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—No pienso agradecerle a una asistente que solo hace su trabajo. Le pago para eso.

—Yo le pago y te exijo que le agradezcas. Ya no eres el editor en jefe y...

—¡Soy el maldito dueño! —bramó Connor, fuera de sí.

—Por favor, vamos a terminar, tengo un vuelo en la madrugada a París y quisiera poder llegar a tiempo —dijo Marlene, queriendo calmar los ánimos.

Se estaban poniendo calientes, pero de muy mala forma.

Christopher sonrió pacífico.

—Por supuesto, padre, todos sabemos que eres el dueño. —Le sonrió Chris—. No necesitas gritar —le dijo—. Ser el dueño no te convierte en Dios. Puedes agradecer... No te vas a morir por decir “gracias”.

Connor refunfuñó. Se levantó de su puesto y con mueca asqueada, dejó caer el sándwich que Lily le había preparado en el cesto de la basura.

Lily se impresionó tanto que, se quedó boquiabierta. Recordaba algo similar en el inicio de su relación con Chris.

Pudo entender entonces de donde Christopher había heredado tanto desdén y rabia.

Sintió lástima por Connor, por su violenta forma de hacer las cosas, de mostrarle al mundo que tenía poder.

Sí, lo tenía, pero eso no significaba que tuviera valor ni mucho menos el respeto de los que lo rodeaban.

Eso jamás se lo ganaría.  

Connor se sacudió las manos y con atrevimiento dijo:

—No voy a agradecerle a una asistente gorda que abusa de tu confianza.

Marlene bajó la cabeza y, cansada por la insolencia de poder, se agarró el puente de la nariz con los ojos cerrados.

Christopher se carcajeó. Los puños de dolieron por las ganas que sentía de callarlo de la única forma que sabía, pero con Lily había aprendido a usar mejor su lengua y ese sarcasmo que tanto le gustaba.

—Esa asistente “gorda” que tú dices... nos consiguió una carta del Chambre Syndicale de la Couture y fue invitada a la semana de la moda. El artículo que escribió causó gran revuelo entre los Sindicalistas. Pero claro, tu no lo sabías... —Con mueca triunfante le arregló el saco a Connor.

Marlene miró a Lily con completa admiración. No pudo ni disimular lo mucho que la verdad que Chris exponía la hacía sentir.

»Más de treinta años al frente y solo conseguiste que Craze fuera un mal chiste para el sindicato... —le dijo en la oreja—. La asistente “gorda”, hizo con un artículo, lo que tú no pudiste hacer con trescientas publicaciones... —Le palmeó las mejillas y, antes de terminar, le dijo algo que aún se mantenía en secreto—: y también es mi prometida, así que, o le muestras respeto o le muestras respeto.

No le dio más alternativa.

Lily escuchó aquello y escondió una bonita sonrisa detrás de sus labios. No quería verse triunfante frente al hombre que la había contratado, menos frente al padre de su prometido.

No era cortés.

Connor se deshizo del agarre de su hijo. Caminó hacia donde Lily se encontraba. Parecía que estaba refugiada en una esquina, junto a la mesita de café.

El hombre se plantó frente a ella y con aborrecimiento le dijo:

—Señorita López, está despedida.

Christopher se quedó paralizado. Nunca pensó que su enfrentamiento lo llevaría a eso. Creyó que su padre razonaría, como él había hecho y empezaría a “agradecer”.

Al principio era difícil, él lo sabía por experiencia propia, pero después era jodidamente placentero. 

—¡No puedes despedirla! —gritó Marlene.

—¿Tú también? —le preguntó Connor con agresividad y volteó para enfrentarla.

—Por favor, no puedes despedir a Petit Diable... —Marlene tenía seguridad de sobra.

Entre ellos, Lily estaba tranquila. Ni siquiera le había sorprendido el despido de Connor.

—Yo la contraté, yo puedo despedirla —dijo Connor con firmeza, imponiéndose con su maldito egocentrismo.

—Pero King nos respira en la nuca. ¿Sabes lo que harían si se enteran de esto? —Marlene quiso hacerlo entrar en razón. Su competencia peleaba por su lugar—. Van a contratarla y de seguro le ofrecerán el triple de lo que le ofrecemos... No podremos luchar contra esa oferta, porque, discúlpame, Lily, por lo que voy a decir, pero todos tienen un precio...

—No se disculpe —le dijo Lily con una sonrisa—. Pero no tiene que preocuparse por eso, mi fidelidad está con Christopher y con Craze. —Ella miró a Chris desde su lugar y le dio una sonrisa de un hoyuelo.

Marlene suspiró aliviada y se derritió en la primera silla que encontró. No era un secreto su lucha con la dueña de King, Leandra y sus hijos habían sido su némesis desde que había empezado a trabajar para Revues y Rossi.  

—¿Fidelidad? —Se rio Connor—. Niña, por favor...

—Sí, fidelidad... —le repitió ella y con bravura le dijo—: sé que usted no la conoce. Toda su vida ha vivido a punta de traiciones y sé que debe ser difícil entenderlo... —Lo cogió por el brazo para darle su consuelo. Lo necesitaba—... pero no es imposible, como tampoco es imposible dejar el orgullo de lado y agradecernos por haber hecho las cosas bien.

Connor miró el agarre de Lily en su brazo. Aunque pensó que le causaba repelús tenerla cerca, su cuerpo le dijo que era todo lo contrario. Tenía calma, calidez, dulzura.

Quiso deshacerse de su agarre, pero no tuvo el valor de parecer tan mezquino, porque, muy en el fondo, sabía que Lilibeth tenía razón.

Connor volteó y con firmeza les dijo:

—Gracias, a todos.

Tras eso, titubeó. Por primera vez, Christopher vio a su padre dudar. Avanzó a la puerta, pero luego regresó.

Lily lo había desestabilizado tanto que, no sabía muy bien lo que estaba haciendo.

Marlene, Chris y Lily lo estaban mirando expectantes.

El hombre miró a Lily con cierto recelo y antes de partir, les dijo:

—Tengo que irme, pero pueden decidir lo mejor para la semana de la moda. Tienen mi autorización. Lo harán bien.  

Asintió y se fue sin mirar atrás. En el pasillo lloró en silencio. Las palabras de Lily le habían tocado. Nunca había conocido la fidelidad, ni siquiera de sus propios hijos, pero más duro le fue aceptar que, el único culpable era él.

Marlene se quedó boquiabierta cuando vio a Connor partir y, sin vacilar, se puso a comer.

—Será una noche larga —dijo y le pidió a Lily que se sentara a su lado a comer y a discutir los asuntos importantes.

Chris hinchó su pecho de calma y con una sonrisa fue hasta la puerta y la cerró.

Se quedó allí unos instantes, procesando lo que había ocurrido y con una sonrisa regresó con su prometida. La besó en la coronilla del cabello y con un susurro le pidió disculpas por el actuar de su padre.

—Si dije algo que te ofendió...

—Lo que dijiste fue perfecto —le correspondió Lily y le sirvió fideos salteados con mantequilla para que cenaran tranquilos.

Christopher se sentó a su lado, sonriente, porque sabía que ese era el fin de un ciclo.

El fin de Connor Rossi y su dictadura.

Ahora podía empezar su propio periodo, el de Christopher Rossi.

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