59

Lily logró impresionar al representante de Balenciaga y esa noche se fueron a casa con una victoria.

Su padre estaba en el pent-house, esperándolos. Junto a Sasha había preparado la cena y los cuatro comieron hablando de “Tronquitos”.

Por supuesto que Chris se reservó sus motivos para nombrar a su mascota así. No quería que su suegro lo viera como un depravado amante de los troncos de su hija.

Ya empezaba a mirarlo con otros ojos y quería que así continuara todo. 

Bebieron vino blanco junto a la chimenea. Mientras el señor L y Sasha admiraban la belleza de la ciudad iluminada en esa noche lluviosa, Lily le pidió a Christopher un favor especial.

—¿Crees que mi padre pueda quedarse con nosotros un par de noches? —preguntó y rápido se retractó—: digo, aquí, en tu pent-house.

Las mejillas se le pusieron rojas cuando entendió lo que había dicho. Bajó la mirada y trató de apaciguarse.

Christopher sonrió. Le había fascinado ese “nosotros” porque significaba que estaban juntos en todos los sentidos.  

—Nosotros se oye increíble —le dijo y le besó la sien sin percatarse de que el padre de Lily los estaba observando—. Y sí, puede quedarse con nosotros todo el tiempo que necesite.

Ella giró entre sus brazos, con esa mueca que él adoraba. Su hoyuelo único destacaba detrás de su bonita sonrisa.

—¿En serio? —preguntó emocionada, atrapada entre sus piernas, que la envolvían con calidez.

Chris solo alcanzó a asentir. Ella se echó a correr feliz hacia donde su padre se encontraba. Fue a darle las buenas noticias y, aunque su padre se sentía un poco incómodo invadiendo su privacidad, bien sabía que no podía regresar a su casa.

Su mujer continuaba allí, ensuciando los nuevos recuerdos que había creado sin ella.

No quería intoxicarse otra vez; la depuración iba bien.

Y no era una cuestión de ego; era una cuestión de amor propio, del respeto que él merecía.

Sasha se despidió de todos antes de las nueve y dejó su lugar de trabajo para descansar.

El padre de Lily no pudo detenerla, aunque le habría encantado. Tampoco quería que ella lo viera como un viejo desesperado.

“Todo a su tiempo”, pensó, mientras conocía el cuarto de su hija.

—¿Y tú duermes aquí? —preguntó su padre, mirando su bolso sobre uno de los muebles.

Silbó sorprendido cuando vio la grandeza del lugar. Todo era exageradamente elegante.

—Sí —dijo Lily, sonriente.

—¿Y el Señor Rossi? —insistió su padre mirándola con agudeza.

Ella se puso roja de golpe y con torpes balbuceos le contestó:

—Puedes llamarlo Christopher. Y él tiene su cuarto.

Su padre alzó una ceja.

—Claro, un cuarto que no usa —respondió sarcástico—. Me imagino que duerme aquí, contigo —especuló. Ella no pudo contestarle—. ¿Vas a dormir con él esta noche?

Ella se rio.

—No, papito, me quedaré contigo —le dijo ella, tan comprensiva como siempre. Los dos se necesitaban—. Han sido días difíciles.

Lily agarró un par de mantas del armario y las acomodó sobre un sofá.

Su padre asintió y se sentó en el sofá que dormiría. Soltó un gran suspiro cuando sintió el peso del día cayéndole encima. Las mentiras y manipulaciones de su mujer y su hija menor; el dinero que no tenían; las deudas; Romina.

Todo era una m****a.

—Tenemos que encontrar una forma de pagarle todo al señor Rossi.

—Papá... —Ella trató de tranquilizarlo—. Estoy segura de que él no querría eso. Y si eso te preocupa, yo puedo pagarle con mi sueldo, aunque tenga que jubilarme a los cien años. —Se sentó a su lado y sobó su espalda para consolarlo.

Los dos se rieron, pero eso no terminó de apaciguar sus corazones doloridos.

El hombre poco pudo aguantar y sollozó con los dientes apretados, tratando de mantenerse firme para su hija.

Los ojos de Lily se humedecieron también en cuanto vio a su padre romperse.

—Puedes llorar, papá, está bien —susurró ella y se recostó en su hombro con los ojos apretados.

Julián supo que ya no podía con tanto y lloró con desconsuelo cuando se vio a salvo entre los brazos de su hija. Jamás se habría imaginado que, veinte años después, ella sería la que lo consolaría.

Christopher se asomó a la puerta y descubrió un momento especial entre padre e hija. Con una sonrisa melancólica se retiró. Sabía que Julián necesitaba más que nunca a su hija y él aprendía de su generosidad.

El Christopher egoísta que conocía jamás le habría permitido pasar la noche en su pent-house. Pero ahí estaba, demostrándose a sí mismo que poseía un gran corazón.

No quería dormir. Tenía los pensamientos muy ocupados con ideas frescas, así que agarró todos los portafolios de su nuevo número y pasó toda la noche trabajando.

Lily se levantó al amanecer y lo encontró sentado frente a la ventana, junto a “Tronquitos”.

Él le hablaba con seguridad y con atención esperaba las respuestas insonoras del hámster.

Lily caminó en puntitas hacia él.

Por supuesto que él reconoció ese sonido. Lo tenía grabado desde la noche de la subasta, cuando la había visto desnuda la primera vez.

Volteó sonriente para verla. Empezaba a adorar la idea de despertar con ella cada mañana.

Ella caminó con su batín blanco y con valentía se metió entre sus piernas.

—Tronquitos posee puntos de vista muy interesantes —dijo ella, siguiéndole el juego.

Christopher supo que estaba a sus pies. No necesitaba más nada en ese momento. Todo era perfecto.

—¿Verdad que sí? —Le fascinó unirse a su juego—. Es un gran pensador, ¿sabes? —insistió. Ella se rio y se sentó sobre su muslo con confianza. Lo rodeó por la nuca con sus manos—. Cree que Aristóteles tenía mucha razón cuando dijo que la verdadera felicidad consiste en hacer el bien.

Lily hizo mueca de sorpresa. La mejor, según la perspectiva de Christopher.

—Pues Tronquitos es un gran filósofo —le dijo y se carcajearon cuando supieron lo que estaban haciendo.  

—Le leí tu columna y la calificó como una obra maestra —dijo Christopher, sosteniéndola por las caderas y ella contuvo una sonrisita.

—Wow, Tronquitos, que gran honor —dijo Lily, rindiéndole pleitesía al hámster que se rascaba con entusiasmo—. ¿Y tú que piensas? —Lily buscó su mirada azul y esperó su respuesta sincera.

Christopher sonrió.

—El gran filósofo Tronquitos ha dicho que es una obra maestra, que no te importe mi opinión —le dijo él, sensato, pero con esos toques de locura que solo ella había descubierto.

—En realidad, señor Rossi, su opinión es la única que me importa —le sinceró besándolo lento y sin pensarlo dos veces, se le montó a horcajadas.

Christopher sonrió sobre su boca cuando la tuvo encima. La agarró firme por el culo y se perdió en su boca. Se besaron todo lo que necesitaban en ese momento.

A ella le fascinó estar entre sus brazos, bajo sus manos vehementes y esa boca que tan bien sabía besar.

A Christopher nunca le había gustado besar. Encontraba que se forjaba demasiada intimidad y a él le asustaba. Él prefería el sexo rápido, de una noche, sin charlas, sin besos, sin caricias de por medio, que entorpecieran o arruinaran su único cometido.

A Lily quería besarla completa. Quería recorrer toda su piel con sus labios y su lengua y no tenía miedo de lo que podría llegar a descubrir en cada beso.

O de lo que podría llegar a sentir.

Mientras ellos disfrutaban de su intimidad, su beso en la mejilla del desfile del día anterior ocupó todas las portadas de revistas y periódicos; digitales y de papel.

Cuando Vicky se despertó y encendió la televisión para ver las noticias, se encontró con esa horrible sorpresa. Lo peor era que elogiaban a su hermana y no a ella.

Más reclamó furiosa al ver a su hermana disfrutar del soltero más codiciado y, por supuesto que ardió en celos, envidia y rabia.

—No es justo —reclamó con un berrinche infantil—. ¡No es justo que la gorda tenga tanta suerte! —gritó enojada.

Desde el fondo de la cocina su madre la miró complicada.

Quiso decirle que su hermana no era gorda. Pero no tenía ánimos para hundirse en una discusión eterna y cruel. Vicky era una mujer desalmada. Siempre había menospreciado a sus hermanas por sus cuerpos o por sus pieles menos pálidas, y ya estaba cansada.

Además, lo que menos quería en ese momento era tenerla como enemiga. Sus intenciones no eran buenas.

—Así que le gusta la gorda —se rio cruel—. Ya verá, inútil bueno para nada... hijo de papi. —Se levantó y caminó apresurada por la casa.

Se encaminó a subir las escaleras.

—¿Qué vas a hacer, Vicky? —preguntó Nora y la persiguió con mueca preocupada—. ¿Por qué no dejas en paz a tu hermana? Corta por lo sano y regresemos a casa...

Nora guardó silencio cuando su hija volteó para enfrentarla.

Vicky caminó hacia ella con ese andar arrogante que Nora siempre había aborrecido, pero que nunca había corregido.

Y ya era tarde como para corregirla. Vicky no cambiaría jamás.

—Voy a gastarme su dinero. —Se rio y con arrogancia le dijo—: Christopher creerá que fue Lily... el cheque está a su nombre. —Puso mueca de triunfo.

Su madre apretó el ceño y trató de entender cómo haría algo así, pero la maldad de Vicky superaba incluso sus mentiras.

Nora tuvo que quedarse encerrada en casa, sin saber cuáles serían los pasos de Victoria.

La joven estudiante fue al banco portando un documento de identidad antiguo de su hermana. A Lily nunca le había gustado porque decía que en la fotografía sus cachetes se veían más grandes de lo normal.

Ella lo había guardado como recuerdo.

Uno muy valioso.

Coqueteó con el banquero desde el primer segundo. Usó sus encantos, porque sí era una joven muy seductora, y le dijo que su hermana estaba hospitalizada y que necesitaba ese dinero con urgencia.

—Se ve muy diferente en la foto —dijo el hombre, mirando la fotografía.

Claro, poseían un aire, pero el hombre se veía poco convencido.

—Sí, quince kilos menos y el yoga hicieron esto —dijo ella, coqueta.

El hombre dudó, pero terminó cediendo y entregándole el dinero.

En cuanto Vicky hizo el cobro del cheque, Christopher fue notificado inmediatamente por su abogado.

Rossi tuvo que arreglarse para salir. Se reuniría con el abogado para realizar la denuncia e iniciar el proceso legal en contra de Victoria.

Lily lo miró con intranquilidad y quiso acompañarlo.

—Lo mejor es que no te involucres en esto —le dijo cogiéndola por los hombros. Desde la sala Julián miró la complicidad que se creaba entre ellos—. Quédate con tu padre, él te necesita. —La tomó por las mejillas para besarla dulce.

Ella asintió compungida y lo vio partir, pero tuvo que detenerlo antes de que se montara en el elevador.

—¡Christopher, espera! —gritó y corrió a detenerlo. Se echó a sus brazos y lo estrujó fuerte. Él reaccionó tardío y la envolvió con cuidado—. Lamento todo esto, no quería que las cosas terminaran así, por favor no vayas a creer que en la familia López somos unos ladrones...

Christopher le sonrió y con los dedos le agarró el mentón.

—Pero tú sí lo eres. Ya me robaste algo que ni siquiera sabía que tenía —le dijo y ella le miró con consternación.

—¿Qué? —hipó ella queriendo llorar—. Señor Rossi, yo...

Chris dio un par de pasos dentro del elevador y le guiñó un ojo cuando sus miradas se encontraron.

—Me robaste el corazón, Lilibeth —le confesó sonriente.

A ella le costó reaccionar. Su cabeza trabajó a toda máquina, más su corazón. Activó todos sus motores y se agitó tanto que la pobre tuvo que inhalar profundo para calmarse.

Cuando lo vio montado en el elevador listo para partir, se echó a reír, aliviada por lo que le había dicho y más enamorada.

Ella no dudó en gritarle:

—¡Es lo más valioso que encontré!

Él alzó las cejas al escucharla y se marchó con una sonrisa que no pudo quitarse en todo el día.

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