Cuando Chris y su familia se marcharon, dispuestos a terminar ese número que se lanzaba en pocos días, Connor se quedó solo en su cuarto, pensando en todo lo que acababa de suceder.
Con incredulidad, se tocó el pecho, donde aún le quemaba un dolor que apenas era perceptible, y recapacitó en todo el daño que había causado en los últimos años.
Supo que nunca iba a conseguir el perdón de todas esas personas a las que había herido, pero al menos sabía que sí tenía el perdón de su hijo y, tal vez, eso era todo lo que estaba bien en el mundo.
Cuando pensó en su mujer, a quien amó como un loco, empezó a llorar otra vez.
—Perdóname, Jazmín —dijo llorando, sintiendo como se sacaba un gran peso de encima—. Sé que lo hice mal y no quiero justificar mi actuar cruel, pero, demonios, te amaba tanto… —Lloró liberándose de ese amor que nunca le correspondió—. Nunca fui valiente, nunca fui un hombre para ti, el hombre que querías ni el que merecías… ahora lo sé, ahora que nuestro hijo se convirtió en un hombre… —No podía dejar de llorar—. En ese hombre que siempre quise ser… —Se tocó las manos con angustia—. Me gustaría que pudieras verlo… ha crecido tanto… —Pensó en Lily y lo bien que la muchacha lo había hecho.
Sonrió y, con los ojos llorosos, pensó en la importancia de la compañía correcta. Marlene también había cambiado. Craze también.
Él era el único que quedaba al final, resistiéndose a algo a lo que era imposible no rendirse de rodillas.
Cuando su abogado regresó, entró en su cuarto tras ver a Christopher y compañía recorriendo el lugar. Estaba desconcertado por verlo allí y pensó lo peor, por supuesto. Cuando se vive a la defensiva, siempre se piensa lo peor.
—¿Christopher tuvo el atrevimiento de venir? —preguntó su abogado, alterado, mientras pensaba desde la posición de Connor: el odio lo dominaba—. Puedo pedirle al juez una orden de restricción.
Connor se largó a reír. Estaba de tan buen humor que ni él mismo se reconocía. ¿Quién era ese hombre nuevo? Se sentía tan bien reírse de las tonterías que su abogado decía, y mejor aún, en su propia cara.
Así que se volvió a reír.
—¿Acaso dije algo gracioso? —El abogado parecía incrédulo.
—Nada —respondió Connor y, con valentía, agregó—: retira los cargos. No haré nada contra Christopher.
Su abogado enarcó una ceja.
—No entiendo… —Pensó en voz alta, mirando a su cliente de años con preocupación—. Pensé que querías recuperar Craze. Hace tres horas querías enviar a ese mocoso a pudrirse en prisión y ahora... ¿ahora qué? —preguntó con arrebato.
Connor le dio una mirada terrorífica.
—Ese mocoso... —jadeó—, ¡es mi hijo, joder! —gritó, y el pecho le punzó fuerte. Se agarró el pecho con cuidado y no se quedó callado—: Te lo advierto... —quiso sonar amenazante, pero se escuchó dolorido—... si te atreves a hacer algo... déjalo en paz... déjalo en paz —respiró entrecortado, conteniendo el dolor.
El abogado bufó, sin notar lo que le estaba ocurriendo a Connor, y no dudó en darle la noticia que acababa de recibir.
—Tu hijo... —Se escuchó sarcástico—... acaba de solicitar el registro de una nueva marca... “Eclat” —dijo con fastidio—. ¿Qué crees que será Eclat? —preguntó irónico—. ¡Una m*****a revista de moda, eso es lo que es! ¡Busca competir con Craze! —bramó con rabia, queriendo que abriera los ojos.
Connor trató de respirar, de liberarse de ese dolor abrumador que lo estaba volviendo loco. Podía sentir el corazón quemándole dentro del pecho, pero dio su última lucha antes de rendirse:
—Déjalo... —hipó con dolor—... déjalo en paz...
Y se desmayó cuando el infarto llegó.
El abogado se quedó perplejo mirándolo por unos instantes y, al entender lo ocurrido, salió corriendo de la habitación para llamar a las enfermeras.
El equipo médico no tardó en llegar y, tras verificar sus signos vitales, comenzó la reanimación cardiopulmonar. De fondo, el abogado miró toda esa desgarradora escena con un nudo en la garganta y, temblando, se atrevió a llamar a quien había sido su enemigo en los últimos años.
—Señor Rossi, soy el abogado de su padre... él... —titubeó—... él acaba de sufrir un infarto —comunicó, y escuchó la voz de Christopher al otro lado del teléfono.
Los gritos, las órdenes agitadas y la desfibrilación lo hicieron abandonar la habitación.
Se sintió culpable por orillarlo a continuar con una guerra tan dolorosa. Él sabía cuánto daño causaban, pero el dinero siempre le había importado más. Nunca cuestionó sus métodos, por muy crueles que fueran. Solo a veces, en las noches más solitarias, pensaba en esa guerra entre padre e hijo.
Christopher llegó unos minutos después, corriendo agitado. Lily lo perseguía como podía. El señor “L” no pudo seguirles el ritmo, porque era pésimo para las carreras, así que tuvo que caminar para no infartarse también.
—¡Necesito verlo! —gritó Christopher cuando llegó a la sala que estaba en caos absoluto—. ¡Por favor! —suplicó con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Es mi padre! —sollozó escuchando las voces de todos los presentes que luchaban por reanimarlo.
El abogado puso su mano en su brazo para calmarlo y se miraron con desconsuelo, después de muchas peleas inútiles. Qué irónica puede ser la vida a veces. Abrazas a tu enemigo cuando el mundo se derrumba y te unes a esa tregua a la que alguna vez te negaste a ceder.
Dos horas pasaron mientras esperaban a que el equipo médico pudiera salvar y estabilizar a Connor Rossi. Fue noticia, por supuesto, pero también fue noticia la presencia de Christopher allí, junto a su padre. Incluso en Río, París se enteró de eso.
Christopher quiso saber qué había sucedido y el abogado, que malinterpretó las emociones de Connor, le dijo:
—Le dije que solicitaste un registro para una revista... y eso lo alteró...
Chris lo miró con una ceja enarcada. Lily oyó eso con pánico y supo que lo había arruinado todo. M****a. Era su culpa.
—¿Registro? —Chris parecía confundido—. ¿Qué revista?
Él no estaba enterado de nada. El abogado se quedó perplejo mirándolo. Llegó a creer que estaba tomándole el pelo.
—Es mi culpa —Lily no se quedó callada. Era valiente y reconoció de inmediato la culpa—. Yo le pedí al Señor Dubois que registrara una marca con tu nombre y... —Lily no pudo seguir hablando cuando Chris la miró con grandes ojos—. Eclat...
—¿Eclat? —Christopher sonrió al escuchar el nombre.
Por supuesto que sabía lo que significaba. Lo encontró muy ingenioso y único, pero pronto recapacitó en esa verdad que el abogado le estaba contando y lo que Lily le estaba confesando.
Ella se sentía culpable, así que con firmeza se plantó frente a él para sincerarse.
—Christopher, quise decírtelo, porque jamás te ocultaría algo así… no quise actuar a tus espaldas, pero... —La culpa que sentía era grande.
Chris estaba tan perplejo como el abogado de su padre. No pudo negar que esa confesión y ese secreto lo hicieron sentir sobrecogido, pero no permitió que ese sentimiento lo hiciera sentir desconfianza de Lily, porqué él jamás se imaginó rebelándose en contra de su padre, abriendo otra revista y empezando su propio legado, pero no podía actuar con hipocresía, porque en las noches en las que no conseguía conciliar el sueño, pensaba en eso.
No lo pensaba como una idea para rebelarse en contra de su padre, pero sí como una idea para rebelarse ante sí mismo, para probar su valor.
Con la cabeza negó y la agarró rápido por las mejillas para tranquilizarla.
—Tranquila, no te culpes por eso... pero no entiendo, ¿por qué registrarías...? —Se calló al leer las intenciones de Lily. Nunca se trataba de malas intenciones—. Oh... —dijo, formando una larga “o” con sus labios.
Ella sollozó al ver el dolor en su mirada y decidió sincerarse aún más.
—Quería que tuvieras tu propio sello, para que dejaras de sentirte inferior, o que vivieras opacado tras lo que tus padres crearon —dijo ella, hablando rápido.
El abogado los miró con congoja. Se sintió terrible al ver que no se trataba de una jugada en contra de Connor, sino para fortalecer a Chris.
—Dios, si supieras lo maravilloso que eres. Sé que te has limitado a creer en ti, pero yo creo en ti y sé que Eclat será...
—Será fantástica —completó él, y con dulzura la besó—. Gracias por creer en mí.
Lily se sacudió emocionada al ver que Chris no estaba furioso por su atrevimiento de ir tan lejos y dio brinquitos aún atrapada entre sus manos grandes.
—Reclamo desde ahora mi puesto como escritora. —Los dos se rieron cómplices—. Amor, si supieras... tengo tantas ideas para esta revista.
Estaba feliz. Él lo estaba también. No pudo negarlo ni ofuscarse por su forma salvaje de amar y de mostrar su infinita admiración por él. Y no tenía por qué ser hipócrita, él se moría de ganas por hacer algo así, pero nunca tuvo el valor de arriesgarse. Sin embargo, con Lily a su lado, todo era fácil y los miedos que lo acechaban se tornaban insignificantes.
Cuando por fin pudieron reunirse con Connor otra vez, el hombre parecía muy cansado. Los años se le notaron más, y el cansancio y el dolor también.
Lily dejó que Chris y su padre se dieran un abrazo conciliador y, con respeto, dijo:
—Señor Rossi, yo soy la culpable de Eclat. Esa fue mi idea. —Connor la escuchó atento—. Chris no tiene nada que ver, por favor... lamento que esa noticia lo alterara y… —Le miró horrorizada.
Se sentía culpable por su infarto.
—Señorita López… —Él la interrumpió con respeto.
No se le habían olvidado las palabras de advertencia de Christopher. Él quería respeto para su mujer.
—Llámeme Lily, por favor —pidió ella con los ojos llorosos.
—¿Quiere iniciar su propia revista? —preguntó Connor. Lily y Chris se miraron confundidos—. Sea sincera, por favor… quiero... —Tragó duro—… quisiera poder conocerla mejor.
Lily sonrió.
—No quiero ofenderlo, porque pasado es pasado y se supone que estamos buscando empezar de cero, pero… —titubeó la joven—… como su guerra con Christopher parecía interminable, y que usted nunca lo dejaría en paz, creí que sería conveniente que Christopher tuviera su propio sello. No quiero que piense que estoy desmereciendo Craze y el trabajo que usted invirtió en ella, pero... —Los ojos se le humedecieron—… Chris no merece vivir bajo la sombra de sus padres. Es maravilloso, un escritor y editor único, si usted pudiera verlo detrás de ese escritorio... —rio—. Lo intenté un día y pensé que me iba a volver loca —rio.
Connor se emocionó al escucharla hablar. Lo hacía desde el corazón.
—Lo ama mucho, ¿verdad? —preguntó Connor.
Lily suspiró y, divertida, le dijo:
—Aún no descubro cómo medirlo. —Los dos se miraron y se largaron a reír.
A él le dolió el pecho y, de forma natural, se lo mostró a todos. Lily y Chris se mostraron terriblemente preocupados y, por primera vez, Connor supo lo que era el amor de familia. Nunca se habían preocupado por él por tan poco. Dios, era tan diferente a lo que había imaginado, pero se sentía maravilloso.
Connor sonrió aliviado y carraspeó para hablar como Lily lo hacía, desde el corazón:
—No me infarté por esa noticia, si eso piensan. —La pareja se miró confundida—. Me infarté porque... —pensó cuidadosamente y se sintió avergonzado—: como usted dijo, pasado es pasado y antes de que Chris y yo decidiéramos empezar de cero, mi abogado y yo pensábamos levantar cargos en su contra y enviarlo a prisión. —Lily se quedó boquiabierta. Chris no se sorprendió. Sus abogados le habían advertido sobre eso—. Le pedí que lo dejara en paz, pero no quería escucharme y… —sonrió al pensar cómo su cuerpo trataba de hablarle—... lo defendí... yo... —Miró a su hijo con los ojos llorosos—. Los felicito por Eclat. —Fue tan sincero que Chris se emocionó—. Es una idea fantástica y el mundo necesita más mentes como las suyas —reconoció valiente, con un nudo en la garganta.
Lily supo que ese sí era el Connor que ella había admirado tantos años y no se calló, tuvo que decírselo:
—Ese es el Connor Rossi que yo admiraba. —Su suegro la miró con sorpresa—. Empezaba a preguntarme cuándo iba a conocerlo… —rio.
Connor se largó a reír y eso lo hizo toser. Lily y Chris, preocupados, se abalanzaron sobre él para tranquilizarlo. No querían verlo sufrir. Querían que se recuperara para que pudiera ir a casa. Julián ya planificaba una gran cena de bienvenida y Sasha estaba emocionada.
—Dios, qué fácil es hablar con usted, señorita Lily —dijo Connor, sorprendido de cómo las cosas fluían con respeto y se suavizaban de una forma tan mágica.
—Bendita Lily —dijo Chris con una sonrisa—. Es el don de Lily y aun te falta escuchar y hablar con su padre… —reconoció él, y los tres se rieron.
Chris se sentó a un lado de la camilla de su padre y, con dulzura, le dijo a Lily que pasaría la noche allí.
Tenía su libreta y terminaría de escribir su carta del editor para ese esperado número de fin de año.
Lily lo entendió mejor que nadie, lo besó en los labios y una vez más le pidió disculpas por haber ocultado lo de Eclat. Él la besó también y la dejó ir con el corazón tranquilo.
Cuando padre e hijo estuvieron a solas, después de mucho tiempo, Chris tomó su mano arrugada y con dulzura le dijo:
—Gracias por quedarte conmigo, papá.
Connor sonrió aliviado y le dijo:
—Ahora sé, hijo... —y apretó su mano entre las suyas—. Nunca te abandonaré otra vez.
Existe algo de lo que siempre escuchamos hablar y que creemos entender cómo funciona, pero no tenemos idea de lo difícil que es hasta que nos toca.Y cuando nos toca, es cuando entendemos que la vida siempre nos tiene preparada una sorpresa, porque si no, sería demasiado fácil vivir.El perdón es fácil de predicar, pero no de aplicar y Marlene lo sabía. De pie, frente a ese hospital, lo tuvo en su garganta, imposibilitándole respirar. Quería entrar allí y perdonar al hombre que tanto daño le había causado, pero el rencor que él mismo le había enseñado a sentir, estaba presente también, como un arma de doble filo.Y el sentimiento era peor cuando recordaba que su padre estaba en ese mismo hospital, luchando por su vida. Su padre y Connor, los dos en el mismo hospital, separados, tal vez, por un par de pasillos. Que irónica le parecía la vida. Jamás pensó visitar a Connor en el hospital, porque le parecía que era un hombre indestructible.Pero allí estaba, saboreando las adversidades de
Cuando tuvieron que regresar al pent-house de Christopher para continuar trabajando, lo hicieron todos en el mismo taxi. No tenían tiempo que perder.Marlene viajó al frente; Lily, su padre y Chris viajaron en la parte trasera.Aunque todos estaban más silenciosos que nunca después de todos los acontecimientos, Chris no pudo guardar lo que sentía y tuvo que desahogarse:—No me malinterpretes, pero me gustaría tenerte de madrastra.Marlene lo miró con horror.—Si piensas que podrás llamarme "mami", estás muy equivocado —respondió ella con tono frío—. Ese enamoramiento se terminó… —Intentó sonar convincente, pero era difícil aceptar la verdad.Era dolorosa. Aún.—¿Estás segura? —Chris insistió.Él no se convencía de eso.Marlene inhaló con calma y, con mucha sabiduría, la que había aprendido gracias a Lily y su padre, le dijo:—Tu padre y yo estamos en sintonías diferentes. —Chris la miró con el ceño fruncido. Lily sonrió porque lo entendió de inmediato—. Él está descubriendo cómo amar y
Y, entonces, sucedió. Fue en una blanca y luminosa mañana. Las calles de Manhattan y de toda la isla se vieron empapeladas por ese nuevo número y los cambios que, no solo provenían en sus letras, sino también, desde los corazones de quienes las escribieron.Ese especial navideño llegó a todos lados, incluso a los más inimaginables.Connor recibió una copia. Su abogado se la compró en la esquina y vio a su cliente llorar por la emoción que sintió de leer las letras de su hijo.Vicky también pudo leerla a primera hora. Trabajaba en la peluquería de la prisión y las policías llevaron una copia. A ella le ganó la curiosidad y hojeó la revista con desesperación, dándose cuenta de que todo era nuevo.La madre de Marlene también compró una copia y le leyó la nota de su hija a su esposo, quien, como buen hombre, cumplió su promesa y resistió.Esa mañana, Marlene llegó al hospital, con una caja de cafés y una caja de donas. Saludó a su madre cariñosamente y se quedaron abrazadas un largo rato,
Chris cogió un par de champagne y con su equipo más cercano viajaron hasta el hospital para hacer ese primer brindis con su padre, uno de los fundadores más importantes de Craze.Connor estuvo sorprendido de verlos allí y no pudo negar que cambiaron todo su ánimo. Estaba triste, encerrado en ese cuarto pálido de hospital, con la enfermera como su única acompañante.—¡Por Craze! —celebraron todos y brindaron con emoción—. ¡Por Chris!Después de brindar y quitarse el confeti de encima, Chris y su padre intercambiaron algunas palabras mientras todo el equipo conversaba y bebía champagne, aprovechando que ya era la hora del almuerzo.Connor tuvo que serle sincero:—Me enorgullecen mucho tus cifras y éxitos, pero más tus letras. Han sido conmovedoras. Te lo dice un viejo tieso que ya ni siente. —Chris sonrió orgulloso y se rio por los dichos de su padre—. Ella habría estado orgullosa… —Se refirió a su madre. Chris lo miró con los ojos brillantes, con esa mirada de niño que aun prevalecía e
Tras graduarse de la universidad y gracias a su padre, Lily consiguió un pequeño puesto como administradora en un restaurante de comida rápida, donde los pollos fritos cautivaban a todos los habitantes de su ciudad y, no obstante, la comida era algo que le motivaba en demasía, no quería ser administradora en un restaurante.Ella soñaba con ser editora.Ojalá de una revista que pudiera cambiar el mundo. Que pudiera motivar a otros, así como la comida la motivaba a ella.Duró apenas dos semanas como administradora y vendedora de pollos y, al siguiente lunes, se escabulló por su casa sin que nadie conociera sus verdaderos planes y viajó hasta la cuna de las revistas más importantes.Caminó por esas pintorescas calles con la boca abierta. Llevaba muchos años sin visitar ese lugar y, sin dudas, se sintió fuera de lugar. Como un bicho raro.Vestía terrible y, sin embargo, se había esforzado por llevar ropa formal, su estilo de anciana no encajaba con esas jovencitas elegantes que se pavonea
Lily viajó en bus de regreso a casa.Sabía que mientras más alargara el viaje, menos tendría que discutir con su padre y así también evitaría enfrentarse a sus hermanas, quienes siempre le daban el favor a su padre en todo.En el bus leyó los documentos que había firmado. Su nuevo contrato y un extenso manual de trabajo en el que se especificaba todo tipo de reglas que, según el criterio de Lily, eran descabelladas.La regla número seis prohibía usar pintalabios de color rojo, esmaltes rojos y/o accesorios del mismo color.La regla número once exigía que todos los empleados de Craze debían estar suscritos a la revista.La regla número trece prohibía comer cualquier tipo de carbohidrato en las dependencias de Craze, una de las revistas de moda que componía el gran conglomerado mediático de Revues.—¿Craze? —se preguntó Lily mientras viajaba en el bus de regreso a los suburbios—. ¿Craze? —se repitió confundida y se apresuró para buscar su contrato.Lo revisó lenta y cuidadosamente, leye
Al otro día, Lily se levantó temprano, se aseó como ya le era costumbre y, si bien, nunca se había enfrentado con su closet, en ese momento, cuando sabía que debía pisar los terrenos más pantanosos en los que había caminado nunca, dudó de todo lo que había en su armario.Dudó de cada prenda y se odió por no tener un estilo definido.Decidió que usaría lo de siempre. Formal y para nada insinuante. Falda negra bajo la rodilla, una blusa negra y una chaquetilla que disimulaba sus caderas más gruesas.O eso creía ella, porque, en el fondo, la chaqueta le quitaba la forma natural a su cuerpo curvilíneo.Llegó temprano a las dependencias de Revues, mucho antes de que llegara la mayor parte del personal. No quería que nadie la viera, así que pidió reunirse con la encargada de recursos humanos para entregarle su carta de renuncia.—Señorita López, ¿qué la trae por aquí? —preguntó la mujer que el día anterior la había contratado.Se oía jovial y despejada.Lucía espectacular con tacones altos
Lily estuvo segura de que ese era el momento perfecto para sentir arrepentimiento y salir corriendo por la puerta y no regresar jamás, pero ahí estaba, firmando y con sangre un pacto que, de seguro, cambiaría toda su vida.Ya no era la simple empleada de un restaurante de pollos fritos, que atendía junto a su padre por las tardes y que, se desenvolvía en un ambiente familiar y agradable. No, ahora era la asistente de un editor en jefe, de una célebre y respetada revista de moda, reconocida mundialmente por su innovación dentro del mundo de la moda.Ya no trabajaría con su alegre familia, sino, con muchachas que vivían de ayuno y agua.—Y que me dice —expuso el Señor Rossi en cuanto Lily se quedó desconcertada, de pie en la mitad de la oficina.—¿Yo? —investigó ella, liada—. ¿Qué quiere que le diga? —Estaba muy asustada.Rossi se carcajeó y se tomó con normalidad su actitud. Era común ver a las jovencitas actuar así antes de entrar al gran templo de la moda.—¿Lista para entrar en el t