospital, preguntándose una y otra vez cómo Lily había sido capaz de ver tan profundo en sus intenciones. Siempre había cuidado que su recelo con Christopher no fuera tan evidente, siempre se escudó en esa frase tonta que aborrecía: “lo hago para que aprenda a ser mejor”. Por supuesto que no hacía lo que hacía para beneficiarlo. Siempre buscó perjudicarlo, incluso cuando era niño.
Ese niño asustado que siempre preguntaba por su “mami”, el que pedía que compraran un árbol para Navidad o que hornearan un pavo para Acción de Gracias. Nunca lo escuchó. Nunca consideró sus exigencias ni que fuera parte de él.
El pecho le dolió cuando entendió la verdad y tuvo que ahogar un grito cuando sintió que se quedaba sin respiración.
Desesperado, llamó a la enfermera pidiendo ayuda.
La enfermera lo encontró con los ojos llorosos. Se agarraba el pecho con una mano y con la otra daba manotazos, desesperado por encontrar un poco de aire.
—Tiene que tranquilizarse —rogó la enfermera, viendo cómo su paciente perdía el control—. Necesito que respire, que se recueste y respire.
La mujer lo forzó a recostarse y le quitó la mano del pecho para palpar su corazón.
—Vamos —ordenó. Connor parecía desquiciado—. Dos respiraciones fuertes y una exhalación lenta.
Connor lo intentó, pero cada vez que inhalaba, se ahogaba en dolor. El dolor lo estaba consumiendo.
La enfermera revisó sus signos vitales con apresuramiento y comprobó que no se trataba de un infarto. No tardó en descubrir que, si bien estaba manifestando síntomas físicos, como sudoraciones y palpitaciones, lo suyo era más… emocional.
De la nada, Connor se echó a llorar con tanta rabia que la mujer supo que algo malo le estaba ocurriendo. No le quedó de otra que acompañarlo hasta que se tranquilizó.
Habló con el doctor a cargo y le inyectaron un tranquilizante y un analgésico para el dolor que Connor decía sentir y para que pudiera descansar. Estaba muy agitado.
Cuando el efecto del tranquilizante lo alcanzó, Connor quedó tumbado en su camilla, con las lágrimas secas en la mejilla y con el corazón doliéndole de formas tan profundas que supo que ningún analgésico lo calmaría.
Era un dolor nuevo, inexplicable. Un vacío que le quemaba.
—Llamaré a sus familiares —dijo la enfermera al salir.
Uno de sus abogados interfirió:
—¿Qué está sucediendo? —Se acercó intimidante.
No lo habían dejado ver a su cliente tras ese extraño “ataque” y tampoco se le había informado sobre lo acontecido.
—El señor Rossi necesita de su familia en este momento —dijo la mujer, un tanto entristecida al ver al anciano tan mal, y buscó en sus registros.
Solo encontró el nombre de sus dos hijos: Christopher y París.
Por los noticieros de farándula sabía que Christopher estaba en prisión, así que no le quedó de otra que llamar a París.
En Río de Janeiro, París disfrutaba de sus fiestas con sus amigos y de mala gana se alejó del ruido para atender esa llamada desconocida.
Cuando se le informó que su padre estaba en el hospital, cortó la llamada. Le importaba una m****a. Ella ya lo sabía. Los abogados de Connor la habían llamado horas atrás, pero estaba pasándola tan bien en Río que prefirió seguir con su vida.
Era más importante que el viejo que solo le heredaría dinero.
La enfermera miró el teléfono con mueca sorprendida y volvió a llamar. Lo intentó muchas veces, hasta que entendió que, a la hija de Connor Rossi, no le importaba su padre en lo más mínimo.
En la prisión, los abogados aceptaron la fianza establecida por el juez y a regañadientes la pagaron para que Christopher pudiera pasar esa noche en su casa, con su familia.
Al salir, los abogados lo recibieron con gusto y lo llevaron a tomar una cerveza para que se relajara.
Tenían que hablarle de los cargos que pensaban que su padre presentaría y de que era muy probable que Connor lo enviara a prisión, porque sus contactos eran poderosos y haría hasta lo inimaginable con tal de verlo tras las rejas.
Esas noticias tenían que pasarlas con un poco de alcohol.
En el pent-house de Christopher, el caos estaba vivo.
Lily estaba sudando, aun cuando el aire acondicionado trabajaba al máximo.
Corría de lado a lado, comprobando que todo estuviera en orden, tomando café como loca e incluso intentó fumar un par de veces para ver si eso la calmaba. Se ahogó, por supuesto, porque no era fumadora.
Se tuvo que tomar unos instantes para ir al baño a mojarse el rostro y la nuca. Necesitaba pensar y ordenar sus ideas. Eran tantas cosas complicadas a la vez que solo pudo sentir la más grande admiración por Christopher.
Era el mejor maldito editor del mundo. Había hecho varios números él solo antes de que se conociesen y, aunque no habían sido los mejores números del mundo, m****a, los había hecho él solo.
Mientras peleaba con sus miedos, el teléfono de Christopher timbró en su bolsillo. Durante el día atendió todas las llamadas, porque el mundo editorial estaba en caos desde que se enteraron de que estaba tras las rejas.
Y ella tuvo que actuar como su respaldo para defenderlo.
—Habla la asistente de Christopher Rossi.
—Hola, llamo del hospital —dijo la enfermera, desconocedora de toda la verdad—. ¿Podría hablar con el señor Rossi?
—En este momento no se encuentra disponible —dijo Lily, con cierta desconfianza. "¿Del hospital?" se preguntó para sus adentros y, por supuesto, el corazón se le disparó. Se imaginó cosas terribles—. Puede informarme y yo le notifico en cuanto él regrese, si usted gusta... —dijo astuta.
La enfermera pensó cuidadosamente en sus palabras. Sentía un poco de lástima por el anciano, se imaginaba que su dolor no lo calmaría nada, así que se atrevió a hablar, porque era importante que estuviera con su familia en un momento así.
—Es su padre, el señor Connor Rossi —dijo. Lily abrió grandes ojos—. Ha estado un poco alterado y estamos tratando de comunicarnos con sus hijos... necesita de la compañía de su familia en este momento.
Lily se quedó perpleja unos instantes. Por supuesto que desconfió. "¿Y si era otra artimaña del viejo mañoso para torturar a Christopher?" se preguntó ansiosa. "¿Se atrevería a jugar con algo tan delicado?" pensó para sus adentros.
Después de todo, seguía siendo un anciano que necesitaba de sus hijos, aunque lo negara por su tonto orgullo.
—Se lo comunicaré a mi jefe, muchas gracias por la información.
Se despidió amable, porque la enfermera no era la culpable de los problemas de la familia Rossi, pero se quedó con la espinita clavada durante largo rato, hasta que Christopher apareció por la puerta del elevador.
Cuando lo vieron, todos chillaron emocionados. Venía acompañado de sus abogados y traía una expresión diferente en su rostro.
Lily supo que no se rendiría y corrió a su encuentro, así como todo su grupo de trabajo hizo. Todos estaban ilusionados de verlo bien, en libertad y con la fuerza para continuar.
—Sé que han sido horas de mucha incertidumbre —dijo Christopher, con la voz endurecida—, pero no vamos a permitir que un poco de drama nos arruine este momento...
—Jefe, amamos el drama —dijo una de sus empleadas.
—Por supuesto, el drama es mi alimento, ¿acaso no ven lo delgada que estoy? —respondió Marlene con diversión y todos se rieron.
Chris se rio.
—Confiemos en que este escándalo nos hará vender mil copias más —rio Chris y les ofreció una mueca divertida a su gente de confianza.
—Mejor que sean diez mil —dijo Marlene y le guiñó un ojo.
Christopher sonrió gustoso y le dedicó un asentimiento respetuoso a Marlene, agradecido por su confianza en ese tenso momento.
Tras eso, ella regresó a su trabajo y, con una mirada dominante, forzó a todos a continuar en sus labores.
Cuando Lily estuvo a solas con Chris, hablaron sobre lo sucedido, la fianza, las especulaciones de sus abogados. Era mucha información para un momento tan tenso y la joven escritora trató de calmarse.
Con el corazón dolido, Lily le dijo:
—Casi me volví loca. Por un segundo, quise desaparecer. —Chris se rio—. ¿No sé cómo lo logras? —preguntó y lo miró con la más espléndida admiración—. Dios, eres increíble. Lo hace parecer tan fácil, organizando todo, citas, reuniones, números, sesiones, pero... —rio y le acarició la barbilla masculina.
Sus palabras lo hicieron sentir más fuerte aún, podía sentir que, desde ese punto, nada iba a detenerlos.
—Nunca lo habría logrado sin ti —dijo él.
Lily se rio coqueta.
—Cariño, no tienes idea de lo mucho que has logrado sin mí —dijo ella con una sonrisa.
Chris la tomó por la cintura para besarla. Deseaba uno de sus besos desde que descubrió que ella era su inspiración, que siempre lo fue.
Las risitas divertidas de los trabajadores de Craze se oyeron de fondo, pero la romántica pareja no dejó que un poco de ruido los alarmara. Eran ellos contra el mundo y estaban seguros de que podrían construir un mundo nuevo si así se lo propusieran.
Con un nudo en la garganta y, tal vez, sintiendo un poco de culpa, Lily le dijo:
—Hay muchas cosas importantes que tenemos que hablar, pero... —Se miró los pies reflejando ansiedad. Chris pudo leerla—. Llamaron del hospital y, por favor, antes de que tu dolor quiera hablar, déjame terminar... —Se adelantó al ver la cara de Chris—. No me informaron mucho, porque solo soy tu asistente —rio tonta—, pero al parecer tu padre no la está pasando bien... y sé que lo has molido a golpes y que te ha enviado a prisión por más horas de las que correspondían, pero, después de toda esa m****a, ese hombre sigue siendo tu padre.
Chris suspiró rendido. Pudo sentir los ojos llenándosele de lágrimas.
Sonrió cuando recordó a Lily yendo a visitar a su hermana en prisión. Arriesgándose a más humillaciones, dolor y crueldad, pero ella tuvo la humanidad de visitarla, de mostrarle que no era como ella, sino, que era mejor.
Asintió agradecido, porque ella había sido su mejor maestra.
—Es lo correcto —dijo, con un hilo de voz. Lily sonrió. Amaba al Christopher que sabía diferenciar lo correcto del orgullo herido—. Tomaré una ducha y nos vamos.
Se besaron en los labios y caminaron hacia el cuarto.
Lily se moría de ganas por hablarle de todas las verdades que le había escondido. No quería referirse a ellas como mentiras, porque se sentía terrible, porque no le parecía correcto mentirle al hombre que amaba.
Sin dudas, habían sucedido demasiadas cosas violentas en muy poco tiempo.
Mientras Chris se quitaba la sangre seca de los puños, Lily le dijo:
—Tengo que hablarte de algo, es importante. —Chris cerró el grifo y la miró con atención—. Cuando tu padre me contrató, él me ofreció algo...
—No quiero saberlo —interrumpió Chris, tajante.
Lily se tomó unos instantes para leer su expresión y reacción. Parecía calmado, para nada alterado.
—Pero quiero que lo sepas, es importante...
Con las manos mojadas, Chris la tomó por las mejillas. Le ordenó las hebras negras detrás de la oreja, admirándola con embelesamiento y mirándola a los ojos le dijo:
—Ese es tu pasado. No voy a cuestionarlo.
—Pero... —Las pestañas de Lily aletearon fuerte.
—Tú nunca cuestionaste mi pasado. —La besó en la mejilla—. Confías en mí a ojos cerrados, y no te importa toda la m****a que hice en el pasado, porque sabes el hombre que soy contigo, el hombre en el que me has convertido... antes era solo un niño asustado, sin rumbo y con miedos.
Lily lloró, no pudo contenerse.
—Mi amor... —sollozó emocionada.
—Nunca cuestionaría tu pasado, Lilibeth. —La besó en la otra mejilla—. Confío en ti, en las decisiones que tomaste antes de llegar a mí y en el camino que elegiste, porque sé que sin ese camino, no estarías aquí, conmigo. Y eso es lo único que me importa.
Ella rio emocionada cuando entendió sus palabras. Él le limpió las lágrimas y la besó en los labios; después de eso y con mueca seductora, se desnudó para meterse a la ducha. Ella se quedó sonriente, mirándolo desnudo y disfrutó de esa ducha masculina con total adicción.
Ella se apresuró y le escogió algunas prendas abrigadas para salir. Una camisa, como siempre, un chaleco abrigado de cuello alto y una gabardina de tono claro. Quería que luciera más relajado. Chris se vistió y tras explicarle a sus empleados que necesitaba aclarar algo antes de unirse a ellos, se marchó, llevando a sus dos asistentes con él: Lily y el señor “L”.
Los necesitaba como apoyo, para recordar de lo que estaba hecho.
Para su suerte, los abogados de Connor no estaban cerca y no tuvo ningún inconveniente cuando pidió ver a su padre.
La enfermera lo acompañó hasta la puerta y, cuando entró, Connor se rompió al verlo.
Quiso mantenerse orgulloso, como siempre, de piedra, irrompible, pero estaba tan dolido y defraudado de sí mismo que sollozó al verlo a él.
Ni a París, ni a sus amigos inversionistas, ni a sus amantes.
A él.
Su primogénito.
Tras graduarse de la universidad y gracias a su padre, Lily consiguió un pequeño puesto como administradora en un restaurante de comida rápida, donde los pollos fritos cautivaban a todos los habitantes de su ciudad y, no obstante, la comida era algo que le motivaba en demasía, no quería ser administradora en un restaurante.Ella soñaba con ser editora.Ojalá de una revista que pudiera cambiar el mundo. Que pudiera motivar a otros, así como la comida la motivaba a ella.Duró apenas dos semanas como administradora y vendedora de pollos y, al siguiente lunes, se escabulló por su casa sin que nadie conociera sus verdaderos planes y viajó hasta la cuna de las revistas más importantes.Caminó por esas pintorescas calles con la boca abierta. Llevaba muchos años sin visitar ese lugar y, sin dudas, se sintió fuera de lugar. Como un bicho raro.Vestía terrible y, sin embargo, se había esforzado por llevar ropa formal, su estilo de anciana no encajaba con esas jovencitas elegantes que se pavonea
Lily viajó en bus de regreso a casa.Sabía que mientras más alargara el viaje, menos tendría que discutir con su padre y así también evitaría enfrentarse a sus hermanas, quienes siempre le daban el favor a su padre en todo.En el bus leyó los documentos que había firmado. Su nuevo contrato y un extenso manual de trabajo en el que se especificaba todo tipo de reglas que, según el criterio de Lily, eran descabelladas.La regla número seis prohibía usar pintalabios de color rojo, esmaltes rojos y/o accesorios del mismo color.La regla número once exigía que todos los empleados de Craze debían estar suscritos a la revista.La regla número trece prohibía comer cualquier tipo de carbohidrato en las dependencias de Craze, una de las revistas de moda que componía el gran conglomerado mediático de Revues.—¿Craze? —se preguntó Lily mientras viajaba en el bus de regreso a los suburbios—. ¿Craze? —se repitió confundida y se apresuró para buscar su contrato.Lo revisó lenta y cuidadosamente, leye
Al otro día, Lily se levantó temprano, se aseó como ya le era costumbre y, si bien, nunca se había enfrentado con su closet, en ese momento, cuando sabía que debía pisar los terrenos más pantanosos en los que había caminado nunca, dudó de todo lo que había en su armario.Dudó de cada prenda y se odió por no tener un estilo definido.Decidió que usaría lo de siempre. Formal y para nada insinuante. Falda negra bajo la rodilla, una blusa negra y una chaquetilla que disimulaba sus caderas más gruesas.O eso creía ella, porque, en el fondo, la chaqueta le quitaba la forma natural a su cuerpo curvilíneo.Llegó temprano a las dependencias de Revues, mucho antes de que llegara la mayor parte del personal. No quería que nadie la viera, así que pidió reunirse con la encargada de recursos humanos para entregarle su carta de renuncia.—Señorita López, ¿qué la trae por aquí? —preguntó la mujer que el día anterior la había contratado.Se oía jovial y despejada.Lucía espectacular con tacones altos
Lily estuvo segura de que ese era el momento perfecto para sentir arrepentimiento y salir corriendo por la puerta y no regresar jamás, pero ahí estaba, firmando y con sangre un pacto que, de seguro, cambiaría toda su vida.Ya no era la simple empleada de un restaurante de pollos fritos, que atendía junto a su padre por las tardes y que, se desenvolvía en un ambiente familiar y agradable. No, ahora era la asistente de un editor en jefe, de una célebre y respetada revista de moda, reconocida mundialmente por su innovación dentro del mundo de la moda.Ya no trabajaría con su alegre familia, sino, con muchachas que vivían de ayuno y agua.—Y que me dice —expuso el Señor Rossi en cuanto Lily se quedó desconcertada, de pie en la mitad de la oficina.—¿Yo? —investigó ella, liada—. ¿Qué quiere que le diga? —Estaba muy asustada.Rossi se carcajeó y se tomó con normalidad su actitud. Era común ver a las jovencitas actuar así antes de entrar al gran templo de la moda.—¿Lista para entrar en el t
Por supuesto que se alarmaron en cuanto vieron el aspecto de Lily. Descuidado, al parecer de muchos. Toda ella era un caso aparte de Craze y llegaron a pensar que se había equivocado de oficina.Con las luces blancas sobre ella, cada detalle se veía exagerado. Las puntas de su cabello parecían más abiertas, las cutículas de sus uñas más resecas y, ni hablar de los puntos negros que tenía en la nariz.La oficina del editor en jefe se encontraba al final del gran recorrido, con la mejor vista de todas y con cristales en lugar de muros.Detrás de un escritorio exagerado de dos metros y con el culo acomodado en una silla de dos millones de dólares, Christopher Rossi fingía que tenía todo bajo control.Su padre sabía que no era cierto y, por mucho que su heredero fingiera poder, estaba al borde de llevar su primera publicación al fracaso.El hombre dio dos golpecitos en su puerta de cristal para anunciar su llegada y entró en su elegante oficina con los brazos abiertos para estrecharlo en
Desde afuera de la oficina, Lily miró a Christopher con inquietud y notó lo angustiado que el joven hombre estaba.Como sabía que debía ajustar su estrategia para trabajar para y con él, dio pasos tímidos hacia su oficina, decidida a presentarse y comenzar con el pie derecho.—Buenos días, Señor Rossi, mi nombre es…—Cierra la puerta —ordenó Christopher sin dejarla terminar su presentación y, si bien, a Lily le resultó muy atrevido e irrespetuoso, asintió obediente y dio la media vuelta para hacer lo que él le pedía.Cuando Lily volteó para mirarlo, se lo encontró frente a frente y no pudo ocultar el espanto que le causó. Puso un grito en el cielo y luego se carcajeó, nerviosa por su cercanía.Estaba segura de que esa era la primera vez que un hombre tan elegante y guapo se le acercaba tanto.—Señor, yo…—¿Qué fue lo que mi padre te ofreció a cambio de ser mi asistente? —disparó Rossi y la miró desafiante.Lily se puso pálida y pasó saliva ruidosamente.—Nada, Señor —respondió ella y
Tomó el elevador y presionó la tecla del piso uno con angustia. Un par de pisos más abajo, el elevador se detuvo y una simpática colorina se montó a su lado. Con ella llevaba un perchero de organización repleto de prendas metalizadas y muy extravagantes.—Balenciaga va a lanzar su nueva línea con nosotros —cuchicheó la colorina y cogió una prenda, casi diminuta y se la puso sobre el pecho—. Espero perder algunos kilos para poder quedarme con esta. ¿Qué te parece? —preguntó.Lily apenas abrió la boca para responder. Le resultaba horripilante, pero quien era ella para opinar de moda, si seguía usando los mismos zapatos de hacía años.—Linda —respondió Lily con un susurro.—¿Eres nueva? —preguntó la colorina de sonrisa alegre y se probó un sombrero igual de extravagante que la blusa anterior.—Sí, es mi primer día —susurró Lily con desconfianza.De reojo miró a la pelirroja y, cuando notó que era más como ella que el resto de las flacuchas del lugar, supo que había encontrado un tesoro.
El deseo ciego de empezar una guerra con su nuevo jefe le duró apenas cinco minutos, más al recordar sus valores, principios y el corazón noble que tenía dentro del pecho.Además, no podía negar que verlo en todo momento a través de esos cristales era la cosa más intimidante a la que se había enfrentado antes y ella no sabía si quería oponerse a ese demonio de ojos azules.Intentó mantener la cabeza fría en todo momento y se enfocó en responder los más de quinientos correos que tenía pendientes. La mayoría de ellos era información que rebotaba desde otros departamentos y también otras revistas pertenecientes al gran conglomerado que era Revues.El teléfono timbraba en todo momento y antes de qué la hora del almuerzo llegara tenía la mano acalambrada por todas las notas que había escrito para su jefe.De las cuarenta notas, treinta pertenecían a modelos que esperaban el llamado de Christopher para una segunda cita y las otras diez pertenecían a mujeres despechadas a las que Christopher