80

A Nora le había hecho bien regresar a su casa. Claro, nada era como antes.

Las risas de sus niñas ya no ocupaban ninguna habitación y los malos chistes de Julián ya no la entretenían en las mañanas aburridas.

Confiaba en que el hombre pronto regresaría con Romy. Era cuestión de tiempo antes de que todo regresara a la normalidad. Poco le importaba si Lily volvía. Ella había sido la culpable de romperlo todo.

Cuando ellos regresaran, ella estaría en casa, siendo la madre que Romy necesitaba en ese momento crucial en su recuperación.

Aunque cada día se esforzaba por convencerse que ese era el lugar al que pertenecía y que debía mostrar arrepentimiento por sus actos, en el fondo bien sabía que solo era una “parada” antes de que su vida regresara a la normalidad.

Esa mañana salió a primera hora a comprar pan fresco. En las afueras de la casa advirtió la presencia de un coche elegante de vidrios oscuros. Lo miró con intriga por largo rato y, si bien, quiso convencerse de que era una coincidencia, en su regreso, el coche seguía allí.

Desayunó mirando por la ventana. Tenía miedo. No sabía en que problemas la había metido Vicky o su novio universitario, y le preocupaba que fueran a por ella.

A las diez salió a limpiar la nieve que se estancaba en su puerta, pero lo usó como excusa para mirar mejor.

Mientras empujaba la nieve lejos de su cobertizo, vio como una de las ventanas del coche se bajó y un hombre misterioso la miró desde el interior.

Cansada de ese hostigamiento, se acercó valiente, decidida a comprobar qué era lo que estaba ocurriendo.

No alcanzó a llegar a la puerta cuando un hombre bien parecido y refinado se bajó para enfrentarla.

—Señorita Ortiz —la saludó el hombre.

Nora le miró con espanto y no alcanzó a reaccionar cuando el hombre le entregó una carta sellada. Rápido se dispuso a partir.

Ella gruñó con angustia al entrever que acababa de recibir una notificación.

—No lo quiero —refutó y persiguió al hombre hasta su coche para devolverle la carta que le había entregado, pero el hombre le cerró la puerta en la cara de un solo golpe—. No, lléveselo, no voy a leerlo... —Le golpeó el vidrio de forma insistente.

Otra de las puertas del coche se abrió. Otro hombre apareció.

—Ya fue notificada —le dijo el otro hombre y Nora le miró con consternación—. Si no quiere que nuestro cliente proceda, retire sus exigencias en el acuerdo de divorcio y abandone el inmueble cuanto antes...

Nora abrió grandes ojos cuando escuchó aquello.

Estuvo impresionada porque Julián no había enviado a un solo abogado, había enviado a dos.

—No pienso retirar nada y no pienso irme, esta es mi casa, ¡mi casa! —refutó atrevida.

Se negaba a perder.

Los abogados no dijeron nada. Realmente preferían llevar a Nora a una mediación o a juicio, sabían que ganarían; lo que Rossi les dijera, ellos acatarían sus órdenes con todo gusto.

Como los abogados no insistieron y se prepararon para partir, Nora sospechó que algo más estaba ocurriendo y con desesperación abrió la carta que sostenía entre las manos.

Rompió el sello y con el pulso tembloroso la desenrolló.

Adulterio.

Fue la única palabra que pudo entender con claridad y supo que todo se había ido a la m****a al recordar que, en el país en el que residía, la infidelidad en el matrimonio era un delito.

Se escondió en la casa como una cobarde y trató de pensar, pero sus pecados eran tantos que, realmente no supo sí los abogados de Julián sabían más.

Todas su mentiras caerían como si se tratase de un maldito efecto dominó. Solo era cuestión de tiempo para que la primera pieza cayera.

Rápido perdió la cabeza, porque estaba sola. No tenía a nadie de su lado que pudiera escucharla y apoyarla. No tenía a nadie a quien manipular para ponerla de su lado. Lily se los había arrebatado a todos.

Se enfureció más al entrever los hechos desde su perspectiva egoísta y recelosa. Culpó a Lily, por supuesto que sí, porque todos sus malditos problemas habían empezado con ella trabajando en esa estúpida revista.

No vaciló en cambiarse por algo más sofisticado y cogió el metro para hacerle una visita en su trabajo.

De seguro, a sus compañeros de trabajo, esos que tanto la idolatraban, les defraudaría saber la clase de hija que era.  

Para su suerte, la recepcionista la recordaba y se alegró tanto de verla que, Nora se aprovechó de eso para llegar más lejos.

—Su hija llegó recién —le dijo July, emocionada de hablar con la madre de Lily—. Se ve increíble con ese abrigo que Collina Strada le envió para adelantar su lanzamiento navideño —le cuchicheó—. Todos están hablando de eso... las redes están que explotan...

Nora más la aborreció. Saber que su hija recibía abrigos especiales de los diseñadores, la hizo tener un sentimiento negativo que no correspondía al de una madre sana.

—Me está esperando —mintió Nora.

July la miró con cierta desconfianza. Era normal que Lily le notificara sobre sus visitas en la oficina, pero como se trataba de su madre, consideró que tal vez era un asunto más privado.

La dejó pasar, a sabiendas de que la mujer ya conocía el lugar y de que no daría problemas.

Lily estaba en su escritorio. Intentaba organizar de forma estratégica todas las reuniones que su jefe tenía programadas para el resto de la semana.

La semana de la moda estaba cerca y los preparativos parecían eternos.

Su jefe se hallaba reunido con la gente de publicidad. Estaba en la mitad de una presentación de planificación para el nuevo número, el que estaba a unos días de lanzarse.

De fondo escuchó un par de tacones y pensó que se trataba de la asistente de Marlene, así que agarró el registro fotográfico para el nuevo número y se dispuso a ofrecérselo.

Solo allí descubrió que no se trataba de la asistente de Marlene, sino, de su madre.

—Mamá... —hipó sorprendida.

No esperaba encontrársela allí.

A Nora le había hecho bien regresar a su casa. Claro, nada era como antes.

Las risas de sus niñas ya no ocupaban ninguna habitación y los malos chistes de Julián ya no la entretenían en las mañanas aburridas.

Confiaba en que el hombre pronto regresaría con Romy. Era cuestión de tiempo antes de que todo regresara a la normalidad. Poco le importaba si Lily volvía. Ella había sido la culpable de romperlo todo.

Cuando ellos regresaran, ella estaría en casa, siendo la madre que Romy necesitaba en ese momento crucial en su recuperación.

Aunque cada día se esforzaba por convencerse que ese era el lugar al que pertenecía y que debía mostrar arrepentimiento por sus actos, en el fondo bien sabía que solo era una “parada” antes de que su vida regresara a la normalidad.

Esa mañana salió a primera hora a comprar pan fresco. En las afueras de la casa advirtió la presencia de un coche elegante de vidrios oscuros. Lo miró con intriga por largo rato y, si bien, quiso convencerse de que era una coincidencia, en su regreso, el coche seguía allí.

Desayunó mirando por la ventana. Tenía miedo. No sabía en que problemas la había metido Vicky o su novio universitario, y le preocupaba que fueran a por ella.

A las diez salió a limpiar la nieve que se estancaba en su puerta, pero lo usó como excusa para mirar mejor.

Mientras empujaba la nieve lejos de su cobertizo, vio como una de las ventanas del coche se bajó y un hombre misterioso la miró desde el interior.

Cansada de ese hostigamiento, se acercó valiente, decidida a comprobar qué era lo que estaba ocurriendo.

No alcanzó a llegar a la puerta cuando un hombre bien parecido y refinado se bajó para enfrentarla.

—Señorita Ortiz —la saludó el hombre.

Nora le miró con espanto y no alcanzó a reaccionar cuando el hombre le entregó una carta sellada. Rápido se dispuso a partir.

Ella gruñó con angustia al entrever que acababa de recibir una notificación.

—No lo quiero —refutó y persiguió al hombre hasta su coche para devolverle la carta que le había entregado, pero el hombre le cerró la puerta en la cara de un solo golpe—. No, lléveselo, no voy a leerlo... —Le golpeó el vidrio de forma insistente.

Otra de las puertas del coche se abrió. Otro hombre apareció.

—Ya fue notificada —le dijo el otro hombre y Nora le miró con consternación—. Si no quiere que nuestro cliente proceda, retire sus exigencias en el acuerdo de divorcio y abandone el inmueble cuanto antes...

Nora abrió grandes ojos cuando escuchó aquello.

Estuvo impresionada porque Julián no había enviado a un solo abogado, había enviado a dos.

—No pienso retirar nada y no pienso irme, esta es mi casa, ¡mi casa! —refutó atrevida.

Se negaba a perder.

Los abogados no dijeron nada. Realmente preferían llevar a Nora a una mediación o a juicio, sabían que ganarían; lo que Rossi les dijera, ellos acatarían sus órdenes con todo gusto.

Como los abogados no insistieron y se prepararon para partir, Nora sospechó que algo más estaba ocurriendo y con desesperación abrió la carta que sostenía entre las manos.

Rompió el sello y con el pulso tembloroso la desenrolló.

Adulterio.

Fue la única palabra que pudo entender con claridad y supo que todo se había ido a la m****a al recordar que, en el país en el que residía, la infidelidad en el matrimonio era un delito.

Se escondió en la casa como una cobarde y trató de pensar, pero sus pecados eran tantos que, realmente no supo sí los abogados de Julián sabían más.

Todas su mentiras caerían como si se tratase de un maldito efecto dominó. Solo era cuestión de tiempo para que la primera pieza cayera.

Rápido perdió la cabeza, porque estaba sola. No tenía a nadie de su lado que pudiera escucharla y apoyarla. No tenía a nadie a quien manipular para ponerla de su lado. Lily se los había arrebatado a todos.

Se enfureció más al entrever los hechos desde su perspectiva egoísta y recelosa. Culpó a Lily, por supuesto que sí, porque todos sus malditos problemas habían empezado con ella trabajando en esa estúpida revista.

No vaciló en cambiarse por algo más sofisticado y cogió el metro para hacerle una visita en su trabajo.

De seguro, a sus compañeros de trabajo, esos que tanto la idolatraban, les defraudaría saber la clase de hija que era.  

Para su suerte, la recepcionista la recordaba y se alegró tanto de verla que, Nora se aprovechó de eso para llegar más lejos.

—Su hija llegó recién —le dijo July, emocionada de hablar con la madre de Lily—. Se ve increíble con ese abrigo que Collina Strada le envió para adelantar su lanzamiento navideño —le cuchicheó—. Todos están hablando de eso... las redes están que explotan...

Nora más la aborreció. Saber que su hija recibía abrigos especiales de los diseñadores, la hizo tener un sentimiento negativo que no correspondía al de una madre sana.

—Me está esperando —mintió Nora.

July la miró con cierta desconfianza. Era normal que Lily le notificara sobre sus visitas en la oficina, pero como se trataba de su madre, consideró que tal vez era un asunto más privado.

La dejó pasar, a sabiendas de que la mujer ya conocía el lugar y de que no daría problemas.

Lily estaba en su escritorio. Intentaba organizar de forma estratégica todas las reuniones que su jefe tenía programadas para el resto de la semana.

La semana de la moda estaba cerca y los preparativos parecían eternos.

Su jefe se hallaba reunido con la gente de publicidad. Estaba en la mitad de una presentación de planificación para el nuevo número, el que estaba a unos días de lanzarse.

De fondo escuchó un par de tacones y pensó que se trataba de la asistente de Marlene, así que agarró el registro fotográfico para el nuevo número y se dispuso a ofrecérselo.

Solo allí descubrió que no se trataba de la asistente de Marlene, sino, de su madre.

—Mamá... —hipó sorprendida.

No esperaba encontrársela allí.

Lila Steph

Tuve una semana realmente complicada, pero voy a dejarles una maratón para compensar mi ausencia. Cariños para todos.

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