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Lily se sonrojó al verlos. Por supuesto que no podía terminar su oración sin horrorizar al resto de los presentes.

Rossi tomó la mano de su compañera para caminar por el primer piso de la torre y sacarla de allí.

—Discutiremos el asunto de su “fiebre” en la cena, no se preocupe, señorita López —dijo él con la voz tiritona. Tuvo que carraspear para recomponerse—. Un poco de penecilina le vendría bien...

—¿Cómo dijo? —se rio ella mirándolo con curiosidad.

Había escuchado bien y no estaba segura si había sido un error o un juego de palabras. 

Con Rossi todo era posible.

—Penicilina —se corrigió Rossi y le guiñó un ojo antes de subir al coche que los esperaba para llevarlos a su destino.

Fue un viaje corto, de apenas un par de minutos. Viajaron cogidos de las manos, mirando por la ventana.

Rossi no tuvo valor de decir nada. Estaba tan nervioso por su propuesta que, no podía dejar de pensar en ello. No quería cometer ni un solo error.

Cuando llegaron a Hutong, no tuvieron que presentarse. Los estaban esperando y rápido los guiaron entre las mesas hasta su salón privado.

A esa hora, el lugar estaba repleto y la fila en la entrada era larga. Por supuesto que se corrió la voz de que Rossi y la “Chica del momento” estaban allí.

Lily aprovechó de la caminata hasta su salón para estudiar todo el lugar. Era precioso. Muebles azules penetrantes y lámparas colgantes de cristalería fina.

El salón privado que pusieron a su disposición estaba perfectamente preparado para una cena romántica para dos. Los cristales se hallaban envueltos por cortinas gruesas negras y las luces bajas ofrecían la intimidad que necesitaban.

Lily detalló el amplio y privado lugar con el ceño apretado y supo de inmediato que Rossi tenía algo que ver en eso.

Hutong era un restaurante tan famoso en New York que nadie con un apellido como el suyo lograba una reservación allí. 

Les ofrecieron algunos cocteles de cortesía y los dejaron en privado para que leyeran la extensa carta. Para que la camarera regresara, debían presionar un pequeño botón inalámbrico. Para ellos fue perfecto. Podían manejar sus tiempos en privado, sin que nadie los interrumpiera.

—He leído excelentes reseñas de este lugar —dijo Lily, actuando como mejor se le daba.

—Te encantará —dijo él, abriéndose el saco para sentarse a su lado.

Lily dejó la carta a un lado, dispuesta a averiguar qué era lo que Chris se traía entre manos.

—Leí que una reservación podría tardar hasta tres semanas... —dijo ella, con tono curioso.

—Si es que tienes suerte —completó Rossi.

Lily chasqueó la lengua cuando lo descubrió.

Él levantó la vista de la carta y supo que Lily le había leído los pensamientos.

Con una llamada ella había conseguido una reservación. ¿Cómo era eso posible?

—Pero usted ya sabía eso porque... —Lily dejó que él completara la frase.

Él tragó duro y respondió lo primero que se le ocurrió, aunque no era una mentira:

—¿Asistí a la universidad con el dueño?

A ella le había mentido una sola vez y rogaba porque nunca lo descubriera.

—Señor Rossi —le respondió ella con tono sarcástico.

Él se rio.

—Porque asistí a la universidad con el dueño y porque ya había hecho la reservación...

—¿Cuándo? —preguntó ella.

Quería saberlo todo.

—Hace algunos días —le confesó con las mejillas calientes.

Ella bebió su bebida con mueca radiante.

—Entonces ya había planeado esto —susurró seductora y se levantó de su asiento para rodear su mesa y encontrar lugar en sus piernas—. ¿Y por qué no me lo dijo?

—Quería que fuera una sorpresa —respondió él recibiéndola gustoso en su regazo—.  Quería que todo fuera perfecto —musitó en su nuca.

La olió con los ojos cerrados y se aferró firme de ella. La tomó por el cuello y le besó el hombro desnudo con los ojos cerrados.

Le fascinaba como la tela del vestido sedoso le caía y le permitía a él disfrutar de su adictiva piel.

—Cualquier lugar en el mundo, contigo, es perfecto —le respondió ella, totalmente hechizada por sus besos vehementes.

Chris sonrió al escuchar aquello y bajó sus manos por el resto de su cuerpo.

Lily se hallaba tan dispuesta que le fue fácil deslizarse por entremedio de sus piernas y alcanzar su centro.

La acarició por encima de las bragas, sintiendo la humedad entre sus dedos. No pudo resistirse y tuvo que olerse los dedos.

Ella siempre se avergonzaba por esa acción tan grotesca, pero, poco a poco había aceptado que, a Christopher le fascinaba todo de ella.

Incluso esos olores que ella consideraba grotescos.

Para él eran placenteros.

—Deliciosa —le murmuró en la oreja.

Ella arqueó la espalda y le rozó el culo en la pelvis.

Tuvieron que detenerse cuando una camarera los acompañó. Estaba allí para tomar su pedido.

Estaban tan agitados que Christopher agarró la carta y pidió lo primero que se le atravesó. Lo único que pidió con conocimiento fue el vino. Lo necesitaba.

La camarera se retiró y Lily dejó su pasmo y su lugar para volver a sus piernas.

—La veo muy complacida sentada en mi regazo, señorita López —le dijo él, en la oreja y le agarró los senos y el pecho y la presionó contra su cuerpo—. Si hasta pensé en anular el contrato para...

—No —gimió ella y se levantó sobresaltada. Le miró con los ojos oscuros y se puso las manos sobre el lazo que se le apretaba en la cintura—. Me gusta el contrato. —Le sonrió tras tan importante revelación—. Me gustan sus juegos. Me vuelve loca la idea de ser suya —susurró y lentamente se desanudó el lazo y se abrió el vestido, enseñándole su desnudez.

Christopher suspiró cuando la vio modelando ese ajustado y transparente conjunto rosa. Era perfecto.

—El cabello —requirió él con la voz ronca.

Estaba muy excitado.

Lilibeth se liberó el cabello. Las ondas negras le cayeron sobre el pecho y él terminó derretido con tanta belleza.

Con mirada seductora se inclinó sobre él y le abrió el pantalón, diciéndole sin palabras lo que quería.

Christopher tragó duro y con un rápido movimiento liberó su masculinidad. Estaba erecto desde que habían dejado el elevador. No había conseguido recuperarse de ninguna forma.

Lily sonrió al verlo y sin vacilar estuvo dispuesta a quitarse las bragas.

—Déjatelas puestas —pidió él y ella le dio en el gusto.

Siempre lo hacía.

Se acomodó a horcajadas y lo dejó a él continuar.

Rossi le hizo a un lado las bragas y se encajó en su abertura con precisión. La tomó por las caderas para guiarla y la miró a los ojos conforme la joven se deslizó alrededor de su polla endurecida.

Lo tomó completo con ese ritmo al que Christopher tuvo que resistirse con gran fuerza de voluntad.

Tenerla arriba era una m*****a delicia. Podía mirar, tocar, besar, disfrutar.

El vestido fue su jugada maestra. Cubría toda su espalda, pero a él le ofrecía una vista completa de su cuerpo desnudo.

Lily se lo folló como tanto había ansiado. No se detuvo hasta que tuvo su orgasmo violento y lo disfrutó hasta el último roce. Se colgó de su cuello y ondeó sus caderas sobre su pelvis de forma descarada.

Ni siquiera le importó estar en un restaurante popular y que la vetaran para siempre de allí, o que pusieran su fotografía semidesnuda en las vitrinas.

A ella solo le importaba Christopher y el inexplicable nirvana al que la transportaba.

Él tuvo que acompañarla. Resistir por más tiempo era un lujo que no se podía dar. Y que irrazonable le resultaba. Era asquerosamente millonario, pero ni todo ese dinero que tenía, se comparaba con el gran lujo que se daba cuando alcanzaba el orgasmo con ella.

Esa m****a era impagable.

Lily se quedó montada sobre él, besándolo con lentitud, rozándole la lengua por los labios. Tomándolo completamente como suyo.

Su hombre.

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