Lily viajó en bus de regreso a casa.
Sabía que mientras más alargara el viaje, menos tendría que discutir con su padre y así también evitaría enfrentarse a sus hermanas, quienes siempre le daban el favor a su padre en todo.
En el bus leyó los documentos que había firmado. Su nuevo contrato y un extenso manual de trabajo en el que se especificaba todo tipo de reglas que, según el criterio de Lily, eran descabelladas.
La regla número seis prohibía usar pintalabios de color rojo, esmaltes rojos y/o accesorios del mismo color.
La regla número once exigía que todos los empleados de Craze debían estar suscritos a la revista.
La regla número trece prohibía comer cualquier tipo de carbohidrato en las dependencias de Craze, una de las revistas de moda que componía el gran conglomerado mediático de Revues.
—¿Craze? —se preguntó Lily mientras viajaba en el bus de regreso a los suburbios—. ¿Craze? —se repitió confundida y se apresuró para buscar su contrato.
Lo revisó lenta y cuidadosamente, leyendo bien cada línea y, mientras se acercó a la verdad, el ceño se le fue apretando por lo que fue descubriendo.
Se quedó pasmada cuando vio que, había firmado para trabajar para Revues, pero no había firmado para trabajar en una revista o periódico que se adaptara a ella, una mujer de cultura e investigación, sino que, para su desgracia, había firmado para trabajar en Craze, la peor revista de moda que pudiese existir en el maldito universo.
—Dios mío, no —masculló asustada y se dejó abatir en el asiento en el que estaba tan cómodamente sentada.
Leyó el contrato al menos unas diez veces, solo para convencerse de que no estaba soñando o que había leído mal y, tras leer infinitas veces, logró entender el ridículo y exagerado manual de trabajo que tenía en la mano.
Era tan ridículo como todas esas jovencitas que se mataban de hambre para conseguir ser talla cero y entrar en un vestido de temporada.
Llegó a su casa destruida y sintiéndose tan fracasada que, cuando atravesó la puerta, se escabulló por las escaleras hasta su cuarto. Pisó en puntitas para que nadie la oyera entrar.
Para ella, entrar y trabajar en el mundo de la moda era como saborear el fracaso, puesto que ese era el último escalón de su pirámide. Incluso Lily se atrevía a decir que, ese escalón ni siquiera existía en su mundo, pero, ahí estaba, sintiéndose como una estúpida por haber firmado sin leer.
Ella, una lectora ávida, había firmado sin leer. Que chiste.
No tenía ánimos para enfrentarse a nadie, puesto que sabía que todos la iban a criticar por haber caído tan bajo. Ella siempre se había llenado la boca hablando mal del mundo de la moda, de sus estándares y los absurdos regímenes que sometían a las niñas para convertirlas en algo no sano para la sociedad.
¿Con qué cara iba a decirle a su familia que su nuevo empleo era en Craze, cuando ella usaba zapatos de liquidación de Walmart?
Se rio y se lamentó mientras se hundió en su almohada.
Su hermana no tardó en aparecer. La había escuchado entrar.
Lily se levantó rápido y agarró su bolso con sentido protector. No quería que su hermana descubriera la verdad, ese secreto que no pensaba revelarle a nadie porque, estaba decidida a renunciar.
Sí, el martes a primera hora iba a presentarse en Revues y en Craze, pero con una carta de renuncia en la mano.
—¿Estás bien? —le preguntó Romy, su hermana mayor.
Lily asintió.
Romy se rio.
—Estás pálida y con cara de que te contagiaste de algún virus extraño —se rio inofensiva—. Ojala no COVID.
Las dos se rieron.
—Fíjate que, ni el COVID me quiere —se rio Lily y trató de desviar la conversación—. ¿Cómo está el papá? —investigó nerviosa.
No quería escuchar algún discurso por su ausencia en todo el día, pero, para su suerte, su padre apenas había notado su desaparición.
—Está bien —respondió Romy con claro desinterés—, fue a clases de computación en la mañana y por la tarde se puso a hornear esos pasteles de maíz que… Iugh —Romy se metió el dedo en la boca y simuló que vomitaba.
—¿No preguntó por mi? —insistió Lily.
Romy negó.
Lily suspiró aliviada y dejó la cama con el bolso agarrado contra el pecho para ponerlo lejos de su hermana.
Romy solía escarbar entre sus pertenencias. No lo hacía por chismosa o mala intención, más que nada era para descubrir un poco del mundo que había afuera.
Su padre no la dejaba salir mucho. Había perdido a su hijo hacía poco y el médico de la casa insistía en que Romy sufría de depresión y que no era sano para ella salir tan pronto.
Ese tan pronto se había convertido en diez meses y Romy seguía escondida detrás de las cortinas de la sala, viendo el mundo y la vida pasar.
—¿Y dónde estuviste? —preguntó Romy y volteó para seguirla por el cuarto.
—Por ahí —mintió Lily, pero era tan mala fingiendo que, rápidamente se puso roja y respiró fuerte.
Su hermana enarcó una ceja y la miró con mueca dudosa.
—¿Por ahí? —repitió Romy.
Lily supo que no podría contener por mucho tiempo la verdad y, como ya le era costumbre, todo su vómito verbal salió a exponerla.
—Fui a una entrevista en Revues ¡y me contrataron!, pero no leí el contrato antes de firmar y mañana empiezo en Craze —dijo todo con ritmo apresurado, cada palabra salía más rápida y fuerte que la anterior.
Romy se quedó boquiabierta.
—¿Craze? —preguntó Romy—. ¿La revista esa de moda?
—Esa misma —suspiró Lily—. Sí, la cagué, dímelo, por favor —le exigió.
Romy puso cara de no entender nada y negó, aunque no muy convencida.
—Bueno, no lo sé… —Se quedó pensativa—. ¿Un poco? Supongo… —Alzó los hombros.
—Mañana iré a renunciar —dijo Lily, totalmente decidida—. No puedo entrar ahí, voy a ser la burla de todas esas flacuchas muertas de hambre —reclamó dolida—. Y no lo digo en el mal sentido, lo digo porque de verdad se matan de hambre.
—Pero ¿y qué tiene de malo?
Lily se rio con sarcasmo y se apresuró para escarbar en su bolso y entregarle el manual a su hermana, el que había leído antes en el bus.
—Lee eso. —Se lo ofreció con furia.
Le dio tiempo a su hermana para que repasara el manual de trabajo de Craze.
—Son muchas reglas, pero nada fuera de lo normal —pensó Romy en voz alta.
—¿Leíste la regla trece? —preguntó Lily.
—Sí —respondió Romy—. Pero no la tan veo mal. Solo son carbohidratos —se rio—. Aunque dicen que son tan adictivos como el alcohol, y no le veo nada de malo que tengas que separarte algunas horas de ellos.
Lily bufó.
—Mañana voy a renunciar —repitió decidida—. Nadie me separa de mis malditos carbohidratos —escupió y se mostró brusca.
Romy se rio y le dijo:
—Eres alcohólica.
Las dos se rieron y charlaron largo y tendido sobre la moda. Claro que no les gustaba, no iba con el estilo de la familia López. Eran humildes, no tenían dinero para derrochar en prendas tan costosas, mucho menos para morirse de hambre. Habían nacido entre carbohidratos y azucares y eso las hacía sentir orgullosas.
Lily le pidió a su hermana que no hablara con el resto de la familia sobre ello, puesto que, al otro día, pensaba renunciar y Romy le prometió que su secreto estaba a salvo con ella.
Al otro día, Lily se levantó temprano, se aseó como ya le era costumbre y, si bien, nunca se había enfrentado con su closet, en ese momento, cuando sabía que debía pisar los terrenos más pantanosos en los que había caminado nunca, dudó de todo lo que había en su armario.Dudó de cada prenda y se odió por no tener un estilo definido.Decidió que usaría lo de siempre. Formal y para nada insinuante. Falda negra bajo la rodilla, una blusa negra y una chaquetilla que disimulaba sus caderas más gruesas.O eso creía ella, porque, en el fondo, la chaqueta le quitaba la forma natural a su cuerpo curvilíneo.Llegó temprano a las dependencias de Revues, mucho antes de que llegara la mayor parte del personal. No quería que nadie la viera, así que pidió reunirse con la encargada de recursos humanos para entregarle su carta de renuncia.—Señorita López, ¿qué la trae por aquí? —preguntó la mujer que el día anterior la había contratado.Se oía jovial y despejada.Lucía espectacular con tacones altos
Lily estuvo segura de que ese era el momento perfecto para sentir arrepentimiento y salir corriendo por la puerta y no regresar jamás, pero ahí estaba, firmando y con sangre un pacto que, de seguro, cambiaría toda su vida.Ya no era la simple empleada de un restaurante de pollos fritos, que atendía junto a su padre por las tardes y que, se desenvolvía en un ambiente familiar y agradable. No, ahora era la asistente de un editor en jefe, de una célebre y respetada revista de moda, reconocida mundialmente por su innovación dentro del mundo de la moda.Ya no trabajaría con su alegre familia, sino, con muchachas que vivían de ayuno y agua.—Y que me dice —expuso el Señor Rossi en cuanto Lily se quedó desconcertada, de pie en la mitad de la oficina.—¿Yo? —investigó ella, liada—. ¿Qué quiere que le diga? —Estaba muy asustada.Rossi se carcajeó y se tomó con normalidad su actitud. Era común ver a las jovencitas actuar así antes de entrar al gran templo de la moda.—¿Lista para entrar en el t
Por supuesto que se alarmaron en cuanto vieron el aspecto de Lily. Descuidado, al parecer de muchos. Toda ella era un caso aparte de Craze y llegaron a pensar que se había equivocado de oficina.Con las luces blancas sobre ella, cada detalle se veía exagerado. Las puntas de su cabello parecían más abiertas, las cutículas de sus uñas más resecas y, ni hablar de los puntos negros que tenía en la nariz.La oficina del editor en jefe se encontraba al final del gran recorrido, con la mejor vista de todas y con cristales en lugar de muros.Detrás de un escritorio exagerado de dos metros y con el culo acomodado en una silla de dos millones de dólares, Christopher Rossi fingía que tenía todo bajo control.Su padre sabía que no era cierto y, por mucho que su heredero fingiera poder, estaba al borde de llevar su primera publicación al fracaso.El hombre dio dos golpecitos en su puerta de cristal para anunciar su llegada y entró en su elegante oficina con los brazos abiertos para estrecharlo en
Desde afuera de la oficina, Lily miró a Christopher con inquietud y notó lo angustiado que el joven hombre estaba.Como sabía que debía ajustar su estrategia para trabajar para y con él, dio pasos tímidos hacia su oficina, decidida a presentarse y comenzar con el pie derecho.—Buenos días, Señor Rossi, mi nombre es…—Cierra la puerta —ordenó Christopher sin dejarla terminar su presentación y, si bien, a Lily le resultó muy atrevido e irrespetuoso, asintió obediente y dio la media vuelta para hacer lo que él le pedía.Cuando Lily volteó para mirarlo, se lo encontró frente a frente y no pudo ocultar el espanto que le causó. Puso un grito en el cielo y luego se carcajeó, nerviosa por su cercanía.Estaba segura de que esa era la primera vez que un hombre tan elegante y guapo se le acercaba tanto.—Señor, yo…—¿Qué fue lo que mi padre te ofreció a cambio de ser mi asistente? —disparó Rossi y la miró desafiante.Lily se puso pálida y pasó saliva ruidosamente.—Nada, Señor —respondió ella y
Tomó el elevador y presionó la tecla del piso uno con angustia. Un par de pisos más abajo, el elevador se detuvo y una simpática colorina se montó a su lado. Con ella llevaba un perchero de organización repleto de prendas metalizadas y muy extravagantes.—Balenciaga va a lanzar su nueva línea con nosotros —cuchicheó la colorina y cogió una prenda, casi diminuta y se la puso sobre el pecho—. Espero perder algunos kilos para poder quedarme con esta. ¿Qué te parece? —preguntó.Lily apenas abrió la boca para responder. Le resultaba horripilante, pero quien era ella para opinar de moda, si seguía usando los mismos zapatos de hacía años.—Linda —respondió Lily con un susurro.—¿Eres nueva? —preguntó la colorina de sonrisa alegre y se probó un sombrero igual de extravagante que la blusa anterior.—Sí, es mi primer día —susurró Lily con desconfianza.De reojo miró a la pelirroja y, cuando notó que era más como ella que el resto de las flacuchas del lugar, supo que había encontrado un tesoro.
El deseo ciego de empezar una guerra con su nuevo jefe le duró apenas cinco minutos, más al recordar sus valores, principios y el corazón noble que tenía dentro del pecho.Además, no podía negar que verlo en todo momento a través de esos cristales era la cosa más intimidante a la que se había enfrentado antes y ella no sabía si quería oponerse a ese demonio de ojos azules.Intentó mantener la cabeza fría en todo momento y se enfocó en responder los más de quinientos correos que tenía pendientes. La mayoría de ellos era información que rebotaba desde otros departamentos y también otras revistas pertenecientes al gran conglomerado que era Revues.El teléfono timbraba en todo momento y antes de qué la hora del almuerzo llegara tenía la mano acalambrada por todas las notas que había escrito para su jefe.De las cuarenta notas, treinta pertenecían a modelos que esperaban el llamado de Christopher para una segunda cita y las otras diez pertenecían a mujeres despechadas a las que Christopher
Lily se fue a casa repasando otra vez el manual de Craze, luchando contra su voluntad para memorizarse al pie de la letra cada regla descabellada que allí se detallaba, incluso la de los carbohidratos.No iba a permitirle a Christopher Rossi que le ganara en su propio juego y si quería salir victoriosa de eso, debía estar preparada para todo.Desconociéndose a sí misma, llegó a su casa más empoderada que nunca y ayudó a su padre con las quehaceres del hogar, que se acumulaban en exuberancia.Cuando creyó que era conveniente, le contó la verdad.—Ya lo sabía, hija —reveló su padre y, desde el otro lado de la mesa le regaló una sonrisa.Lily dejó el maíz que picaba a un lado y se puso seria.—¿Fue Romy? —quiso saber Lily, aunque no podía enojarse con su hermana.Su padre negó y dejó también la carne que trozaba para hablar con ella con franqueza.—Ellos llamaron esta mañana, apenas te fuiste —le contó su padre—. Querían confirmar tu dirección para enviarte algunos paquetes, cosas que no
A la medianoche, Lily le mandó un audio a su madre, informándole sobre su nuevo trabajo y lo mucho que eso significaba para ella. La verdad, hacía mucho que había dejado de importarle si su madre le respondía o no. A ella solo le importaba la estabilidad de su padre.Y si su padre le pedía que hablara con su madre, ella lo hacía.Aunque creyó que con eso se quitaría un peso de encima y lograría dormir un poco antes de que el despertador sonara en pocas horas, sucedió todo lo contrario y se dio tantas vueltas en la cama que, sacó las sábanas y se tuvo que levantar para arreglarla de nuevo.Se escabulló hasta el baño y se aplicó un exfoliante nocturno que su hermana menor le había obsequiado. Tal vez, así se quitaba algunas impurezas para entrar con la frente en alto y sin puntos negros a Craze.Con la cama estirada y con la piel exfoliada, se metió a la cama, anhelando dormirse de golpe, pero no lo consiguió.Tenía un presentimiento tan malo que, a las dos de la mañana, empezó a camina