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Cuando las labores terminaron al final del día y a medida que los trabajadores fueron retirándose al caer la noche, Christopher le pidió a July en registro de la correspondencia. Necesitaba saber dónde estaba la invitación y la carta que el Chambre Syndicale de la Couture había enviado para su escritora anónima.

Para la sorpresa de todos, July descubrió que el registro había sido adulterado. Le habían arrancado una página completa al libro de recepción y las sospechas del editor en jefe se prendieron con fuerza. 

—¿Quién pudo hacerlo? —preguntó Lily, tensa.

A Christopher le pasaron muchas ideas por la cabeza, pero no quiso arriesgarse a realizar acusaciones sin tener pruebas sólidas con las que respaldar sus inculpaciones.

—Es un delito, así que no pudo ser cualquiera... —razonó Chris.

Lily le miró con lio.

—¿A qué te refieres? —Tuvo una extraña sensación.

Chris le dedicó una mueca.

—Se arriesgó, aun sabiendo que podríamos denunciarlo. —Hizo una pausa y señaló las cámaras de seguridad dentro de las dependencias—. Es alguien que podría evadir la ley de forma fácil... —insinuó y Lily le miró con horror—. Alguien como yo.

—Con mucho poder —supuso Lily.

Chris puso mueca coqueta y entró en su juego seductor.  

—¿Crees que tengo mucho poder? —le preguntó y se acercó para rodearla con sus manos.

Ella se rio.

—Chris, esto es serio... —le dijo ella, riéndose por sus locuras.

—Mi amor, esto también —respondió él y movió las caderas para marcarle su erección en su barriga.

Lily se carcajeó al sentirlo y no pudo quedarse quieta. Rápido llevó sus manos a su masculinidad y mirándolo a los ojos lo tocó por encima de la ropa.

Se puso más duro solo de mirarla a los ojos, de ver esa bella sonrisa solo para él.

Rossi pasó sus manos por su cuello. Le arregló el cabello en la espalda y la miró a los ojos mientras ella lo tocó con suavidad.

Cuando del sexo se trataba, eran terriblemente compatibles. A Christopher le sorprendía la conexión que surgía cuando apenas se tocaban.

No iba a negarlo, él se rendía fácil a sus pies. A veces creía que su cuerpo se desconectaba de su cerebro; a veces creía que Lily tenía un poder mágico, alguna extraña habilidad para hacerlo sentir hasta lo inimaginable. 

Había tenido sexo. No, había tenido mucho sexo desde temprana edad y con diferentes mujeres, pero nunca había sentido más, con la misma mujer.

Para él las mujeres eran como la goma de mascar. Les encontraba sabor al principio, dulces o mentoladas, pero después de un par de mordiscos, la cosa empezaba a ponerse desabrida.

Con Lily le sucedía todo lo contrario. Mientras más la probaba, más delicioso la encontraba.

—No sabes lo tentadora que me resulta la idea de tumbarte en mi escritorio y hacerte el amor —susurró él en su oreja.

Lily sonrió entre sus brazos, aturdida por las caricias que sus labios dejaban en su oreja, en la curva de su cuello. Su aliento tibio también era complemento. La hacía vibrar de pies a cabeza.

—¿Es una fantasía? —preguntó ella, aferrándose de sus brazos endurecidos.

Rossi gruñó en su cuello y, aunque en el pasado habría satisfecho a sus impulsos más violentos, a Lily no podía hacerle eso.

—Ya sabes, la típica fantasía del cliché del jefe y su asistente, teniendo sexo en la oficina, sobre el escritorio, lanzando todo al piso y despedazando los muebles —le dijo él.

Ella se rio. Amaba sus ocurrencias.

—Cuánta violencia... solo es sexo —bromeó ella.

—Era un jefe que se convertía en hombre lobo en la mitad de la noche —respondió él.

Los dos se rieron fuerte.

—Dios, espero que ella esté bien... —pensó ella, imaginándose la loca historia de Rossi.

—En silla de ruedas, pero se recuperará.

Lily le miró con su bonita sonrisa y los ojos tan brillantes que, Christopher supo que eso era todo lo que necesitaba para tocar el cielo.

—Entonces, señor Rossi... ¿se convertirá en hombre lobo esta noche? —le preguntó ella, ansiosa por divertirse al llegar a casa.

Y juguetona le abrió un par de botones de la camisa.

Chris siguió su juego.

—Me la voy a comer toda, señorita López —susurró él sobre su cuello y como un vampiro la cazó.

Le clavó los dientes y sin dejar de reírse, aunque sintiendo dolor, Lily le dijo:

—Se equivocó de personaje. Era hombre lobo, no vampiro.

—Soy un maldito hibrido —rugió él sobre su boca y tras besarla con arrebato, la cogió por las caderas y se la montó en el hombro para sacarla de allí.

Lily chilló fuerte al verse en las alturas, sostenida sobre ese cuerpo masculino que tan bien sabía agarrarla y hacerla sentir a salvo.

Christopher dio rápidas zancadas hacia el elevador sin siquiera sudar.

La llevaría a casa y le haría el amor en su cama.

Tal vez destrozarían algunos muebles, pero era un riesgo que estaba dispuesto a correr.

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