36

En el elevador viajaron de pie uno frente al otro, sin decir ni una sola palabra. En todo momento se miraron a las caras, mientras cada uno en sus pensamientos más profundos trató de descifrar lo que les estaba pasando.

Lily estaba perdida en su masculinidad elegante, mientras que Christopher se esforzaba por saber qué era lo que Lily quería.

La muchacha rompió el contacto visual para mirar el panel del elevador y suspiró derrotada cuando vio que solo restaban pocos pisos para llegar al suyo.

La respiración se le había tornado agitada desde el viaje en taxi, pero la había disimulado tan bien que tenía la garganta y los labios secos.

Se los lamió para recomponerse y se estiró el vestido negro que se le subía por las caderas por el grueso tamaño de su culo. Definitivamente esa no era su talla.

Christopher se volvió loco al verla así y se le abalanzó encima con un arrebato que le nació del fondo de la panza.

—Maldición, Lily —suspiró sobre su boca.

La aprisionó con su cuerpo contra los muros metalizados del elevador y con su mano libre rozó apenas su barbilla, su cuello.

Ella cerró los ojos al sentir su respiración agitada sobre la suya. Los cosquilleos que sus dedos le causaron la llevaron a agitarse completa.

—Señor Rossi… —murmuró Lily sobre su boca, deseante por un beso suyo.

No se pudo contener, no pudo luchar contra su fuerza de voluntad.

Ni siquiera sabía si poseía fuerza de voluntad.

Lo agarró por las solapas de la chaqueta y le plantó un vehemente beso en los labios. Tosco, porque estaba hecha un torbellino de emociones que la revolvían completa, pero que él supo suavizar de manera perfecta, deliciosa.

Cuando la humedad de sus bocas por fin pudo encontrarse, Lily gimió descarada y lo reclamó como suyo, deslizando sus manos tiritonas por su pecho.

Él se olvidó de que estaban encerrados en ese elevador y sus manos dejaron su barbilla para deslizarse por sus caderas. Bajó por su culo y lo amasó entre sus manos con gusto.

La agarró por un muslo para empotrarla y se metió entre sus piernas para llegar hasta su centro. Rugió impetuoso sobre su boca, perdiendo la razón mientras sus besos suaves, con esos labios carnosos que tanto mal le provocaban, disfrutaban de su boca a un ritmo delirante.

Se metió entre sus piernas con más insistencia. El vestido se le subió por las caderas, pero a ninguno le importó. Eso era lo que deseaban. Más piel, más contacto.

La levantó sobre su pelvis con facilidad y la agarró por la cintura con firmeza cuando la tuvo sentada sobre su polla, justo como quería.

Lily se separó de su boca adictiva y lo miró a los ojos. Estaba tan agitada que, toda ella palpitaba. Sus pestañas se batían al mismo ritmo de los latidos de su corazón y, aunque podrían haber recapacitado sobre lo que estaban haciendo, se entregaron a la locura que sentían cuando se tocaban.

Ella lo agarró por la nuca y volvió a atraerlo a su boca. A diferencia de la locura que había desatado en su boca en el primer beso, lo besó lenta y profundamente. Dejó que su lengua la invadiera completa y se agarró fuerte de sus hombros, conforme tuvieron sexo con ropa.

Se frotaron como dos adolescentes afligidos y, si bien, no sintieron mucho por las ropas que los separaban, para ellos fue suficiente y necesario.

Los dos lo necesitaban. Habían acumulado tanta tensión que, si no probaban un poco de lo que eran capaces de crear cuando estaban juntos, se iban a derretir.

Lily apoyó la espalda en el muro metalizado y con sus manos se agarró de las barandas y se dio empujoncitos sobre su polla endurecida. Ondeó las caderas adelante y atrás, enloqueciéndolo a él que se limitó a sostenerla y a sentirla.

Él se asió firme de sus nalgas y la empujó cada vez que simularon una penetración lenta.

Cuando supo que quería escucharla otra vez gemir, pasó su brazo por su espalda y con su mano libre le tocó el coño por encima de la ropa interior.

Lily arqueó la espalda y le gustaron tanto sus caricias exteriores que, sin nada de vergüenza o contención, guio sus dedos por entremedio de la tela de su braga y con una mirada oscura lo invitó a que le introdujera los dedos.

—Lily… —jadeó él al entender su petición.

—Lo necesito —reclamó ella con la voz temblorosa.

Christopher se armó de valor. Apretó los dientes y juntó sus dedos índice y corazón y con la boca abierta se hundió en ella.

Ella lo recibió acuosa, tibia, esponjosa.

Le hundió los dedos hasta el fondo y tuvo que rugir cuando ella le gimió en la oreja, totalmente excitada.

—Mierda, m****a, m****a —repitió él con los ojos cerrados y deslizó en su vagina sus dedos empapados de toda ella.

La masturbó lento al principio, rozando bien esas paredes estrechas que se abrían palpitantes para él. La polla se le engrosó al imaginarse allí, clavado hasta el fondo y se perdió en sus ojos oscuros con un deseo que los llevó a gemir desmedidos en el elevador.

Sudaron también, pero no pudieron notarlo en ese momento y solo un grito de horror los obligó a recobrar la compostura.

Jefe y asistente. Se separaron con viveza.

—Oh mon Dieu! —gritó la asesora de Christopher.

Ella se había quedado allí, esperando a que Lilibeth regresara para continuar con su trabajo. Jamás se habría imaginado que se los encontraría así en el elevador.

Ni siquiera se había imaginado que tenían una relación. Eran tan opuestos como el día y la noche.

Christopher fue el primero en reaccionar. Rápido le quitó los dedos del fondo del coño a la muchacha y la cubrió con su cuerpo para que ella pudiera vestirse.  

Ella puso los pies sobre la tierra, literal, y se bajó el vestido, sintiendo como la cara se le llenaba de ardor y, aunque estaba terriblemente caliente, toda la sangre se le heló al saber que la habían descubierto manoseándose con su jefe y, peor aún, dentro de un elevador.

¿Dónde estaba su decencia? Si su padre se enteraba de eso, le daría el sermón de su vida.

—¡Mi vestido! —gritó la mujer al ver a Lily vistiendo una de sus prendas—. ¡Un Dolce no está hecho para sexo de elevador! Exhibitionnistes dégoûtants —reclamó en francés “asquerosos exhibicionistas” y se sostuvo las mejillas por el horror que sus acciones le causaban.

—Lo siento muchísimo —excusó Lily, cabizbaja, avergonzada.

A Rossi no le gustó escucharla disculparse por algo tan absurdo como un vestido y no vaciló en enfrentarse a la que era su asesora.

Con firmeza se plantó ante ella y, aunque era la mejor asesora del estado, no se calló. Fue su corazón el que habló:

—Acabas de hacer que la señorita López se sienta avergonzada. Discúlpate. Ahora.

—¿Qué? —preguntó la mujer, descolocada.

Incluso se rio al creer que el hombre estaba jugando con ella.

—Te disculpas o te largas —ordenó Rossi, firme, tajante. Lily se mostró desconcertada por su arrebato—. Nadie tiene derecho a avergonzarla. Nadie —dijo con los dientes apretados. Lily se hinchó de algo que no supo cómo identificar. De seguro era más calentura. Era la primera vez que un hombre la defendía así, con tanta bravura—. Y si quieres seguir trabajando aquí, para mí y para ella, quiero escuchar tu disculpa.

La mujer se quedó boquiabierta. Se preguntó quién era ese Christopher y que había hecho con su versión de Christopher arrogante, déspota y mezquino.

—Lo siento. —Miró a Lily con un extraño gesto.

—De verdad —reclamó él y la mujer supo que estaba hablando en serio.

Pasó saliva, se tragó su orgullo y con un gesto de respeto le dijo:

—Lo siento mucho, señorita Lopez. Prometo no volver a causarle esos sentimientos.

Lily asintió con mueca entristecida y fijó sus ojos en Christopher, quien estaba hecho una furia.

Él le correspondió a su mirada y se suavizó cuando se perdió en sus ojos. Todo ese tiempo había empuñado su mano, porque la tenía mojada con el néctar de su coño y no quería exponerla de una forma tan cruel.

Podrían haberle pedido a la asesora que se marchara para continuar en su cuarto, a solas y en una cama, pero Sasha se unió a ellos para darles noticias:

—Señorita López, que bueno que llegó. —Suspiró con alivio y le ofreció una nota—. Su padre no ha dejado de llamar —le informó y Lily no disimuló la sorpresa—. Le pedí que dejara un mensaje, pero dijo que era urgente y que lo llamara cuanto antes.

—¿Urgente? —preguntó Lily con el corazón latiéndole fuerte.

Su padre no llamaba ni exageraba. Si decía que era urgente, era porque así lo era.  

Sasha asintió y con pesar Lily miró a Christopher.

Se maldijo cuando no fue capaz de anteponer sus deseos sexuales por encima de su familia.

Su familia siempre había sido su prioridad.

—Lo siento —musitó dolida y con angustia sexual añadió—: tengo que hacer una llamada.

Rossi asintió con los labios fruncidos y con paso discreto la acompañó. No quería que ella pensara que era un entrometido, pero tampoco quería que ella creyera que no le importaba lo que estaba ocurriendo en su vida.

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