172

Lily puso su abrigo en el piso y se las ingeniaron para sentarse junto a la tumba de la madre de Chris. A él le sorprendió, y de gran manera, que Lily arriesgara esa hermosa prenda de arte para que no se congelaran, pero Lily siempre lo sorprendía.

Para ella, la moda también era arte, pero valía más el momento que estaban viviendo juntos que proteger un pedazo de tela cosido por un diseñador que había llegado a la fama por un poco de drama.

Le sorprendió también verla beber champagne directamente de la botella. Podía apostar que era la primera vez que la veía hacer algo así, y le fascinó.

—Mañana se termina el año —dijo ella, pensativa, mientras volvía a beber, mirando el resto de tumbas que los acompañaban.

Chris notó que estaba un poco decaída.

—¿Quieres celebrar en algún lugar en especial? —preguntó Chris.

Él ya había preparado una cena especial en uno de los yates familiares. Estarían solos en altamar, eso era lo único que pedía, pero era una sorpresa y no quería arruinarla.

Por otro lado, Lily no había tenido tiempo para pensar en nada y eso la acongojaba un poco. ¿Qué clase de novia desabrida era? ¿Qué clase de hija aburrida era?

Solía pasar sus fiestas de año nuevo en familia, con sus padres y hermanas, pero todo estaba tan alterado que no sabía qué haría. Ese sería el primer fin de año en el que su familia estaría tan… distanciada.

Y no sabía cómo enfrentarse a eso, tampoco sabía cómo tomárselo.

—Es mi primer año tan… —No supo cómo decirlo para que no sonara tan feo—… tan sola… —Los dos se miraron con cierta angustia. A Chris no le gustó cómo sonó eso—. No me malinterpretes…

—Nunca lo haría —susurró él y le pidió la botella para beber también.

Sabía cómo se ponía Lily borracha y no quería llevarla ebria a casa porque se ponía muy cachonda, donde se estaba celebrando una tradición rusa de despedida. Bueno, sí la quería ebria y cachonda, pero no en casa, donde Marlene y su madre estaban de duelo.

Si se ponía borracha y cachonda, se ponía juguetona y traviesa, y tendría que llevársela a otro lado.

No le gustaba la idea de llevarla a un hotel, porque su corazón no era congruente con llevar a su novia, su prometida y futura esposa a un lugar pasajero, donde en el pasado había llevado a tantas amantes de una sola noche.

Así que empezó a divagar en qué hacer y cómo actuar para no ofenderla.

Tal vez podía comprar un hotel, o una casa para pasar una noche de pasión. No quería sentirse mal y, definitivamente, no quería hacer sentir mal a Lily, como a una cualquiera.

Oh, no. Eso jamás.

—¿Estás bien? —preguntó Lily cuando notó que estaba muy callado y pensativo.

Él frunció los labios, sin saber qué responderle.

—¿Yo? —preguntó haciéndose el tonto—. Sí, claro, muy bien —dijo, como si fuera un robot.

Lily enarcó una ceja y  lo miró con una mueca divertida.

—Eres pésimo mintiéndome… —rió ella—. Bueno, tal vez alguna vez fuiste bueno mintiendo, pero ahora no lo eres…

Chris se echó a reír.

Sí, eso era un hecho. En el pasado, había sido un maestro del engaño, manipulando a decenas, tal vez cientos, de mujeres que tocaron sus sábanas, pero con Lily había perdido sus habilidades, porque no las necesitaba.

Con ella podía darse el lujo de ser sincero, transparente y leal.

Y, demonios, qué bien se sentía serlo.

Y era momento de serlo porque, la verdad era que mentir era bastante agotador.

—Estaba pensando que, si te emborrachas, te pondrás muy ebria y cachonda y no podré llevarte a casa, porque Marlene está de luto y están celebrando una tradición rusa… Poniski… o algo así… entonces no podemos llegar a follar como dos locos, y tendré que llevarte a un hotel, pero no quiero ofenderte, porque eres mi prometida, no una cita de una noche, entonces pensaba comprar el hotel, pero…

—Alto. —Lily lo miró con una ceja enarcada. Estaba tan sorprendida que lo único que pudo preguntarle fue—: ¿Es una broma?

Chris titubeó. No entendía si era una pregunta retórica, así que respondió:

—No, yo…

Ella se rio nerviosa.

—¿En serio pensaste en comprar un hotel para no ofenderme como una cita de una noche?

—Claro que lo pensé. —Fue directo y, pese a estar sentado en el piso en un cementerio, la miró con determinación—. Si te llevo a un hotel, los medios hablarían, no tardarían en inventar mentiras y las redes arderían y dirían cosas horribles…

Lily no pudo resistirse y se abalanzó sobre él para besarlo. Sí, estaba ebria, porque con dos gotas de alcohol se ponía un poco ardiente, y que un millonario loco le dijera que estaba dispuesto a comprar un hotel para limpiar su nombre y pasar una noche con ella, la hacía ver las estrellas.

Se besaron como dos adolescentes cachondos encima de la tumba de su madre fallecida y no les importó nada, solo disfrutar del momento.

En el pent-house de Rossi, la situación era similar. Marlene acababa de perder a su padre, pero estaba hallando un poco de consuelo en brazos rusos. Unos duros y fuertes brazos rusos que sabían aprisionarla muy bien contra los muros.

Ella no desaprovechó su tiempo. Lo tumbó contra los muros de esa cocina tibia y tomó el control con gran locura. Le gustaba su boca de labios gruesos porque sabían besarla bien, en el cuello, entre los senos, en los brazos. Nunca la habían besado en los brazos y, demonios, que sensaciones tan dormidas tenía allí. Y quería que se las despertaran todas.

No se comparaba con nada que hubiese sentido antes, ni con nadie que la hubiese besado antes.

Entre medio de los besos, Roman se la cargaba con gran facilidad en el hombro para preparar su comida rusa, porque no quería que se escabullera y, cuando terminaba, la montaba sobre el mesón y, m****a, volvían a la acción.

A Marlene le encantaba que fuera un cavernícola recién salido de las cavernas. No iba a negar que le gustaba su bruteza y su falta de tacto; su desconocimiento de la moda era perfecto, porque no sabía quién demonios era ella; no le temía por sus criticas, ni su pasado y no la admiraba por su trayectoria. Quería estar con ella porque se sentía atraído de verdad, no porque su nombre apareciera en una de las revistas de moda más importantes del mundo.

Y eso era perfecto.

A Roman no le importaba cuánto comía, cuánto pesaba, a que olía, a quién la vestía. A Roman le preocupaba que comiera, podía cargarla sin problema, su aroma lo volvía loco y ya quería desvestirla.

Y eso era perfecto.

Roman preparó con gran facilidad Blini y Plov, contemplando los ingredientes que Rossi tenía en su cocina y, bueno, los ingredientes variados que su hermana se encargaba de comprar.

Cuando estuvieron listos, juntos llevaron los platillos olorosos a la mesa en el salón principal. La madre de Marlene parecía muy desolada y entristecida. A Marlene se le arrugó el corazón en cuanto la vio, llorando junto a la chimenea, el árbol de navidad y esos dos peludos hamsteres que la miraban con sus grandes ojos negros con forma de bola brillante.

Marlene venía tan acalorada y agitada que no tardó en sentirse culpable cuando vio a su madre perdida en su dolor y dio grandes zancadas para acompañarla, para acurrucarse a sus pies y acompañarla en su dolor.

—Mamita, lo lamento tanto…

Su madre la miró con sus ojos hinchados y negó.

—No es tu culpa, mi niña… —dijo, acariciando su cabello con suvidad. Notó que sus labios estaban inflamados y que el labial rojo que siempre usaba ya no estaba—. Es el curso de la vida… Era su hora de partir —susurró y con discreción miró a Roman.

No tardó en encontrar los restos de labial en todo su rostro.

—Sí, lo sé, pero me refería a haberte dejado sola, yo…

—Cariño, solo fueron unos minutos… —dijo ella para que su hija no se sintiera culpable y se aguantó una sonrisa—, además, no quiero que te sientas culpable por eso, yo tengo que llorar, tengo que vivir mi duelo y tengo que despedirme de tu padre. Estuvimos juntos por más de treinta años… no voy a olvidarlo en treinta minutos.

Marlene sintió un nudo en la garganta y quiso llorar, pero ver a Roman ahí, la frenó.

Nunca un hombre la había visto llorar y no sabía si quería que Roman fuera el primero. Eso significaba mostrarle su debilidad a un hombre, y nunca había hecho algo así. Era como mostrarle su alma.

Roman preparó la mesa con mucha calma. Marlene quiso ser discreta, así que lo miró de reojo un par de veces. Tal vez más de un par.

Según ella, no quería que su madre la descubriera mirando a un hombre ruso con tan buenos brazos el mismo día que su padre había fallecido, pero era tarde para fingir.

Su madre lo había leído todo desde que habían salido juntos de la cocina. Con ellos había salido vapor, y no precisamente por la cocción de los alimentos.

Era vieja, tuvo un esposo por más de treinta años, compartieron muchas pasiones. Ella sabía lo que era el amor, la pasión y el sexo. Nadie la engañaba, ni siquiera su propia hija.

Cuando Roman se acercó a ellas, lo hizo con el debido respeto y con mucho cuidado, pese a que era un cavernícola bestial, se agachó a la altura de la madre de Marlene y tomando su mano le preguntó:

—¿Cenamos?

Marlene contuvo una sonrisita coqueta y trató de sofocar la emoción dentro de su pecho. No iba a negar que le gustaba que, pese a que era monstruoso por fuera, supiera tratar tan delicadamente a su madre, porque ella estaba en una silla de ruedas y merecía un trato especial.

—Me encantaría —susurró su madre y dejó que el hombre llevara su silla a la mesa.

Roman se encargó de todo. De acomodarla en la mesa, de ponerle una servilleta en las piernas, de servirle sus platillos especiales rusos y de servirle una copa de vino.

Encendió un par de velas, puso un poco de música clásica y bajó las luces para que el ambiente fuera más relajante para todos. 

Marlene cuidó su distancia. Sí, se acercó a la mesa porque tenía curiosidad de ver cómo trataba a su madre y cómo la atendía, pero le sorprendió cuando su turno llegó. No sabía si estaba preparada para algo así.

Si, ella estaba acostumbrada a que otros le sirvieran, pero lo hacían porque ella les pagaba o por que era parte de su trabajo. No porque les naciera, o porque quisieran complacerla.

Sin decirle mucho, Roman la sentó en una silla con mucho cuidado, a su lado, porque era una cena íntima de tres y repitió los mismos pasos que con su madre.

Le puso una servilleta en los muslos, le preparó un plato con arroz y cordero hervido, una porción grande de zanahorias y vino.

Al terminar, y para que comenzara a comer, le regaló un tierno besó en la mano que a ella la dejó aturdida, perdida en un mundo que nunca pensó al que llegaría.

—Sé que no son rusas, y que tal vez no les gusta mi cultura, pero no quería que pasaran este tiempo ustedes solas —dijo Roman, alzando su copa con vino para iniciar esa cena—. Las despedidas son muy solitarias y nadie merece estar solo… nunca…

La madre de Marlene sonrió emocionada, con lágrimas en los ojos y no dudó en alzar su copa para brindar con él. Marlene estuvo feliz de ver a su madre brindar y se unió a ellos.

—Por su maravillosa cultura —dijo ella, con gran emoción en su voz—. Y por ti, Roman, por no dejarnos solas.

—Nunca —dijo él y bebió vino sin dejar de mirarla a los ojos.

Marlene lo sintió como una promesa y bebió un sorbo de vino al entender que, tal vez, su padre se había marchado, pero había enviado a ese ruso a protegerla.

Mientras ellos cenaban y vivían su luto, Lily decidió que debían celebrar, pues la revista estaba siendo un éxito; la versión digital estaba triunfando en el extranjero y los números, gracias a su osada decisión de tener a MissTrex en la portada estaba trayéndoles buenos resultados.

Decidieron que debían ir a un bar a beber algo para brindar.

Nunca habían hecho algo así, puesto que siempre eran más formales y brindaban con champagne, así que cuando entraron a un bar y fueron recibidos con gorros mexicanos coloridos de cotillón, la fiesta les entró en el cuerpo y no pudieron parar.

Cuando Chris entró en calor, se quitó el saco y lo dejó en el olvido. Lily se amarró su corbata en el muslo y bailó sensual para él montada en la barra, alentada por decenas de hombres que estaban felices de tener a esos jovenes tan entusiastas.

Por otro lado, les sirvieron tequila sin parar, uno tras otro, que mezclaron con sal, limón y gritos por cada vaso que golpearon con frenesí sobre la barra.

—¡Uno, dos, tres! —gritaron y bebieron—. ¡Uno, dos, tres! —Y otra vez—. ¡Uno, dos, tres!

—¡Creo que voy a vomitar! —gritó Chris, pero luego comió limón y las ganas desaparecieron—. ¡Falsa alarma!

—¡Falsa alarma! —girtó Lily y todos a su alrededor celebraron.

Ella se abalanzó encima de él para besarlo con pasión. Tenía la boca llena de queso derretido y tortillas, pero no les importó nada y se besaron con frenesí. Ya era de noche, toda la gente que estaba en el bar estaba borracha. Todos veían doble y algunos ni veían.

Chris pidió unos tacos bien picantes y dos cervezas; no le importó comer dentro de bar apestoso, porque estaba tan borracho y feliz que no pensó en la higiene, la elegancia ni sus modales. Si hasta comió con los dedos.

Se la estaba pasando tan bien que, mientras Lily comía quesadillas y jugaba con el queso, ella bebía cerveza y tequila a la vez; no se dieron cuenta de que eso sería un desastre total.

Al salir del bar, a Lily le entró el demonio, por supuesto.

Hacia frío, su cuerpo estaba ardiendo, fue como cortocircuito.

—Follemos —dijo directa y la gente que caminaba en la calle los miró con horror.

—¿Aquí? —dijo él y empezó a reír cuando la idea le gustó.

—Donde sea, señor Rossi…

—Ahh —gruñó él—, me encanta cuando me dices Señor Rossi…

Frente a ellos, un callejón oscuro los llamaba de forma seductora. Atravesaron la calle corriendo. Los coches los pitaron porque cometieron irresponsabilidades de las que se arrepentirían al otro día, pero estaban tan felices, borrachos y entusiasmados que, al cruzar al callejón y buscar la oscuridad, se desnudaron rápido y follaron con tanta violencia que que todo Nueva York pudo oírlos.

La policía no tardó en llegar, alertados por los transeúntes ofendidos que los escucharon gemir y gritar.

—Oficial, mi novia no quiso que le comprara un hotel y el callejón oscuro fue nuestra última opción —dijo riéndose, tan borracho que, cuando el policía le vio la cara, puso los ojos en blanco al ver que se trataba de él—. Usted otra vez… —dijo fastidiado—. ¿Acaso no tienen nada más que hacer?

Lily empezó a reírse.

—¿Quiere que le responda o…? —Chris estaba perdido.

—Señor oficial, con todo respeto —dijo ella, llamando al atención del policía. Él la apuntó con su linterna. Se encontró con un desastre de jovencita—. Espóseme a mi, en el buen sentido de la palabra —se rio. Chris explotó en una risotada—. Es mi culpa. Cuando bebo, me pongo cachonda y obligué a mi novio a venir aquí, a lo oscurito.

—¿Qué? —El policía estaba consternado.

No podía creer lo que le estaba tocando en el turno de la noche.

—Que no es su culpa. Yo abusé de él —dijo Lily con seriedad. El policía enarcó una ceja—. Lo obligué a venir aquí y…

—Dios mío, ya escuché… —dijo cansado de los ricachones borrachos—. No me pagan lo suficiente… —Liberó a Chris—. Vayan a casa muchachos… o consigan un hotel. —Los dejó ir porque no soportaba a dos tontos inofensivos.

Chris le arregló el vestido a Lily y ella le puso la corbata en el cuello. Ni siquiera lo hizo bien, porque la la camisa estaba abierta, manchada de queso y tequila. Y se fueron a casa caminando bajo la nieve, borrachos y felices, sin darse cuenta que los fotografiaron en su peor momento.

Lily llegó un tanto borracha, acompañada de Chris. El hombre habló unos minutos con Roman, quien le ofreció su comida rusa. Por supuesto que Chris no pudo resistirse. Toda la actividad en la calle lo tenía hambriento y en la cocina probó el cordero y el arroz con gusto. Se comió las zanahorias con los dedos. Estaban suaves y dulces.

Marlene le habló a Lily con emoción de Roman y también le habló de sus miedos. Tumbada en la cama y muy borracha, Lily la escuchó con gran emoción.

—Diablos, no sé qué hacer. Nunca un hombre me había hecho sentir así. Roman hace que todos los otros hombres que he conocido parezcan insignificantes —dijo Marlene, tan acomplejada por lo que sentía, lo que quería y lo que no quería, que empezó a deambular sin parar por la habitación de Lily y Chris.

Lily, borracha, se vio mareada por tanta vuelta y se levantó corriendo para vomitar en el cuarto de baño.

Marlene no dudó en perseguirla y la ayudó sosteniéndole la nuca y el cabello.

—Dios mío, ¿qué bebiste?

—Champagne, después unos tequilas en un bar y cerveza… —dijo Lily y, al sentirse mejor, se sentó en el piso del cuarto de baño para mirar a Marlene—. ¿Dijiste que Roman hace que los otros hombres se sientan insignificantes o lo imaginé por mi borrachera irresponsable?

—¿Lo dije? —Marlene preguntó y las dos rieron cómplices—. Oh, dios mío, lo dije. —Se puso las manos en la cara, sintiéndose avergonzada—. Besa increíble…

Lily la miró feliz.

—¿Qué estás buscando tu? —preguntó Lily, porque aun no terminaba de entender qué era lo que Marlene estaba buscando en un hombre.

Tal vez, en lo profesional ya entendía mejor el camino que quería en su vida, pero en el ámbito romántico no.

Marlene, con mueca complicada le dijo:

—Sé que sonará cliché, pero… que me arregle… —Se mordió el labio al sentirse culpable de decirlo en voz alta.

Lily la miró con tristeza. Tal vez, no estaba rota, o tal vez sí, pero eso no lo arreglaría ningún hombre.

—Es irónico que un hombre dijera esto, pero “a veces no necesitamos a alguien que nos arregle, a veces solo necesitamos a alguien que nos quiera, mientras nos arreglamos nosotros mismos”… —dijo Lily, citando a un gran escritor.

—¿Qué insinúas, Lilibeth López? —preguntó ella con el ceño fruncido—. ¿Qué tengo que dejar que la magia ocurra?

Lily le sonrió y con gran ternura le dijo:

—Mira lo que ocurrió cuando dejaste que yo te quisiera un poco…

Marlene escuchó eso y se rio fuerte.

—Dios mío, no puedo creer lo que acabas de decir… —Se puso roja al imaginarse perdida y atontada por el amor—. Es la primera vez que entregaré mi corazón por completo —reconoció con timidez—. Con Connor fue más caprichoso, pero…

—Lo entiendo —siseó Lily y la miró con dulzura—. Y también entiendo que tengas miedo de entregar tu corazón y que lo lastimen, pero a veces, cuando arriesgamos, conseguimos cosas maravillosas…

Marlene sonrió y no pudo evitar pensar en el lanzamiento reciente de Craze. Si había sido osado y muy arriesgado, pero, demonios cómo había valido la pena; y cómio había valido la pena también ponerse del bando incorrecto.

Porque había luchado en contra de las “Lily’s” toda su vida, y allí estaba, a favor de comer más, de perder la cuenta de las calorías, de reírse fuerte, y de entregar su corazón en todo lo que hacía.

Porque acababa de darse cuenta que no se trataba de aparentar ser perfecta viviendo una vida imperfecta, sino de serlo, disfrutando su vida perfecta.

Con valor se levantó del piso y se estiró el elegante vestido de diseñador que vestía y lucía con gran finura. Le ofreció su mano a Lily para ayudarla a asearse y la llevó hasta la cama. La ayudó a cambiarse de ropa para que estuviera más cómoda y cuando la vio bien le dijo:

—Mírame, voy a llorar por primera vez en los brazos de un hombre. —Se rio con confianza. Desde la cama, Lily la miró con ternura—. ¿Hay un antes y un después de eso? —quiso saber, como una niña inocente y se arrodilló a los pies de la cama de Lily.

—Oh, claro que lo hay —dijo ella—. Ese hombre jamás querrá verte derramar otra lágrima otra vez… y hará lo imposible por verte sonreír. —Acarició su mejilla con dulzura y Marlene la abrazó fuerte para agradecerle.

Tuvo que marcharse cuando Chris se plantó bajo el umbral de la puerta y, mareado por todo lo que habían bebido, hizo un gran esfuerzo por caminar hacia la cama y acostarse junto a su mujer.

Sin dudas, había sido una tarde interesante que no olvidaría jamás y los medios tampoco.

Hablarían de su tarde atrevida durante semanas.

Marlene salió del cuarto y se encontró con su madre y Roman. Él le leía un libro con mucho esfuerzo, junto a la chimenea, mientras escuchaban música clásica. Sacha y Julián estaban junto a ellos, abrazados románticamente.

Por primera vez, Marlene tuvo un lugar real al que llegar. No era un hogar permanente, porque ese no era su hogar, sino el de Rossi, pero era una familia. Eran sus amigos y, el corazón se le abrigó al saber que nunca otra vez estaría sola.

—¿Cómo está Lily? —preguntó Julián al verla regresar.

Marlene le sonrió y se sintió aliviada cuando, a su lado, Roman le hizo un espacio grande.

La quería junto a él.

Ella se hizo un ovillo entre sus piernas.

—Se recuperará, pero despertará con una resaca terrible —rio.

Julián chasqueó la lengua.

—Lily es de las que se emborracha con una cerveza sin alcohol —dijo Julián. Todos se rieron, incluida la madre de Marlene, quien se sintió muy a gusto dentro de ese círculo—. Pero era su día y se lo merecía.

—Definitivamente —dijo Sasha y lo besó porque amaba lo comprensivo que era.

Marlene buscó cobijo debajo del brazo de Roman y se quedó quieta bajo su contención. No le tomó mucho tiempo desmoronarse y poco le preocupó que otros estuvieran cerca. Lloró, porque tenía mucho peso guardado dentro y ya no soportaba tanta carga.

Roman acarició su cabello con mucho cuidado y dejó que sacara todo lo que tenía guardado. Su madre sostuvo su mano y lloró con ella, mientras le secó algunas lagrímas y entendió su dolor.

Todos lo entendían. Despedir a un padre no era fácil.

Cuando se quedaron a solas, Roman, que aun la protegía bajo su brazo y la cobijaba entre sus piernas le dijo:

—Sácalo todo, mujer, para que hagas espacio para lo que vendrá y para lo que necesitas… —Y la besó en la frente, consolándola con besos rusos.

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