Christopher entró solo a reunirse con su padre. Lily y el señor “L” esperaron afuera, respetando su intimidad familiar.
Aunque en el último tiempo, Christopher sentía que llevaba un león dentro, en ese momento se suavizó y no dejó que sus emociones doloridas y defraudadas guiaran ese reencuentro que, tal vez, se perfilaba como una reconciliación.
No quería descartarlo, porque él, más que nadie en el mundo, deseaba y se decía a sí mismo que merecía una reconciliación con su padre. También creía que el alma de su madre podría descansar en paz, y él no anhelaba nada más que ella fuera feliz, aunque estuviera lejos o en otra galaxia.
Era la primera vez que Christopher veía llorar a su padre. Y lo golpeó tan profundamente que sus ojos se llenaron de lágrimas y no pudo mantenerse inmune ni inquebrantable ante un momento de tanta vulnerabilidad.
Las emociones dentro de ese cuarto eran inmensas. Connor estaba conmocionado al ver a su hijo allí, después de todo lo que le había hecho y lo mucho que lo había herido. Por otro lado, Christopher estaba conmovido al ver a su padre desmoronarse por primera vez.
—Sé que soy la última persona a la que quisieras ver en este momento… —siseó Christopher con voz temblorosa.
Connor se quebró aún más. Sintió que todos los muros que había levantado para ser ese hombre fuerte e indestructible se caían a pedazos y no podía hacer nada para sostenerlos en pie.
Era hora de que cayeran.
—No digas eso, por favor… —dijo Connor con voz temblorosa y las lágrimas empapando sus mejillas.
El silencio fue absoluto. Connor tenía tanto que decir que no sabía por dónde empezar, y aunque en el fondo quería arrepentirse de ese momento de vulnerabilidad, el magnate editorial sabía que ya no podía luchar.
Tampoco quería seguir haciéndolo. Era una batalla perdida. Amaba a Christopher aunque se despertaba pensando en cuánto lo odiaba; mientras más se repetía que lo odiaba, con más fuerza lo amaba y no podía negar que se había convertido en un hombre ejemplar, un hombre al que admiraba.
Cuánta contrariedad existía dentro de él. Dos personas habitaban en un mismo cuerpo, un mismo corazón y una mente atormentada por recuerdos y un pasado del que Christopher no era culpable.
Christopher no tenía la culpa de lo que había sucedido entre él y Jazmín.
Connor nunca tuvo el valor de reconocer que el único culpable era él mismo. Nunca fue lo suficientemente hombre como para asimilar las traiciones de Jazmín, y mucho menos para aceptar el amor que sentía por ella. Un amor tan ciego como el que Christopher sentía por Lily. La única diferencia era que Lily sí le correspondía, y no podía negar que sentía celos de que su hijo hallara un amor tan sano y leal.
—Hijo… —balbuceó Connor. Christopher tembló al escuchar esa palabra que muy pocas veces había escuchado—… Sé muy bien que no merezco tu perdón, ni merezco que me llames padre…
—Papá, no digas eso, por favor… —hipó Christopher, destrozado.
Toda su vida esperó llamar a su padre y que él le respondiera con el mismo cariño con el que soñaba, pero siempre fue su imaginación la que le hería profundamente, siendo cruel con su corazón.
Desde niño entendió que los hombres adinerados como él no podían darse el lujo de amar, no estaban bendecidos con algo tan substancial. Al menos no como Lily le había enseñado, ni como el señor “L” le había mostrado cómo se ama a un hijo.
Creció creyendo que el dinero lo compensaba todo: una madre, el abandono de su padre, la traición, la deslealtad, el dolor, la soledad, el vacío. Y no era así. Vivió toda su vida equivocado, atrapado en una mentira de la que sólo Lily pudo quitarle la venda.
Lily le mostró lo que era el verdadero amor, con o sin dinero. Fue entonces cuando comprendió que un hombre podía tener todo lo que quisiera en el mundo, y que ni el dinero ni la pobreza cambiaban absolutamente nada.
Muchas veces, cuando era niño, deseó ser pobre. Su padre le había enseñado que ser pobre era como una maldición, pero Christopher quería estar maldito para tener una familia que lo amara y cuidara. Siempre decía que daría su fortuna con tal de tenerlo.
—Siempre serás mi padre, no importa lo que suceda entre nosotros —dijo Christopher con un nudo en la garganta.
Podía oír cómo la voz le temblaba, pero sabía que ese era el momento, ese momento que había esperado toda su vida.
Connor sintió sus palabras como cuchillas que lo despedazaban por dentro. Él quería que lo odiara, que lo aborreciera por todos los años de dolor y desprecio que ni a su peor enemigo le desearía.
Llorando, Connor le dijo:
—Quiero que me odies, por favor, necesito que lo hagas, porque solo así voy a sentir que estoy en paz conmigo mismo.
Christopher miró a su padre con los ojos llorosos y recordó su adolescencia. Años atrás lo aborreció con toda su alma, pero Lily le mostró que odio nunca lo iba a conducir a nada bueno.
Su maestra…
Christopher no pudo resistir más. Llevaba años soportando, armándose de una fuerza que no sabía de dónde provenía, así que en ese momento se dio el gusto de romperse. Se dio el gusto de ser el hombre débil que había sido antes de que ella llegara a su vida.
Aún quedaban trozos de debilidad en él, pero esa debilidad ya no tenía miedo; muy por el contrario, se alzaba con valentía.
—Te odié, padre, te odié muchas veces, más de las que me hubiera gustado, pero no estaría aquí si no fuera por ti… me has ayudado a convertirme en esto…
Connor se rio e intentó no sonar tan sarcástico, pero Christopher conocía todas sus risas y supo que era diferente.
—Eso no me quita la culpa, Christopher…
—¿Culpa? —preguntó Christopher, atreviéndose a ir mucho más lejos.
Connor apretó los labios en una línea y contuvo los sollozos. Qué difícil era hablar de la culpa. Era como un pecado.
—Oh, hijo, no sabes cuánto me duele todo lo que ha pasado, no sabes cómo me destruye todo lo que construí en estos años… —Padre e hijo se miraron a los ojos con angustia. Christopher parecía firme, soportando el dolor—. Construí odio para que te alimentaras de él… —sollozó—… y no sabes cuánto me arrepiento.
Tras decir lo último, se cubrió la cara por la vergüenza. Tras sus manos, sollozó con desesperación, sollozos que le hicieron entender a Christopher que le estaba hablando con la verdad, desde el poco corazón que le quedaba.
Sabía que ese corazón debía estar corroído por sentimientos nocivos y que ya no tenía la fuerza para luchar. Estaba viejo y cansado. Tal vez era hora de aceptar lo que tanto se negaba.
Christopher se inclinó sobre él y, con los ojos llenos de lágrimas, lo besó en la frente. Fue un beso lento y tuvo que apretar los ojos para aguantar el llanto desgarrador que le subió por la garganta.
Cuando Connor lo sintió, lo abrazó fuerte por la espalda y, después de muchos años de fría distancia, se dieron un abrazo verdadero y cálido.
Christopher se forzó a recomponerse. Quería que su padre viera su nueva versión. Quería que supiera que Lily había tomado todas las piezas que él se había encargado de romper y lo había convertido en una mejor persona, un mejor hombre.
No quería echárselo en cara ni restregárselo, solo quería que se sintiera orgulloso de él.
—Te perdono, padre —dijo Christopher mirándolo a los ojos con ese amor de niño que Connor nunca pudo disfrutar.
¿Acaso era muy tarde para hacerlo? Connor sintió que sus palabras lo liberaban.
No lo liberaban solo de la culpa, sino de los demonios que lo atormentaban todas las noches cuando llegaba a su pent-house y no tenía una familia a la que amar, una familia que lo estuviera esperando.
—¿Crees que ella me perdonará por todo el daño que causé? —preguntó Connor, refiriéndose a su esposa y madre de Christopher: Jazmín.
Christopher suspiró para no romperse otra vez. Cuando hablaban de su madre, sentía que le estrujaba el corazón. Le faltó vida para estar con ella y siempre se preguntaba por qué se había marchado tan pronto.
Christopher se rio de forma dulce y con diversión le dijo:
—Donde sea que ella esté, debe preguntarse lo mismo. ¿No crees?
Connor abrió los ojos al escuchar su pregunta. Nunca había pensado en eso. ¿Y si su esposa también se arrepentía de todo el daño que habían causado? Nunca fueron conscientes de que su relación tóxica dañaba a sus hijos. Nunca fueron conscientes de que su matrimonio estaba perdido.
Connor aceptaba la culpa de esos errores. Había forzado a su esposa a quedarse a su lado, aun cuando ella no lo amaba y solo amaba a sus hijos.
—¿Tú crees que ella quería que yo la perdonara? —preguntó Connor, bastante descolocado.
Nunca había visto las cosas desde esa perspectiva. Nunca había pensado que ella era consciente de lo mucho que lo hería.
—Seamos realistas, padre… —dijo Christopher con madurez—… causaron más daño del que se causaron entre ustedes. Míranos a París y a mí… Siempre vivíamos con la ilusión de que ustedes estuvieran bien alguna vez. Habría sido más fácil que nos rompieran la ilusión y no que nos hicieran crecer con ella.
Connor volvió a llorar. Se destrozó al entender que su deseo de tener una familia fue tan ciego que lastimó a lo que más quería: sus propios hijos. Fue tan ciego que dejó que el odio se tornara en contra de ellos, cuando el único culpable de todo siempre fue él.
Fue un cobarde toda su vida. Nunca tuvo el valor de aceptar que Jazmín no lo amaba, ni que su matrimonio no funcionaba y que no era el hombre ni el padre perfecto que pintaba para el mundo.
Siempre fue una mentira construida sobre odio, resentimiento y orgullo.
—Eran solo niños… —hipó Connor, sintiendo la culpa.
—Y te necesitábamos, papá, más de lo que tú creías… —Christopher no disfrazó la verdad.
Connor volvió a llorar con desconsuelo. Siempre supo que sus hijos lo necesitaban, pero era tanto su orgullo y su recelo contra su esposa que hizo que sus hijos pagaran por errores que ellos no habían cometido.
El arrepentimiento lo golpeó en ese momento, cuando vio que castigó a dos niños inocentes y que los sometió a su odio, orgullo y rabia; una combinación peligrosa.
—Necesito revertirlo todo, hijo, necesito dejar de sentir este dolor —suplicó Connor con desesperación y se agarró el pecho para mostrarle a su hijo dónde más le dolía.
Chris le sonrió amablemente. Él también se había sentido así en el pasado, después de sentir su desprecio y sus castigos. Nunca creyó que ese dolor se revertiría algún día. Nunca creyó que el causante de todo recibiría un poco de su propia medicina.
Quería a su padre en su vida, por supuesto que sí, pero no quería que su padre pensara que su corazón merecía ser pisoteado dos veces por la misma persona, así que con valentía le dijo:
—Ya no soy el Christopher que recuerdas…
—Lo sé —dijo Connor con la voz destrozada—. No sabes cuánto me ha dolido perderte… —Sus ojos llenos de lágrimas.
Chris lo miró con agudeza. Sí, le dolía ver a su padre herido, destrozado, enfrentándose a una realidad que él mismo había construido, pero no podía dejarlo solo y perdido en el caos para que sufriera. Él no era como su padre. Él era mejor.
—Tampoco podrás controlarme otra vez, padre. Eso terminó. —Christopher sonó tajante. Connor tuvo miedo al escucharlo tan feroz—. A mí ya no puedes lastimarme, pero sí puedes lastimar a las personas que amo y eso jamás podría perdonártelo…
—Hijo, yo…
—Sé que tú y Lily tienen historia...
—No, no… —Su padre negó con vergüenza. Escondió la mirada, avergonzado por lo que alguna vez había querido hacer con Lily: usarla, manipularla, despreciarla—. Sí, la desprecié, porque estaba celoso de ti, de ella, de lo que tenían… quise usarla en tu contra, pero… —Se mostró terriblemente arrepentido—… ella es mejor que yo.
Chris se rió fuerte. Connor lo miró sorprendido. Podía apostar que era la primera vez que lo escuchaba reír de verdad.
—Ella es mejor que tú y yo juntos, padre —dijo él con orgullo, defendiendo lo que amaba—. No quiero repetir esto dos veces, quiero ser muy claro.
—Por favor… —suplicó su padre.
Estaba desesperado. Temía que Christopher no lo dejara entrar en su vida.
—No es tarde, padre. Y no quiero perderte. —Su voz sonó firme. No tembló ni una sola vez—. Pero quiero que te comportes. —Sonó amenazante. Connor se rio—. Nada de juegos sucios, ni crueles, ni manipulaciones, ni comentarios ofensivos, porque mi familia es de orígenes humildes y…
—¿Tu familia? —preguntó Connor con los ojos llorosos.
¿De qué se había perdido?
Chris sonrió aliviado al ver que aún quedaba humanidad en su padre. No estaba del todo perdido, aún podía recuperarlo y Connor sintió exactamente lo mismo: aún estaba a tiempo de recuperar a su hijo.
—Quiero que conozcas a alguien… —dijo Christopher con una bonita sonrisa en su rostro.
Connor se esforzó por incorporarse en la camilla, bastante complicado y confundido por lo que su hijo le estaba diciendo.
Cuando Christopher abrió la puerta y dejó entrar a Lily, su prometida, y al padre de Lily, Connor se quedó bastante descolocado.
—Mi prometida: Lilith López; y su padre: Julián López —presentó con orgullo.
—Pero… —Connor titubeó.
Estaba muy confundido por esa presentación. Christopher pudo ver la confusión en la mirada de su padre y, con una sonrisa, le dijo:
—Quiero que empecemos de nuevo, papá.
Lily sonrió al escuchar eso, más al ver sus ojos brillantes por todo lo que acababa de llorar, y con dulzura se acercó a Connor para sentarse a su lado en la camilla.
La Lily que él había conocido era otra. Era quien defendía con garras a quien amaba. Connor pudo verlo. Lo supo con exactitud.
—Mucho gusto, suegro —saludó Lily con dulzura y besó su mejilla—. Le traje unos pastelitos de crema. Espero que le gusten. —Los puso sobre su regazo.
Connor la miró, miró los pastelitos navideños y quiso echarse a llorar otra vez.
Julián se rio al ver a su hija con su suegro, por fin, y se acercó a Connor para estrechar su mano y darle unas palmadas cariñosas en la espalda.
—Por fin nos conocemos, consuegro —rio Julián, con la esperanza de formar una familia más grande—. Tenemos mucho de qué hablar. —Rio feliz—. Te perdiste la Navidad, pero el próximo año te va a encantar. —Sonrió emocionado—. Chris ya sabe cortar el pavo y hace las mejores narices de reno… ¡Oh, y tienes que conocer a los hámsteres de Chris!
—¿Hámsteres? —rio Connor, y de pronto, el dolor en su pecho empezó a desaparecer.
Lentamente.
—Son las mascotas de la familia —dijo Chris, y sus mejillas se tornaron rojas—. Idea de Lily.
—Se llaman Tronca y Tronquitos Jr. —dijo Lily, y todos se rieron, incluido Connor.
La habitación se llenó de risas cálidas.
—¿Qué nombres son esos? —preguntó Connor, sintiéndose en confianza para preguntar.
Lily y Chris se rieron cómplices y se pusieron rojos de golpe.
—Es una larga historia…
—Y, créame, no quiere escucharla —dijo Lily, hablándole a Connor mientras se reía.
Julián rodó los ojos y Connor tuvo que reírse un poco más fuerte.
—Primero fue Tronquitos, pero murió de un susto —dijo Chris. Todos rieron—. Era un gran pensador…
—Sí, citaba a Aristóteles con confianza —dijo Lily, y todos volvieron a reír.
—Los hámsteres no hablan… o eso creo —dijo Connor, imaginándose lo que decían—. Están locos… pero su locura es contagiosa.
Los miró con esperanza.
Tal vez, no todo estaba tan perdido para él.
Chris se rio y con dulzura se plantó frente a su padre. Con una sonrisa amable, le dijo:
—Bienvenido a mi mundo, papá.
Cuando Chris y su familia se marcharon, dispuestos a terminar ese número que se lanzaba en pocos días, Connor se quedó solo en su cuarto, pensando en todo lo que acababa de suceder.Con incredulidad, se tocó el pecho, donde aún le quemaba un dolor que apenas era perceptible, y recapacitó en todo el daño que había causado en los últimos años.Supo que nunca iba a conseguir el perdón de todas esas personas a las que había herido, pero al menos sabía que sí tenía el perdón de su hijo y, tal vez, eso era todo lo que estaba bien en el mundo.Cuando pensó en su mujer, a quien amó como un loco, empezó a llorar otra vez.—Perdóname, Jazmín —dijo llorando, sintiendo como se sacaba un gran peso de encima—. Sé que lo hice mal y no quiero justificar mi actuar cruel, pero, demonios, te amaba tanto… —Lloró liberándose de ese amor que nunca le correspondió—. Nunca fui valiente, nunca fui un hombre para ti, el hombre que querías ni el que merecías… ahora lo sé, ahora que nuestro hijo se convirtió en
Existe algo de lo que siempre escuchamos hablar y que creemos entender cómo funciona, pero no tenemos idea de lo difícil que es hasta que nos toca.Y cuando nos toca, es cuando entendemos que la vida siempre nos tiene preparada una sorpresa, porque si no, sería demasiado fácil vivir.El perdón es fácil de predicar, pero no de aplicar y Marlene lo sabía. De pie, frente a ese hospital, lo tuvo en su garganta, imposibilitándole respirar. Quería entrar allí y perdonar al hombre que tanto daño le había causado, pero el rencor que él mismo le había enseñado a sentir, estaba presente también, como un arma de doble filo.Y el sentimiento era peor cuando recordaba que su padre estaba en ese mismo hospital, luchando por su vida. Su padre y Connor, los dos en el mismo hospital, separados, tal vez, por un par de pasillos. Que irónica le parecía la vida. Jamás pensó visitar a Connor en el hospital, porque le parecía que era un hombre indestructible.Pero allí estaba, saboreando las adversidades de
Cuando tuvieron que regresar al pent-house de Christopher para continuar trabajando, lo hicieron todos en el mismo taxi. No tenían tiempo que perder.Marlene viajó al frente; Lily, su padre y Chris viajaron en la parte trasera.Aunque todos estaban más silenciosos que nunca después de todos los acontecimientos, Chris no pudo guardar lo que sentía y tuvo que desahogarse:—No me malinterpretes, pero me gustaría tenerte de madrastra.Marlene lo miró con horror.—Si piensas que podrás llamarme "mami", estás muy equivocado —respondió ella con tono frío—. Ese enamoramiento se terminó… —Intentó sonar convincente, pero era difícil aceptar la verdad.Era dolorosa. Aún.—¿Estás segura? —Chris insistió.Él no se convencía de eso.Marlene inhaló con calma y, con mucha sabiduría, la que había aprendido gracias a Lily y su padre, le dijo:—Tu padre y yo estamos en sintonías diferentes. —Chris la miró con el ceño fruncido. Lily sonrió porque lo entendió de inmediato—. Él está descubriendo cómo amar y
Y, entonces, sucedió. Fue en una blanca y luminosa mañana. Las calles de Manhattan y de toda la isla se vieron empapeladas por ese nuevo número y los cambios que, no solo provenían en sus letras, sino también, desde los corazones de quienes las escribieron.Ese especial navideño llegó a todos lados, incluso a los más inimaginables.Connor recibió una copia. Su abogado se la compró en la esquina y vio a su cliente llorar por la emoción que sintió de leer las letras de su hijo.Vicky también pudo leerla a primera hora. Trabajaba en la peluquería de la prisión y las policías llevaron una copia. A ella le ganó la curiosidad y hojeó la revista con desesperación, dándose cuenta de que todo era nuevo.La madre de Marlene también compró una copia y le leyó la nota de su hija a su esposo, quien, como buen hombre, cumplió su promesa y resistió.Esa mañana, Marlene llegó al hospital, con una caja de cafés y una caja de donas. Saludó a su madre cariñosamente y se quedaron abrazadas un largo rato,
Chris cogió un par de champagne y con su equipo más cercano viajaron hasta el hospital para hacer ese primer brindis con su padre, uno de los fundadores más importantes de Craze.Connor estuvo sorprendido de verlos allí y no pudo negar que cambiaron todo su ánimo. Estaba triste, encerrado en ese cuarto pálido de hospital, con la enfermera como su única acompañante.—¡Por Craze! —celebraron todos y brindaron con emoción—. ¡Por Chris!Después de brindar y quitarse el confeti de encima, Chris y su padre intercambiaron algunas palabras mientras todo el equipo conversaba y bebía champagne, aprovechando que ya era la hora del almuerzo.Connor tuvo que serle sincero:—Me enorgullecen mucho tus cifras y éxitos, pero más tus letras. Han sido conmovedoras. Te lo dice un viejo tieso que ya ni siente. —Chris sonrió orgulloso y se rio por los dichos de su padre—. Ella habría estado orgullosa… —Se refirió a su madre. Chris lo miró con los ojos brillantes, con esa mirada de niño que aun prevalecía e
Tras graduarse de la universidad y gracias a su padre, Lily consiguió un pequeño puesto como administradora en un restaurante de comida rápida, donde los pollos fritos cautivaban a todos los habitantes de su ciudad y, no obstante, la comida era algo que le motivaba en demasía, no quería ser administradora en un restaurante.Ella soñaba con ser editora.Ojalá de una revista que pudiera cambiar el mundo. Que pudiera motivar a otros, así como la comida la motivaba a ella.Duró apenas dos semanas como administradora y vendedora de pollos y, al siguiente lunes, se escabulló por su casa sin que nadie conociera sus verdaderos planes y viajó hasta la cuna de las revistas más importantes.Caminó por esas pintorescas calles con la boca abierta. Llevaba muchos años sin visitar ese lugar y, sin dudas, se sintió fuera de lugar. Como un bicho raro.Vestía terrible y, sin embargo, se había esforzado por llevar ropa formal, su estilo de anciana no encajaba con esas jovencitas elegantes que se pavonea
Lily viajó en bus de regreso a casa.Sabía que mientras más alargara el viaje, menos tendría que discutir con su padre y así también evitaría enfrentarse a sus hermanas, quienes siempre le daban el favor a su padre en todo.En el bus leyó los documentos que había firmado. Su nuevo contrato y un extenso manual de trabajo en el que se especificaba todo tipo de reglas que, según el criterio de Lily, eran descabelladas.La regla número seis prohibía usar pintalabios de color rojo, esmaltes rojos y/o accesorios del mismo color.La regla número once exigía que todos los empleados de Craze debían estar suscritos a la revista.La regla número trece prohibía comer cualquier tipo de carbohidrato en las dependencias de Craze, una de las revistas de moda que componía el gran conglomerado mediático de Revues.—¿Craze? —se preguntó Lily mientras viajaba en el bus de regreso a los suburbios—. ¿Craze? —se repitió confundida y se apresuró para buscar su contrato.Lo revisó lenta y cuidadosamente, leye
Al otro día, Lily se levantó temprano, se aseó como ya le era costumbre y, si bien, nunca se había enfrentado con su closet, en ese momento, cuando sabía que debía pisar los terrenos más pantanosos en los que había caminado nunca, dudó de todo lo que había en su armario.Dudó de cada prenda y se odió por no tener un estilo definido.Decidió que usaría lo de siempre. Formal y para nada insinuante. Falda negra bajo la rodilla, una blusa negra y una chaquetilla que disimulaba sus caderas más gruesas.O eso creía ella, porque, en el fondo, la chaqueta le quitaba la forma natural a su cuerpo curvilíneo.Llegó temprano a las dependencias de Revues, mucho antes de que llegara la mayor parte del personal. No quería que nadie la viera, así que pidió reunirse con la encargada de recursos humanos para entregarle su carta de renuncia.—Señorita López, ¿qué la trae por aquí? —preguntó la mujer que el día anterior la había contratado.Se oía jovial y despejada.Lucía espectacular con tacones altos