28

Lily aseguró bien la puerta. No quería que él pudiera alcanzarla allí.

Cuando se vio a salvo y lejos de su mirada intimidante, soltó todo el aire que había aguantado mientras él la sostenía por la nunca con su mano masculina y perfecta.

El maldito hasta había hecho que se olvidara de respirar.

Se pasó la mano por el cuello y cerró los ojos para respirar profundo.

Aún podía sentir los escalofríos que sus dedos habían causado. Podía apostar que nunca la habían cogido así y, desgraciadamente, le había gustado.

Se horrorizó cuando sintió el coño empapado y ofendidísima por ser tan “básica”, se bajó las bragas y se limpió con papel. No pretendía darle en el gusto a un gorila como él, aun cuando sabía que en el fondo se estaba engañando a sí misma.

—Maldito, infeliz, es peor que su padre —reclamó entre dientes y cuando se oyó hablar en voz alta, notó lo exasperada que estaba.

La voz le trepidaba y todo el cuerpo también.

Se levantó del váter, se acomodó las bragas ya secas y se miró al espejo con horror.

—No, Lily, no te atrevas —se amenazó mirándose con desespero y abrió el grifo del agua para mojarse las mejillas y la nuca.

Como no quería enfrentarse a él tan pronto, llamó a su hermana por teléfono.

La verdad era que no sabía ni cómo salir de allí sin perder la dignidad y las bragas; mucho menos sabía cómo mirarlo a la cara sin derretirse al imaginar su polla destrozando su coño.

—¿Qué hizo qué? —preguntó Romy, sorprendida, por supuesto, pero con un ataque de risa que hizo sentir a Lily peor.

—Te llamé para que me des aliento, maldición, no para que te rías de mi desgracia.

Lily reclamó dejando palpar su frustración a través de la línea.

—¿Desgracia? —preguntó Romy—. El maldito Christopher Rossi quiere romperte el coño de una follada, ¿y tu crees que eso es una desgracia? —insistió dejándole dominar la verdad.

—No me estás ayudando, Romina —peleó Lily.

—¡Claro que te estoy ayudando, malagradecida! —exclamó Romy, también ofendida—. De la universidad que no tienes sexo y el sexo que tuviste fue terrible… créeme, hermanita, lo necesitas.

Lily suspiró rendida y, por unos breves instantes, dejó de luchar.

—Sí, lo sé, ya hasta tengo telarañas y mi pobre coño llevaba meses sin empaparse así —confesó son las mejillas calientes.

—¡Oh, Dios mío! —chilló Romy al escuchar esa declaración—. ¿Hizo que te mojaras? —curioseó—. ¿Te metió mano o qué? Por favor, dame detalles —imploró.

Ella también llevaba meses sin sexo, pero lo suyo era peor. Ella estaba condenada a quedarse encerrada en esa casa para siempre. 

Lily fingió un exagerado sollozo por la línea.

—¡No me hizo nada! —explicó a que se debía su frustración. Romy se carcajeó—. Esa es la peor parte… el maldito no me hizo nada y yo me convertí en las estúpidas Cataratas del Niágara…

—Yo sabía que esto terminaría así, pero no pensé que sería tan pronto… —especuló Romy a través de la línea, pensando en cómo ayudar a su hermana.

—Ni siquiera sé que dice ese estúpido contrato… —refunfuñó Lily, furiosa.

—¿Qué es lo peor que podría pasar si decides no respetar las cláusulas del contrato? —preguntó Romy. Lily le dejó en claro que no sabía nada—. Bueno, lo primero es que salgas de allí, valiente y que investigues qué dice el contrato.

—Voy a tener que ponerme calzón de hierro con candado —respondió Lily.

Romy explotó en carcajadas.

—Mana, con un candado no te basta —bromeó su hermana—. Cinco candados vas a necesitar para enfrentarte a ese hombre.

Las dos se rieron, cómplices de esa historia que se desarrollaba de formas muy misteriosas y, valiente, Lily se atrevió a salir de su encierro.

Abrió la puerta con timidez y asomó su cabeza para mirar afuera.

Desde la distancia vio a Christopher trabajando. Estaba al teléfono y una mujer joven lo acompañaba.

Aprovechó de la presencia de un tercero para regresar y sin que él la viera, se sentó en la misma silla para trabajar. Intentó actuar como si nada, pero cuando el hombre volteó y la vio, terminó de inmediato la llamada.

Lily pudo sentir su mirada penetrante sobre ella, pero siguió enfocada en sus deberes.

—Sasha, ella es Lilibeth. —Las presentó—. Sasha se encargará de la cocina, mientras trabajamos aquí. No queremos inconvenientes. —Fijó sus ojos en Lily.

Ella se ruborizó cuando entendió a lo que se refería: el incendio.

—Mucho gusto, señorita —saludó Sasha.

—El gusto es mío, Sasha. —Le sonrió Lily.

—Retírate Sasha —ordenó Christopher y la mujer que estaba allí para cocinar para ellos despareció por la cocina—. Señorita López, ¿ya se siente mejor? —le preguntó.

Ella lo miró a través de sus pestañas negras y con furia se levantó de la silla para discutir con él.

—Sí, por supuesto —le respondió sarcástica—. En estos cinco minutos ya superé el hecho de que trabajo para un depredador sexual que quiere cazarme y que me engañó para firmar un contrato usando mi sueño para manipularme…

Christopher sonrió seductor y negó con la cabeza.

Ella más lo aborreció. Tanta atracción no era lógica.

—Venga, vamos a revisar “El libro” —ordenó él y con su cabeza le dio un gesto para que lo siguiera.

Lily, confundida, dio un par de pasos para caminar detrás de él.

Lo vio sentarse en su silla y, por unos instantes, ella creyó que trabajarían con normalidad y seriedad. Agarró una de las sillas para sentarse a su lado, pero Christopher la detuvo y le mostró su lugar dándose un par de palmaditas en el muslo.

—Aquí —le ordenó.

Lily se rio y pensó que era una broma.

Negó con la cabeza y acomodó su silla otra vez, lista para sentarse.

—Es una orden, Lily —le dijo él con firmeza.

—No voy a sentarme en sus piernas —refutó ella con cara de asco.

Christopher adoraba que fuera tozuda.

Mientras más dura era, más dura se la ponía.

—Sí, lo harás o voy a demandarte por incumplimiento de contrato —le respondió tajante. Ante la cara de violencia de Lily, él añadió—: sección derechos y obligaciones, cláusula 4.2, en cada revisión de “El libro”, la empleada debe sentarse en el regazo de…

—¿Es una puta broma? —lo interrumpió ella enojadísima.

Christopher negó y volvió a darse un par de golpecitos en el muslo.

El corazón de Lily latió fuerte, pero cómo sabía que Christopher hablaba en serio, se dio la vuelta y se preparó para sentarse.

Nunca se había sentado encima de ningún hombre y no supo cómo hacerlo.

Fue Christopher el que solucionó su problema. La cogió fuerte por la cintura y se la montó sobre la pelvis y el muslo. La muchacha se quedó tensa y luchó para aligerar su peso.

No quería que él pensara que tenía una ballena encima, así que se esforzó por parecer más ligera.

—Siéntate con confianza —susurró él detrás de ella.

Lily trató de mantenerse integra. Inhaló calmosa y cuando volteó para mirarlo por encima de su hombro, descubrió que lo tenía demasiado cerca para su gusto.

Así que regresó al frente y se alejó cuanto pudo.

—Podría romperle la pierna —bromeó ella.

Christopher se rio.

—Levanto más de doscientos kilos en mis entrenamientos, tus setenta kilos de grasas trans y saturadas no me harán daño —le respondió respirándole en la nuca.

Ella lo sintió como una provocación y se levantó ofendida.

Con rabia le gritó:

—¡Basta!

—Pero yo no hice nada… —Él trató de hacerse el inocente.

Si hasta le dedicó una mueca de ingenuidad.

—¡Ay, por favor! —jadeó ella—. Me está respirando en la nuca, literal…

Christopher sonrió.

—¿Y te gusta? —curioseó seductor.

Lily sonrió cayendo en su juego por apenas unos segundos.

Pero se recuperó rápido y con una mirada amenazante decidió continuar.

Regresó a sentarse en la punta de su pierna. Lo hizo cuidadosa. Llevaba falda y no quería que la cosa se pusiera fea, además, ya estaba toda empapada otra vez.

Secarse no había servido de nada.

—¿Te gusta la puntita? —le preguntó Christopher, refiriéndose a su pierna.

Lily se rio.

No pudo evitarlo y se imaginó muchas cosas.

—Mejor vamos a revisar “El libro”. —Ella abrió el cuadernillo y Christopher pasó sus brazos a cada lado de su cuerpo para ponerlos encima de la mesa.

La pobre se tensó al sentirse contenida entre la mesa y su cuerpo, pero trató de relajarse y olvidarse de la extraña situación en la que estaba hundida.

Por otro lado, Christopher trabajó con costumbre. Le leyó los puntos débiles y hablaron sobre ello algunos minutos, intercambiando ideas.

Lily se fue olvidando de que estaba sentada en su regazo y cuando se dio cuenta, estaba totalmente relajada encima de él, respirando a su mismo ritmo y sintiéndose tan segura que, cuando fue consiente otra vez, se puso rígida y nerviosa.

—Voy a llamar a nuestro fotógrafo para que concertemos la portada —pensó Christopher en voz alta.

Lily negó.

—¿No ha pensado en trabajar con un fotógrafo más artístico? —preguntó ella y se movió sobre sus muslos para mirarlo a la cara.

Rossi la escuchó y, como si estuviera bajo su embrujó, le gustó su idea.

—¿Qué tienes en mente? —le preguntó dócil y como se sentía tan cómodo con ella sobre su cuerpo, acomodó su mano sobre su muslo.

Descubrió que tenía una piel suave y que no se escondía detrás de mallas transparentes.

Lily estaba tensa y lo sintió al primer roce y fijó sus ojos en sus dedos sobre su piel.

Empezó a respirar fuerte y dejar en evidencia lo mucho que la alteraba su toque.

—Yo… —jadeó mirando sus dedos largos—. No sé si sea buena idea.

—¿Qué cosa, Lily? —preguntó él mirándole la boca.

—Que me toque —susurró ella y agarró su mano y la quitó.

Rossi entendió lo que estaba pasando con ella y sonrió victorioso.

—¿Por qué no quieres que te toque? —insistió él, regresando su mano a su muslo desnudo. La falda se le había arrugado y exponía más de la cuenta—. ¿No te gusta lo que te hago sentir? —susurró en su oreja y enloquecida por esos roces húmedos y tibios, la muchacha se rindió sobre su hombro.

Rossi escarbó hacia su muslo interior. La muchacha apretó las piernas al sentirlo en territorios peligrosos y él no insistió. Se quedó allí, disfrutando de lo poco que ella cedía.

Con su boca y su lengua le cazó el lóbulo de la oreja. Se lo besó lentamente y se deslizó por su cuello. Lily, sensible a sus besos mojados, arqueó la espalda y le restregó el culo en los muslos firmes.

Con su mano libre, Rossi cogió su barbilla y acercó su boca a la suya.

Lily tenía los ojos cerrados. Toda su boca imploraba por un beso.

Ansiosa y perdida entre sus brazos, la joven separó los labios y Christopher se acercó lenta y seductoramente a sus labios sonrosados.

Se aproximó lo suficiente para que ella pudiera sentir el roce, pero no la besó. En vez de eso, le agarró el pezón que se le dibujaba endurecido por debajo de la blusa.

Se lo pellizcó fuerte, forzándola a gemir exagerada.

Su juego excitante se terminó cuando un golpazo los despertó a los dos.

Sasha estaba ante ellos, con cara de horror. Les había llevado el café de la mañana, pero todo había terminado en el piso al verlos manosearse a plena luz del día y en horarios de trabajo.

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