Algunos días después, con los pensamientos más claros y las ideas mejor estructuradas, aunque no se podía negar que con los corazones aún agitados, James recibió los resultados de las pruebas de paternidad.
Quizás, si todo no se hubiera detenido para despedir el año y dar la bienvenida a uno nuevo, los resultados habrían llegado antes. Sin embargo, llegaron justo a tiempo, en el momento en que la relación entre Christopher y su padre se estaba solidificando, tan fuerte e irrompible como un diamante.
Lily y el abogado se reunieron en una cafetería cercana a las nuevas instalaciones de Eclat, donde compartieron un café y una charla amena sobre sus celebraciones de Año Nuevo. A Lily le alegró saber que su hermana había disfrutado de una cena romántica, acompañada por dos nuevos integrantes en su hogar: unos adorables gatos. Escuchar sus nombres la llenó de risa.
En ese instante, supo con certeza que su relación con James era sólida, como un refugio en el cual Romina siempre podría hallar contención. Esa sensación de tranquilidad se extendió por su pecho, haciéndole comprender que, tal vez, James era el hombre que Romina había esperado durante toda su vida, el que terminaría de curar sus heridas más profundas.
Además, la llenó de orgullo escuchar que su hermana estaba avanzando en su recuperación emocional y psicológica, y que el hecho de haber estado en una clínica especializada ya no era motivo de vergüenza, sino una fuente de orgullo personal.
—Escuché que prepararías un pasillo honor para ella y…
—Sí. —James fue directo, con su taza de café en la mano y esa mirada tan inflexible. A veces Lily se preguntaba si tenía corazón—. Tyler y Romina tendrán su pasillo de honor, como se lo prometí.
Lily lo miró con los ojos abiertos de par en par. Por un instante, una punzada dolorosa atravesó su pecho al evocar su nombre y su lápida. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y James, sin saberlo, intensificó el momento al comportarse como un caballero, ofreciéndole su pañuelo para que las secara.
—Lo siento, es solo que… —Lily se sorbió los mocos, tan dolorida aun al recordarlo—. No sabía que conocías su nombre, yo… —Lo miró con gran ternura—. No pensé que me dolería tanto recordarlo.
James sonrió con comprensión y se levantó para pedir otro par de rosquillas. Con el tiempo, había aprendido a leer tan bien a la familia López que sabía de sobra que las penas se ahogaban mejor en carbohidratos. En ese momento, un par de rosquillas glaseadas parecían el remedio perfecto.
Lily las aceptó entre risas y no dudó en devorar una. James hizo lo mismo con la otra, comprendiendo cómo la pérdida de aquel pequeño había afectado a toda la familia.
—¿Vas a leer los resultados? —preguntó James mientras le entregaba el sobre sellado.
Lily le dedicó una mirada traviesa y, con decisión, asintió. Tomó el sobre con gran ansiedad y respiró para calmarse antes de abrirlo.
Más que nadie, ella necesitaba saber si Christopher era hijo de Connor o no.
No pensaba restregárselo en la cara, pero sí iba a decírselo, para que, finalmente, pudiera esclarecer la verdad y nunca más, en toda su maldita vida, volver a dudar.
Con cuidado, abrió el sobre y comenzó a leer los resultados en voz alta:
—Resultado del análisis de paternidad… Connor Rossi, Christopher Rossi, índice combinado…
—¡Solo salta a la parte final! —interrumpió James, tan impaciente que no pudo evitar pedir otro par de rosquillas para soportar la presión que sentía.
Lily repasó rápidamente el documento que tenía en sus manos y abrió los ojos como platos al llegar al resultado.
Se echó a reír y, con gran alegría, anunció:
—Probabilidad de paternidad: noventa y nueve punto nueve mil novecientos noventa y nueve por ciento. —Miró a James con una evidente felicidad antes de gritar con entusiasmo—: ¡Sí, es su maldito hijo!
Su exclamación resonó en la cafetería, haciendo que todos los comensales voltearan sorprendidos, algunos con rosquillas a medio morder y otros sonriendo por el inesperado espectáculo.
Ambos se echaron a reír emocionados al comprender la verdad, y, en un arrebato de prisa descontrolada, Lily guardó los resultados de las pruebas en su cartera, como si esconderlos los protegiera de miradas indiscretas antes del momento de la gran revelación.
De repente, un profundo alivio la invadió. Su mente se llenó de imágenes de Christopher, aquel niño pequeño que solo anhelaba un padre que lo arropara por las noches y una madre que le preparara el desayuno o lo llevara a la escuela. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas al darse cuenta de que, finalmente, Christopher tendría un poco de lo que siempre había merecido.
En lo más hondo de su ser, Lily sabía que Connor acabaría lamentando cada uno de los años en los que lo había castigado con su ausencia a ese niño que, lo único que merecía era amor.
El amor de un padre, incondicional e infinito.
Cuando Lily regresó a las dependencias de Eclat, se sorprendió al encontrar a Connor allí. El hombre disfrutaba de un café junto a su hijo mientras discutían las estadísticas positivas del último número de Craze, el que continuaba trayéndole excelentes resultados a todo Revues.
—Lily, cariño, ¿dónde estabas? —preguntó Chris, visiblemente confundido.
Además de desconcertado, estaba ajetreado, con una montaña de papeleo a su alrededor. A veces le costaba aceptar que eran solo Lily y él quienes navegaban aquel sueño que, poco a poco, comenzaba a tomar forma. Nadie dijo que sería fácil, pero allí estaban, demostrando a todos que no tenían intención de rendirse.
Lily esbozó una sonrisa serena, se puso de pie y lo saludó con un beso. Luego, con mucha cortesía, saludó a su suegro.
—Fui por un café y a reunirme con James —confesó, sin rastro de temor.
No tenía nada que ocultar… excepto la prueba de paternidad que llevaba oculta en su bolso.
Rossi se mostró tranquilo al escuchar aquello, consciente de que a Lily le gustaba estar al tanto de la situación de su hermana mayor. Y nadie mejor para informarla que su novio, el abogado recién domado.
—¿Y cómo está James? —quiso saber Chris.
Connor aprovechó el momento entre la pareja para observar las cartas de los reos en el panel de uno de los muros. No pudo evitar reírse al leerlas, igual que al mirar las fotografías familiares: las de Navidad, las de la fiesta de intercambio de obsequios. Le resultaron curiosas y, por más que intentó entenderlas, no lo logró; hasta ese instante, no comprendía del todo el significado de tener una familia.
—Adoptaron gatos…
—¿Gatos? —Rossi puso una mueca de horror—. ¿Y qué haremos en las fiestas navideñas? —Estaba alarmado, genuinamente preocupado—. ¡No podremos invitarlos, se comerán a nuestros Tronquitos…! —Su expresión reflejaba aflicción.
Lily rió ante su reacción. Connor, al escuchar eso, esbozó una mueca divertida.
Lily levantó unas cajas del suelo para despejar la entrada y comentó:
—Podemos tomar precauciones; los gatos pueden quedarse en su casa. No es necesario que vengan a la fiesta.
Chris se entristeció.
A Lily le enterneció que él quisiera que todos, sin excepción, incluidas las mascotas, participaran en las fiestas navideñas. Aquello hablaba de su gran corazón, pero también de su ansiedad. La Navidad acababa de terminar y él ya estaba pensando en la siguiente celebración. Lily quiso dejarlo todo y abrazarlo con fuerza, pero su teléfono sonó, y él corrió a contestar con gran urgencia.
Al mirar la pantalla de su móvil, se puso más tenso y exclamó:
—Oh, maldita sea, Brunello Cucinelli me está llamando, a mí, a Eclat, desde Italia!
Connor rompió en carcajadas, aunque por la impresión, mientras que Lily, sorprendida, se acercó a mirar la pantalla del teléfono.
—Contesta —lo animó, colocando el móvil en su mano.
Christopher permanecía paralizado.
—Pero no he practicado mi italiano en años. ¿Y qué voy a decirle?
—Que lo admiras, que adoras sus diseños… —dijo ella, emocionada—. No todos los días te llama el rey de la cachemira.
Chris tragó saliva y atendió la llamada proveniente de Italia. El valor de Lily habia hecho su magia
—Señor Cucinelli, es un honor… —respondió en un perfecto italiano que su padre escuchó con orgullo genuino.
Lily abrió la ventana del pequeño balcón de su oficina para fumar, dándole privacidad para que pudiera hablar con mayor confianza.
Para su desgracia, aquello la dejó a solas con Connor Rossi y, aunque muchas ideas cruzaron por su mente sobre lo que podría decirle, supo que era el momento perfecto para decirle la verdad.
Al principio, el ambiente fue incómodo. Ambos se miraron y esbozaron sonrisas tensas. Lily se acercó a él, que seguía observando las fotografías en el panel, y, con un ligero temblor en la voz debido a los nervios por lo que estaba a punto de decir, le comentó:
—Ese día, Chris planificó una fiesta inolvidable…
—Chris? —repitió Connor, sorprendido.
Lily asintió y decidió decirle la verdad:
—Mi hermana perdió a su hijo. Le pidieron donar sus órganos, y Chris se encargó de encontrar a los receptores para que ella pudiera conocerlos y saber que su hijo fallecido había dado vida…
—¿Mi hijo hizo eso? ¿Por su hermana? —preguntó Connor, incrédulo.
Lily, conmovida, rió emocionada mientras se secaba las lágrimas.
—Su hijo ha hecho cosas maravillosas, señor Rossi —dijo, y con timidez se dirigió a su escritorio, donde había dejado su cartera. Sacó un sobre, que contenía el examen, y se lo ofreció—. Su hijo.
Connor lo tomó con el ceño fruncido y lo abrió con intriga y con prisa. Apenas le tomó unos instantes comprender de qué se trataba. Todo estaba muy claro.
Su rostro reflejó una tormenta de emociones: ira, negación, rabia, aceptación. Todo sucedió rápido. Pudo sentir la cara roja, el corazón latiéndole fuerte. Ni siquiera supo cómo pudo soportarlo.
Sintió una intensa furia al descubrir que ella se atrevió a hacer algo así. Se negó a aceptarlo de inmediato, porque significaba aceptar que Jazmín, su gran amor, jamás le había mentido. Que doloroso se sintió saber que ella murió diciéndole la verdad y que él la dejó morir creyéndola una mentirosa.
Sintió rabia consigo mismo, por el daño que había causado a su familia rota, y, al final, la dolorosa aceptación lo golpeó. Lo hizo añicos.
Fue todo tan rápido que fue más doloroso aun de lo que podría haber esperado.
No tuvo el valor de levantar la vista del papel y mirar a Lily. Podía imaginarse que ella sería su destrucción final. Sus ojos permanecieron fijos en esos “nueve” infinitos que solo reflejaban una cosa: una verdad que se había negado a aceptar durante tantos años. Le dolió el ego herido, y le dolió tanto que el orgullo se le doblegó. Con los ojos llenos de lágrimas, buscó a Christopher a través del cristal.
Su pequeño niño…
Él seguía hablando por teléfono, ajeno a lo que su prometida había hecho.
—¿Él lo sabe? —preguntó con la voz trémula.
—No —susurró Lily, cargada de culpa—. Lo hice por el niño en el que se convierte cada noche… por el niño que usted hirió —añadió, dolida.
Él la miró, furioso, pero con el mismo miedo que veía en Chris cada noche.
—Yo…
Ella negó firmemente con la cabeza, cortándole las palabras y las excusas. No quería escucharlo, porque el pasado era pasado, y ni ella ni nadie podían cambiar ni borrar lo que había ocurrido.
—Pronto vamos a casarnos, vamos a tener hijos, y Chris y yo vamos a formar una familia —declaró con tanta firmeza que Connor se quedó pálido y paralizado al escucharla. Por un momento, se imaginó lo peor—. No quiero un abuelo ausente. Sé que está enfermo, que su corazón podría fallar, pero me gustaría que mis hijos pudieran hablar italiano… —añadió, y sonrió al notar la emoción reflejada en Connor. Sus ojos, de repente, se iluminaron—. Chris me dijo que es muy bueno jugando Scrabble y…
—Oh, niña, ¡el mejor! —rió él—. Además, doy muy buenas clases de piano.
Lily sonrió aliviada y, aunque deseó acercarse a Connor para darle un abrazo, Chris se preparaba para entrar a la bodega. Venía emocionado por su llamada.
Connor lo escuchó y, con destreza, guardó la prueba de paternidad en el bolsillo de su saco. No era correcto que Chris la viera, porque, en el fondo, Connor siempre había sabido la verdad; solo que su orgullo, herido tantas veces, le había hecho creer lo contrario.
Lily había elegido sanar las heridas del pasado para construir un presente más sólido.
—¡Cucinelli va a posar para Eclat! ¡Morí y volví a la vida! ¿Pueden creerlo?
—¡Felicidades, hijo! —Connor fue el primero en felicitarlo.
—¡Amor, es un logro increíble! —Lily dio pequeños saltos de alegría a su alrededor.
Chris, al notar cierta tensión en el ambiente, los observó con preocupación y preguntó:
—¿Y tú por qué tienes esa cara? —Miró a su padre con inquietud—. ¿Lily? —Luego, dirigió su atención a ella, intrigado.
Lily rió con inocencia.
—Me habló de nietos —dijo Connor, saliendo en su defensa con entusiasmo—. Quiere que les enseñe italiano, que les dé clases de piano y que les enseñe a jugar Scrabble.
Chris soltó una carcajada divertida y añadió:
—Y eso que aún no escuchas mis exigencias.
Connor rió también y no dudó en seguirle la corriente. Ya quería conocer sus exigencias.
Empezaba a gustarle la idea de ser padre a tiempo completo, y, poco a poco, se imaginaba la alocada idea de ser abuelo… podía apostar que no se equivocaría una segunda vez.
Las primeras semanas de enero fueron un verdadero caos.Craze, Éclat, y cada revista de moda vivían un frenesí tan abrumador que parecía imposible contener. Todo convergía hacia un solo destino: la esperada Semana de la Moda de Alta Costura Primavera-Verano, ese titán de la industria donde cualquier error podía ser fatal.Ningún detalle podía pasarse por alto. Ninguno.Christopher, con el peso del mundo sobre los hombros, intentó contactar desesperadamente a los organizadores, pero todas las líneas estaban muertas.Todos estaban de viaje, ocupados en mil direcciones, y aunque muchos prometieron devolverle la llamada, aquellas promesas se disolvieron en el aire.La tensión lo envolvía, pero Rossi sabía que el pánico era un lujo que no podía permitirse. Era la maldita Semana de la Moda, y todo, absolutamente todo, debía rozar la perfección.Tenía su invitación asegurada, claro, como editor de Éclat, cortesía de la Federación de la Alta Costura, pero las sombras acechaban en forma de un
Tras graduarse de la universidad y gracias a su padre, Lily consiguió un pequeño puesto como administradora en un restaurante de comida rápida, donde los pollos fritos cautivaban a todos los habitantes de su ciudad y, no obstante, la comida era algo que le motivaba en demasía, no quería ser administradora en un restaurante.Ella soñaba con ser editora.Ojalá de una revista que pudiera cambiar el mundo. Que pudiera motivar a otros, así como la comida la motivaba a ella.Duró apenas dos semanas como administradora y vendedora de pollos y, al siguiente lunes, se escabulló por su casa sin que nadie conociera sus verdaderos planes y viajó hasta la cuna de las revistas más importantes.Caminó por esas pintorescas calles con la boca abierta. Llevaba muchos años sin visitar ese lugar y, sin dudas, se sintió fuera de lugar. Como un bicho raro.Vestía terrible y, sin embargo, se había esforzado por llevar ropa formal, su estilo de anciana no encajaba con esas jovencitas elegantes que se pavonea
Lily viajó en bus de regreso a casa.Sabía que mientras más alargara el viaje, menos tendría que discutir con su padre y así también evitaría enfrentarse a sus hermanas, quienes siempre le daban el favor a su padre en todo.En el bus leyó los documentos que había firmado. Su nuevo contrato y un extenso manual de trabajo en el que se especificaba todo tipo de reglas que, según el criterio de Lily, eran descabelladas.La regla número seis prohibía usar pintalabios de color rojo, esmaltes rojos y/o accesorios del mismo color.La regla número once exigía que todos los empleados de Craze debían estar suscritos a la revista.La regla número trece prohibía comer cualquier tipo de carbohidrato en las dependencias de Craze, una de las revistas de moda que componía el gran conglomerado mediático de Revues.—¿Craze? —se preguntó Lily mientras viajaba en el bus de regreso a los suburbios—. ¿Craze? —se repitió confundida y se apresuró para buscar su contrato.Lo revisó lenta y cuidadosamente, leye
Al otro día, Lily se levantó temprano, se aseó como ya le era costumbre y, si bien, nunca se había enfrentado con su closet, en ese momento, cuando sabía que debía pisar los terrenos más pantanosos en los que había caminado nunca, dudó de todo lo que había en su armario.Dudó de cada prenda y se odió por no tener un estilo definido.Decidió que usaría lo de siempre. Formal y para nada insinuante. Falda negra bajo la rodilla, una blusa negra y una chaquetilla que disimulaba sus caderas más gruesas.O eso creía ella, porque, en el fondo, la chaqueta le quitaba la forma natural a su cuerpo curvilíneo.Llegó temprano a las dependencias de Revues, mucho antes de que llegara la mayor parte del personal. No quería que nadie la viera, así que pidió reunirse con la encargada de recursos humanos para entregarle su carta de renuncia.—Señorita López, ¿qué la trae por aquí? —preguntó la mujer que el día anterior la había contratado.Se oía jovial y despejada.Lucía espectacular con tacones altos
Lily estuvo segura de que ese era el momento perfecto para sentir arrepentimiento y salir corriendo por la puerta y no regresar jamás, pero ahí estaba, firmando y con sangre un pacto que, de seguro, cambiaría toda su vida.Ya no era la simple empleada de un restaurante de pollos fritos, que atendía junto a su padre por las tardes y que, se desenvolvía en un ambiente familiar y agradable. No, ahora era la asistente de un editor en jefe, de una célebre y respetada revista de moda, reconocida mundialmente por su innovación dentro del mundo de la moda.Ya no trabajaría con su alegre familia, sino, con muchachas que vivían de ayuno y agua.—Y que me dice —expuso el Señor Rossi en cuanto Lily se quedó desconcertada, de pie en la mitad de la oficina.—¿Yo? —investigó ella, liada—. ¿Qué quiere que le diga? —Estaba muy asustada.Rossi se carcajeó y se tomó con normalidad su actitud. Era común ver a las jovencitas actuar así antes de entrar al gran templo de la moda.—¿Lista para entrar en el t
Por supuesto que se alarmaron en cuanto vieron el aspecto de Lily. Descuidado, al parecer de muchos. Toda ella era un caso aparte de Craze y llegaron a pensar que se había equivocado de oficina.Con las luces blancas sobre ella, cada detalle se veía exagerado. Las puntas de su cabello parecían más abiertas, las cutículas de sus uñas más resecas y, ni hablar de los puntos negros que tenía en la nariz.La oficina del editor en jefe se encontraba al final del gran recorrido, con la mejor vista de todas y con cristales en lugar de muros.Detrás de un escritorio exagerado de dos metros y con el culo acomodado en una silla de dos millones de dólares, Christopher Rossi fingía que tenía todo bajo control.Su padre sabía que no era cierto y, por mucho que su heredero fingiera poder, estaba al borde de llevar su primera publicación al fracaso.El hombre dio dos golpecitos en su puerta de cristal para anunciar su llegada y entró en su elegante oficina con los brazos abiertos para estrecharlo en
Desde afuera de la oficina, Lily miró a Christopher con inquietud y notó lo angustiado que el joven hombre estaba.Como sabía que debía ajustar su estrategia para trabajar para y con él, dio pasos tímidos hacia su oficina, decidida a presentarse y comenzar con el pie derecho.—Buenos días, Señor Rossi, mi nombre es…—Cierra la puerta —ordenó Christopher sin dejarla terminar su presentación y, si bien, a Lily le resultó muy atrevido e irrespetuoso, asintió obediente y dio la media vuelta para hacer lo que él le pedía.Cuando Lily volteó para mirarlo, se lo encontró frente a frente y no pudo ocultar el espanto que le causó. Puso un grito en el cielo y luego se carcajeó, nerviosa por su cercanía.Estaba segura de que esa era la primera vez que un hombre tan elegante y guapo se le acercaba tanto.—Señor, yo…—¿Qué fue lo que mi padre te ofreció a cambio de ser mi asistente? —disparó Rossi y la miró desafiante.Lily se puso pálida y pasó saliva ruidosamente.—Nada, Señor —respondió ella y
Tomó el elevador y presionó la tecla del piso uno con angustia. Un par de pisos más abajo, el elevador se detuvo y una simpática colorina se montó a su lado. Con ella llevaba un perchero de organización repleto de prendas metalizadas y muy extravagantes.—Balenciaga va a lanzar su nueva línea con nosotros —cuchicheó la colorina y cogió una prenda, casi diminuta y se la puso sobre el pecho—. Espero perder algunos kilos para poder quedarme con esta. ¿Qué te parece? —preguntó.Lily apenas abrió la boca para responder. Le resultaba horripilante, pero quien era ella para opinar de moda, si seguía usando los mismos zapatos de hacía años.—Linda —respondió Lily con un susurro.—¿Eres nueva? —preguntó la colorina de sonrisa alegre y se probó un sombrero igual de extravagante que la blusa anterior.—Sí, es mi primer día —susurró Lily con desconfianza.De reojo miró a la pelirroja y, cuando notó que era más como ella que el resto de las flacuchas del lugar, supo que había encontrado un tesoro.