81

Nora se rio y caminó atrevida por su espacio refinado. Miró los detalles con aborrecimiento. Ni siquiera lo disimuló.

Muchas cosas le desagradaron. La vista espectacular, los muebles escogidos estratégicamente, la delicada dama en la que su hija se había convertido, su elegancia y, peor aún, su belleza.  

—Ahora me llamas mamá... —murmuró Nora entre dientes.

—¿Disculpa? —preguntó Lily, sorprendida por su palabras. No vaciló en ponerse de pie para enfrentarla—. ¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó.

Por supuesto que intuyó que no estaba allí por una buena causa.

—Oh, vamos, Lilibeth, sabes muy bien porqué estoy aquí —le respondió Nora con claro enojo y se plantó frente a ella para encararla.

Lily pensó muy bien en los hechos. Se imaginó que estaba allí para persuadirla por el cercano juicio de Victoria. De seguro quería que Christopher retirara los cargos y que la dejaran en libertad.

Eso no iba a suceder.

—Si estás aquí por Victoria...

Lily no pudo continuar. Su madre se rio con tanta acidez que, la joven escritora supo que se trataba de algo más, solo que no supo el qué.

Rápido advirtió lo elegante que su madre se había vestido. Esa no era la Nora que ella conocía. Ni con tacones, ni con ese maquillaje juvenil, ni mucho menos todas esas joyas que nunca le había visto antes.

Supo entonces que esa era la verdadera Nora, la mujer superficial que había escondido detrás de una faceta amable, pero desgraciadamente tóxica.

Las muecas le cambiaron a desencanto. Le fue duro darse con la realidad. 

—Caíste muy bajo, Lily... acusarme de adulterio, ¿a mí? Que pasé toda mi vida criándote, protegiéndote. ¿Así es como me pagas, mocosa ingrata? —Nora trató de hacerse la víctima—. Qué acusaciones tan graves y contra tu propia madre... ¿Qué clase de hija eres? —sollozó falsa—. Tu padre se va a enterar de esto... —la amenazó.

Lily enarcó una ceja y se mantuvo firme.

Por primera vez, las acusaciones de su madre no le causaron ni cosquillas. No iba a permitir que le hiciera lo mismo dos veces.

Bien había aprendido cuando había sido cómplice del robo del cheque.

—¿Le dirás la verdad? —le preguntó Lily—. Que gran valor tienes, Nora. —La miró desafiante y decidió que no volvería a darle el título de “madre”. No se lo merecía—. Pensé que te acobardarías, porque es lo que siempre haces. Huir, esconderte, actuar como la víctima —la acusó firme—. Pero si estás decidida a decirle a papá que lo engañaste por veinte años y que Victoria no es su hija...

—¡Como te atreves! —gritó la mujer, fuera de sí y no se detuvo.

Explotó con rabia.

Lily se mantuvo calma frente a todos los gritos violentos que lanzó como cuchillos.

Christopher escuchó los gritos desde la sala de juntas en la que estaba reunido con el equipo de publicidad y rápido avanzó por el pasillo para comprobar qué era lo que estaba ocurriendo.

Fue una sorpresa encontrarse con la madre de Lilibeth allí, armando todo un escándalo digno de telenovela.  

Entró en la oficina hecho una furia.

Ya le había advertido una vez, en su propia casa. Al parecer no le había quedado claro que no podía gritarle ni irrespetar así a su mujer.

Apenas Nora lo vio, se puso pálida por la impresión. Había creído que no lo encontraría en la oficina y que pillaría a Lily indefensa.

Christopher la cogió por el brazo con una caballerosidad que no se merecía, pero que él le ofreció solo por el hecho de que había traído al mundo a la única mujer que se había ganado su corazón.

Con paso firme se la llevó hasta su oficina y con un gesto amenazante, le pidió a Lily que guardara distancia.

Esa era una conversación entre él y Nora y no quería que Lily oyera la forma en que la reduciría. Después de todo, era su madre.

Cerró la puerta y caminó hasta su escritorio para enfrentarse a esa mujer que tanto desagradado e inseguridades había creado en Lily.

—Supongo que estás aquí porque mis abogados te notificaron —le dijo firme y Nora le miró con pavor y asombro—. Si, Nora, fui yo... —Le confirmó valiente.

Nora miró a Lilibeth por encima de su hombro.

Supo que lo había arruinado todo.

—Pensé...

—¿Pensaste? —la interrumpió él con tanta ironía que la mujer se sintió estúpida—. No creo que conozcas con claridad lo que eso significa... —La miró con agudeza—. Si hubieras pensado, no estarías aquí.

—Señor Rossi...

—No quiero escucharte, Nora —la interrumpió él antes de que dijera alguna mentira dulce—. Voy a ser claro contigo, porque, a diferencia de tu hija, creo que no aguantarías una temporada tras las rejas.

—¿Qué? —Ella se horrorizó— ¿Tras las rejas? ¡No he hecho nada malo! —peleó firme.

Christopher se rio.

—Nora... —Chasqueó la lengua—. Mis abogados podrían probar que fuiste infiel por más de veinte años. —Sacó su teléfono y buscó el correo que había recibido—. Hay una lista. Seis hombres. Que insatisfecha estabas, por Dios —le dijo, revisando los nombres de los hombres que sus abogados habían logrado reunir—. Nos tomaría dos días averiguar quién es su padre...

Nora apretó los dientes y reclamó:

—No tienes nada...

—Stone de New Jersey. Ángelo de California. Rafee de Texas...

—¡Ya, basta! —gritó ella, avergonzada.

Se agarró el rostro con la dos manos. No podía creer que tuvieran todo su pasado.

—Sé lo que quieres conseguir, Nora, pero mientras yo esté aquí, no voy a permitírtelo —la amenazó. La mujer le miró con pavor—. Esto es lo que haré: le compraré la casa al banco y se la entregaré a Lilibeth, para que nunca vuelvas a poner un solo pie allí... ni uno solo...

—Usted no puede hacer eso...

—¿No? —preguntó él y se acercó al teléfono que tenía sobre su escritorio—. ¿Quieres probar hasta dónde soy capaz de llegar? —se burló y levantó el auricular—. Señorita López, consígame a Vince, el Director Ejecutivo del banco de Nueva York, por favor —ordenó.

La mujer le miró con grandes ojos mientras Rossi esperó por la línea.

Nora sabía que, si perdían la casa, lo perderían todo. Adiós a su única oportunidad de recibir un pago por la venta de la casa.

Ella perdería la mitad de la propiedad y que, dolorosamente, no podría usar la carga emocional de “su hogar” para manipular a Julián, ni a Romy.

—Hemos pagado la mitad de ella, cada mes, cada mes... —sollozó Nora.

Christopher la miró con mueca burlesca.

—Tu no has pagado ni un solo centavo —le refutó él—. Todo ha sido por Julián, Romy y Lily... —le dijo. Él bien sabía la verdad—. Vince, soy Rossi... —saludó al teléfono. Nora se tensó—. Tanto tiempo, viejo amigo... —se rio. Nora pensó que se desmayaba—. Estuve pensando, deberías venir a cenar con Lily y con mi suegro. Te prepararemos un platillo...

—Por favor... la casa no... —Nora sollozó.

Christopher la miró de reojo.

—Te enviaré a mi chófer el viernes, ¿te parece? —Christopher se rio y, tras un par de palabras, terminó la llamada.

Christopher la miró con firmeza, demostrándole lo lejos que podía llegar su poder.

Ella agachó la cabeza y con arrepentimiento le dijo:

—Haré lo que usted diga...

Rossi sonrió victorioso.

Desde su oficina, Lily contempló toda la tensa situación con grandes ojos. No pudo negar que se sintió incómoda. La que estaba ahí, enfrentándose a los terribles juegos de Christopher era su madre, pero no dejó que el amor que sentía por ella la venciera.

Sí, la quería, era inevitable y por supuesto que apreciaba todo lo que alguna vez había hecho por ella, pero era momento de que sus caminos se separaran.

No era sano para ninguno de ellos.

La familia López estaba viciada.

—Visitarás a Victoria en prisión. Le pedirás que nunca hable de esto, con nadie. —El primer ultimátum de Rossi le pareció aceptable—. Escribirás una carta con tu puño y letra y se la entregarás a mi abogado. Quiero que le confieses a Julián toda la verdad y que no omitas nada. Quiero que lo sepa por ti.

—Pero...

—Es tu responsabilidad asumir tus errores. Ni Lily ni Romy sacarán la cara por ti —le dijo él antes de que ella saliera con excusas estúpidas. Nora se sintió terrible y empezó a dudar. Su cobardía siempre la superaba—. Y, por último, quiero que firmes el maldito acuerdo, de una buena vez, sin ninguna exigencia estúpida. Consigue trabajo y válete por ti misma. —Fue rudo. Se lo merecía—. Y toma todas tus pertenencias y lárgate. Lárgate para siempre.

—Pero Romy...

—¿Qué quieres de Romina? —Rossi la interrumpió siempre. Nunca la dejó terminar—. Lleva semanas hospitalizada. Dime, Nora, ¿cuántas veces la has visitado? ¿Cuántas veces la has llamado para saber cómo está? —le preguntó. Ella vaciló—. Ni una sola vez.

—Pero me necesita...

—¡Eso no te lo crees ni tu misma! —refutó él con rabia—. Eres tú la que la necesita a ella... la manipulas a tu antojo, la usas para llegar a Julián, porque tiene corazón blando. —Negó dolido—. Romy no te necesita. Y me encargaré de que nunca lo haga...

Nora se vio atrapada. Atada de manos y de pies.

Intentó pensar en otra escapatoria, otra salvación, pero se le acababan las opciones. Rossi la había acorralado bien.

Cuando se trataba de defender a los suyos, sacaba las garras.

—No lo pienses tanto, Nora —le dijo y de reojo miró a Lily. La percibió impaciente—. Elige: ir a prisión por adulterio, manipulación de información, e****a, confabulación, cohecho y pagar la indemnización o marcharte lejos y dejarnos en paz.

Nora le miró con los ojos llorosos. Tenía rabia, impotencia. Nunca se imaginó que las cosas tomarían ese rumbo.

Nunca imaginó que Rossi intervendría, que descubría todos sus secretos de forma tan simple. Por años había cuidado de su reputación y él la había desempolvado como si nada.

—Me marcharé... —musitó rendida.

No quería ir a prisión, mucho menos pagarle una indemnización a Julián.

—Tienes veinticuatro horas para hacerlo o...

—¿Un día? —peleó ella, horrorizada.

—No necesitas más. —Rossi fue sarcástico—. Dos horas para visitar a Victoria. Una hora para escribir la carta, otra hora para firmar el acuerdo y dos horas para empacar...

—Eres un desgraciado...

Rossi le sonrió satisfecho y le mostró la salida con su mano.

—Ha sido un gusto hacer negocios contigo, Ortiz —se despidió sarcástico.

La mujer caminó cabizbaja hasta la puerta; nunca se había sentido tan humillada, pero antes de partir, volteó para encararlo y le preguntó:

—¿No quieres saber si ella es su hija? —Se refería a Lily.

Rossi se rio. Encontró que era la pregunta más divertida e inteligente que había hecho hasta ese momento.

—No necesito saberlo. —Entrelazó los dedos en gesto de calma—. Lily tiene el corazón de su padre... Victoria heredó el tuyo.

Nora entendió lo que trataba de decirle y, ofendida, abrió la puerta y se marchó sin mirar atrás.

Se detuvo unos segundos para mirar a Lilibeth por última vez y, cuando la vergüenza la atiborró, escondió la mirada y desapareció por el pasillo.

Lily fijó sus ojos en Christopher con clara angustia.

Él la estaba esperando.

Su sonrisa fue tan bonita que Lily supo que todo había terminado.

Lila Steph

Odio eterno a Nora y su juego de querer aprovecharse de la confianza de su hija. No mi cielo, Lily ya no está sola. Ahora tiene un Rossi que la defiende y ama *-*

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