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Lily se levantó enérgica de la cama y se calzó un par de converse negras y todo para salir a buscar un postre.

Rossi alzó las cejas al verla.

Aunque era contradictorio, considerando que usaba un vestido Dolce negro, por primera vez, Christopher halló la perfección en una mujer.

Ni siquiera entendía cómo, pero la combinación de vestido y las zapatillas era deliciosa; natural y fresca.

—Vamos a caminar y a buscar un postre —le dijo ella y agarró un pequeño bolsito negro que había comprado en una tienda de ropa usada.

Christopher se quedó mirándola con la boca abierta y sin vacilar se puso sus zapatos elegantes y la acompañó por las escaleras.

Vicky saltó del sofá en el que descansaba en cuanto los vio apareciendo por las escaleras, pero Lily agarró la mano de su jefe y lo sacó corriendo de la casa.  

Bien sabía lo que pasaría si se detenían allí. Vicky haría sus trucos de magia y todo se iría al demonio.

Corrieron por la calle un par de metros y cuando se hallaron lejos de la casa y de Vicky, se rieron al entender lo que habían hecho.

Se apaciguaron sin decir mucho y caminaron por las calles del barrio de Lily sin poder mirarse.

Había demasiado fluyendo entre ellos.

—No sé si quiero preguntarle de dónde la conoce —susurró Lily con tristeza, refiriéndose a su hermana menor.

Rossi la miró con grandes ojos.

—Lily…

Ella se detuvo ante él de forma firme. Se aferraba de su bolsito negro con las dos manos y en sus ojos se podía leer lo mucho que le dolía.

—No quiero saber si se acostó con ella. —Sacudió la cabeza—. No estoy lista —hipó ahogada—. Es mi hermana, por el amor de Dios y, aunque es una odiosa, la quiero y no podría ser su hermana de espermas…

—No nos acostamos —refutó él y ella separó los labios para soltar un gran suspiro de alivio—. Pero… —Rossi escondió la mirada—. Nos besamos y… tal vez… —No supo cómo continuar.

Lily frunció los labios para contener las lágrimas. Ni siquiera sabía por qué le dolía tanto.

—¿Le metió mano? —preguntó ella, queriendo aclarar su mente y zanjar todas esas dudas que no la dejaban avanzar.

—Por encima de la ropa —aclaró él y ella se rio.

Retomó su camino con mayor calma y Christopher la siguió con paso lento, con las manos metidas en los bolsillos y mirándola cada segundo.

—Nos conocimos en una fiesta, hace algunas semanas y…

—¿Semanas? —preguntó ella y él asintió, confirmándole que no había transcurrido mucho tiempo—. ¿Y por qué no se la llevó a la cama? —insistió, a sabiendas de que la respuesta le sería dolorosa.

Christopher la miró con abatimiento.

—Llegaron sus amigos y nos separamos.

Lily asintió, comprendiendo que todo había sido cosa del destino.

—Y si sus amigos no hubieran llegado… —especuló ella, masoquista—. ¿Se habría acostado con ella? —le preguntó mirándolo con desconfianza. Christopher sonrió y levantó los hombros—. ¿Se acostaría con ella ahora?

—¡No, claro que no! —exclamó enojado y por supuesto que le molestó que dudara de él, así que la agarró por el mentón con una mano y se acercó a ella de forma impulsiva—. Por primera vez estoy pensando con esta cabeza —le dijo poniéndose un dedo sobre la sien. Ella se ruborizó cuando entendió su referencia sucia y cómo aludía a que solo sabía pensar con la cabeza de abajo—. No voy a cambiar a una mujer admirable por una… niña malcriada y arrogante.

Lily sonrió y escondió la mirada cuando sintió sus mejillas llenándose de color y calor.

—Entonces cree que soy una mujer… —le coqueteó divertida.

—Admirable —unió él y retomaron el andar calmoso por las calles—. Una mujer admirable. —Repitió conforme.

Lily lo miró con dulzura y siguieron caminando por un par de manzanas, hasta que encontraron una confitería en la mitad de su camino.

Escogieron una mesa junto a las ventanas, donde el sol se adentraba agradablemente en esa tarde fría y Lily se dirigió al mostrador para escoger algunos dulces.

Christopher aprovechó de ese instante de privacidad para hacer una llamada. Fue breve. Solo bastó un saludo a un viejo amigo de la secundaria y obtuvo un favor de amigos a cambio.  

Lily regresó algunos minutos después con dos cajas individuales rellenas de diferentes dulces de todos los colores, formas y tamaños, sin saber con quién había hablado Christopher por teléfono.

Christopher miró los bastones con nostalgia. Le recordaban las navidades y el regreso de su madre. Siempre lo hacía con bastones dulces iguales a ese y no vaciló en comerse uno con un nudo en la garganta.   

—¿No le gustan los bastones de anís? —preguntó ella, notando como su tristeza se reflejaba en cada mordisco.

Christopher esbozó una sonrisa melancólica.

—Me recuerdan a mi madre —le confesó abiertamente—. Se marchaba por meses, pero siempre regresaba en navidad con estos bastones. —Le mostró uno a Lily y ella pudo ver sus ojos desconsolados de niño.

Lily sonrió y agarró un bastón y le dio un mordisco.

—Se oye como un lindo recuerdo —pensó ella, intentando conocer el trasfondo de su historia.

Christopher sonrió.

—Lo es, pero luego recuerdo que siempre se marchaba al otro día y todo se tornaba gris otra vez —susurró mirando el bastón con recelo.

Lily estiró su mano para consolarlo y tomó la suya por encima de la mesa. Christopher sintió su piel suave y tibia sobre la suya y encontró calma al dolor que sentía.

—No soy la persona más adecuada para hablarle sobre esto, porque también tengo problemas con mi madre, y tal vez no se comparen a los suyos, pero sí creo que usted merece disfrutar de un bastón de anís sin pensar en el pasado —le dijo con su bonita sonrisa de un hoyuelo.

Christopher la miró con el ceño apretado.

»Tome —le dijo firme, ofreciéndole un bastón nuevo—. Mastíquelo y piense y sienta algo que lo haga sentir bien, algo que le haga olvidar sus navidades grises.

Christopher miró el bastón con recelo y lo aceptó con los labios apretados. Se lo llevó a la boca no muy convencido y le dio un pequeño mordisco. Saboreó el dulce mirándola a ella.  

Lily estaba sonriente frente a él, sosteniendo su mano con fuerza y con los ojos tan brillantes que Christopher supo que ella sería su nuevo recuerdo.

Ella le hacía olvidar sus navidades grises, calmaba la angustia que la ausencia de su madre había dejado en su niño interior y, por encima de todo eso, lo hacía sentir bien.

—¿Y cómo le fue? —le preguntó ella, siempre tan optimista que los ojos le brillaban por la emoción.

Christopher se rio y se preguntó cómo podía ser tan feliz con tan poco.

—Me fue bien —respondió él riéndose con su regocijo—. Pensé en ti.

Lily se inclinó al escuchar eso.

—¿En mí? —le preguntó riéndose—, pero Señor Rossi, tenía que pensar en algo que lo hiciera feliz… —Se rio más fuerte.

Christopher asintió.

—Y eso hice —le respondió sereno y ella le contempló desde su lugar con las emociones revueltas.

Podrían haber dicho muchas cosas en ese momento de conexión, pero Lily recibió una llamada de su padre.

Sacó el teléfono que llevaba en su bolso y miró la pantalla con el ceño apretado.

Recibió la llamada con el pulso tembloroso, porque le preocupaba recibir malas noticias respecto al estado de salud de su hermana mayor, pero sus miedos se disiparon cuando su padre le informó que habían recibido una llamada del hospital y que, por fin, después de muchas horas de incertidumbre, podrían ver a Romina.

—¡Era mi padre! —se alegró ella y los ojos se le llenaron de lágrimas—. Nos autorizaron a ver a Romy… —sollozó emocionada y se levantó de su silla de un brinco—. ¡Vamos, tenemos que ir al hospital!

Christopher sonrió y entendió entonces lo que significaba verdaderamente cuidar el corazón de Lily a través de pequeños gestos que podrían hacerla muy feliz.

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