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Lily tuvo que abandonar la habitación en la que su hermana se recuperaba para llorar en solitario. No quería que su padre la viera derrumbarse a ella también.

Explotó terriblemente y peor se puso todo cuando el psicólogo le indicó que debían retirarse. Su visita había desencadenado una crisis y lo mejor era que Romy recibiera contención cuanto antes, sin visitas que pudieran alterar sus emociones.

Entendió entonces que no iba a poder solucionarlo ella sola; concibió que Romy no iba a superarlo con abrazos apretados de hermanas, escondiéndose a conversar en el armario y cubriendo la herida con comida y carbos.

Razonó que necesitaba ayuda y tuvo que aceptar que no estaba mal pedirla, recurrir a otros cuando sentía que ya no podía más.

Tal vez, era más valiente buscar una mano en la que contenerse que fingir que todo estaba bien, cuando su mundo y el de su hermana se caían a pedazos.

Se armó de valor y llamó a Christopher.

Él estaba en una reunión, pero en cuanto vio el nombre de Lilibeth en su pantalla, se excusó rápido y dejó la oficina para hallar privacidad.

—Qué bueno que llamaste, me estaba preocupando —le dijo él con un alegre tono.

Ella hipó dolida a través de la línea.

—Señor Rossi... —Ella luchó por contenerse las lágrimas.

A Chris le dolieron dos cosas. Primero, que volviera a llamarlo por su apellido y, segundo, saber que había estado llorando.

—Por favor, llámame por mi nombre. No sabes cuánto me encanta —suspiró él embobado a través de la línea.

—Lo lamento, es la costumbre —respondió ella, con la voz destrozada.

—¿Qué te hizo llorar? —quiso saber él sin resultar muy invasivo.

Hacía un gran esfuerzo por ser parte de ella. En su antigua vida jamás le había preocupado o concernido el llanto de una mujer. Lo hallaba lo más aterrador del mundo.

—No quiero agobiarlo con mis problemas —le contestó ella, a sabiendas de que ya tenía suficiente carga con la presión de su padre—. Llamaba porque voy a aceptar su oferta...

Rossi sonrió satisfecho.

—¿Cuál de las dos? —preguntó él, campante y seductor—. ¿La oferta de preñarte o la de tu hermana? —insistió seguro.

Ella se carcajeó al escucharlo y suspiró aliviada cuando supo que sus locuras iban a curarla.

—La de mi hermana —musitó—. No descarto que me preñe, pero me gustarían analizarlo mejor —le dijo después, con ese tono travieso que a él le encantaba.

A pesar de que una ciudad completa los dividía y que nada deseaba más en ese momento que verla sonrojarse y avergonzarse por tan íntima charla, se la imaginó con los ojos cerrados y eso armonizó mucho de lo que sentía.

La soñó despierto en la mitad del pasillo de su oficina.

—Guardaré mi mejor leche para ti —le respondió y ella volvió a reírse.

Él supo que, con risas y locuras, sanarían juntos.

»¿En dónde estás ahora? —preguntó él, a sabiendas de que la hermana de Lily los necesitaba cuánto antes—. Tengo un tiempo libre entre reuniones. Puedo escabullirme para que nos reunamos y llevemos el cheque al hospital.

Lily procesó todo rápido y le explicó que podían realizar dos pagos. No quería oírse tan abusiva diciéndole la cifra completa, pero tuvo que hacerlo porque no quería mentirle o guardar esa sensación de engaño.

Christopher aceptó sin chistar. Se lo tomó con naturalidad.

Ella le explicó que el doctor les había pedido que se retiraran, así que debía llevar a su padre a casa para que descansara y procesara lo ocurrido.

—Voy camino a casa. Acompañaré a mi padre.

—Bien, nos vemos ahí entonces —le dijo él con firmeza.

Ella supo que él no iba a abandonarla y con una sonrisa emocionada le respondió:

—Muchas gracias, Christopher.

Aunque él no sintió el peso de su agradecimiento, más que una simple cortesía, ella se lo dijo de todo corazón. 

Por supuesto que encontraría otros momentos para agradecerle por su increíble gesto, pero por la línea telefónica era difícil.

Se despidieron rápido para verse cuanto antes y Lily buscó a su padre para darle las malas noticias.

—Ella necesita descansar —le dijo para apaciguarlo. Él se negaba a partir—. Además, papito, necesitas descansar, dormir en una cama, no en esas sillas duras... —Lo miró con angustia—. También necesitas tomar una ducha. Te olí desde Manhattan.

Su padre la miró con muecas mordaces.

—Muy graciosa, Lily...

Se marcharon tras intercambiar un par de palabras con el psicólogo, quien prometió contactarlos ante cualquier cambio.

Ella le dijo que pronto regresaría a regularizar su situación.

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