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Entonces, las primeras reseñas del primer número de la mano de Christopher Rossi, heredero de Revues, llegaron.

Los sorprendieron un par de mañanas después.

July, la recepcionista, corrió hacia ellos con sus stilettos de diamantes. Intentó no verse grotesca mientras daba grandes zancadas para darles la gran noticia.

Lily estaba en su escritorio, luciendo terriblemente profesional mientras redactaba una carta de agradecimiento para todos los pequeños inversionistas que habían confiado en la mano y edición de Christopher.

—¡Llegaron! —gritó July y jadeó agotada cuando supo que de nada le servía ser delgada si apenas era capaz de correr un pasillo—. Ya están aquí... —jadeó sobre su escritorio.

Lily se quedó paralizada, con los ojos bien abiertos y miró el sobre alargado con recelo.

Los números eran buenísimos, los mejores desde que la madre de Christopher había editado para Craze, aun así, Lily conocía el mundo de la moda desde su perceptiva negativa.

La crueldad, los comentarios ofensivos, las miradas críticas.

—Gracias, July. —Lily siempre era seria, incluso un poco tajante, pero July empezaba a entender que no se trataba de simpatía, sino de profesionalismo.

Y Lily lo era.

—A ti, Lilibeth. —July le regaló una bonita sonrisa.

Miró a Lily levantarse de su escritorito y dirigirse a la oficina de su jefe. Se puso ansiosa, porque no quería ni imaginar una crítica negativa, que los destruyera, después de todo lo que habían trabajado.

Él estaba reunido con su equipo de contabilidad. Debatían la cifra exacta de los gastos para el nuevo número, una edición navideña que requería de todos los ceros posibles.

Lily se plantó frente al cristal que lo dividía de Christopher y con una sonrisa nerviosa le enseñó el sobre.

Él lo reconoció de inmediato. Los recuerdos amargos tocaron a su puerta.

Conocía bien ese sobre, por supuesto que sí; había sido el causante de múltiples discusiones entre sus padres.

—Pase, señorita López —ordenó Chris sin perder la compostura por verla.

Los hombres de contabilidad le miraron con los ceños apretados y luego miraron a Lily con intriga.

Para ese entonces, todo el mundo sabía que Rossi mantenía una relación con su nueva asistente, lo que nadie entendía era el trato profesional y serio que él le otorgaba cada vez que estaban en la oficina.

Era confuso.

—Señor Rossi, lamento interrumpir su junta, pero llegó lo que estaba esperando —comunicó ella y tras ofrecerle un saludo cortés a los demás presentes, se acercó a su jefe con formalidad.

Ni una sola mueca dejó en claro que se acostaban después del trabajo.

Ni una sola mirada cayó en la provocación o el juego que adoraban jugar.

Eso era intimidad y Christopher empezaba a aprenderlo.

Respetaba tanto a Lily que, no iba a exponerla frente a seis hombres que esperaban que mostrara que él era el macho dominante, el que la pisaba mientras gritaba: “tú, mía”.

Él no era un gallo, tampoco un macho alfa, era un hombre que se enamoraba de una mujer que no había hecho más que respetarlo desde el primer día.

Cuando todo el mundo lo trataba como si fuera un amigo más, ella lo llamaba por su apellido, con respeto, con lealtad.

Y eso era lo mismo que él le debía.

Además, no podía negar que le enloquecía escucharla decir aquello. Pensamientos perversos lo invadían completo, pero rápido separaba lo laboral de lo personal por respeto a ella.

—Nada que lamentar, señorita López —respondió él y agarró un cuchillo para abrir el sobre—. Señores, continuaremos la reunión después del almuerzo —comunicó serio y añadió—: quiero los registro de los gastos completo, eso incluye editores.

—Sí, señor.

Todos se marcharon y al salir miraron a Lilibeth con curiosidad.

No les quedó de otra que imitar al editor en jefe y le ofrecieron respeto cuando se despidieron de ella con un modoso: “hasta luego, Señorita López”.

Ella les correspondió, cerró la puerta de la oficina y se acercó al escritorio de Christopher, ansiosa por saber qué decían las reseñas de ese primer número que habían lanzado.

Christopher tuvo que sentarse para leer. Las emociones dentro de su pecho estaban totalmente soliviantadas.

Con el pulso tembloroso puso los papeles en su escritorio y los revisó con prisa. Una lectura rápida para saber que decía la crítica periodística.

Repasó todos los párrafos en repetidas veces, mientras hojeó el resto de las críticas. Todas habían sido reunidas y enviadas a su oficina de forma meticulosa.

—Ay, Dios mío, ya dígame que dicen —suplicó ella cuando él lo convirtió en una tortura.

Christopher salió de su lectura para mirarla a ella, donde, por suerte, encontró consuelo. Si en esa silla hubiera estado su padre, se habría derrumbado.

—No son tan malas...

—¿Tan malas? —preguntó ella con el corazón latiéndole fuerte. Chris asintió—. ¿Me permite? —Ella esperó su aprobación y cuando él se la dio, agarró los documentos para leer de forma aguda.

La autocritica era importante, aun cuando esa ni siquiera era su revista.

—Solo tenemos que escribir un número mejor —dijo él con un nudo en la garganta.

Lily le miró de reojo sin dejar de leer la crítica. Lo hizo con cuidado, no quería perderse de ni un solo detalle.

—Primero, no podemos respetar la crítica de alguien de setenta años que no cree en los suplementos electrónicos y que encasilla a la mujer con una sola tarea: la encargada de la fotocopiadora. —Puso mueca furiosa—. Maldito misógino —reclamó furiosa y Chris tuvo que reírse—. Esta crítica es perfecta: nos llama atrevidos, innovadores y con un gran futuro. Esta es la crítica que nos importa, Señor Rossi.

Él sonrió y los ojos se le pusieron brillantes.

Esa era Lily, su asistente, su escritora anónima, la m*****a mujer que siempre les encontraba el lado bonito a las cosas, aun cuando su corazón estaba herido.

—Vamos a enviarle algunos obsequios de agradecimiento —pensó Christopher.

—A todos —unió ella.

Chris la miró con lio.

—¿Al maldito misógino también? —él investigó.

Ella se rio.

—Al maldito misógino también. Le enviaremos flores y una fotocopiadora, para darle directo en su respetada hombría —dijo con seriedad.

Pronto Christopher explotó en una carcajada y ella lo acompañó.

—Mente maestra —dijo Chris y deseó tocar y besar su mano, pero su oficina era como una caja de exposición de cristal.

Todos podían ver lo que hacían allí.

—¿Puedo tomarme el atrevimiento de invitarla a almorzar, señorita López? —le pregunto.

Ella asintió.

Él se puso de pie, rodeó su escritorio y caminó hacia donde ella se encontraba sentada.

Se plantó lo suficientemente cerca como para que sus piernas se rozaran. Con disimulo metió su pierna entre las suyas. Lily se tensó en su asiento al sentirlo y con recato miró por encima de su hombro.

Él deseó cogerla por el mentón y besarla, en vez de eso, le tocó conformarse con perderse en su mirada:

—No tienes idea de las jodidas ganas que tengo de follarte la boca.

Lily se quedó boquiabierta y Chris sonrió al ver su lengua perfecta.

—Señor Rossi, me halaga —jugó ella—, pero no creo que mi boca sea lo que usted desea.

Le miró coqueta desde la silla.

Él suspiró.

—Cada vez que me dices Señor Rossi, quiero correrme en tu boca, Lilibeth. Así son mis ganas...

Ella se sonrojó de golpe. No pudo negar que, le resultó una escena atractiva. Podía apostar que le gustaba todo lo que provenía de él.  

—Será un placer, Señor Rossi —respondió ella y se levantó con suavidad para despedirse—. Nos vemos en el almuerzo.

—Por favor, el placer será todo mío —le dijo él.

Ella se rio y caminó hasta la puerta.

Se despidieron con apenas una mirada y volvieron los dos a sus labores, ansiando la llegada del almuerzo.

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