40

Christopher se tomó unos instantes para entrar al cuarto de Lily.

Quiso llamar a la puerta y esperar cortés a que ella le dejara pasar, pero presentía que las cosas no se darían así.

Tuvo que ser un poco más invasivo.

Sí, llamó a la puerta, pero entró de inmediato y con paso lento.

Cerró la puerta detrás de él y se quedó mirando la imagen de Lily con un nudo amargo en la garganta.

A pesar de que la reconocía como una joven vivaz, brava y feliz, en ese segundo conoció su lado sensible, su lado más roto.

Ella estaba acostada en la mitad de la cama, hecha un ovillo y aguantándose los sollozos con gran esfuerzo.

—Me dejaste solo con la Megalodón —bromeó él.

Al escucharlo, ella se rio, pero las lágrimas le salieron después.

Christopher rápido rodeó la cama, pero avergonzada, ella se cubrió el rostro para que no la viera llorar.

Estaba destruida y eran demasiados los factores. No se iba a “pegar una lloradita” y a levantarse como si nada, necesitaba muchas “lloraditas”.

—Tranquila —musitó él y, aunque estuvo tieso al principio, le acarició el cabello negro con suavidad—. No sé qué más decir, porque nunca había consolado a nadie, pero…

Lily separó sus dedos para mirarlo por uno de sus ojos.

»Hola. —La miró con una sonrisa—. ¿Tienes hambre? —le preguntó.

Lily se rio y asintió.

—Genial, yo también muero de hambre… voy a pedir pollo frito —dijo él y se sentó en el piso, junto a su cama y sacó su móvil para hacer un pedido de pollo frito.

Sabía que Lily no se resistiría a comer con él un poco de papas y pollo frito.

—Usted no comes carbos ni frituras —susurró ella.

Christopher dejó de mirar la pantalla de su móvil para centrarse en ella.

—Mi amor, por ti comería lo que fuera —le sinceró con una sonrisa y se apoyó en el borde del colchón para estar más cerca.

Lily se rio y se sorbió los mocos un par de veces.

Mientras él hacia el pedido de comida, ella fue ganando confianza y se quedó mirándolo embelesada.

Uno de sus brazos reposaba sobre el colchón y Lily se armó de valor para coger su mano herida.

Él se tensó cuando ella sostuvo sus dedos entre los suyos y con cuidado le acarició la sangre seca.

Christopher la miró con dulzura. Sus ojos aún estaban aguados. La punta de su nariz y sus mejillas estaban enrojecidas.

—Debiste ver como quedó el otro —bromeó.

Lily sonrió y se levantó para buscar un botiquín.

Con productos para desinfectar en mano, se sentó a su lado.

Christopher se levantó rápido del piso y la imitó.

—Me lo imagino —le dijo y lo miró a los ojos—. ¿Quién ganó? —preguntó coqueta.

Christopher se rio.

Ella aprovechó del momento de tensión para coger su mano y estirarla sobre su regazo.

Él se tensó al sentir su muslo bajo su tacto y con el dedo pulgar la acarició.

—No deberías dudar, Lily. Por supuesto que gané —se defendió él y Lily lo escuchó con curiosidad mientras fue limpiando su sangre seca de sus nudillos—. Destrozamos el pent-house. Todo quedó de la m****a…

—No me diga —se rio ella.

—Este es el segundo pent-house que destrozamos juntos, Lily.

Ella se rio al escucharlo y negó con la cabeza. No podía creer que fuera tan descarado de incluirla.

—¡Pero si yo ni siquiera estaba presente! —exclamó ella sin dejar de reírse.

Christopher se asió de su muslo con firmeza y deslizó su mano por su entrepierna. Aun vestía el bonito vestido negro que el maldito de Roux tanto había criticado.

—Tienes que saber que todo fue por ti —le dijo agarrándole fuerte su muslo. Ella se tensó y le agarró el brazo con la misma fuerza con la que él la agarraba—. Y me vuelve loco como te queda este vestido.

Lily sintió un golpe de calor subiéndole en la cara y tuvo que esconder la mirada unos segundos, cuando sus ojos azules fríos la hicieron sentir terriblemente intimidada.

Christopher la tomó con suavidad por la barbilla y lento se acercó para besarla.

Fue un roce apenas, pausado, delicado. Eso era lo que ella necesitaba en ese momento. Confort.

Cuando se separaron, totalmente palpitantes por lo que sentían, se miraron con sonrisitas tímidas.

Christopher supo que tenía que ser valiente para estar con ella. Aunque tuvo una erección solo de sentir su muslo, sabía que ese no era el momento para reclamar su carne, su sexo.

Lily quería otra cosa. Él podía sentirlo.

—¿Cómo está tu hermana? —le preguntó suave.

Lily arrugó el ceño y, aunque nunca habían hablado de verdad, consideró que ese era el mejor momento para empezar.

—No lo sabemos. El psicólogo no nos deja verla —confesó—. Hoy era el cumpleaños de su hijo, de seguro tuvo una crisis y decidió que ya no quería continuar con nosotros —lloró con angustia—. Me gustaría poder ayudarla. —Hipó con amargura—. Pero no sé cómo. Hasta le he pedido que me entregue su dolor. —Con angustia se tocó las manos—. Si ese dolor va a matar a alguien, que sea a mí. Ella merece vivir. Merece ser libre…

Christopher se quedó boquiabierto cuando la escuchó llorar y relatarle la dura situación que enfrentaban como familia.

Lily estaba incluso dispuesta a tomar un dolor ajeno para sacrificarse ella por el desconsuelo de Romy.

—Dime cómo puedo ayudarte —dijo él y Lily lo miró con grandes ojos.

Con los dedos se secó las lágrimas y trató de recomponerse.

—No es muy bueno consolando, ¿sabe? —bromeó ella y él se carcajeó a su lado.

—Cariño, estoy haciendo mi mejor esfuerzo —reveló él y juntos se rieron.

El timbre de la casa se oyó y Christopher supo que ese era el pollo que había pedido.

»Llegó nuestro almuerzo. —Se puso de pie y antes de partir a recibir su comida, dejó un dulce beso en su sien.

A Lily la pilló volando bajo y tuvo que mirarlo hasta que desapareció por la puerta.

Rossi recibió las bolsas con comida, dio propina y le entregó al Señor López parte del menú que había pedido para todos.

—No tenía que molestarse, hijo —le dijo el padre de Lily, agradecido por su gesto.

Christopher asintió con una satisfecha sonrisa.

—Lily no se siente muy bien, así que comeremos en su cuarto —dijo Christopher y cuando vio que Victoria se acercaba, se apuró para desaparecer.

El Señor Lopez se rio al entender las miradas de horror y su escape dramático y cuando vio a su hija, se rio más fuerte porque todo tuvo sentido.

—¿Qué es tan graciosos? —Vicky quiso saber. Su padre negó sacudiendo la cabeza—. Veo que tienes confianza con Christopher. ¿Hace cuánto lo conoces? —inquirió y se agarró de su brazo para caminar a su lado—. ¿Viene siempre por aquí? —Quiso reunir toda información para usar a su favor.

Su padre nada respondió. Se limitó a dejar las bolsas con comida sobre la mesa y a sentarse a disfrutar del pollo frito y las salsas picantes.

—¿Pollo frito? —preguntó Vicky al ver la comida y miró a su madre con mueca nauseabunda—. ¿Y el señor Rossi, dónde va a comer?

—Con Lily, en su cuarto. Pollo frito —respondió cortante y siguió disfrutando de su pollo.

Vicky alzó las cejas al escuchar aquello. Se oía íntimo y no le gustó.

En la privacidad de su habitación, Christopher y Lilibeth se acomodaron en la cama. Se quitaron los zapatos y se sentaron en posición india a disfrutar de todas esas piezas de pollo y papas fritas.

Él se quitó el saco, la corbata y se desahogó un par de botones para comer a gusto.

Christopher nunca había hecho algo así, ni siquiera con su hermana. Siempre cenas elegantes, restaurantes exclusivos. Siempre formal, cuidando la etiqueta.

No pudo negar que le gustó verse tan relajado, comiendo sobre una cama y frente a frente a la mujer que verdaderamente le gustaba.

Probaron todas las salsas picantes y dulces. Intercambiaron bocados y se relajaron después de tan complicado día.

Para terminar, vieron una película abrazados sobre la cama.

Christopher estuvo más pendiente de ella que de la película.

—¿Postre? —preguntó Lily.

Christopher se levantó y la miró con horror.

—¿Es posible?

Lily se rio.

—Siempre hay espacio para el postre, Señor Rossi.

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