A la medianoche, Lily le mandó un audio a su madre, informándole sobre su nuevo trabajo y lo mucho que eso significaba para ella. La verdad, hacía mucho que había dejado de importarle si su madre le respondía o no. A ella solo le importaba la estabilidad de su padre.
Y si su padre le pedía que hablara con su madre, ella lo hacía.
Aunque creyó que con eso se quitaría un peso de encima y lograría dormir un poco antes de que el despertador sonara en pocas horas, sucedió todo lo contrario y se dio tantas vueltas en la cama que, sacó las sábanas y se tuvo que levantar para arreglarla de nuevo.
Se escabulló hasta el baño y se aplicó un exfoliante nocturno que su hermana menor le había obsequiado. Tal vez, así se quitaba algunas impurezas para entrar con la frente en alto y sin puntos negros a Craze.
Con la cama estirada y con la piel exfoliada, se metió a la cama, anhelando dormirse de golpe, pero no lo consiguió.
Tenía un presentimiento tan malo que, a las dos de la mañana, empezó a caminar en círculos por el cuarto con su bata de dormir, creando en su cabeza diversos escenarios sobre lo que sucedería en su segundo día en Craze.
A todos esos escenarios convocados por su ansiedad, les dio una solución inteligente, incluso se atrevió a buscar excusas que fueran creíbles para decirle al temible Christopher Rossi y convencerlo de que, lo que había sucedido en la fiesta, había sido una mera coincidencia.
Cuando ya no le quedaron uñas que masticar, agarró su teléfono y valiente navegó en las redes sociales, buscando, aunque fuese, una fotografía que le dijera qué era lo que estaba ocurriendo en la fiesta de temporada de Marlene Wintour.
Encontró a las modelos posando serias, todas cadavéricas y con vestidos casi transparentes. Encontró a los inversionistas, a la protagonista de la fiesta y, tras toda la elegancia y el glamour de Wintour, lo encontró a él.
—¡No puede ser! —gritó fuerte y se tapó la boca al recordar que, el reloj ya casi marcaba las tres de la madrugada.
Tuvo que bloquear la pantalla de su teléfono cuando lo vio ensangrentado, con titulares que le dieron vergüenza ajena y supo que todo era peor de lo que ella se había imaginado.
Se agarró la cara con las dos manos y empezó a rezar, a implorar que, Christopher sufriera una perdida repentina de memoria y se olvidara de ella para siempre.
Pero ya era tarde como para arrepentirse y refugiarse en las plegarias y, de todos los escenarios que había imaginado, el escenario al que le tocó enfrentarse fue el peor de todos.
El timbre de su casa resonó por todo ese silencio abrumador en el que estaba enfrascada.
¡Rin, rin!
Se oyó tan fuerte que, se sobresaltó en la cama y, aunque le tomó unos instantes reaccionar, se echó a correr hacia la ventana de su cuarto para verificar de quién se trataba.
Pensó en su madre, regresando con la cola entre las piernas; en su hermana menor saliendo de alguna fiesta universitaria e, incluso, pensó en uno de sus vecinos borrachos, pero cuando movió la cortina y miró a la calle, se encontró con algo peor.
Algo que, ni en sus más locas pesadillas, habría ocurrido.
Era el mismísimo satanás llamando a su puerta.
Christopher Rossi.
Para su infortunio, su padre se levantó primero y caminó por su cuarto para bajar las escaleras y abrir la puerta.
Lily gritó descontrolada y luchó con el tirador de su puerta para detener a su padre antes de que el diablo entrara en su casa, pero fue muy lenta y su padre recibió a ese misterioso hombre que se atrevía a irrumpir el sueño de una familia de bien en la madrugada.
—¡No, papá! ¡No abras! —gritó Lily, corriendo escaleras abajo—. ¡Es el diablo, el diablo! —repitió enloquecida y se detuvo abruptamente en la mitad de las escaleras cuando lo vio, cuando supo que la había cagado otra vez—. Ay, no… —suspiró.
Su padre ya había abierto la puerta y, para su desgracia, el hombre la miraba con aborrecimiento, con un odio que a Lily la caló completa.
—Lily, Lily, Lily. —Christopher repitió su nombre de forma juguetona, pero muy borracho, moviendo la cabeza de lado a lado.
Chasqueó la lengua con burla y Lily supo que estaba en graves problemas.
—¿Conoces a este hombre, hija? —preguntó su padre, quien estaba de intermediario en ese gran problema, sintiéndose tan confundido por el abrupto despertar que, no entendía absolutamente nada.
Lily miró a su padre y balbuceó tan espantada que, no pudo decir ni una sola palabra. Así que negó y se echó a correr escaleras arriba para esconderse en su cuarto y, tal vez, en su armario.
—¡Lilibeth López, detente ahí! ¡Ahora mismo! —gritó Rossi, tan furioso que, se osó a entrar a la casa de la familia López sin haber sido invitado y a subir las escaleras para ir detrás de su asistente.
Alcanzó a agarrarla por el batín y se lo jaló con tanta rabia que, la muchacha perdió el equilibrio y, como si ya no fuera terrible el escándalo del hombre, terminaron los dos cayendo por las escaleras.
Él se llevó la peor parte, porque le tocó aguantar todo el peso de Lily y el gran golpe que se dieron al final de la caída.
Tuvo que agarrarse de su cuerpo, el que había mirado con desprecio, para que el golpe no fuera peor. Lily se quedó helada cuando tuvo sus manos en sus tetas, en su barriga para nada firme y rebotó en su pelvis con su culo prominente, de seguro, quebrándole la polla dulce por el gran desmoronamiento.
El padre de Lily estaba tan conmocionado por lo que estaba ocurriendo en su casa que, ni alcanzó a reaccionar cuando vio a la pareja caer por la escaleras.
Por todo el griterío, Romy salió de su dormitorio un tanto adormilada y se pulió los ojos unas cuántas veces cuando vio a su hermana con las patas arriba, chillando adolorida y a un hombre bajo ella hablando incoherencias.
Se echó a correr escaleras abajo para ayudar a su hermana. La agarró por las manos y la jaló con fuerza.
En el piso, Christopher se quedó tieso, aplastado por su asistente y mirando al techo mientras se recuperaba de todo el mareo que sentía.
A Lily le vino la verdadera preocupación y no dudó en auxiliarlo, aun cuando le dolía la espalda por la caída. Sabía que tener a Christopher enojado y borracho en su casa era su culpa, y tenía que asumir las consecuencias de sus malos actos. —Señor… señor lo lamento tanto, yo…Rossi escuchó su voz cantarina y gruñó con tanta rabia que, la jovencita se levantó alarmada y se alejó de él, puesto que no sabía cómo iba a reaccionar.El hombre estaba furioso, lleno de sangre, mojado entero y tan destartalado que, Lily se acordó de los vagabundos que rondaban sus calles.Con lástima lo miró desde su lugar e intentó acercarse otra vez, a sabiendas de que él estaba así por su culpa.—Lily, ¿quién es este hombre? ¿Tú lo conoces? —preguntó su padre con insistencia.Lily asintió y con vergüenza reconoció la verdad:—Es mi jefe.Su padre abrió grandes ojos y la miró con horror. Romy no se quedó atrás y contempló al pobre de Rossi tumbado en el piso con preocupación.—¿Está borracho? —preguntó Rom
Desde que su esposa lo había dejado por un “colágeno”, el señor López se había convertido en un entusiasta de la vida y se levantaba cada mañana con música latina, abría todas las cortinas de la casa y cantaba a todo pulmón mientras limpiaba sus muchos retratos familiares.A Cristopher le tocó despertar con eso y, aunque no recordaba nada de lo que había sucedido en la noche anterior, el dolor de cabeza que lo golpeó en cuanto abrió los ojos, le aclaró un poquito la mente.—Buenos días, Señor Rossi —lo saludó el padre de Lily y desde el mesón lo miró sonriente.Sostenía una taza de café y con cuidado se acercó a él para ofrecerle una taza también.Rossi miró el café con los ojos apenas abiertos y luchó para alzar la vista, pero la cocina estaba tan luminosa que sintió que se moría.—Bébase este cafecito, cura corazones rotos —le cuchicheó divertido y le puso la taza en frente para alentarlo. Tras eso, empezó a cantar a todo pulmón otra vez—: “Si te vienen a contar cositas malas de mí,
De pie en la calle, cubriéndose las bolas con una mano, Christopher recordó que no podía despedir a Lily.Las advertencias de su padre habían sido claras y, si se osaba a despedirla, él se iría con ella y no estaba listo para irse, mucho menos para fracasar.La puerta se abrió y Christopher volteó asustado, con grandes ojos.Suspiró cuando se encontró con el padre de Lily.Él le dedicó un asentimiento de lamento y puso una manta gruesa sobre sus hombros. Christopher se aferró de ella con desespero. Estaba a punto de morir congelado.—Quiere que le llame un taxi o…—Quiero hablar con ella —exigió Christopher con valentía, aun cuando sabía que Lily era de armas tomar.Pero no le tenía miedo. O al menos eso pensaba.El señor Lopez negó y se rio.—Mire, señor Rossi… —Quiso serle sincero sin ofenderlo—. No creo que mi Lily quiera…—Solo necesito decirle algo. —Christopher se le adelantó él con urgencia.El señor Lopez lo miró por unos segundos y, aunque no solía intervenir en las decisione
—¿Cuánto dinero te ofreció? —la interrogó Rossi.Quería saber cuánto valía para su padre.—No me ofreció dinero —le refutó ella y Christopher se sintió peor—. Me ofreció cumplir un sueño.—¿Un sueño? —bufó descortés y con cara de fastidio—. ¿Acaso no sabes que los sueños también se cumplen con dinero? —preguntó déspota.Ella negó sonriente y chasqueó la lengua.Christopher maldijo cuando la vio sonreír así.Empezaba a gustarle cuando le mostraba ese gesto tan transparente y un hoyuelo que se le marcaba en la mejilla izquierda.Era perfecto.—No mi sueño —contestó ella, orgullosa de lo que quería en su vida y cómo lo quería—. Mi sueño no puede comprarse.Christopher suspiró fastidiado por su modo de ver las cosas.Era tan simplona que, le volvía loco. Y no de buena forma. —¿Qué condición le puso? —preguntó ella, metiéndole tres cucharadas de azúcar a su café.Rossi puso mueca nauseabunda y no vaciló en decirle:—Eso no es sano para ti, la diabetes…—Cállese, ¿quiere? —le refutó ella,
Se prepararon para regresar a las oficinas de Craze.Rossi pidió uno de sus elegantes trajes a domicilio y Lily dejó que su hermana le arreglara un poco el cabello, para no verse tan desastrosa.Viajaron durante cuarenta minutos en total silencio y solo cuando cruzaron el rio Hudson, Christopher tuvo el valor de mirarla y hablarle.—Mi padre estará esperándonos.Lily frunció el ceño.—¿Cómo está tan seguro? —preguntó ella, un tanto liada por la seguridad que su jefe le mostraba.Pero debajo de esa seguridad, también encontró miedo.Christopher se rio tenso y se pasó los dedos por el rostro, revisándose de forma minuciosa la barba y el aliento.Lily supo entonces que lo único que buscaba era impresionar a su padre y sintió lástima.Mucha lástima.—Siempre aparece para rescatarme en mis peores momentos —se lamentó Christopher sin mirarla.Sus ojos iban fijos en el recorrido.A Lily le fastidió saber que, Connor tenía el control absoluto. No solo de Revues y toda la industria editorial,
A París le sorprendió el atrevimiento de la recién llegada. No dijo más nada que pudiera ser usado en su contra y paciente esperó a que su padre quisiera retirarse.Fue un momento tenso, extraño. Ni siquiera pudieron entenderlo, porque jamás se habrían imaginado a Christopher apoyando y mucho menos defendiendo a una mujer como Lilibeth Lopez.Antes de dejar atrás las oficinas de Craze, hicieron una parada en la oficina privada de Wintour. A puerta cerrada, para que nadie pudiera oír lo que allí se orquestaba.Christopher los vio entrar allí y miró la puerta por largos y eternos veinte minutos, mientras todo lo que Lily había conseguido se convirtió en malos pensamientos.Se imaginó cada cosa horrible que decían de él y estuvo tan nervioso que, Lily pudo vislumbrarlo.—Ya concreté una cita con MissTrex para esta tarde, señor —le dijo Lily para tratar de sacarlo de ese estado de tortura en el que estaba inmerso.Christopher suspiró y, aunque al principio había creído que la idea de Lily
De pie en la entrada del pent-house, Lily se quedó boquiabierta y sin poder avanzar ni un solo paso más.El lugar era enorme, tan luminoso y blanco que Lily se vio encandilada por tanta luz y lujos.La sala era espaciosa, con un fondo de cristales de techo a piso que dejaban al descubierto la maravillosa vista del Central Park desde las alturas.A su derecha un piano de cola. Para Lily era negro, pero en realidad era pulido de ébano. Tras el gran piano se encontraba un comedor de dieciocho puestos.Lily imaginó que, tal vez, Rossi organizaba cenas para todos sus amigos. Si hubiese sabido que esa mesa de cristal jamás se había usado, se habría reído.—Bien —dijo el hombre detrás de ella—. De derecha a izquierda… —Señaló desde la esquina—. Aquí hay una habitación para invitados, tiene baño propio, por supuesto —se rio—, puedes quedarte aquí.Lily le miró con impaciencia.—¿Quiere que me quede aquí? —preguntó ella, sintiendo las mejillas más calientes de lo normal.Rossi levantó los hombr
La muchacha dio por terminada la discusión cuando le entregó a su jefe la bolsa con las compras que él mismo le había solicitado, aunque claro, un tanto adulterada para su propia diversión.Sabía que no ganaría y había aprendido desde muy joven que con burros no se discutía.Tras eso, se dio la media vuelta y se concentró en el trabajo, con ellos de fondo, besuqueándose y manoseándose.—Asquerosos voyeristas —reclamó Lily entre dientes.Ella podía verlos por el reflejo de los cristales y, peor aún, podía escucharlos gemir, así que, para evitar todo ese incómodo momento, se puso sus auriculares y escuchó un poco de música.Aprovechó también el momento de enviarle un mensaje a su hermana, explicándole que no llegaría a dormir y que trabajaría algunas horas extras.A Romy le resultó de muy mal gusto que su hermana pasara tantas horas en el trabajo y con Don Polla dulce.Mientras la rubia que había invitado a su noche pasional le lamía la polla endurecida y lo saboreaba a gusto, Christoph