55

Christopher se montó en el taxi, junto a Lily y sintió mucha angustia de verla llorar así. Estaba tan dolida y avergonzada que ni siquiera tuvo el valor para mirarlo a la cara.

Él puso su mano en su espalda y trató de consolarla, pero no tenía palabras para ofrecerle alivio, muy por el contrario, él solo pensaba en venganza.

Aprovechó del desgarrador silencio para enviarle un mensaje a su abogado. Lo citó de forma urgente en Craze.

En cuanto el taxi se acercó al edificio de Revues, Lily se forzó a recomponerse. Se secó las lágrimas con rabia y dejó de llorar. No iba a darle en el gusto a ninguno de sus compañeros de trabajo de verla así, destruida.

Porque así se sentía y no quería que nadie mostrara lástima por ella y sus problemas.

Christopher pagó por el viaje y se bajaron rápido del taxi. Por suerte aún era temprano y toda la zona estaba desierta.

Lily lo agarró por el brazo antes de que se refugiaran en el edifico de Revues y con valentía le dijo:

—Sé que no podremos hablar de esto ahora, pero esta noche iré a casa, hablaré con mi madre y con Vicky y lo solucionaré. Lo prometo. —Sus ojos se llenaron de lágrimas otra vez.

Christopher asintió y con dulzura se estiró para besarla en la mejilla.

Sin decir más nada, pues ninguno sabía cómo abordar la situación, se montaron en el elevador.

Por un lado, Lilibeth suponía que Christopher sí le había creído a su hermana y madre y que la veía como a una ladrona. Y, por otro lado, Christopher pensaba si a Lily le desilusionaría saber que sus planes eran enviar a su hermana a prisión.

En cuanto llegaron a su oficina, separadas apenas por un cristal grueso, Christopher le preguntó:

—¿Has pensado en tu columna?

Ella apretó el ceño y cabizbaja le confesó:

—Esta noche trabajaré en ella.

—Bien. Mañana a las nueve espero una copia. —Fue duro y eso empeoró lo que Lily sentía.

Pero no era duro con ella por la situación del cheque, sino, porque Lily había estado postergando redactar su columna por miedo a escribir.

En el fondo, Christopher lo sabía, como también percibía que la muchacha poseía talento. Creía que, presionándola un poco, sacaría lo mejor de ella.

Sus caminos se separaron. Christopher agarró los informes que tenía sobre el escritorio y Lily supo que trabajarían sin descanso.

Corrió a encender su computadora y separó la correspondencia.

Un hombre elegante apareció frente a ella. Lily lo miró con el ceño apretado y se levantó para recibirlo cuando fijó sus ojos en Rossi a través del cristal.

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlo? —preguntó Lily, amable.

El hombre estiró su mano para saludarla y presentarse.

—Soy el abogado del Señor Rossi. Tenemos una reunión urgente.

Lily pudo intuir porque el hombre estaba allí y temió lo peor.

Vencida, asintió y fue a anunciarlo.

—Señor Rossi, su abogado está aquí, dice que tiene una cita —dijo nerviosa.

Christopher asintió y cerró los informes que revisaba. Puso sus manos sobre el escritorio y le pidió que lo dejara pasar.

Los hombres se saludaron cortésmente y empezaron a conversar con seriedad. Todo a puerta cerrada.

Lily caminó de lado a lado frente a Christopher, dejando entrever su nerviosismo. Intentó en innumerables veces leer sus labios, pero Christopher estaba atento a cada uno de sus movimientos.

Lily creyó que estaban hablando de ella.

Pensó que la enviarían a prisión. Que la demandarían por robar un cheque.

Supo que estaba acababa. Después de ese escándalo, nadie la contrataría otra vez en ninguna editorial. Ni siquiera en las clásicas ya olvidadas.  

—Lily, por favor, puedes venir —le ordenó Christopher, sorprendiéndola.

Ella le miró con los ojos llorosos y asintió valiente.

Entró en su oficina temblando. Chris la invitó a ponerse cómoda en uno de los muchos sofás.  

Con temor se sentó y fijó sus ojos en el abogado. Él la miraba simpático.

Christopher rodeó su escritorio y se sentó en su silla de dos millones de dólares. Pensó muy bien en sus palabras y con firmeza le habló:

—Solo necesito preguntarte una cosa y quiero seas muy sincera.

—Yo nunca le robaría, señor Rossi, nunca —respondió ella, aun cuando él no había hecho su pregunta.

Cristopher se rio y el abogado también. Eso alivianó la tensión con la que la joven cargaba.

—Lily, eso ya lo sé —le dijo Rossi y ella le miró incrédula—. Solo necesito saber si... —carraspeó—... si te desilusionaría la idea de enviar a tu hermana a prisión por un par de meses.

Lily le miró con espanto.

—¿Desilusionarme? —preguntó ella, tiritando.

Christopher asintió.

—De mí —le confirmó él su mayor miedo—. Necesito saber si te vas a desilusionar de mí. —La miró con agudeza, con los ojos azules más imperturbables que nunca.

Ella apretó el ceño y recostó su espalda en el sofá.

Hasta ese momento había estado tan tensa que, cuando supo que no la estaban acusando, se tuvo que relajar.

Lily no pudo responderle con tanta facilidad, así que Christopher le confesó:

—Podría llamar ahora a mi asesora de cuenta e invalidar el cheque, pero creo que no sería justo, además, no creo que vaya a detenerse.

Lily se frotó las manos con angustia.

—Es mi hermana —pensó Lily en voz alta.

—Romina también lo es —le dijo Rossi y ella le miró con los ojos llorosos.

Un tenso silencio invadió la oficina privada del editor en jefe.

En vista de que la joven no tomaba una decisión, el abogado le informó todo lo que sucedería.

—Dejaremos que ella tome el dinero. Esperaremos cuarenta y ocho horas para denunciar la irregularidad. En cuestión de horas estará en prisión y podemos exigir que se quede un par de temporadas extras. —Le guiñó un ojo—. Dejaremos ganar al juez en el juego de golf del domingo y caso cerrado.

—¿Pueden hacer eso? —preguntó Lily, desconocedora del mundo de Christopher.

—Oh, cariño —le dijo Christopher, sonriente—. En el golf puedes conseguir muchas cosas. —Le miró embelesado.

Lily lo escuchó atenta, pero rápidamente sus pensamientos se desviaron al lado doloroso de la historia.

—Ni siquiera le importó saber que era para Romina... —sollozó compungida—. Y mamá la apoyó... —Dejó entrever lo mucho que le dolía la traición de su madre.

—Usted es la jefa, señorita López —le dijo el abogado y ella le miró con los ojos brillosos.

Sabía que Christopher era parte de todo. Sonrió cuando se imaginó las cosas bonitas que de seguro le había dicho de ella al abogado. El hombre de piel morena la miraba con ilusión, con una de las sonrisas más lindas que le habían dedicado nunca.

—Nunca me desilusionaría de ti, Christopher —le dijo dulce—. Que vaya a prisión —susurró—. Es lo justo, ¿no?

—¡Por supuesto que sí! —exclamó el abogado y se puso de pie cuando supo que ya todo estaba solucionado. Le ofreció otra vez su mano a Lily—. Muchas gracias por su valioso tiempo, Señorita López, nos vemos en un par de semanas.

Ella sonrió y se quedó de pie en ese lugar, aturdida por lo que había sucedido.

Christopher acompañó a su abogado hasta la puerta para despedirlo y cuando regresó, ella se le abalanzó encima para abrazarlo fuerte.

Él la recibió gustoso y la besó en la frente.

—Gracias —hipó ella escondida en su pecho.

—No es nada. Hay que darle trabajo a ese abogado, cobra su honorario mensual con trabajo o sin trabajo —pensó riéndose.

Ella se rio al escucharlo y separó de él para buscar su mirada; se aferró firme de sus brazos y con los ojos brillantes le dijo:

—Gracias por creer en mí.

—Cariño... —murmuró él tomándola por las mejillas. Con sus pulgares la acarició dulce—. Gracias a ti...

Ella apretó el ceño.

—Yo no hice nada —se rio dulce, con su hoyuelo único.

—Por supuesto que sí —se rio él con los ojos verdes suavizados—. Creíste en mí, cuando ni siquiera yo lo hacía —le dijo él sin liberarla.

Lily se sonrojó.

—Alguien tenía que hacerlo, ¿no? —le dijo coqueta, con esa frescura que a él le fascinaba.

—Y me alegra que fueras tú. —Se acercó para besarla. Lo hizo lenta y profundamente. No se aguantó y con desvergüenza le agarró una nalga—. Ahora ve a trabajar en tu columna. —Le dio una nalgueada descarada.

Ella se rio y se escabulló de regreso a su escritorio.

Para ese entonces, el resto de los empleados de Craze ya ocupaban sus lugares de trabajo y estaban todos atentos a sus muestras de cariño en público.

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