31

Cuando Lily leyó aquello, se quedó helada unos instantes y tuvo que beberse todo el licor de su vaso para apagar los celos que empezaban a prenderse dentro de su barriga.

Bebió copa tras copa queriendo sofocar las mariposas, los celos, el deseo de lanzarse a los brazos equivocados. Bebió sin ser consciente de que no poseía resistencia y que, con dos copas, ya era la borracha feliz.

Joel la miró complicado, sin entender muy bien lo que estaba pasando con ella. Cambió su actuar drásticamente.

Aunque Joel siguió a su lado, hablando sobre el gran cambio que se avecinaba para ellos ahora que aparecerían en Craze, Lily no pudo escucharlo. Estaba ensimismada en pensamientos nocivos. Se imaginaba a Christopher divirtiéndose con la científica y se crispaba como chihuahua rabioso.

Solo reaccionó cuando dijeron su nombre y Joel le dio un pellizco en el brazo para traerla de regreso.

—Señorita Lilibeth Lopez, ¡felicidades! —Escuchó y despertó de su letargo a la fuerza.

Se encontró a todos los presentes mirándola y aplaudiéndole. Ahí notó lo mareada que estaba.

—Lily, no sabía que habías pujado…

—¿Qué? —Fue su primera reacción—. No, yo… yo no hice nada…

—La señorita López es la nueva poseedora de “El beso”, del pintor Gustav Klimt. Oleo con laminillas de oro y estaño, sobre lienzo. Fue realizado entre 1908 y 1909. Dos amantes que se pierden en el éxtasis del amor…

—Es un error, tiene que ser un error —musitó Lily cuando la asistente se acercó para ofrecerle su documento de posesión.

Solo allí supo que Christopher lo había pujado por ella por adelantado, asegurándolo con millones de dólares. Pensó que se desmayaba en ese segundo.

—Felicidades —le dijo Joel, riéndose y mirándola con mueca divertida.

Lily cogió el documento legal entre sus manos y, con un nudo en la garganta, miró a Joel y le dijo:

—Tengo que irme. Lo siento muchísimo.

Agarró su bolso y salió de allí corriendo agitada, aun cuando Joel trató de detenerla.

Se montó en un taxi, bastante borracha y viajó hasta el pent-house de Christopher con el corazón agitado, totalmente enloquecido.

Se montó en el elevador tan ansiosa que, se tuvo que mecer adelante y atrás, pero ni eso fue suficiente. Se apretó las manos para calmarse.

Cuando vio que estaba cerca de su piso, inhaló profundo y se forzó a calmarse, a actuar como si nada.

Las puertas se abrieron y, de pie frente a ella y con muecas oscuras, se encontró con Cristopher.

Él la estaba esperando, con una bolsa negra en la mano y con tanta seriedad que, la pobre Lily se sintió intimidada bajo sus ojos fríos.

Lily dio un par de pisadas tímidas y miró a su alrededor, buscando a la rubia del vestido rojo.

—¿Buscas algo? —preguntó él y estudió cuidadosamente sus movimientos.

—No lo sé… —susurró borracha—. Usted dígame…

Rossi sonrió. Sabía que buscaba a la rubia.

—No funcionó —le explicó él. Los dos sabían muy bien lo que estaban hablando—. Se fue a casa después de abofetearme. —Le mostró la mejilla enrojecida.

Lily disimuló una sonrisa triunfante al saber que la caza no había terminado con una presa en la cama de Rossi y alzó las cejas al ver como los dedos de la mujer le habían marcado la piel.

—Traeré hielo —dijo ella, queriendo ayudarlo.

Christopher se adelantó a sus pisadas pequeñas y puso frente a su rostro la bolsa negra que tenía en su mano.

—Yo gané —le dijo y los ojos de la muchacha se abrieron grandes.

—¿Qué es esto? —preguntó ella, jadeante.

Christopher le ofreció por segunda vez la bolsa.

Ella la recibió con el pulso tembloroso y la miró con pánico.

Era ropa interior negra, delicada, con encajes perfectos.

La muchacha lo miró con lio y con el ceño apretado.

—Encontré una boutique abierta —le confesó él—. Yo la escogí. Para ti. —Delineó bien cada palabra, mirándola con apetencia—. Ahora ve a desnudarte y dame mi premio.

Lily se quedó boquiabierta. No sabía que le sorprendía más. Que él hubiese escogido esa ropa sensual o que le excitara tanto que le ordenara que se desnudara.

De seguro eran las dos cosas.

—Señor, yo…

—Yo gané, Lily. Ahora dame mi premio —exigió por segunda vez, inflexible.

Lily supo que no tenía otra escapatoria y, además, no iba a negar que le empezaba a gustar ese juego tenso, de tira y afloja.

Asintió.

Con timidez se dio la media vuelta y se fue hasta el cuarto que él le había asignado.

Christopher esperó por media hora con una erección durísima entre las piernas.

Estaba tan impaciente que, contó cada minuto en el que Lily pasó arreglándose.

Cuando la muchachita apareció por la puerta, envuelta en una bata blanca y descalza, Christopher supo y con total exactitud que era a ella a quien quería.

Nerviosa se plantó frente a él, aferrándose sobre el pecho los cierres de su bata, el único pedazo de tela que la protegía.

—Aún puede arrepentirse —bromeó ella y no tuvo el valor suficiente para mirarlo a los ojos.

Con rudeza, el hombre la cogió por la muñeca y se la llevó al centro del salón, donde la luz era más blanca y donde tenía el mejor lugar para admirarla.

Ella corrió a su lado en puntita de pies. Sus pasos agitados resonaron por todo el salón. Cristopher se detuvo en seco y clavó sus ojos en sus pies, encontrándola descalza.

Solo allí supo lo delicada que le parecía.

—No tenía zapatos y…

—Es perfecto —le respondió él.

Tras eso, la acomodó frente a un sofá individual y se sentó cómodo para la función.

—¿Es en serio? —le preguntó ella, ofendidísima.

—Quiero estar sentado y en primera fila —bromeó él y la miró con seducción.

Separó bien las piernas y se irguió en su posición para mirarla mejor.

Era como el lobo feroz, encontrando su mejor lugar para mirar a su caperucita de bata blanca, listo para devorarla o… dejarla con las ganas.

—Solo dos segundos —regateó ella.

—Cinco —refutó él.

Lily apretó los dientes.

—Tres —cedió tambaleándose por la borrachera.

—Cinco —porfió él.

No iba a ceder.

Quería sus cinco malditos segundos.

—Cuatro. —Lo miró severa—. Y no hay más.

Rossi le sonrió y con gesto seductor, negó.

—Cuatro y medio —la fastidió él.

Lily rodó los ojos cuando supo que él no cedería y, cansada de estirar su sufrimiento, se preparó para abrirse la bata.

Se acomodó las manos sobre el pecho y sin mirarlo, con los ojos fijos en otro lado, se abrió la bata.

La abrió y cerró en menos de un segundo. Lo hizo tan rápido que, Christopher no pudo ver nada.  

—Pequeña tramposa —susurró Christopher y se puso de pie.

Lily retrocedió alarmada cuando lo tuvo encima, con su aura oscura y posesiva.

El hombre se atrevió a tomar sus manos entre las suyas y con mucho cuidado, abrió la bata para él.

Posicionó la tela sobre sus hombros tensos y sin tocarla paseó sus manos y sus ojos por todo su cuerpo.

Sonrió cuando la vio lucir el conjunto negro que había escogido para ella. Se les ceñía a las caderas de forma deliciosa.

Inclinó la cabeza para mirarla mejor y se sentó otra vez frente a ella, con las piernas separadas y con Lily de pie entre sus muslos. Había contenido la respiración hasta ese segundo y, cuando la tuvo semidesnuda frente a él, suspiró magnetizado.

Avergonzada, la muchacha intentó cubrirse, pero Christopher la detuvo antes de que ella le quitara la maravillosa vista.

—Esos fueron más de cinco segundos —peleó ella, cogiendo la tela para esconderse.

Rossi se mantuvo firme y otra vez se puso de pie para detenerla.

—Hiciste trampa —susurró él cerca de todo su cuerpo y pasó su mano por su nuca, acariciándola con deleite—. Suéltate el cabello —ordenó.

Lily le miró con los ojos brillantes.

Sabía que había hecho trampa, así que, levantó las manos y se liberó el cabello, dándole en el gusto, sin derecho a chistar.  

Sacudió la cabeza y las ondas negras que se le formaban al natural, le cayeron por la cara y los hombros.

Rossi suspiró satisfecho y, una vez más, volvió a sentarse para admirarla con complacencia.

Delineó cada curva con sus ojos fríos, los que se fueron templando cada vez que descubrió lo mucho que la deseaba; echó la cabeza hacia atrás para mirarla a la cara. La encontró avergonzada, sonrojada. No tenía el valor de sostenerle la mirada.

Rossi recorrió sus senos firmes y agradeció la transparencia de la tela para mirarle los pezones rosáceos. Hizo lo mismo con su centro. Detalló cada parte de su cuerpo con intimidad.

Lily se cansó de su juego y ya estaba harta de contener la respiración.

—¿Satisfecho? —preguntó y se cerró la bata con brusquedad.

Con una sonrisa complacida, Christopher se puso de pie y sobre la boca le dijo:

—No tienes idea cuánto. —Su boca se deslizó por su mejilla y con lentitud le dejó un beso en su hoyuelo único.

Lily cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás cuando sintió su mano dominándola por la nuca. Separó la boca y gimió exagerada al sentir sus labios mojados en su cuello, escarbando con la punta de su nariz detrás de su oreja, donde el perfume que usaba se acentuaba con más fuerza.

Gimió todo lo que se había contenido durante el día y, cuando ya no pudo soportarlo, buscó su cuerpo masculino y se aferró de sus brazos.

Christopher no pudo quedarse atrás. Resopló con ella cuando por fin se atrevió a tocarlo, pero su sueño apasionado terminó cuando recordó lo borracha que estaba.

—Estás borracha —le dijo él sobre la boca.

Ella le miró con lio. Jadeaba agotada.

—¿Y? —preguntó descarada.

Christopher sonrió y negó con la cabeza.

—Te quiero en tus cinco sentidos —le dijo él y ella, atrevida, lo cogió por las mejillas y le plantó un salvaje beso en la boca.

Christopher saboreó su arrebato. Le encantó. La polla se le puso más dura.

—Solo fueron dos copas. Tres copas —dijo atolondrada—. Tal vez fueron cinco —se rio entre sus brazos y, borracha lo miró complacida—. No me gusta beber, pero estaba tan… —gruñó rabiosa—. Te fuiste con la rubia, me dejaste sola y sentí que…

Rossi suspiró y la besó también al saber que la había hecho arder en celos.

Con suavidad la tomó por la mejilla y la besó lentamente; disfrutó de su boca traviesa, de su lengua filosa. De la humedad de su boca, el sabor de sus besos.

Lily le metió mano. Le tocó el pecho con las manos abiertas y le hurgó la polla erecta por encima de la ropa y se rio cuando lo encontró endurecido.

—Dios mío… —habló riéndose y se colgó de su cuello, alegre y alocada—. No sé si estoy lista, Christopher, yo no he tenido tanto sexo como tú. Mi experiencia, en una escala del uno al diez, es de menos tres —habló borracha, llamándolo por su nombre.

Christopher sonrió y con suavidad le cerró la bata sobre el pecho.

Ella estuvo muy confundida. Miró sus acciones sin entender nada.

—Esta noche no —dijo calmo, controlándose de mil maneras y le besó la frente con los ojos cerrados—. Puedo esperar…

—¿Qué? —preguntó ella, enojada. Tenía muchas ganas—. No habrá otras oportunidades —le advirtió ofendida.  

—Estás borracha, mañana no vas a recordar nada y quiero que lo recuerdes —le dijo él con firmeza. Lily le miró con los ojos brillantes, anonadada por lo que estaba haciendo—. Yo puedo esperar… esperarte —añadió después, cuando supo que Christopher no necesitaba ni esperaba a nadie.

Ella era su anomalía en su mundo indiferente.

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