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James tomó un taxi para pasar brevemente por su departamento para recoger su ropa limpia y un poco de pastel de carne, antes de regresar al departamento que tenía frente a la clínica en la que Romina se recuperaba.

Apenas llegó, los gemelos de su empleada lo rodearon con energía sin igual.

—Fueron tres días exactos. ¿Por qué tardaste tanto?

—¿Quieres jugar Fortnite?

—¿Cómo está Romina?

—¿Cuándo podremos visitarla?

—Ella está bien y nunca. Nunca podrán visitarla. —Fue tajante, porque había descubierto que a los gemelos les encantaba—. Es mi novia, no de ustedes… y si le permiten visitas, seré el primero y el único en visitarla. D’accord? —Les habló en francés.

Los gemelos se miraron cómplices y se rieron infantiles. Lo siguieron en cada una de sus pisadas por el departamento en el que vivían gracias a él, haciéndole preguntas que James se negaba a responder.

Le ayudaron a empacar camisas y sudaderas; cuando llegaron a la ropa interior, se burlaron de él y lo toleró porque, en el fondo, lo disfrutaba.

—Mamá le hizo papas rellenas, dijo que no las tocáramos porque eran solo suyas y de nadie más —dijo Noel y lo cogió de la mano para llevarlo hasta la cocina para mostrarle las perfectas papas con una cubierta crocante que hizo que su boca se llenara de agua.

—Las miramos toda la mañana, pero fuimos unos caballeros y nos contuvimos —dijo Liam con tono muy serio.

—Yo me babeé —dijo el otro gemelo con total confianza.

James se tuvo que reír.

—¿Unos caballeros? —preguntó aguantándose las carcajadas—. ¿Con las papas?

Los gemelos le miraron con seriedad.

—Mamá nos enseñó a respetar todo lo que tenga sustantivo femenino.

James explotó en una carcajada.

—Solo son papas. No merecen respeto.

—Se ven deliciosas, señor y con la mayonesa casera que hizo mi mamá…

—¿Mayonesa casera? —James preguntó y se acercó a la cocina para comprobar lo que los gemelos decían—. M****a… —susurró y supo que no se aguantaría en el camino.

Se veían demasiado tentadoras. Iba a tener que comérselas.

Cinco minutos después, se vio acompañado de los gemelos, comiendo papas rellenas y con mayonesa casera.

Se estaban riendo a carcajadas cuando Casilda llegó. Realizaba las compras de la semana y no pudo negar que le sorprendió ver a sus hijos comiéndose las papas en compañía del señor Dubois.

Con curiosidad se quitó el abrigo y la bufanda y se acercó a ellos.

—Qué bueno que nos visita, señor Dubois —dijo Casilda, nerviosa. Aun le costaba acostumbrarse a todo lo que él les estaba ofreciendo. Era como vivir un sueño—. Digo… esta es su casa, y puede venir cuando quiera… —Se mostró nerviosa.

—Solo vine a por mi ropa limpia y me quedé a almorzar estas papas —dijo él, limpiándose los labios con la servilleta—. ¿Usted ya almorzó?

Casilda se mostró confundida ante su pregunta. No supo qué decirle.

—No… yo no he tenido tiempo…

—Siéntese —ordenó él.

Se levantó de su silla para calentarle una papa y prepararle una porción de ensalada que Noel preparó para James para lucir sus evidentes habilidades culinarias. Casilda se sentó junto a sus gemelos un tanto temerosa, solo porque él se lo había ordenado bruscamente y desde su lugar lo miró con curiosidad.

Dubois la atendió cariñosamente. Le ofreció un platillo bonito, caliente y digno. Ella se puso los dedos sobre los labios cuando quiso echarse a llorar. Llevaba mucho tiempo sin que la atendieran como lo merecía.

—Veo que trabaja en un pastel de manzana… —dijo James tras revisar la cocina con ojo curioso.

Casilda se armó de valor para responderle.

—Sí, es para usted —susurró ella con la voz temblorosa—. Mañana iré a limpiar su departamento y se lo llevaré…

Dubois sonrió y desde la cocina, mientras se preparaba un café para partir, le dijo:

—Ya limpié, anoche… no podía dormir. —Casilda se quedó boquiabierta. Por supuesto que le preocupó su trabajo. Si ahora Dubois podía limpiar, eso significaba que ya no la necesitaba—. Mañana vendré para el desayuno, ¿le parece? —preguntó y se preparó para partir.

Agarró su abrigo y su bolso con ropa limpia.

—Yo… sí… —Casilda balbuceó y cuando lo vio partir, se levantó de la mesa para perseguirlo y enfrentarlo—. Señor Dubois… ¿puedo hablar con usted en privado? —Lo llamó. Él se detuvo con mueca amable y regresó calmoso—. Señor Dubois, no quiero que sienta que estamos abusando de su confianza o… digo, no limpie, por favor, yo puedo hacerlo, tengo que hacerlo… —Lo miró con preocupación—. Ese es mi trabajo, yo debería limpiar…

Dubois entendió lo que trataba de decirle.

—¿Qué le preocupa? —preguntó James,  queriendo ser directo.

Casilda le miró con horror y tuvo miedo de decirle la verdad.

Todo le preocupaba. Absolutamente todo.

—Bueno… un par de cosas —dijo nerviosa.

James supo que le estaba mintiendo u ocultando parte de la información.

No tardó en sacar sus propias conclusiones.

—Supongo que le preocupa perder su trabajo o que me canse de esto y le pida que se marche.

Casilda se preguntó cómo podía ser tan buen adivinador.

—Más o menos —respondió ella, forzándole una sonrisa.

No quería darle ideas.

James suspiró y sin temor le dijo lo que sentía:

—No voy a despedirla. —Le dio una mueca para que se calmara—. Es más, tengo planes y…

—¿Planes? —Casilda preguntó con ilusiones.

James también tuvo ilusiones, porque, desde que su relación con Casilda mejoró, empezaba a sentirla como a una madre. Se preocupaba por él, le cocinaba delicias y le planchaba la ropa. En las tardes lo llamaba para saber cómo estaba y le decía: “mijito”. No sabía muy bien qué significaba, pero le gustaba.

—Cuando Romina se recupere, quiero perderle que vivamos juntos y me gustaría que usted nos acompañe —dijo sincero.

Casilda sonrió. No pudo negar que le fascinaba ver lo mucho que había crecido.

—Y me encantaría participar en la crianza de lo niños también —dijo ella, poniéndole muecas juguetonas.

Cuando James escuchó eso, se puso rojo de golpe. Las pestañas le aletearon, porque no pudo controlarse, ni pudo controlar sus emociones. Hasta ese segundo, sí había pensado en formar una familia, pero que Casilda lo insinuara con tanta seguridad le hizo ver que sus ilusiones de hombre enamorado eran más que simples ilusiones.

—Sí, exacto —dijo con timidez. El solo hecho de pensar en hijos y con Romina, le hacía perder la cabeza—. No quisiera que mis hijos se perdieran estas increíbles papas rellenas —rio y Casilda lo abrazó.

James aun no terminaba de acostumbrarse a eso de los abrazos sorpresa. Venían cuando tenían que venir y, m****a, eran maravillosos.

Siempre correspondía tarde, porque siempre se tomaba unos instantes para procesarlo, para entenderlo y aceptarlo. Era parte de su proceso de sanación. Los ataques de ansiedad aun lo perseguían, sobre todo en las noches, cuando se acostaba a pensar en el pasado y se torturaba con cosas que ya no tenían solución.

Cuando Romina le hablaba después de la cena, todo su mundo se arreglaba y, poco a poco empezaba a entender que, mirar hacia el futuro era la solución.

—Mañana quiero hablarle de Noel —dijo James, arreglándose el abrigo.

Casilda se levantó en punta de pies para arreglarle el cuello. Le abotonó hasta el mentón para que no sintiera frio cuando saliera a la calle.

—¿Noel? —preguntó Casilda, asustada—. ¿Hizo algo malo? —Se mostró preocupada.

James le sonrió para calmarla.

—No, al contrario —dijo James—. ¿Ha visto como cocina? —preguntó. Casilda asintió con el ceño arrugado—. Tiene talento… supongo que lo heredó de usted… —Casilda sonrió emocionada—. Conozco una Academia de gastronomía y pensaba que podría especializarse…

Casilda le sonrió con ternura. Era tan ajena aun al corazón bondadoso de su jefe.

—Mijito, me encantaría, pero ahora no puedo pagarle algo así… tal vez cuando terminé de arreglar mis deudas.

—No dije que tenía que pagarlo —respondió James con seriedad—. Yo asumiré con su educación, si usted me lo permite. La educación de los dos.

Casilda se quedó boquiabierta y, negó con la cabeza, una, dos y tres veces. Se negaba a aceptar lo que él le estaba diciendo.

—Mijito… —Casilda no podía salir de su desconcierto—. No es su responsabilidad. Ellos… yo…

—Lo sé, pero déjeme ayudarla —dijo él con total certeza de que eso era lo correcto.

Casilda quiso llorar, pero se forzó a contenerse esas lágrimas de emoción.

James puso sus manos grandes en sus hombros para consolarla. No quería que sus hijos la vieran llorar. Él podía entender la gran carga con la que esa madre luchaba cada día.  

—No sé si puedo aceptarlo, ¿no cree que ya es demasiado? —lloró ella—. Vivimos aquí, gratis… no quiero que piense que me estoy aprovechando de su confianza o buena voluntad… —dijo con desespero.

James se largó a reír y con diversión le dijo:

—Déjeme retribuirla por todos los años de tortura. —Ella le miró con grandes ojos, llenos de ilusión—. Fui un maldito, lo sé… —reconoció sincero. Ella hipó sentimental—. Solo déjeme sentir que estoy haciendo las cosas bien.

Casilda sonrió y lo agarró de las mejillas para besarlo en cada una.

—Mijito, que Dios me lo bendiga siempre. —Ella le dio su bendición con lágrimas en los ojos.

James la miró con gratitud y emoción, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, estaba en el camino correcto.

Tras eso, James se marchó con su bolso en la mano y una sonrisa de felicidad que no pudo borrarse en todo el día.

Cuando llegó a su segundo departamento, frente a la clínica en la que su novia se recuperaba, llamó a Romina, como ya era parte de su rutina y la acompañó hasta que ella tuvo que dejarlo para hacer la terapia grupal de las tardes.

Siempre hablaban de ellos. James sabía que cargaba gran responsabilidad con la información que le compartía a Romina. No podía hablarle de los problemas del exterior, porque no quería ni podía producirle ansiedad o inestabilidad.

James le contó que comió papas rellenas y le prometió prepararle unos deliciosos rollos de canela para ese fin de semana.  Era pésimo en la cocina, así que tendría que pedirle ayuda a su suegro.

Cuando Romina se marchó, James aprovechó el tiempo para ponerse a trabajar. Preparó el registro de la nueva revista de Christopher y Lilibeth y, cuando todo estuvo listo, envió el formulario de solicitud. 

Una hora después recibió un correo donde se le informaba que su solicitud pasaría a la revisión formal y que debía pagar las tasas correspondientes al registro de la marca.

No dudó en comunicarse con Lily en informarle sobre el primer avance.

—¿Y que sucederá ahora? —Lily no entendía muy bien cómo funcionaba.

James tuvo que explicarle brevemente:

—Evaluarán si la marca puede ser registrada y si pasa ese examen, será publicada… —Lily comenzó a emocionarse—. Se publica para que terceros puedan oponerse a ella si consideran que afecta sus derechos.

—Connor —pensó Lily en voz alta.

—Tal vez, si se atreve —respondió James.

Lily pensó en el examen de ADN. Necesitaba tener esa m*****a respuesta cuanto antes en sus m anos.

De esa prueba dependía todo el futuro que había planeado para Christopher.

—Cuando sepa que Christopher sí es su hijo, no tendrá en valor de negarse ni oponerse a nada.

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