Christopher se tomó unos instantes para entrar al cuarto de Lily.
Quiso llamar a la puerta y esperar cortés a que ella le dejara pasar, pero presentía que las cosas no se darían así.
Tuvo que ser un poco más invasivo.
Sí, llamó a la puerta, pero entró de inmediato y con paso lento.
Cerró la puerta detrás de él y se quedó mirando la imagen de Lily con un nudo amargo en la garganta.
A pesar de que la reconocía como una joven vivaz, brava y feliz, en ese segundo conoció su lado sensible, su lado más roto.
Ella estaba acostada en la mitad de la cama, hecha un ovillo y aguantándose los sollozos con gran esfuerzo.
—Me dejaste solo con la Megalodón —bromeó él.
Al escucharlo, ella se rio, pero las lágrimas le salieron después.
Christopher rápido rodeó la cama, pero avergonzada, ella se cubrió el rostro para que no la viera llorar.
Estaba destruida y eran demasiados los factores. No se iba a “pegar una lloradita” y a levantarse como si nada, necesitaba muchas “lloraditas”.
—Tranquila —musitó él y, aunque estuvo tieso al principio, le acarició el cabello negro con suavidad—. No sé qué más decir, porque nunca había consolado a nadie, pero…
Lily separó sus dedos para mirarlo por uno de sus ojos.
»Hola. —La miró con una sonrisa—. ¿Tienes hambre? —le preguntó.
Lily se rio y asintió.
—Genial, yo también muero de hambre… voy a pedir pollo frito —dijo él y se sentó en el piso, junto a su cama y sacó su móvil para hacer un pedido de pollo frito.
Sabía que Lily no se resistiría a comer con él un poco de papas y pollo frito.
—Usted no comes carbos ni frituras —susurró ella.
Christopher dejó de mirar la pantalla de su móvil para centrarse en ella.
—Mi amor, por ti comería lo que fuera —le sinceró con una sonrisa y se apoyó en el borde del colchón para estar más cerca.
Lily se rio y se sorbió los mocos un par de veces.
Mientras él hacia el pedido de comida, ella fue ganando confianza y se quedó mirándolo embelesada.
Uno de sus brazos reposaba sobre el colchón y Lily se armó de valor para coger su mano herida.
Él se tensó cuando ella sostuvo sus dedos entre los suyos y con cuidado le acarició la sangre seca.
Christopher la miró con dulzura. Sus ojos aún estaban aguados. La punta de su nariz y sus mejillas estaban enrojecidas.
—Debiste ver como quedó el otro —bromeó.
Lily sonrió y se levantó para buscar un botiquín.
Con productos para desinfectar en mano, se sentó a su lado.
Christopher se levantó rápido del piso y la imitó.
—Me lo imagino —le dijo y lo miró a los ojos—. ¿Quién ganó? —preguntó coqueta.
Christopher se rio.
Ella aprovechó del momento de tensión para coger su mano y estirarla sobre su regazo.
Él se tensó al sentir su muslo bajo su tacto y con el dedo pulgar la acarició.
—No deberías dudar, Lily. Por supuesto que gané —se defendió él y Lily lo escuchó con curiosidad mientras fue limpiando su sangre seca de sus nudillos—. Destrozamos el pent-house. Todo quedó de la m****a…
—No me diga —se rio ella.
—Este es el segundo pent-house que destrozamos juntos, Lily.
Ella se rio al escucharlo y negó con la cabeza. No podía creer que fuera tan descarado de incluirla.
—¡Pero si yo ni siquiera estaba presente! —exclamó ella sin dejar de reírse.
Christopher se asió de su muslo con firmeza y deslizó su mano por su entrepierna. Aun vestía el bonito vestido negro que el maldito de Roux tanto había criticado.
—Tienes que saber que todo fue por ti —le dijo agarrándole fuerte su muslo. Ella se tensó y le agarró el brazo con la misma fuerza con la que él la agarraba—. Y me vuelve loco como te queda este vestido.
Lily sintió un golpe de calor subiéndole en la cara y tuvo que esconder la mirada unos segundos, cuando sus ojos azules fríos la hicieron sentir terriblemente intimidada.
Christopher la tomó con suavidad por la barbilla y lento se acercó para besarla.
Fue un roce apenas, pausado, delicado. Eso era lo que ella necesitaba en ese momento. Confort.
Cuando se separaron, totalmente palpitantes por lo que sentían, se miraron con sonrisitas tímidas.
Christopher supo que tenía que ser valiente para estar con ella. Aunque tuvo una erección solo de sentir su muslo, sabía que ese no era el momento para reclamar su carne, su sexo.
Lily quería otra cosa. Él podía sentirlo.
—¿Cómo está tu hermana? —le preguntó suave.
Lily arrugó el ceño y, aunque nunca habían hablado de verdad, consideró que ese era el mejor momento para empezar.
—No lo sabemos. El psicólogo no nos deja verla —confesó—. Hoy era el cumpleaños de su hijo, de seguro tuvo una crisis y decidió que ya no quería continuar con nosotros —lloró con angustia—. Me gustaría poder ayudarla. —Hipó con amargura—. Pero no sé cómo. Hasta le he pedido que me entregue su dolor. —Con angustia se tocó las manos—. Si ese dolor va a matar a alguien, que sea a mí. Ella merece vivir. Merece ser libre…
Christopher se quedó boquiabierto cuando la escuchó llorar y relatarle la dura situación que enfrentaban como familia.
Lily estaba incluso dispuesta a tomar un dolor ajeno para sacrificarse ella por el desconsuelo de Romy.
—Dime cómo puedo ayudarte —dijo él y Lily lo miró con grandes ojos.
Con los dedos se secó las lágrimas y trató de recomponerse.
—No es muy bueno consolando, ¿sabe? —bromeó ella y él se carcajeó a su lado.
—Cariño, estoy haciendo mi mejor esfuerzo —reveló él y juntos se rieron.
El timbre de la casa se oyó y Christopher supo que ese era el pollo que había pedido.
»Llegó nuestro almuerzo. —Se puso de pie y antes de partir a recibir su comida, dejó un dulce beso en su sien.
A Lily la pilló volando bajo y tuvo que mirarlo hasta que desapareció por la puerta.
Rossi recibió las bolsas con comida, dio propina y le entregó al Señor López parte del menú que había pedido para todos.
—No tenía que molestarse, hijo —le dijo el padre de Lily, agradecido por su gesto.
Christopher asintió con una satisfecha sonrisa.
—Lily no se siente muy bien, así que comeremos en su cuarto —dijo Christopher y cuando vio que Victoria se acercaba, se apuró para desaparecer.
El Señor Lopez se rio al entender las miradas de horror y su escape dramático y cuando vio a su hija, se rio más fuerte porque todo tuvo sentido.
—¿Qué es tan graciosos? —Vicky quiso saber. Su padre negó sacudiendo la cabeza—. Veo que tienes confianza con Christopher. ¿Hace cuánto lo conoces? —inquirió y se agarró de su brazo para caminar a su lado—. ¿Viene siempre por aquí? —Quiso reunir toda información para usar a su favor.
Su padre nada respondió. Se limitó a dejar las bolsas con comida sobre la mesa y a sentarse a disfrutar del pollo frito y las salsas picantes.
—¿Pollo frito? —preguntó Vicky al ver la comida y miró a su madre con mueca nauseabunda—. ¿Y el señor Rossi, dónde va a comer?
—Con Lily, en su cuarto. Pollo frito —respondió cortante y siguió disfrutando de su pollo.
Vicky alzó las cejas al escuchar aquello. Se oía íntimo y no le gustó.
En la privacidad de su habitación, Christopher y Lilibeth se acomodaron en la cama. Se quitaron los zapatos y se sentaron en posición india a disfrutar de todas esas piezas de pollo y papas fritas.
Él se quitó el saco, la corbata y se desahogó un par de botones para comer a gusto.
Christopher nunca había hecho algo así, ni siquiera con su hermana. Siempre cenas elegantes, restaurantes exclusivos. Siempre formal, cuidando la etiqueta.
No pudo negar que le gustó verse tan relajado, comiendo sobre una cama y frente a frente a la mujer que verdaderamente le gustaba.
Probaron todas las salsas picantes y dulces. Intercambiaron bocados y se relajaron después de tan complicado día.
Para terminar, vieron una película abrazados sobre la cama.
Christopher estuvo más pendiente de ella que de la película.
—¿Postre? —preguntó Lily.
Christopher se levantó y la miró con horror.
—¿Es posible?
Lily se rio.
—Siempre hay espacio para el postre, Señor Rossi.
Lily se levantó enérgica de la cama y se calzó un par de converse negras y todo para salir a buscar un postre.Rossi alzó las cejas al verla.Aunque era contradictorio, considerando que usaba un vestido Dolce negro, por primera vez, Christopher halló la perfección en una mujer.Ni siquiera entendía cómo, pero la combinación de vestido y las zapatillas era deliciosa; natural y fresca.—Vamos a caminar y a buscar un postre —le dijo ella y agarró un pequeño bolsito negro que había comprado en una tienda de ropa usada.Christopher se quedó mirándola con la boca abierta y sin vacilar se puso sus zapatos elegantes y la acompañó por las escaleras.
Regresaron a la casa de Lily corriendo, aun con los dulces en las cajas individuales.El resto de la familia los estaban esperando. El taxi ya estaba allí y se las ingeniaron para viajar todos juntos en un coche y no separarse.Christopher se llevó a Lily sentada en su regazo, aun cuando Vicky insistió que ella pesaba veinte kilos menos.Lily nada dijo para defenderse. Christopher notó que era algo habitual hablar de su peso con tanta confianza y la alegría que habían sentido en la confitería se desvaneció por el egoísmo de su hermana.Lily escogió mirar por la ventana durante todo el viaje. Viajó tiesa, sintiéndose incómoda sobre las piernas del hombre y no podía dejar de repetirse lo que su hermana había
Vicky se rehusó a marcharse del hospital.Su madre se quedó con ella, sentada en el fondo de la sala de espera.—Puedes ir a casa. Te puedo pedir un taxi si quieres —le dijo Vicky a su madre.Su madre negó con mueca entristecida.—En esa casa me amargo —le respondió la mujer con orgullo—. Me acuerdo de la dueña de casa desarreglada que era y me deprimo.Vicky asintió y se levantó para conseguir un par de cafés.Compró también unas galletas que compartieron sin dejar de hablar sobre lo ofensivo que les resultaba lo que el psicólogo había hecho con ellas.Las había excluido de tan importante lista y las habían sacado a la calle irrespetándolas por entero.Aburrida de esperar, Vicky navegó en su teléfono. Primero revisó sus redes sociales. Era una chica popular, codeándose con ricachones de su edad. Siempre tenía citas, invitaciones y una larga lista de amigos de la que solía alardear.Cuando recordó la situación de Christopher y su hermana se metió al navegador y buscó el nombre del edit
Cuando Lily se levantó esa mañana, caminó descalza directo hasta la casa de “Don Tronquitos”. Quería saludarlo y ofrecerle agua fresca, pero se encontró a Sasha frente a la televisión, sosteniendo un limpiador en una mano y una botella con desinfectante en la otra, mientras se ponía al corriente con las noticias y la chica del momento.—Buenos días —la saludó Lily y Sasha la miró con los ojos bien abiertos.—Buenos días, señorita... —Se rio tímida.Lily metió su mano y acarició el pelaje suave de Tronquitos y de reojo miró la pantalla de la televisión. Se puso pálida cuando se vio a sí misma en las imágenes repetitivas.—¿Qué estás...? —Fue lo único que alcanzó a preguntar y con prisa se plantó frente a la pantalla colorida para mirar la verdad—. Dios mío, no... —Jadeó nerviosa y pensó que se desmayaba.—¡Usted es la chica del momento! —le gritó Sasha, emocionada.—¡No! —exclamó Lily, sin entender nada.Rápido leyó los titulares en rojo y sus imágenes en la pantalla. A eso se sumaron
Lily se echó a correr escandalizada cuando supo que el periodo le había hecho la visita del mes en el momento más incorrecto e inesperado de todos.¡¿Acaso podía ser más condenada?!Sintió tanta vergüenza que quiso enterrarse cien metros bajo tierra, pero Christopher la alcanzó con una embobada sonrisa en los labios y el pene enrojecido por toda ella.No sabía cómo explicarlo, pero se sentía especial.Había compartido la cama con unas cuantas decenas de chicas, pero ninguna lo había marcado así.Encontró que era lo más íntimo del mundo y se sintió suyo.—¡Qué vergüenza! —e
Lily llegó al hospital en el que su hermana se encontraba. Su padre seguía allí y ella corrió a estrecharlo en un apretado abrazo.El hombre lucía cansado. Las ojeras y los hombros caídos decían mucho sobre lo que había sucedido en las últimas horas.—No pude venir antes, yo... —Lily jadeó antes de hablar.No podía confesarle a su padre sus pecados, sus motivos para no haber estado allí a primera hora de la mañana.Su padre le sonrió dulce y le besó la mejilla.—No es tu responsabilidad, hija —la consoló él—. Los padres somos responsables de nuestros hijos, a cualquier edad.Lily se sintió peor cuando no encontró a su madre allí. Por supuesto que ella no aceptaba esa responsabilidad, al menos no como su padre, que sufría el mismo dolor de Romina.—Veré si consigo hablar con el psicólogo —dijo Lily, mirando a todos lados.—Ya vendrá —le comunicó su padre—. Vino a las seis y me dijo que Romina había despertado bien y que desayunara con ella.—¿Ya viste a Romy? —preguntó Lily con los ojos
Lily tuvo que abandonar la habitación en la que su hermana se recuperaba para llorar en solitario. No quería que su padre la viera derrumbarse a ella también.Explotó terriblemente y peor se puso todo cuando el psicólogo le indicó que debían retirarse. Su visita había desencadenado una crisis y lo mejor era que Romy recibiera contención cuanto antes, sin visitas que pudieran alterar sus emociones.Entendió entonces que no iba a poder solucionarlo ella sola; concibió que Romy no iba a superarlo con abrazos apretados de hermanas, escondiéndose a conversar en el armario y cubriendo la herida con comida y carbos.Razonó que necesitaba ayuda y tuvo que aceptar que no estaba mal pedirla, recurrir a otros cuando sentía que ya no podía más.Tal vez, era más valiente buscar una mano en la que contenerse que fingir que todo estaba bien, cuando su mundo y el de su hermana se caían a pedazos.Se armó de valor y llamó a Christopher.Él estaba en una reunión, pero en cuanto vio el nombre de Lilibet
Lily y su padre buscaron un taxi para ir a casa.Su padre empezó a comportarse extraño y Lily, quien lo había aprendido a leer como a un libro abierto, entendió que algo más le estaba ocurriendo.Solo tuvo que mirarlo a la cara para que él escupiera lo que le sucedía.—No quiero comer su comida —dijo su padre, refiriéndose a la comida de su exesposa. Tenía orgullo y dignidad—. Así me conquistó cuando nos conocimos. Mano de monja divina. —Bajó los ojos por lo doloroso que le resultaba recordar todo—. No quiero que me reconquiste.Lily lo contempló con angustia y, aunque no tenía mucho tiempo, pues debía ir al trabajo a apoyar a Christopher, no pudo negarle quince minutos de su tiempo al pilar fundamental de su familia.Sin él, todo se desmoronaba y, además, solo eran quince minutos.—Papá, solo es comida.—Sí, lo sé —le reclamó él—, pero su comida siempre me ablanda y no quiero ser blando otra vez. No con ella, no se lo merece.Lily sonrió.—Por supuesto que no —unió ella.Y comprendía