94

Chris y Lily acompañaron a Marlene hasta el aeropuerto a las tres de la madrugada.

Cuando llegaron a su pent-house, encontraron al padre de la joven esperándolos nervioso en la sala, junto a la chimenea y la pareja de hámsteres.

—Dios, estaba muy nervioso —les comunicó el señor López en cuanto los vio llegar.

A Christopher le encantó saber que, por muy tarde que fuera, siempre habría alguien en casa esperándolos.

—Papito, le dije que llegaríamos tarde —le dijo Lily para consolarlo y se acercó para abrazarlo.

—Sí, pero estaba muy preocupado.

El señor López se aproximó para saludar a Christopher.

—Lamentamos la hora, pero teníamos que terminar todo antes de las vacaciones navideñas —le informó él.

El señor López suspiró y los miró con orgullo. Se esforzaban tanto por cumplir con cada exigencia en su trabajo que, no podía sentirse más orgulloso de ellos.

Eran la pareja perfecta. No solo románticamente, en lo laboral destacaban más cuando estaban juntos.

—¿Y ya comieron? —les preguntó preocupado.

Christopher se vio tentado por su oferta y no pudo negarse a un platillo caliente antes de irse a la cama.

—Podríamos repetir —insinuó Chris y Lily se rio.

—Un poco de tarta me vendría bien —dijo ella, sonriente y se quitó la bufanda que se envolvía en su cuello.

Aunque estaba muerta del cansancio y los ojos le pesaban, no podía negarle nada a su padre. El pobre madrugaba esperándolos. Lo mínimo que podía retribuirle era tiempo de calidad junto a él.

Se sentaron los tres a comer macarrones con queso.

—Macarrones con queso en la madrugada —dijo Chris—. Me gusta. —Tenía la boca llena.

Lily se carcajeó al ver ese niño feliz que siempre salía a relucir cuando se sentía seguro y contenido, y con dulzura le limpió la comisura de los labios.

A él le encantaba su trato cariñoso. Le curaba las penas más angustiosas con las que cargaba.

—¿Y ya tienen todo listo para mañana? —preguntó Julián, sirviendo un poco de vino blanco.

—¡Sí! —gritó Lily, emocionada porque la fiesta de intercambio llegara.

La joven miró a su prometido con mueca curiosa.

Él le sonrió cariñoso y, como no quería decir mucho al respecto, puesto que también se sentía muy ansioso, le dijo:

—Todo listo. —Levantó el pulgar en señal de positivismo.

Lily le sonrió, pero en el fondo se quedó pensativa, tratando de entender cuál era el obsequio que Chris había preparado para el intercambio y quien era su “amigo secreto”.

Se quedó abstraída haciendo cálculos en su mente, pero Chris nunca le dio ninguna señal que pudiera conducirla a la verdad.

Pensó con detalle en los últimos días, mientras se prepararon para ir a la cama.

Mientras se cepillaba los dientes, recordó que Chris no salió ni un solo día de la oficina. Nunca se escabulló en secreto o actuó extraño. Si bien, ella aún era su asistente, no le había encomendado ni un propósito especial.

Tampoco había recibido ningún paquete en casa, ni en la oficina. Entonces, ¿cuál era su regalo?

—¿Estás bien? —La pregunta de su prometido la hizo salir de sus miles de interrogantes. Ella asintió—. Estás muy silenciosa... y me resulta un poco... —La miró agudo—... sospechoso.

Lily se rio nerviosa.

Chris la conocía tan bien que, sabía cuándo algo la alteraba. Era difícil guardarle secretos.

—Solo pensaba... —respondió ella, ablandando su almohadón con sus manos, lista para meterse bajo las sábanas de seda.

Chris suspiró.

—Los libros de historia decían que, cuando una mujer pensaba, era peligroso —le dijo él con mueca intrigada—. ¿Eres una mujer peligrosa, Lilibeth López? —le preguntó.

Ella se rio y sacudió la cabeza con diversión.

—Por favor, el peligro y yo no encajamos —le respondió ella, metiéndose a la cama con su sonrisa de un hoyuelo, perfecta, según la perspectiva de Rossi.

Él se carcajeó y se acostó a su lado. La abrazó fuerte y la atrajo hacia su cuerpo.

—Para mí eres muy peligrosa, porque eres la mujer más inteligente con la que he tenido el honor de intercambiar ideas...

Con los dedos le arregló el cabello ondulado por su espalda y tocó su piel opuesta a la suya con mucha delicadeza.

La besó en la sien para tranquilizarla.

Ella se rio.

—Pensar, precisamente, no nos hace inteligentes —le respondió ella, muy sabelotodo.

Christopher se carcajeó.

—Y esa es la respuesta de una mujer inteligente que piensa —bromeó él, acunándola en su pecho.

Sabía que algo la perturbaba, pero entendía los motivos de su agónico silencio. No le preocupaba que no le transparentara sus sentimientos, le inquietaba lo que “esa preocupación” causaba en ella.

—Lo que sea que te esté molestando... —susurró él sobre su rostro—... vas a solucionarlo. Lo sé...

Lily sonrió y encontró un espacio cómodo en su pecho.

No le tomó mucho para dormirse, aun cuando sus sueños fueron terribles.

Sonó, como buena sobrepensadora, que Rossi no asistía a la fiesta familiar de intercambio. Las abandonaba porque era un juego estúpido y patético del que no quería ser parte.

Les rompía el corazón, sobre todo a ella.

—¡No es patético! —gritó al despertar, tan sobresaltada que Christopher apareció asustado por la puerta del cuarto de baño—. Tuve una pesadilla... —jadeó, tocándose el pecho.

Rossi la miró con una ceja enarcada.

—¿Pesadilla mala o buena? —preguntó él con la máquina de rasurar en la mano.

Lily se rio.

—No sé si existen las pesadillas buenas... —Ella le miró divertida, buscando un poco de alivio a lo que sentía.

Chris se rio, dejó la rasuradora sobre un mueble y se sentó en la cama, a sus pies.

—Cuando era niño, tenía una pesadilla recurrente —le dijo él con esa mirada azul fría que a ella la paralizaba. Era la consecuencia de revivir su pasado—. Era navidad y mamá venía a casa, pero su avión se estrellaba y... —Escondió la mirada.

—Dios santo, Christopher —le respondió ella al entender el sueño de un niño—. Lo siento mucho. —Dejó la cama para sentarse a su lado y abrazarlo.

—Era una pesadilla, porque mi madre moría en ella, pero era buena porque... —Chris no quería escucharse despiadado. Suspiró y le dijo la verdad, porque confiaba en ella—: Era buena porque se terminaba. —La miró con los ojos llorosos—. Mi angustia de saber si algún día vendría a casa, se acababa.

Lily acarició sus manos masculinas con suavidad. Tomó sus dedos y se inclinó para besarlo un par de veces.

—Eras solo un niño... —musitó ella, mientras él se rompió fácil y entre sus brazos—. No era tu culpa, Christopher. Nunca lo fue. —Lo besó en la cabellera en repetidas veces—. Un niño nunca será el culpable de la irresponsabilidad de los adultos. —Ella se oyó tan firme que Chris dejó de llorar y, atrapado entre sus brazos, se carcajeó, aliviado de escuchar aquello.

Era su niño herido el que buscaba respuestas a las interrogantes que no lo dejaba dormir en la noche, las que lo hacían deambular, buscando apagar esa angustia que la inseguridad de su hogar en ruinas causaba en él.

—Siempre tan sabía —le dijo acunado en su regazo y desde su lugar, la acarició en las mejillas—. Lo lamento...

—No, cariño, no tienes nada que lamentar —musitó ella, acariciándole las mejillas a medio afeitar.

—Te arruiné tu pesadilla —le respondió él con mueca entristecida.

—Sin dudas, tu pesadilla era mejor que la mía —se rio ella.

Él amaba que ella siempre encontrara el lado hermoso de las cosas, por muy horrorosas que fueran.

Se levantó con todo el ánimo que Lily encendía en él y la tumbó en la cama para besarla.

La agarró por las muñecas para controlarla bajo su cuerpo masculino y ella se carcajeó fuerte, aguantándose las cosquillas que sus besos juguetones le causaban.

—¡Ejem! —escucharon un carraspeo forzoso de fondo y cuando miraron a la puerta, grande fue la sorpresa cuando se encontraron con Romina.

—¡Romy! —gritó Lily y Chris al unísono y se levantaron emocionados de verla allí, con ellos, en casa—. ¡Viniste! —gritó Lily y se arrojó a sus brazos para llorar con ella.

Las hermanas sollozaron emocionadas de poder reencontrase después de tan difíciles semanas.

Romy miró a Chris con gesto de agradecimiento y mientras consoló a su hermana menor, le sonrió a quien todo lo hacía posible.

—Fue Christopher quien lo hizo posible —reconoció la mujer con felicidad.

Lily miró a Rossi con grandes ojos y se quedó perpleja admirándolo desde su lugar. 

—En realidad, el mérito es todo tuyo —le sinceró él, aclarándole que nada sería posible si ella no hubiera puesto de su esfuerzo.

Romy se rio emocionada y no vaciló en tomarlo por la nuca para estrecharlo en un gran abrazo al que él correspondió gustoso.

El señor López no tardó en llegar y unírseles.

Él había recogido a Romina en la clínica, así que cargaba sus maletas y los libros viejos para llevarse los libros nuevos.

Rossi dejó su habitación para ayudar a su suegro y juntos llevaron todas las pertenencias de Romina al que sería su cuarto.

—¡Te encantará tu cuarto! —le dijo Lily, muy emocionada y la cogió por el brazo para mostrarle la grandeza del pent-house—. Lo decoré un poco, pero si quieres hacer cambios, Chris no tiene problemas.

Romy estuvo maravillada por lo espacioso que el lugar era. Se había acostumbrado un poco a la estrechez de su habitación privada en la clínica, pero no iba a negar que le encantaba la idea de estar en familia, con los suyos, sobre todo en esa fecha tan importante.

—Es muy... espacioso —musitó al ver su habitación—. Pero... me encanta —dijo con los ojos brillosos—. Muchas gracias...

—Yo dormiré contigo hasta que te sientas segura —le dijo Lily, puesto que se imaginaba que tanto espacio podía jugarle en contra con sus noches sin dormir.

Romy se rio y con mueca traviesa miró a Rossi y le dijo:

—No quiero robártela...

—Puedo secuestrarla mientras duermes —bromeó él y le guiñó un ojo.

—Y no es broma —respondió el señor L, con muecas divertidas—. Te compraré tapones para los oídos...

—¿Tapones? —Romy estaba confundida.

—Papá —peleó Lily con espanto y se puso colorada.

Romy se carcajeó fuerte al entender los hechos. Qué bueno era estar en casa, con su adorada y loca familia.

Sasha no tardó en unírseles y no vaciló en caminar rápido para abrazar a Romina y darle la bienvenida.

—Es muy bueno tenerla con nosotros, Romina —le dijo Sasha con su acento ruso.

Romina se recostó en su hombro y miró la belleza de su familia con los ojos llorosos.

Julián suspiró encantado y con alegría exclamó:

—¡Amo la magia de la navidad!

Todos se rieron y se reunieron en la sala, junto al árbol navideño para beber chocolate caliente y comer galletas de jengibre. Tenían mucho de lo que hablar, así que estuvieron toda la mañana entre chisme y chisme. Riéndose de cada locura que se les ocurría.

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