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El señor López llegó al hospital temblando por los nervios y no se tranquilizó hasta que logró pagar todo el tratamiento de Romina.

Solo allí, con el recibo de pago en sus manos, el hombre pudo respirar aliviado y, adormecido por todo lo sucedido buscó un lugar en la sala de espera para descansar y esperar.

Las piernas le temblaban.

El doctor nunca estuvo disponible para hablar con él. Tenía demasiados pacientes a los que atender y el señor López fue comprensivo y paciente.

Al mediodía, un hombre llegó al hospital a recogerlo. Julián López supo que se trataba de la acción del Señor Rossi y no dudó en subirse al coche de vidrios oscuros que esperaba a por él.

El conductor le ofreció agua fresca y una charla divertida. Julián estuvo tenso durante todo el camino. No podía dejar de pensar en lo que había ocurrido con Vicky y su exmujer.

Aun intentaba recordar los hechos y, por algunos instantes dudó de sus propios recuerdos.

Se regañó mentalmente cuando se dio cuenta que estaba poniendo en duda la palabra de Lilibeth, la más transparente y leal de sus tres hijas.

Ella nunca le haría algo así a nadie.

Maldijo para sus adentros cuando vislumbró lo que Victoria y Nora habían causado. De seguro ese problema traería graves consecuencias en su familia. No quería ni imaginar como su familia se quebrantaría después de eso.

—Llegamos, Señor L —le dijo el conductor y volteó para mirarlo—. El Señor Rossi me pidió que le entregara esto. —Le ofreció un sobre para mantener la privacidad.

El señor López recibió el sobre con un evidente temblor y agradeció por el viaje.

En el interior del sobre Julián encontró las indicaciones para que subiera hasta su pent-house sin mayor problema.

Allí lo recibiría su empleada de confianza: Sasha.

El señor López se sintió muy fuera de lugar cuando entró al edificio, pero no dejó que exagerada elegancia lo impresionara y rápido se montó en el elevador.  

Presionó el piso que se indicaba en la nota de Rossi y llegó a su pent-house en pocos minutos.

Caminó por el salón luminoso con paso desconfiado. Le impresionaron las vistas. Tan amplias y luminosas que, en sus primeros pasos sintió un ligero mareo invadiéndolo.

La torre era tan alta que, tuvo miedo de mirar hacia abajo, peor al saber que estaban en el último piso.

—Bienvenido, señor López —lo saludó Sasha.

El hombre escuchó su voz y volteó sonriente al imaginar que se trataba de la empleada de confianza de Christopher.

La había imaginado de muchas formas, pero cuando se dio la vuelta se encontró con una mujer mayor, sí, pero despampanante.

Se quedó embelesado y descubrió por primera vez que las rubias lo volvían loco.

Reaccionó cuando las puertas del elevador se cerraron.

—Usted debe ser Sasha —dijo Julián al recordar su nombre.

Al recordar que podía hablar, que era un ser pensante.  Y que debía hacerlo o la mujer pensaría que estaba loco.

—Mucho gusto, es un honor tenerlo aquí —le dijo ella, amigable—. ¿Ya almorzó? —preguntó.

El hombre frunció los labios. La comida era su debilidad y, aunque quiso negarse y oponerse a la idea de ser seducido por otra buena cocinera, tenía tanto hambre que el estómago le rugía.

—Bueno, la verdad es que ni siquiera desayuné esta mañana —confesó él, un tanto avergonzado de revelar sus arrebatos de señor mayor.

Sasha se mostró horripilada.

—Pero no desayunar es un pecado —se rio ella y se planchó el vestido con las manos. Estaba nerviosa—. Le sirvo un café con leche de inmediato —dijo y caminó rápido hacia la cocina.

Él se quedó de pie allí, en ese gran y blanco salón y no pudo soportarlo. Tuvo que seguir su camino para no sentirse tan solo y perdido.

Cuando Sasha lo vio entrar en la cocina le regaló una bonita sonrisa.

—Su hija y el Señor Rossi vendrán a comer pronto —le comunicó.

Él asintió y recibió la taza que la mujer puso frente a él con un pulso agitado que confirmó sus nervios.

—Muchas gracias —correspondió el hombre y probó su café con los ojos cerrados.

Era perfecto. La leche espumada se sentía suave en el paladar y el café tan amargo que podía traer de regreso a un muerto.

Pocos segundos después descubrió un toque dulce que le hizo apretar el ceño.

—Vainilla y cacao —reveló ella sonriente al ver sus expresiones.

Él asintió y volvió a sorber el café oloroso.

—Muy buen gusto, señora... —El señor López quería más información.

Ella se rio y se acomodó las hebras doradas detrás de las orejas.

—Señorita, aun —le dijo sonriente.

Julián se rio por los puros nervios. No coqueteaba desde su adolescencia. Había perdido el toque, aun así, a Sasha le resultó adorable.

Se quedaron los dos tensos, mirándose complicados. No sabían qué decir. Por supuesto, fueron caos y temores.

Julián quería hacerle muchas preguntas, pero no quería verse como un acosador necesitado y, por otro lado, Sasha no sabía cómo continuar. Se imaginaba que era un hombre casado, con hijas increíbles como Lily y no le correspondía coquetear con un hombre casado.

No era correcto.

Julián notó que la química se vio torcida por algo que no pudo entender.

Ella rompió el contacto cálido y se dio la media vuelta para preparar los platillos para el almuerzo. Tenía mucho trabajo por delante antes de que su jefe llegara.

—¿Y qué está cocinando hoy? —preguntó Julián para coger confianza.

Conservó su distancia. No quería incomodarla con su presencia.

Sasha se rascó el cuello por los nervios.

—Ostras, trufa y pavo —enumeró sonriente y orgullosa por su menú del día.

Los ojos de Julián se tornaron tristes. Ella pudo percibirlo.

—Trufas —dijo Julián y se acercó al mesón para estudiar su preparación—. Hace mucho que no... —Se calló cuando supo que estaba hablando de más.

Sasha lo miró con profundidad. El hombre descubrió que poseía unos lindos ojos verdes.

Tuvo que decirle la verdad:

—Mi exmujer solía prepararlas en estas fechas, cuando la navidad estaba cerca. —Levantó los hombros—. Melancolía —le dijo y suspiró.

Se sintió avergonzado. Y la verdad era que se sentía incómodo cuando debía reconocer que su matrimonio había fracasado.

—¿Exmujer? —preguntó Sasha, muy intrigada.

Él le sonrió.

—Nos divorciamos hace unos meses —le confesó con los ojos tristes—. Encontró a alguien más.

—¿Y usted? —investigó Sasha, mirándolo con agudeza. Él arrugó el ceño. No entendía su pregunta—. ¿Usted encontró a alguien más? —Ella fue directa.

Julián formó una “o” con sus labios y negó firme.

—No —sinceró transparente—. Supongo que yo era el único enamorado —se rio de su propia desgracia.

Sasha sonrió satisfecha. Al menos podía coquetearle ahora que sabía que no era casado.  

No podía negar que, pese a que era mayor, poseía un encanto que la magnetizaba. Tal vez era la suavidad con la que la miraba. Sus ojos tristes le decían lo bien que la trataría.

Se quedaron juntos en la cocina. Julián le demostró que era un excelente cocinero y, con confianza, ella le acomodó un delantal en el cuello para que le ayudara.

Él se olvidó de todos los problemas que tenía en casa y, por unos instantes, se sintió vivo de nuevo.

Lily y Christopher llegaron. Encontraron la mesa elegante decorada. Las copas bien ubicadas, el vino descorchado y algunas velas decorativas.

—Pensé que mi padre estaría aquí... —Pensó Lily en voz alta.

Se quitó el abrigo para mirar las habitaciones.

Christopher miró su teléfono y leyó el mensaje de confirmación de su conductor. Lo había dejado en la entrada de la torre.

—Mi conductor dice... —Christopher quiso comunicarle la verdad, pero una gran risotada los silenció a los dos.

Lily y su novio se miraron con lio. Ella no tardó en reconocer la voz de su padre.

—¿Es mi padre? —preguntó anonadada y junto a Chris caminó hasta la cocina.

Los dos se asomaron a la puerta de forma discreta y se quedaron aturdidos mirando lo que estaba ocurriendo allí.

Christopher se retiró primero cuando entendió lo que estaba pasando; Lily no lo siguió, así que la agarró firme y la sacó de allí para que los dejaran a solas.

Ella separó los labios para refutar su arrebato, pero él la silenció cuando le dijo:

—Se está riendo... tú padre se está riendo...

—Con Sasha —pensó Lily y le dedicó un puchero.

Christopher negó descolocado.

—¿Y eso qué importa? —le preguntó. Lily no supo qué responder—. Es una mujer, soltera, casi de su edad y...

—¿Casi de su edad? —le preguntó ella, a sabiendas de que Sasha no pasaba los cuarenta años.

—Pero se está riendo —le repitió él, para que ella considerara la felicidad de su padre.

Lily no pudo responderle.

La puerta de la cocina se abrió y los cocineros risueños aparecieron frente a ellos.

Julián estuvo feliz de ver a su hija. Estrechó la mano de Christopher con alegría y volvió a agradecerle por su gran gesto para con el tratamiento de Romina.

Cuando se reunieron a almorzar, Lily se levantó de la mesa y amablemente le pidió a Sasha que se uniera a ellos.

Ella se puso nerviosa. Nunca le habían pedido algo así.

—No sé si el señor Rossi me lo permita o...

—No te preocupes por eso. Él estará feliz de que te nos unas —le dijo ella, calmosa y la ayudó a quitarse el delantal que lucía sobre sus caderas.

Christopher sonrió feliz cuando vio a Lily aceptar la verdad.

La felicidad de su padre también era importante y no solo dependía de sus hijas, sino también de un corazón que merecía tener una segunda oportunidad.

Quizá él y Sasha solo serían buenos amigos, tal vez conocidos, aun así, merecía ser considerado.

Lily tuvo que sostener la mano de su novio cuando escuchó a su padre reír por las ocurrencias de Sasha y con su bonita sonrisa de un hoyuelo le ofreció su gratitud.

Él atrajo su mano hacia sus labios y con cortesía le regaló un beso en los nudillos.

Lila Steph

Hola, mis lectores, les mando abrazos y espero que todas las mamás tuvieran un día increíble ayer. Les envío un gran abrazo y toda mi admiración para las que criamos y mostramos el camino correcto a nuestros peques y no tan peques. Caro.

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