22

El señor Lopez los dejó pasar porque no entendía nada.

Ver a su hija en pocas prendas en la mitad de la noche y a su nuevo jefe tapándose apenas las pompis con el saco de Lily, le hizo creer que se habían ido de copas y estaban tan animosos que habían acabado así, como dos borrachos callejeros. 

Lily llevó a su jefe hasta el cuarto de baño de la segunda planta y le ofreció una toalla limpia y un pijama masculino para que se duchara y se pusiera cómodo.

Aunque Christopher tenía millones de razones para estar furioso con ella, en ese momento, se olvidó de todas. Solo le importó sentir el agua caliente y dormir a salvo.

Mientras su jefe se duchaba y se quitaba la anestesia de las bolas, Lily habló con su padre. No podía dejarlo fuera. Su casa, sus reglas.

—Tuvimos algunos inconvenientes. Pasaremos la noche aquí —le confesó nerviosa, aunque no toda la verdad. Omitió la más importante: todo era su culpa—. No te molesta, ¿verdad?

Su padre la miró con el ceño apretado. Quería saber cuál era la trampa.

—No, sabes que no me molesta —le dijo después mirándola con sospechas—, pero no sé si sea buena idea que compartas tu cama con él.

—¡¿Qué?! —Lily se sobresaltó—. ¿Cómo crees? —bramó rabiosa—. No voy a dormir con él. Ni loca.

—No lo sé, hija —se defendió su padre—. No sé qué está pasando entre ustedes, pero es muy raro y no lo estoy comprendiendo.

Lily resopló con fastidio.

—No está pasando nada. No hay nosotros, no hay nada. —Respiró agitada—. Él es mi jefe, un tirano, por cierto, y yo solo soy su grano en el culo.

A su padre no le gustaron sus palabras y la miró con enojo.

Pero como no era capaz de enojarse con sus niñas por más de cinco segundos, se acercó sonriente y le pellizcó las mejillas.

—No eres un grano en el culo. —La besó en la frente—. Descansa.

El hombre se marchó y regresó a su cama. No iba a insistir con Lily. Estaba a la defensiva y él la conocía tan bien que ya sabía que algo estaba sucediendo con ella.

Por otro lado, Christopher se duchó y se vistió pensando en los hechos y cuando estuvo listo, salió del baño con timidez, vistiendo un pijama de abuelo que le hacía sentir más viejo y feo.

—Le preparé el cuarto de mi hermana para que pueda descansar —le dijo Lily en cuanto él abrió la puerta y se miraron a las caras—. Mañana podemos hablar con más calma y, si quiere, me despide. Yo lo entenderé. —Lily se quedó cabizbaja y por mucho que él deseó que lo mirara, ella no tuvo el valor de hacerlo—. Bueno, me imagino que está cansado y que quiere descansar. —Lo miró con angustia.

Christopher la miró con lio. Existían muchas cosas que lo hacían sentir inseguro en su vida, pero sí estaba seguro de dos cosas y con total convicción:

No quería despedirla.

Y no quería que se fuera.

Pero como tampoco tenía valor para asumir lo que empezaba a sentir, se limitó a ser él hombre frío que siempre era.

—Estoy cansado —musitó con la voz débil.

La tensión era excesiva, pero Lily prefirió ignorarla.

No era sano para ella dejarse llevar por ese diablo de ojos azules fríos. No era bueno lo que iba a encontrar entre sus brazos. 

Rossi se limitó a asentir y a seguirla por el pasillo oscuro.

Las luces del cuarto de Vicky estaban encendidas. Christopher miro la simpleza del lugar y colocó gesto satisfecho.

—Mejor que un hotel —bromeó Lily.

Rossi se contuvo la risa y espero a que la muchacha dijera algo más, puesto que él no tenía las palabras adecuadas para dedicarle, pero Lily solo lo miró alegre y se despidió con un apresurado:

—Buenas noches, Señor Rossi.

Christopher se quedó mirando a Lily partir y aunque esperó ilusionado a que la muchacha volteara y le regalara una de sus bonitas sonrisas con su hoyuelo coqueto, ella se marchó sin mirar atrás y se encerró en su cuarto al fondo del lugar.

El hombre suspiró rendido y cerró la puerta.

Sobre una mesita de noche encontró un reloj despertador y vio que era tarde y decidió meterse a la cama a dormir.

Bien sabía que, al otro día, tendrían mucho a lo que enfrentarse.

Se envolvió bien con las mantas y miró el techo pálido por largo rato. Lo intentó por casi quince minutos, pero no consiguió conciliar el sueño y tuvo que levantarse para deambular por el pequeño cuarto.

Aunque se resistió a ser un viejo chismoso en la casa de su asistente, no pudo aguantar y registró todos los cajones que encontró en su camino.

Lo hacía desde que tenía memoria. Sus padres nunca habían formado un hogar estable y se había acostumbrado a vivir en muchos hoteles. En las noches, cuando no podía dormir, registraba todo el lugar.

Eso lo ayudaba a conciliar el sueño.

Empezó en el armario. Revisó las prendas juveniles con muecas sorprendidas y se emocionó cuando halló los diarios de quince de Vicky.

—Mmm… —musitó pervertido al leer que Lily había perdido su virginidad al ingresar en la universidad, pero se decepcionó cuando no encontró detalles.

Él quería detalles. Los jugosos.

Ojeó los diarios a gusto por un largo rato y se rio en silencio mientras leyó un poco de la vida de las hermanas.

Como poseía experticia en registrar cajones, notó que el cajón de la ropa interior tenía un fondo falso y cuando logró descifrarlo, lo abrió con ansias, encontrándose con un sinfín de juguetes sexuales.

—Qué demonios —susurró mirando los dildos negros y más gruesos que su puño.

Había para todos los gustos. Negros, rosados, blancos; grandes, gigantes, para mastodontes. Sin dudas, esa niña no era normal.

Quiso agarrar uno, pero se retractó rápido al entender que esa cosas habían estado dentro de una persona.

Regresó los diarios a su lugar y escondió el fondo falso del cajón de la ropa interior y se tuvo que arrancar. No iba a dormir en esa cama.

Se fue hasta el cuarto de Lily pisando en puntitas y entró sin siquiera pedir permiso.

—Lily… —la llamó, pero todo estaba muy oscuro—. ¿Lily, estás despierta?

Desde su cama, Lily suspiró cansada y le respondió:

—Ya no.

Rossi suspiró aliviado y entró al cuarto. Cerró la puerta detrás de él.

—Qué bueno saber que no te desperté.

—Sí que lo hizo —le refutó ella, enojada—. ¿Y que hace aquí? ¿Pasó algo? —insistió y se reincorporó en su cama con pereza.

—No quiero dormir en el cuarto de tu hermana, me podría poseer su espíritu de maniática sexual —le confesó él.

Lily se quedó helada al escucharlo y, aunque se rio por sus ocurrencias, no entendió lo que intentaba decirle.

—¿De qué está hablando? —insistió Lily.

Christopher suspiró.

—Estaba aburrido y le revisé algunas cosas y encontré un cajón lleno de dildos —le confesó y, por la sorpresa, Lily encendió la luz de noche que tenía a su lado—. Pero, Lily… es que no tienes idea —dijo él con angustia—. No son dildos normales, son para elefantes… —Se miró el puño con horror.

—¡¿Qué hizo qué?! —le preguntó Lily, furiosa y se levantó de su cama para enfrentarlo—. No lo puedo creer… —Se sostuvo las sienes con los dedos y trató de calmarse.

—Lily, no me estás entendiendo —reclamó él, todo nervioso—. Tú hermana es una maniática sexual que le gusta ser perforada por penes de megalodón.

Lily lo miró con los ojos bien abiertos. Para ese entonces, estaba furiosa otra vez. No podía creer que se hubiese entrometido en las cosas privadas de su hermana. Ni siquiera ella lo había hecho.

—Fuera de aquí —le dijo firme y extendió la mano para indicarle donde estaba la puerta.

Christopher la miró con sobresalto.

—No —le dijo firme y se mantuvo como roble en su lugar—. No me vas a echar de aquí otra vez. —Se acercó amenazante y la miró con agudeza—. Y no voy a dormir en el cuarto de tu hermana, mucho menos en su cama… Voy a dormir aquí, contigo, porque me siento seguro.

Puso mueca nauseabunda al imaginar todo lo que Vicky se había masturbado con esos monstruosos penes de goma. Le resultaba asqueroso.

Y Lily se quedó embrollada con lo que él le dijo, pero no dejó que algo tan mínimo la cautivara y trató de entender qué era lo que estaba pasando.

Aunque tenía sus sospechas respecto a los gustos de su hermana, ella no tenía derecho a cuestionar sus preferencias sexuales, así que Rossi tampoco.

—¿Y cuál es el problema, Señor? —le preguntó ella, toda desafiante, con esa actitud sagaz que a él lo hacía arder desde lo más profundo.

Rossi entendió que empezarían otra vez y se plantó firme para no sucumbir ante ella.

—Me hace sentir incómodo —respondió firme, queriendo mantenerse igual en su posición.

—¿Incómodo? —insistió Lily, lista para rebatir todo lo que dijera—. ¿Qué cosa, exactamente? —indagó curiosa.

La tensión era peor que antes. La luz baja no ayudaba mucho. Tampoco la cercanía de sus cuerpos.

—Dormir en la cama de una mujer adicta al sexo —le dijo él sin pensar en las consecuencias—. Eso, exactamente —le respondió creyéndose victorioso.

Lily esbozó una de sus lindas sonrisas y caminó alrededor de su cama.

—A ver, me está diciendo que se siente intimidado por una mujer que, según usted, es adicta al sexo —insistió ella—, pero usted también lo es. No entiendo cuál es el problema. Sí son tal para cual —lo fastidió.

Christopher jadeó disgustado.

—Es diferente —refutó él.

Lily quiso reírse con fuerzas.

—¿Diferente? —preguntó ella—. Que machista es, Señor Rossi.

Christopher rabió y separó los labios para responderle, pero no era estúpido y concibió que, cada cosa que dijese en ese segundo, Lily la usaría en su contra y con una convicción que él no se sentía capaz de superar.

En el fondo sabía que Lily tenía razón: era un machista, y no solo eso, era egoísta, cruel, frío.

Cuando lo vio derrotado, Lily supo que había ganado.

Una vez más.

Con una sonrisa triunfante e incluso burlesca, se metió en la cama y le dio palmaditas al colchón, justo a su lado, para invitarlo a acostarse junto a ella.

—Venga, Señor Rossi —le dijo sarcástica—. Le prometo que yo no me he masturbado con penes de megalodón. —Se rio.

Desde la puerta, Christopher la miró con mueca furiosa y rodeó la cama para acostarse a su lado.

Lily esperó a que el hombre terminara de acomodarse y apagó la luz.

Se quedaron a oscuras, sin decir nada y solo escucharon sus respiraciones calmosas.

—No vayas a pensar que soy un entrometido… —Rossi quiso disculparse, pero como nunca había corregido sus errores, no tenía ni la más mínima idea de cómo hacerlo.

Ni siquiera sabía cómo empezar.

—No, claro que no —respondió ella con sarcasmo.

Rossi suspiró.

Sentía odio y amor por sus tonos ácidos.

—Empecé cuando era niño. No teníamos un hogar estable y nos hospedábamos en hoteles de lujo. No conseguía dormir en las noches y me levantaba a deambular. Registraba cada rincón mientras todos dormían —le confesó él desde lo más profundo y Lily se inclinó hacia él para escucharlo mejor.

—Lamento mucho escuchar eso, señor Rossi —susurró ella.

Con lentitud, él se giró también hacia ella.

—Mi padre quería establecer un hogar, pero mi madre… ella se negaba. Siempre discutían por lo mismo. Ella tenía sus amoríos…  —susurró dolorido, pero no tuvo el valor de continuar—. A veces creo que soy como ella —le dijo con voz temblorosa.

Lily le sonrió con tristeza.

—No estamos obligados a ser lo que nuestros padres fueron, Señor Rossi. Podemos forjar nuestros propios caminos.

Christopher la escuchó y sintió un alivio terrible.

Se quedó mirándola toda la noche y aun cuando ella no pudo verlo, sí pudo sentirlo.

Lila Steph

Amo el curso que empiezan a tomar nuestros personajes, ya empiezan a ver la verdad que los separa... Será que podrán llevarlo a otro nivel?

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