Al otro día y a primera hora, Lily recibió un mensaje de su jefe. Se levantó corriendo. Se bañó corriendo y viajó hasta su pent-house tras comprar dos cafés en la cafetería favorita de Rossi.
Se bajó del elevador a toda prisa y se lo encontró con muebles nuevos.
Una alargada mesa ocupaba la sala. Christopher ya había distribuido todos los anuncios. Los había etiquetado y ya trabajaba en observaciones para el cierre del número antes de la impresión.
Lily entró agitada y cuando vio a Christopher trabajando arduamente, una bonita sonrisa inundó todo su fresco rostro.
Miró los anuncios, los reportajes y las investigaciones con los ojos brillantes y supo que sería un número increíble.
—Trabajé hasta tarde —le dijo él con orgullo.
Embobada, ella miró todo con ilusión.
—Estos sí son buenos días, Señor Rossi. —Le sonrió gustosa.
Christopher se pasó la mano por su cabello y rodeó la mesa para hablarle de lo mucho que había reorganizado.
—Estuve pensando en todo lo que me dijiste —explicó él, dejándole en claro que, ella era la única que ocupaba todos sus pensamientos—. Te acusé de haber sido una asistente terrible…
Lily se rio.
—Usted sabe lo que pienso de eso.
Rossi se unió a ella.
—Pensé en lo que dijiste… —repitió.
—Dije muchas cosas, señor…
—En que nadie te ha dado la oportunidad de escribir —le dijo él con los ojos brillantes.
—Señor… —Ella hipó emocionada y pensó que se echaría a llorar en ese segundo.
Rossi le sonrió y volvió a caminar alrededor de la mesa.
—Quiero que escribas un artículo femenino, pero quiero que rompas los estándares de Craze —ordenó como su jefe.
Lily brilló como nunca.
—No sé si estoy lista —jadeó ella, nerviosa por esa primera gran oportunidad.
La única.
Rossi dio grandes zancadas hacia ella, la cogió por los brazos y le dijo:
—Lo estás. —Le sonrió más malicioso que nunca—. Empieza firmando tú nuevo contrato.
Emocionada y aturdida por esa increíble petición, Lily estampó su firma en su nuevo contrato sin leer ni una sola cláusula.
Se arriesgó por su sueño una vez más y Christopher agarró el contrato con su firma con una mueca victoriosa.
Lily se quitó el abrigo para disponerse a trabajar. Tenía miles de ideas para plasmar en ese artículo, pero mientras buscaba el mejor lugar, notó que Christopher estaba demasiado feliz y sospechosamente tranquilo.
Dejó su bolso sin quitarle ojo de encima y notó cómo revisaba el contrato que ella acababa de firmar con una sonrisa exagerada.
—¿Por qué está tan feliz? —le preguntó con desconfianza y desde su lugar, al otro lado de la larga mesa, le miró con los ojos entrecerrados.
Rossi la miró con los ojos brillantes y echó el pecho hacia fuera, lleno de orgullo por lo que había conseguido.
—Porque acabas de firmar un contrato que me favorece por completo —le respondió él con perversidad—. Ahora eres mía, Lily… mía por contrato.
Lily le miró con sobresalto y corrió para agarrar el contrato y revisarlo; picarlo en cientos de pedacitos y prenderle fuego, pero Christopher lo alzó en el aire para burlarse.
Ella dio brinquitos tratando de cogerlo y por más que luchó, el hombre duplicaba su tamaño y no iba a rendirse fácil.
—¡Basta, entréguemelo! —gritó ella, furiosa—. ¡Deme ese maldito contrato!
Rossi no cedió y rápidamente se metió el contrato en el interior del saco, donde ella no podría alcanzarlo.
Jadeante por todo el esfuerzo en vano que había realizado, la muchacha le preguntó:
—¿Qué clase de juego cruel es este? —Lo miró asustada.
Ni siquiera sabía qué había firmado.
—Uno muy excitante —le contestó él y ella le miró con la cara roja.
—¡Esto es ilegal! Lo sabe, ¿verdad? No puede hacer algo así… —lo encaró furiosa—. Pero claro, ¿quién va a creerle a la pobre y tonta asistente? —se respondió después y rodó los ojos—. Tonta, tonta, tonta… —se regañó a sí misma—. ¡Eres escritora, por el amor de Dios! ¿Por qué nunca lees antes de firmar? —se recriminó ofendida. Cuando oyó a Christopher reír, lo miró con arrebato—. ¿Y por qué hace esto? ¡Ni siquiera entiendo qué quiere de mí! —insistió enloquecida. Christopher lo disfrutó cómo nunca—. Si quiere vengarse porque le adormecí las bolas, gana más despidiéndome y poniendo mi nombre en todas las editoriales del país, así nadie me contrataría nunca…
—Eso sería demasiado fácil —susurró él y ella le miró más ofendida—. Ahora eres mi presa y no voy a detenerme hasta cazarte…
Con desconcierto, la muchacha le miró con sus grandes ojos y, cuando empezó a entrever lo que estaba pasando, decidió jugar su mismo juego.
—¿Cazarme? —preguntó y se carcajeó—. Si sabe que no soy una presa saludable, ¿verdad? —le dijo divertida. Rossi bufó—. Setenta kilos de grasas trans y saturadas. Las peores para su salud —se burló y se sentó en su lugar con decisión y enojo.
Rossi frunció los labios para ahogar una carcajada.
Caminó junto a la mesa pasando los dedos por el cristal.
Con cada pisada, a Lily se le dispararon los latidos de su traidor corazón, pero se mostró inmune a su cercanía.
Con atrevimiento, Christopher pasó su mano por su espalda y subió sus dedos por su nuca. Fue una caricia diferente, que la obligó a cerrar los ojos y a estremecerse bajo su tacto tibio y hombruno.
Tras ese primer roce, la agarró con firmeza por la nuca, forzándola a mirarlo a los ojos. Ella ahogó un gemido ante su agarre brusco.
Christopher se excitó aún más cuando la escuchó gemir por primera vez, y solo cuando la tuvo allí, a su merced, le dijo:
—Te voy a dejar luchar, porque eso es lo que más me gusta de ti. —Le tocó la mejilla con su otra mano—. Pero haré que supliques por mi polla.
Lily abrió los ojos grandes. Nunca le habían hablado así y, pese a que se sintió fuera de lugar, le gustó.
Y, claro, luchó.
—Siga soñando —le respondió cabezota y despreciativa.
Christopher rugió más excitado.
Ni siquiera él se había adelantado a lo estimulante que sería todo.
—Sí que lo hago —musitó acercándose un poco—. Sueño hundiéndome en tu coño, destrozándote con mi polla.
La besó en la mejilla y la liberó.
Alterada y confundida por lo que sentía en cada rincón de su cuerpo, Lily se levantó de la silla, alejándose de él y lo miró a los ojos, descubriendo por fin que ese era el verdadero Christopher Rossi, ese demonio elegante que tantas bragas mojaba.
Tras entender que las suyas también estaban empapadas, se echó a correr horrorizada por el lugar y se escondió en el cuarto de baño al final del pasillo.
Lily aseguró bien la puerta. No quería que él pudiera alcanzarla allí.Cuando se vio a salvo y lejos de su mirada intimidante, soltó todo el aire que había aguantado mientras él la sostenía por la nunca con su mano masculina y perfecta.El maldito hasta había hecho que se olvidara de respirar.Se pasó la mano por el cuello y cerró los ojos para respirar profundo.Aún podía sentir los escalofríos que sus dedos habían causado. Podía apostar que nunca la habían cogido así y, desgraciadamente, le había gustado.Se horrorizó cuando sintió el coño empapado y ofendidísima por ser tan “básica”, se bajó las bragas y se limpió con papel. No pretendía darle en el gusto a un gorila como él, aun cuando sabía que en el fondo se estaba engañando a sí misma.—Maldito, infeliz, es peor que su padre —reclamó entre dientes y cuando se oyó hablar en voz alta, notó lo exasperada que estaba.La voz le trepidaba y todo el cuerpo también.Se levantó del váter, se acomodó las bragas ya secas y se miró al espe
Con sobresalto, Lily se levantó del regazo de su jefe y espantada por lo rápido que todo había fluido, se alejó de él cuanto pudo.Era peligroso y, mientras más lejos lo tuviera de su cuerpo, más sano sería para su corazón.Se puso la mano en el seno estimulado y con las uñas se rozó el pezón que, con tanto descaro Christopher le había pellizcado. Incrédula por lo mucho que le había hecho sentir y con tan míseros roces, retrocedió cuánto pudo y, desde su silla Christopher le miró con satisfacción. La sonrisa de diablo no se le borraba con nada y, sin dudas, era la sonrisa de diablo más sugerente que Lilibeth había visto nunca.Sasha se limitó a coger los vidrios destrozados y a reunirlos sobre la bandeja. No los miró ni un solo segundo y, cuando todo estuvo limpio, desapareció apurada por la puerta de la cocina.—No me mires así, Lily, me haces sentir culpable —le dijo él ante el desgarrador silencio que había entre los dos.La sala enorme y fría no ayudaba en nada.—Pero lo es —le r
Lily intentó ser disimulada con el preocupante tema de sus bragas, y con esfuerzo y mentiras se quitó a Christopher de encima por un par de minutos.Se escabulló al baño para quitarse las bragas. Las lavó con agua y jabón, porque, aunque le avergonzara reconocerlo, estaban impregnadas con el olor de su coño.Intentó secarlas con papel, con una toalla, pero nada funcionó.En los cajones buscó alguna secadora de cabello, pero nada halló, solo vacío blanco que la frustró.Al salir de su extraño encierro, Christopher la estaba esperando de pie frente a la puerta. Con las manos en los bolsillos y una mueca seductora que la hizo contener el aliento.—¿Qué estabas haciendo ahí, encerrada? —le preguntó cuando se miraron a las caras.Ella se puso roja de golpe y el corazón se le aceleró de la nada.Christopher bajó sus ojos hasta su mano. Lily llevaba empuñadas las bragas y con prisa las escondió en su espalda cuando se vio descubierta.—Nada —murmuró sintiéndose extrañamente culpable y se esca
Cuando Lily leyó aquello, se quedó helada unos instantes y tuvo que beberse todo el licor de su vaso para apagar los celos que empezaban a prenderse dentro de su barriga.Bebió copa tras copa queriendo sofocar las mariposas, los celos, el deseo de lanzarse a los brazos equivocados. Bebió sin ser consciente de que no poseía resistencia y que, con dos copas, ya era la borracha feliz.Joel la miró complicado, sin entender muy bien lo que estaba pasando con ella. Cambió su actuar drásticamente.Aunque Joel siguió a su lado, hablando sobre el gran cambio que se avecinaba para ellos ahora que aparecerían en Craze, Lily no pudo escucharlo. Estaba ensimismada en pensamientos nocivos. Se imaginaba a Christopher divirtiéndose con la científica y se crispaba como chihuahua rabioso.Solo reaccionó cuando dijeron su nombre y Joel le dio un pellizco en el brazo para traerla de regreso.—Señorita Lilibeth Lopez, ¡felicidades! —Escuchó y despertó de su letargo a la fuerza.Se encontró a todos los pre
Para no caer en el arrepentimiento, Rossi le dejó un dulce beso en la frente y se marchó.Se encerró en su cuarto y bajo llave. Se alejó cuanto pudo de la puerta y, asustado por lo que sentía, se metió al cuarto de baño y bajo el chorro de agua fría.Fue la decisión más difícil que tomó nunca, porque el deseo que sentía por ella lo abrumaba, lo cegaba, pero no quería convertir a Lily en ese juego del que pronto se cansaba.Sentía que no era mujer para unirse a su larga lista de amantes casuales, sino, para comenzar y encabezar esa lista que nunca se había atrevido a iniciar.Con ella había encontrado calma.Ella le transmitía la sensación de seguridad más grande que había saboreado nunca y que le recordaba terriblemente a su fallecida madre.Si lo pensaba de ese modo, era grotesco comparar a Lily con su madre, pero la verdad era que, no veía a Lily con ojos de madre, muy por el contrario, la veía como la presa más deliciosa y carnosa que había sazonado nunca.Y se la iba a comer cuando
Lilibeth abrió los ojos de golpe y se incorporó en la cama tan sobresaltada que, la cabeza le palpitó por el fuerte dolor que tenía.—Resaca, genial —suspiró con los ojos cerrados y se puso las manos frías sobre las sienes calientes—. Ay, m*****a sea…No se acordaba de mucho.Tenía escenas poco claras entre sus recuerdos, que se mezclaban con sensaciones que se perdían entre sus piernas.Se acordaba de la subasta. Del registro de puja. De haber dejado abandonado a Joel en la mitad de la fiesta.M****a.Se acordaba de haberse montado en el elevador y de haber discutido con Christopher. La tensión, el ritmo cardiaco descontrolado y la humedad entre sus piernas. Todo estaba presente y, mientras lo revivía, se agitaba completa otra vez.Recordaba haber tenido una bolsa negra entre sus manos, pero desde allí, un vacío mental la anublaba completa.Miró el entorno de su cuarto con curiosidad, buscando la bolsa negra de sus recuerdos, pero no la encontró a simple vista.Las cortinas estaban ce
Christopher viajó hasta el cementerio en el que su madre descansaba y, como siempre, fue el único presente.Ni su padre, ni su hermana, ni nadie de la familia fue a visitarla. Ni hablar de sus amigos. Tras su muerte, todos habían desaparecido y Christopher había entendido entonces que, en el día de su muerte, estaría solo también.La soledad se había hecho presente en su vida desde ese entonces y había comprendido que podía tenerlo todo, pero, a su vez, no tenía nada ni a nadie.Le llevó jazmines, porque le hacían honor a su nombre y con una torcida sonrisa en los labios se quedó de pie frente al mausoleo familiar mirando su fotografía. Aun la recordaba jovial, sonriente y despreocupada.El mausoleo familiar era una bella infraestructura de cristal moderna donde se exponía el prestigio de su familia, pero vacía, solitaria y fría, como todos ellos.—Hola, Jazmín, pasaron algunas semanas —le dijo y carraspeó dolido para corregirse—: mamá…Había perdido la costumbre de llamarla “mamá” de
Lily no pudo quitarse el dolor del pecho, peor se sentía al imaginar a su jefe solo, enfrentándose a su pasado doloroso y, pese a que la asesora de imagen de Christopher llegó a las diez en punto, Lily no pudo quedarse por mucho tiempo.Claro, dejó que la midieran y que le realizaran la colorimetría y, tras entregar sus datos personales, se marchó, llevando un vestido negro que arrancó de las muestras que la asesora había llevado con ella.Cogió un taxi y viajó hasta el cementerio en el que recordaba que la familia Rossi tenía un lugar especial. Lo había leído en lo periódico tras la muerte de la madre de Christopher y desde allí, nunca se le había olvidado.Caminó apurada entre los mausoleos elegantes y, cuando lo vio a la distancia, completamente solo, apuró el paso para unirse a él.Christopher estaba de pie, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida.Ella se plantó a su lado sin decir palabra y con suavidad metió su mano por su brazo, mostrándole a su estilo cariñoso que