71

Algunos días después, Lily visitó a Romina en el hospital psiquiátrico; le llevó algunos obsequios que sabía que la harían feliz: ropa nueva, libros y golosinas navideñas; Romy sintió un poco de congoja al entender que la Navidad estaba cerca y que no la pasaría con su familia como cada año.

Lily supo de inmediato lo que la estaba atormentando.

—Sabes que estaremos aquí... —Lily le dijo con una dulce sonrisa—. Nunca te abandonaríamos...

—¿Vendrías con un pavo? —se rio Romy.

Lily se carcajeó.

—No me subestimes, Romina —dijo Lily con firmeza—. Con un pavo y ponche de huevo; incluso secuestraría al maldito santa con tal de verte feliz.

Romina se carcajeó. Podía sentir que su hermana hablaba en serio. No pudo evitar imaginándosela, secuestrando a Santa.

—Sabes que ya dejé de creer en esas cosas...

—¿Por fin? —bromeó Lily—. Dios, ya era hora... tienes como treinta años y crees en santa, el maldito ratón de los dientes y el coco...

Romy se carcajeó.

Se hizo un ovillo y se recostó en el regazo de su hermana. Lily la contuvo y la acarició mientras algunas lágrimas se esparcieron por su mejilla.

Lily le cantó una canción que las identificaba. La habían inventado cuando eran niñas, pero su cantico desafinado se vio interrumpido cuando llamaron a su puerta y fue Christopher el que apareció.

Traía una sonrisa que borró en cuanto vio a Romy llorar.

Respetuoso se quedó en la puerta, esperando a que Lily le dijera que ya podía unirse a ellas. 

Fue inevitable para él pensar en París, su hermana pequeña. La extrañaba, por supuesto. París había crecido en la misma soledad que él. La inseguridad, el miedo. El enojo y el vacío.

No podía ser malagradecido con su vida. Había tenido todas las cosas materiales que un niño necesitaba para crecer: una cama en una mansión, un cuarto del tamaño de la casa de Lily, un Maserati a los trece, prostitutas a los quince y una cuenta bancaria con diez números a los dieciséis.

Aun así, pese a la vida lujosa que le había tocado, su hogar jamás se había sentido cálido ni acogedor. No había olor a comida en el desayuno ni en la cena; ni una hermana a la que abrazar en los momentos difíciles.

—Amor, no te quedes allí... —Lily le dijo en cuanto notó que se había quedado de pie, como un cachorrito al que acababan de castigar—. Ven aquí, con nosotras...

Una sonrisa le bastó a Chris para descongelarse de ese lugar en el que se había cristalizado entre recuerdos dolorosos.

Mientras caminó hacia la cama de Romy, fue capaz de entender el enojo que había sentido por tanto tiempo, sobre todo en su adolescencia.

Ese enojo lo había hecho cometer cientos de disparates, siempre queriendo ensuciar el apellido de su padre, el nombre de su madre. Siempre queriendo lastimar a quienes lo habían lastimado.

Se sentó junto a las hermanas con un nudo en la garganta. Tuvo que soltar un suspiro cuando sintió la carga liberándole el pecho.

Lily apretó el ceño y le miró con preocupación.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Él asintió calmo, mientras dejó salir el enojo que tanto ahogo le había causado.

Romy se armó de fuerzas y se levantó para hablar con ellos.

—Rossi... —le dijo la animosa joven—. ¿En tu familia hacen intercambios?

Rossi estuvo realmente confundido. Hasta se sonrojó, porque se imaginó algo más... sexual.

En su familia no existía ni una sola tradición. Ni juegos, ni cenas.

Lily se carcajeó y le dijo:

—Intercambios de regalos.

Rossi se rio y se sintió terriblemente mal al entender que todo era más inocente de lo que su mente pervertida había imaginado.

Romy entendió y se puso roja de golpe.

—Dios mio, Rossi... —Se rio más fuerte—. Me refería a otro tipo de intercambios.

Los tres se rieron y Rossi negó.

—No, nada de intercambios... de ningún tipo —le dijo Chris para explicar la situación.

Romy y Lily se rieron dulces.

Romy se llenó de vida en dos segundos:

—¡Tienes que jugar con nosotros, Chris! ¡Te encantará!

—¡Sí! —gritó Lily—. Escribimos nuestros nombres en papelitos, hacemos una tómbola... cada uno saca un papelito y el nombre que allí aparezca es secreto, es “tu amigo secreto” —le contó con emoción y se puso el dedo índice en los labios para explicarle el juego—. El día de navidad, hacemos el intercambio...

—Qué curioso —pensó Chris en voz alta y no pudo negarse a tan entretenido juego familiar.

—Dinos que sí, Rossi, ya eres parte de la familia —le dijo Romy con entusiasmo de que participara en el divertido juego.

Christopher clavó los ojos en Romy cuando la escuchó decir eso y, aunque una parte de su corazón lo sabía, que un integrante de la familia se lo confirmara, y con tanta alegría, cambiaba muchas cosas.

—Lo soy —dijo, con los ojos brillantes—. Y por supuesto que participaré.

Romy brincó de la cama y corrió a arrancar una hoja de uno de sus cuadernos. Con habilidad Lily trozó el papel en muchas partes y escribió el nombre de todos los integrantes de su familia.

—Incluye a Sasha —le dijo Romy.

Lily se rio cómplice y no dudó en escribir el nombre de Sasha.

Por supuesto que no incluyó a su hermana ni a su madre, aunque el corazón le dolió en cuanto decidió hacerla a un lado y, cuando entendió que el número era impar, repitió el nombre de su padre, quien merecía el doble de amor.

—¿Lo haremos ahora? —preguntó Chris cuando vio a Lily vaciar una caja de dulces bañados en azúcar para meter los papelitos dentro.

—¡Ahora! —gritó Romy y se frotó las manos cuando Lily removió la caja para revolver bien los papelitos.

Lily agitó la caja con exageración, mientras entregó las reglas:

—Cada uno sacará un papelito, lo leerá en silencio y lo guardará. Es un secreto que tendrán que guardar hasta navidad. No tienen que dejar que nadie se entere —se rio—. Ya pasó en años anteriores y fue un desastre. —Las hermana se rieron. Chris pensó que eran adorables—. El obsequió puede ser lo que ustedes quieran. Usen su imaginación.

Christopher entrevió que se lo tomaban en serio y metió su mano dentro de la cajita, agarró un papel, el que salió bañado en azúcar y sobre su rostro lo abrió para leerlo:

“Romina”.

Su lado romántico se extinguió.

Le habría gustado que le tocara Lilibeth. Habría tenido la excusa perfecta para llenarla de obsequioso costosos, incluso un viaje romántico todo pagado al que ella no podría negarse.

Intentó disimular la decepción y se guardó su pregunta: ¿Puedo cambiar el papel?

Por supuesto, no quería verse como un desgraciado, ni ofender, mucho menos lastimar a Romy.

Se puso los pantalones y asumió que le había tocado la hermana de su novia.

Lily y Romy sacaron un papel y se rieron cuando leyeron para sus adentros la verdad.

Christopher sonrió cuando las hermanas lo miraron con intensidad y con mueca divertida, se guardó el papel en el bolsillo de su camisa.

—Si me disculpan, debo hacer una llamada. Es urgente —se excusó y rápido salió del cuarto.

Se aseguró de que Lily no lo siguiera. Se alejó por el pasillo y, sin dejar de vigilar la puerta del cuarto de Romina, llamó a su abogado.

Su petición fue simple:

—Necesito que me hagas un favor. Quiero los registros de donantes de órganos de niños y sus receptores...

—Te volviste loco, eso es im... —El abogado quiso refutar.

—Trabajo contigo porque, la primera vez que nos vimos, me dijiste que para ti no existía ni un maldito imposible —le refutó Chris antes de que el abogado se negara—. Sucedió hace un año, aproximadamente. La madre del niño se llama Romina López. Busca sus registros...

El abogado suspiró.

—Maldita sea, Rossi... ¿En qué estás metido? —el abogado reclamó nervioso—. Por favor, no digas tráfico de órganos...

Christopher se rio y fue comprensivo. Le había dado tantos malos ratos a ese abogado que, de seguro, el hombre siempre pensaba lo peor cuando era él quien llamaba.  

—No te traerá problemas y no, maldición, no tráfico órganos. ¿Qué crees que soy? ¿Un monstruo? —bromeó—. Solo soy un niño rico...

—Eso es confidencial, sus padres podrían demandarnos... —El abogado trató de ser claro con él.

—No me acercaré a ellos, no hablaré con ellos, solo quiero saber sus nombres, cuántos son, cómo siguieron sus vidas después de la donación —insistió Chris, pero el abogado no se mostró muy convencido, así que Rossi le dijo—: la madre de ese niño perdió a su hijo... aún no se recupera, intentó terminar con su vida y... —jadeó compungido. Jamás se imaginó sentir tanto—. Quiero... m****a... —gruñó sentimental sobándose la frente—. Quiero que ella vea lo que su hijo logró... quiero que vea toda la vida que su hijo dio.

Tuvo que tragar duro cuando pensó que se ahogaría en llanto.

El abogado suspiró. No pudo volver a negarse.

—No sé quién eres o qué hiciste con el maldito Christopher Rossi —le dijo el abogado.

Los dos se rieron fuerte y eso suavizó su relación.

El abogado cedió y le dijo:

—Necesito un par de días. No es un registro fácil de conseguir.

Chris sonrió y le agradeció.

Tras eso, regresó con el pecho hinchado de calidez al cuarto de Romy.

Encontró a las hermanas pintándose las uñas. Cogió un libro y se acomodó en un diván junto a la ventana para leer.

De vez en cuando abandonó la lectura para mirar a las hermanas.

Lily podía sentirlo y le correspondía con una mirada dulce y una sonrisa con su maldito hoyuelo único.

Mientras jugaron a un intercambio de miradas dulce, Chris se preguntó si sus hijos tendrían ese hoyuelo también y se rio al imaginarlos con esas sonrisas tan bonitas, sinceras y sanadoras.   

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