168

Cuando Chris y su familia se marcharon, dispuestos a terminar ese número que se lanzaba en pocos días, Connor se quedó solo en su cuarto, pensando en todo lo que acababa de suceder.

Con incredulidad, se tocó el pecho, donde aún le quemaba un dolor que apenas era perceptible, y recapacitó en todo el daño que había causado en los últimos años.

Supo que nunca iba a conseguir el perdón de todas esas personas a las que había herido, pero al menos sabía que sí tenía el perdón de su hijo y, tal vez, eso era todo lo que estaba bien en el mundo.

Cuando pensó en su mujer, a quien amó como un loco, empezó a llorar otra vez.

—Perdóname, Jazmín —dijo llorando, sintiendo como se sacaba un gran peso de encima—. Sé que lo hice mal y no quiero justificar mi actuar cruel, pero, demonios, te amaba tanto… —Lloró liberándose de ese amor que nunca le correspondió—. Nunca fui valiente, nunca fui un hombre para ti, el hombre que querías ni el que merecías… ahora lo sé, ahora que nuestro hijo se convirtió en un hombre… —No podía dejar de llorar—. En ese hombre que siempre quise ser… —Se tocó las manos con angustia—. Me gustaría que pudieras verlo… ha crecido tanto… —Pensó en Lily y lo bien que la muchacha lo había hecho.

Sonrió y, con los ojos llorosos, pensó en la importancia de la compañía correcta. Marlene también había cambiado. Craze también.

Él era el único que quedaba al final, resistiéndose a algo a lo que era imposible no rendirse de rodillas.

Cuando su abogado regresó, entró en su cuarto tras ver a Christopher y compañía recorriendo el lugar. Estaba desconcertado por verlo allí y pensó lo peor, por supuesto. Cuando se vive a la defensiva, siempre se piensa lo peor.

—¿Christopher tuvo el atrevimiento de venir? —preguntó su abogado, alterado, mientras pensaba desde la posición de Connor: el odio lo dominaba—. Puedo pedirle al juez una orden de restricción.

Connor se largó a reír. Estaba de tan buen humor que ni él mismo se reconocía. ¿Quién era ese hombre nuevo? Se sentía tan bien reírse de las tonterías que su abogado decía, y mejor aún, en su propia cara.

Así que se volvió a reír.

—¿Acaso dije algo gracioso? —El abogado parecía incrédulo.

—Nada —respondió Connor y, con valentía, agregó—: retira los cargos. No haré nada contra Christopher.

Su abogado enarcó una ceja.

—No entiendo… —Pensó en voz alta, mirando a su cliente de años con preocupación—. Pensé que querías recuperar Craze. Hace tres horas querías enviar a ese mocoso a pudrirse en prisión y ahora... ¿ahora qué? —preguntó con arrebato.

Connor le dio una mirada terrorífica.

—Ese mocoso... —jadeó—, ¡es mi hijo, joder! —gritó, y el pecho le punzó fuerte. Se agarró el pecho con cuidado y no se quedó callado—: Te lo advierto... —quiso sonar amenazante, pero se escuchó dolorido—... si te atreves a hacer algo... déjalo en paz... déjalo en paz —respiró entrecortado, conteniendo el dolor.

El abogado bufó, sin notar lo que le estaba ocurriendo a Connor, y no dudó en darle la noticia que acababa de recibir.

—Tu hijo... —Se escuchó sarcástico—... acaba de solicitar el registro de una nueva marca... “Eclat” —dijo con fastidio—. ¿Qué crees que será Eclat? —preguntó irónico—. ¡Una m*****a revista de moda, eso es lo que es! ¡Busca competir con Craze! —bramó con rabia, queriendo que abriera los ojos.

Connor trató de respirar, de liberarse de ese dolor abrumador que lo estaba volviendo loco. Podía sentir el corazón quemándole dentro del pecho, pero dio su última lucha antes de rendirse:

—Déjalo... —hipó con dolor—... déjalo en paz...

Y se desmayó cuando el infarto llegó.

El abogado se quedó perplejo mirándolo por unos instantes y, al entender lo ocurrido, salió corriendo de la habitación para llamar a las enfermeras.

El equipo médico no tardó en llegar y, tras verificar sus signos vitales, comenzó la reanimación cardiopulmonar. De fondo, el abogado miró toda esa desgarradora escena con un nudo en la garganta y, temblando, se atrevió a llamar a quien había sido su enemigo en los últimos años.

—Señor Rossi, soy el abogado de su padre... él... —titubeó—... él acaba de sufrir un infarto —comunicó, y escuchó la voz de Christopher al otro lado del teléfono.

Los gritos, las órdenes agitadas y la desfibrilación lo hicieron abandonar la habitación.

Se sintió culpable por orillarlo a continuar con una guerra tan dolorosa. Él sabía cuánto daño causaban, pero el dinero siempre le había importado más. Nunca cuestionó sus métodos, por muy crueles que fueran. Solo a veces, en las noches más solitarias, pensaba en esa guerra entre padre e hijo.

Christopher llegó unos minutos después, corriendo agitado. Lily lo perseguía como podía. El señor “L” no pudo seguirles el ritmo, porque era pésimo para las carreras, así que tuvo que caminar para no infartarse también.

—¡Necesito verlo! —gritó Christopher cuando llegó a la sala que estaba en caos absoluto—. ¡Por favor! —suplicó con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Es mi padre! —sollozó escuchando las voces de todos los presentes que luchaban por reanimarlo.

El abogado puso su mano en su brazo para calmarlo y se miraron con desconsuelo, después de muchas peleas inútiles. Qué irónica puede ser la vida a veces. Abrazas a tu enemigo cuando el mundo se derrumba y te unes a esa tregua a la que alguna vez te negaste a ceder.

Dos horas pasaron mientras esperaban a que el equipo médico pudiera salvar y estabilizar a Connor Rossi. Fue noticia, por supuesto, pero también fue noticia la presencia de Christopher allí, junto a su padre. Incluso en Río, París se enteró de eso.

Christopher quiso saber qué había sucedido y el abogado, que malinterpretó las emociones de Connor, le dijo:

—Le dije que solicitaste un registro para una revista... y eso lo alteró...

Chris lo miró con una ceja enarcada. Lily oyó eso con pánico y supo que lo había arruinado todo. M****a. Era su culpa.

—¿Registro? —Chris parecía confundido—. ¿Qué revista?

Él no estaba enterado de nada. El abogado se quedó perplejo mirándolo. Llegó a creer que estaba tomándole el pelo.

—Es mi culpa —Lily no se quedó callada. Era valiente y reconoció de inmediato la culpa—. Yo le pedí al Señor Dubois que registrara una marca con tu nombre y... —Lily no pudo seguir hablando cuando Chris la miró con grandes ojos—. Eclat...

—¿Eclat? —Christopher sonrió al escuchar el nombre.

Por supuesto que sabía lo que significaba. Lo encontró muy ingenioso y único, pero pronto recapacitó en esa verdad que el abogado le estaba contando y lo que Lily le estaba confesando.  

Ella se sentía culpable, así que con firmeza se plantó frente a él para sincerarse.

—Christopher, quise decírtelo, porque jamás te ocultaría algo así… no quise actuar a tus espaldas, pero... —La culpa que sentía era grande.

Chris estaba tan perplejo como el abogado de su padre. No pudo negar que esa confesión y ese secreto lo hicieron sentir sobrecogido, pero no permitió que ese sentimiento lo hiciera sentir desconfianza de Lily, porqué él jamás se imaginó rebelándose en contra de su padre, abriendo otra revista y empezando su propio legado, pero no podía actuar con hipocresía, porque en las noches en las que no conseguía conciliar el sueño, pensaba en eso.

No lo pensaba como una idea para rebelarse en contra de su padre, pero sí como una idea para rebelarse ante sí mismo, para probar su valor.

Con la cabeza negó y la agarró rápido por las mejillas para tranquilizarla.

—Tranquila, no te culpes por eso... pero no entiendo, ¿por qué registrarías...? —Se calló al leer las intenciones de Lily. Nunca se trataba de malas intenciones—. Oh... —dijo, formando una larga “o” con sus labios.

Ella sollozó al ver el dolor en su mirada y decidió sincerarse aún más.

—Quería que tuvieras tu propio sello, para que dejaras de sentirte inferior, o que vivieras opacado tras lo que tus padres crearon —dijo ella, hablando rápido.

El abogado los miró con congoja. Se sintió terrible al ver que no se trataba de una jugada en contra de Connor, sino para fortalecer a Chris.

—Dios, si supieras lo maravilloso que eres. Sé que te has limitado a creer en ti, pero yo creo en ti y sé que Eclat será...

—Será fantástica —completó él, y con dulzura la besó—. Gracias por creer en mí.

Lily se sacudió emocionada al ver que Chris no estaba furioso por su atrevimiento de ir tan lejos y dio brinquitos aún atrapada entre sus manos grandes.

—Reclamo desde ahora mi puesto como escritora. —Los dos se rieron cómplices—. Amor, si supieras... tengo tantas ideas para esta revista.

Estaba feliz. Él lo estaba también. No pudo negarlo ni ofuscarse por su forma salvaje de amar y de mostrar su infinita admiración por él. Y no tenía por qué ser hipócrita, él se moría de ganas por hacer algo así, pero nunca tuvo el valor de arriesgarse. Sin embargo, con Lily a su lado, todo era fácil y los miedos que lo acechaban se tornaban insignificantes.

Cuando por fin pudieron reunirse con Connor otra vez, el hombre parecía muy cansado. Los años se le notaron más, y el cansancio y el dolor también.

Lily dejó que Chris y su padre se dieran un abrazo conciliador y, con respeto, dijo:

—Señor Rossi, yo soy la culpable de Eclat. Esa fue mi idea. —Connor la escuchó atento—. Chris no tiene nada que ver, por favor... lamento que esa noticia lo alterara y… —Le miró horrorizada.

Se sentía culpable por su infarto.

—Señorita López… —Él la interrumpió con respeto.

No se le habían olvidado las palabras de advertencia de Christopher. Él quería respeto para su mujer.

—Llámeme Lily, por favor —pidió ella con los ojos llorosos.

—¿Quiere iniciar su propia revista? —preguntó Connor. Lily y Chris se miraron confundidos—. Sea sincera, por favor… quiero... —Tragó duro—… quisiera poder conocerla mejor.

Lily sonrió.

—No quiero ofenderlo, porque pasado es pasado y se supone que estamos buscando empezar de cero, pero… —titubeó la joven—… como su guerra con Christopher parecía interminable, y que usted nunca lo dejaría en paz, creí que sería conveniente que Christopher tuviera su propio sello. No quiero que piense que estoy desmereciendo Craze y el trabajo que usted invirtió en ella, pero... —Los ojos se le humedecieron—… Chris no merece vivir bajo la sombra de sus padres. Es maravilloso, un escritor y editor único, si usted pudiera verlo detrás de ese escritorio... —rio—. Lo intenté un día y pensé que me iba a volver loca —rio.

Connor se emocionó al escucharla hablar. Lo hacía desde el corazón.

—Lo ama mucho, ¿verdad? —preguntó Connor.

Lily suspiró y, divertida, le dijo:

—Aún no descubro cómo medirlo. —Los dos se miraron y se largaron a reír.

A él le dolió el pecho y, de forma natural, se lo mostró a todos. Lily y Chris se mostraron terriblemente preocupados y, por primera vez, Connor supo lo que era el amor de familia. Nunca se habían preocupado por él por tan poco. Dios, era tan diferente a lo que había imaginado, pero se sentía maravilloso.

Connor sonrió aliviado y carraspeó para hablar como Lily lo hacía, desde el corazón:

—No me infarté por esa noticia, si eso piensan. —La pareja se miró confundida—. Me infarté porque... —pensó cuidadosamente y se sintió avergonzado—: como usted dijo, pasado es pasado y antes de que Chris y yo decidiéramos empezar de cero, mi abogado y yo pensábamos levantar cargos en su contra y enviarlo a prisión. —Lily se quedó boquiabierta. Chris no se sorprendió. Sus abogados le habían advertido sobre eso—. Le pedí que lo dejara en paz, pero no quería escucharme y… —sonrió al pensar cómo su cuerpo trataba de hablarle—... lo defendí... yo... —Miró a su hijo con los ojos llorosos—. Los felicito por Eclat. —Fue tan sincero que Chris se emocionó—. Es una idea fantástica y el mundo necesita más mentes como las suyas —reconoció valiente, con un nudo en la garganta.

Lily supo que ese sí era el Connor que ella había admirado tantos años y no se calló, tuvo que decírselo:

—Ese es el Connor Rossi que yo admiraba. —Su suegro la miró con sorpresa—. Empezaba a preguntarme cuándo iba a conocerlo… —rio.

Connor se largó a reír y eso lo hizo toser. Lily y Chris, preocupados, se abalanzaron sobre él para tranquilizarlo. No querían verlo sufrir. Querían que se recuperara para que pudiera ir a casa. Julián ya planificaba una gran cena de bienvenida y Sasha estaba emocionada.

—Dios, qué fácil es hablar con usted, señorita Lily —dijo Connor, sorprendido de cómo las cosas fluían con respeto y se suavizaban de una forma tan mágica.

—Bendita Lily —dijo Chris con una sonrisa—. Es el don de Lily y aun te falta escuchar y hablar con su padre… —reconoció él, y los tres se rieron.

Chris se sentó a un lado de la camilla de su padre y, con dulzura, le dijo a Lily que pasaría la noche allí.

Tenía su libreta y terminaría de escribir su carta del editor para ese esperado número de fin de año.

Lily lo entendió mejor que nadie, lo besó en los labios y una vez más le pidió disculpas por haber ocultado lo de Eclat. Él la besó también y la dejó ir con el corazón tranquilo.

Cuando padre e hijo estuvieron a solas, después de mucho tiempo, Chris tomó su mano arrugada y con dulzura le dijo:

—Gracias por quedarte conmigo, papá.

Connor sonrió aliviado y le dijo:

—Ahora sé, hijo... —y apretó su mano entre las suyas—. Nunca te abandonaré otra vez.

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