14

Desde que su esposa lo había dejado por un “colágeno”, el señor López se había convertido en un entusiasta de la vida y se levantaba cada mañana con música latina, abría todas las cortinas de la casa y cantaba a todo pulmón mientras limpiaba sus muchos retratos familiares.

A Cristopher le tocó despertar con eso y, aunque no recordaba nada de lo que había sucedido en la noche anterior, el dolor de cabeza que lo golpeó en cuanto abrió los ojos, le aclaró un poquito la mente.

—Buenos días, Señor Rossi —lo saludó el padre de Lily y desde el mesón lo miró sonriente.

Sostenía una taza de café y con cuidado se acercó a él para ofrecerle una taza también.

Rossi miró el café con los ojos apenas abiertos y luchó para alzar la vista, pero la cocina estaba tan luminosa que sintió que se moría.

—Bébase este cafecito, cura corazones rotos —le cuchicheó divertido y le puso la taza en frente para alentarlo. Tras eso, empezó a cantar a todo pulmón otra vez—: “Si te vienen a contar cositas malas de mí, manda a todos a volar y diles que yo no fui”…

—Ay —suspiró Rossi al escuchar los canticos y se puso los dedos sobre sus sienes para tratar de aliviar en parte el palpitar constante que sentía.

Era un retumbar.

¡Tantarán, tantarán!

Escuchaba el golpeteo insistente en sus oídos. 

Peor se puso todo cuando Romy apareció por la puerta y Rossi la miró con grandes ojos, confundido por lo que veía.

—No, no soy ella… —Le dijo la muchacha—. Soy la mayor… y sí, todas tenemos el mismo aire sensual latino —se rio, explicándole que, el parecido entre ellas era normal.

—¿Todas? —preguntó Rossi. 

—Sí, somos tres hermanas. Romy… —Se señaló a si misma—. Lily, que ya la conoces bien. —Los dos se rieron—. Y Vicky, pero ella no vive aquí. Tiene una residencia en la universidad de Virginia.

Rossi formó una “o” con sus labios. Tras eso, dejó caer los hombros y se mostró rendido.

Romy notó que algo le afectaba y no dudó en preguntarle:

—¿Todo bien?

Christopher levantó los ojos de la mesa y unos pequeños flashes le recordaron que, había tenido una madrugada apasionada con una budinera repleta de maíz molido.

El estómago se le revolvió al sentir la pasta cremosa en el paladar y supo que iba a vomitar.

Romy también lo supo y con histerismo chilló:

—¡Arriba, el primer cuarto a la derecha!

Chris se levantó de golpe y corrió siguiendo las indicaciones de Romy. Encontró las escaleras y subió los escalones corriendo.

Abrió la puerta del cuarto de baño y, aunque esperaba encontrar un váter en el que hundir la cabeza y devolver todo lo que había comido en la madrugada, se encontró a su asistente sentada de lo más tranquila.

—¡No! —chilló Lily cuando lo vio aparecer por la puerta. Christopher avanzó hacia ella y sin vacilar la levantó del váter, con las bragas abajo y vomitó todo lo que venía aguantando—. ¡No, señor Rossi! —le reclamó ella, horrorizada—. ¡Usted está loco!

Quiso llorar cuando vio al hombre vomitar encima de su “tronco”.

El hombre se sintió más revuelto al ver la “caca” de Lily en el fondo del váter y tuvo que sacar la cabeza del váter para vomitar en el piso.

Lily pensó que se moría en ese momento, cuando el vómito tibio se le metió entre los dedos de los pies; luchó por contenerse, explotó encima de él.

—Señor Rossi… —sollozó con el vómito regresándole por la garganta y, mientras el hombre seguía devolviéndolo todo, ella se unió a él.

Vomitaron juntos metiendo la cabeza en la bañera.

Estuvieron un largo rato así.

De reojo se miraban y trataban de darse aliento.

Cuando Lily notó que él estaba más afectado, de seguro por la gran resaca que tenía, puso su mano en su espalda y le dio palmaditas para consolarlo.

Lily se recuperó primero y se armó de valor para limpiar todo. Rossi se quedó tirado en el piso, lacio y sintiéndose más humillado que nunca.

Lily bajó la cadena del váter y abrió el grifo de agua de la bañera para que el vómito se fuera rápido.

Se asearon como pudieron, sin decir nada.

Tenían tanta vergüenza por los hechos que, apenas pudieron mirarse a las caras. Lily lo evadió en todo momento; solo podía pensar en los troncos que dejaba salir cada mañana y los que él había visto en primera plana.

—Tome una ducha, yo le conseguiré un poco de ropa limpia —le dijo ella desde la puerta, pero sin poder mirarlo.

Christopher se limitó a asentir y esperó a que la jovencita cerrara la puerta para derrumbarse en su soledad, miedos y problemas.

Lily corrió a usar el baño privado de su padre y se vistió. Cuando terminó de alistarse, tomó un poco de ropa limpia de su padre y se la llevó a su jefe.

Exjefe.

De seguro iba a despedirla.

Se quedó en la puerta largo rato, esperando a que terminara. Su hermana Romy caminó a su lado un par de veces.

—¿Qué estás esperando? —preguntó Romy y la miró desafiante.

—A que esté listo —susurró Lily, entristecida.

—¿Y por qué estás así? ¿Qué paso? —insistió Romy.

No era normal para ella ver a Lily actuar así. Lily era la fuerte de las tres. La que mantenía a su familia en pie y unida desde que su madre se había marchado.

A Lily se le humedecieron los ojos y con las mejillas enrojecidas le dijo:

—Vio mi caca.

—¿Quién? ¿Tu caca? —Romy se mostró confundida y sacudió la cabeza.

—Él… —Miró la puerta con vergüenza.

Romy miró la puerta también y, no obstante, lo entendió todo, tuvo que preguntar:

—¿Señor polla dulce? —Romy abrió grandes ojos.

—Y era enorme —suspiró Lily, afligida.

Romy apretó los labios para no reírse. Lily fingió un llanto y se cubrió el rostro con las dos manos.

—Bueno, ya sabes lo que dicen —le dijo Romy para consolarla. Su hermana la miró con ilusión y aguardó a que dijera algo lindo, motivante—: Si salen de ese tamaño, es porque…

—¡Eres una puerca! ¡Puerca! ¡Cerda! ¡Pervertida! —le gritó enojada—. Ni siquiera sé porque te cuento esto, es lo más vergonzoso que me ha pasado en la vida…

—Porque somos hermanas, porque tengo más experiencia que tú y porque te quiero y quiero que seas feliz —le dijo Romy consolándola.

Le acarició las mejillas y las dos hermanas se miraron a los ojos y se abrazaron al recordar todo lo que habían atravesado.

—Gracias por ser mi hermana.

—Un gusto —le respondió Romy y se marchó divertida.

Cansada de esperar, Lily llamó a la puerta. Escuchó un pequeño murmuro proveniente del fondo.

Volvió a llamar y se atrevió a entrar cuando Rossi no le respondió.

Christopher se estaba lavando las manos por tercera vez. Llevaba una toalla rosa envuelta en las caderas y una mascarilla revitalizante sobre el rostro.

—Señor Rossi, le traje esto. No es muy elegante, pero le ayudará a regresar limpio a casa —susurró ella al verlo, pero rápidamente bajó la mirada para evitar encontrarse con su torso desnudo y perfecto—. ¿Puedo ayudarlo en algo más?

El hombre se quedó mirándola un largo rato. El encierro se hizo tenso para los dos, pero más para ella, que no entendía nada de lo que ese misterioso y arrogante hombre estaba pensando.

Atrevido, Christopher caminó un par de pasos hacia ella.

La detestaba. La odiaba.

Quería hacerla sufrir de maneras inimaginables y ya sabía cuáles y quiénes eran sus puntos débiles.

—Te lo voy a preguntar una vez más, Lilibeth Lopez y no quiero que me mientas —le dijo él y ella lo miró con grandes ojos.

—Yo no miento, Señor —respondió ella, con carita de niña buena.

Estaba asustada. En su mirada azul fría podía vislumbrar el odio que sentía por ella.

Era aborrecimiento puro.

—¿Cuánto te pagó Wintour por humillarme así? —Volvió a preguntarle.

A Lily le dolió saber que, naturalmente, él había relacionado los hechos.

—Señor…

—¡No me mientas, maldición! —le gritó furioso—. ¡Estoy harto de que todos me mientan, me usen, me manipulen! —bramó furioso y agarró la ropa que ella sostenía entre sus manos y la lanzó lejos.

Lily retrocedió un par de pasos, queriendo rehuir de su furia, pero el hombre se le adelantó y cerró la puerta antes de que se escapara.

—La señora Wintour no me pagó nada, lo que hice, lo hice porque a mí me nació.

Christopher se rio cuando la escuchó. Estaba exaltado, furioso.

Se puso las manos en las caderas para enfrentarse a ella.

Creía que Lily estaba sobre su nivel y que era cuestión de tiempo antes de que le tendiera otra trampa.

—Ah, ¿sí? —se rio sarcástico—. ¿Crees que soy estúpido? —la encaró.

—Ahhh… —Lily pensó con cuidado—. No sé si deba responder a su pregunta, Señor.

Rossi ardió con más rabia. Definitivamente creía que era estúpido y lo peor era que se reía en su m*****a cara.

—Así que te nació del culo humillarme así, reunir a todas esas mujeres y humillarme. ¡Me humillaste! —La cogió por los hombros y le dio un par de sacudidas.

Ella ardió por la rabia cuando se vio minimizada bajo sus gritos grotescos y con furia se quitó sus manos de encima y no vaciló en enfrentarlo.

Al final, sabía que ya no tenía trabajo y que todo se había ido a la m****a.

—¡Usted también me humilló! —le gritó. Él le miró con sobresalto—. Ay, no se haga el sorprendido, por favor. —Se rio—. Me dejó afuera del restaurante, en el frío, con tres grados y tacones. ¡Tacones! —le gritó furiosa.

Los dos se miraron unos segundos mientras la rabia se disipaba.

Christopher estaba en trance. Nadie, nunca, se había atrevido a gritarle así.

En toda su vida jamás había sido enfrentando por alguien y, en ese momento, se quedó sin argumentos para refutarle.

Lily no vaciló en continuar:

—¡Y no crea que no sé lo que dice de mí! Que soy ilegal, que soy grotesca, inútil, que no pertenezco a Craze… —Jadeó y, cuando recordó su primer encuentro, no vaciló en continuar—: ¿Y por qué cree que todos me están pagando? Primero su padre, ahora la señora Wintour.

—Porque todos tienen un precio. —La miró de pies a cabeza—. Y tú también debes tener uno…

En ese momento Lily supo que lo odiaba también.

Quiso llorar, cuando entendió que esa discusión no tenía un final. Era la frustración hablando a través de su lado sentimental. Se tragó sus lágrimas y lo miró con rencor.

—Si yo tuviera un precio, usted jamás podría pagarlo —le dijo ella con un aborrecimiento que a Christopher lo hizo tensarse en su lugar—. Ahora salga de mi casa.

Christopher negó confundido. Estaba desnudo y con una mascarilla en la cara.

—Lily…

—¡Lárguese! —gritó ella, ofendidísima.

—Pero … —Christopher quiso refutar, pero Lily estaba decidida.

—Y deje la toalla —le dijo con el mentón empinado, mostrándole que, era pobre, pero con una dignidad del tamaño de Rusia.

—Pero estoy desnudo y está nevando —le reclamó él y se puso pálido.

—Qué lástima —respondió Lily con sarcasmo.

—¿Esto es por lo del restaurante? —preguntó él, terriblemente asustado de salir con las bolas al frío.

Lily no se dignó a responderle. Tenía derecho a guardar silencio y estiró la mano otra vez para que le entregara la toalla.

Se puso tensa cuando Christopher reclamó entre dientes, pero se quitó la toalla y dejó al aire todo su miembro.

Ella le dio una rápida miradita a su belleza varonil y le abrió la puerta para que saliera.

Al otro lado de la puerta, su padre y Romy estaban escuchando todo. 

Christopher salió caminando desnudo, con el ego abatido y con la verga sacudiéndosele de lado a lado en cada pisada.

Romy miró a su hermana con horror, pero Lily no cambió de parecer.

Se mantuvo firme, regresándole lo que se merecía.

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