No sé rio en su propia cara porque no quería seguir ofendiéndola, pero la sonrisa socarrona la tuvo hasta que vio el ramo terminado.
Solo allí aterrizó y tuvo que enfrentarse a la verdad, a lo que estaba haciendo.
¿En serio iba a enviarle flores a Romina? ¿Con que excusa?
—Un ramo de rosas julieta. No hay nada más perfecto sobre la tierra —explicó la mujer, ofreciéndole el ramo.
Se marchó tras pagar y tuvo que detenerse en una cafetería para pensar con un café en la mano.
El hombre más metódico del mundo, convertido en un impulsivo que abandonaba la lógica para comprarle flores a una mujer a la que ni siquiera conocía.
El informe que había leído de ella no era ella. Eso era una ilusión. Algo que ya no existía.
Volvió a repetirse que todo era lástima, pero la excusa que buscaba no tenía raciocinio cuando recordaba que se había enfrentado a casos más horribles y nunca había sentido nada.
Mientras James se debatía y luchaba con lo que Romy había despertado en él, Christopher recibió un llamado privado proveniente de la clínica en la que Romina se recuperaba.
Sasha le informó cuidadosa y él salió a atender el llamado sin preocupar a su suegro.
—Rossi, lamento arruinar tus vacaciones... —Era el psicólogo de Romina, su viejo conocido.
—No, tranquilo —respondió Rossi, preocupado por su sorpresiva llamada—. ¿Todo está en orden? —preguntó liado.
—La verdad, no lo sé —se rio el psicólogo de Romina—. No sé qué está pasando... tu abogado nos llamó... dijo que iba a desmembrarnos y...
—¿Qué? —Chris lo interrumpió.
Pudo sentir la respiración entrecortándosele. No sabía qué estaba ocurriendo.
—Tu abogado —confirmó—. Nos llamó hace una hora.
—No entiendo... —Chris estaba en el limbo, atrapado en una situación que no comprendía.
—Se filtró información de la señorita López —explicó el psicólogo con la voz afligida—. Investigaremos quien lo hizo y tomaremos cartas en el asunto, pero creo que la demanda no es necesaria... —Trató de persuadir a Rossi, creyendo que él estaba detrás de todo.
Rossi lo comprendió todo. No le quedó de otra que mentir.
—Hablaré con mi abogado. Solo fue una amenaza... —dijo Rossi, sin saber qué más decir—. Que tengas una buena navidad.
Se despidieron corteses y, al terminar, Rossi cogió su teléfono y lo encendió para llamar a Dubois.
En la cafetería, Dubois se metió al cuarto de baño para refrescarse.
Se miró en el espejo buscando entenderse, pero no sabía que buscaba, así que no obtuvo ninguna respuesta que fuera clara, directa.
Abandonó la cafetería llevando el ramo en la mano.
Atendió una llamada. Era la mujer con la que viajaría a Montana. La pobre lo estaba esperando en el aeropuerto, impaciente porque llegara y nerviosa porque la hora del vuelo estaba cerca.
Se le dificultó decirle que no iría, porque no tenía ninguna excusa válida para quitársela de encima, así que le mintió:
—Tengo que trabajar, pero ve tú y...
—No quiero ir sin ti —refutó ella, al teléfono—. Voy a quedarme para acompañarte y...
—No, no te quedes por mí —insistió él. No quería que la mujer arruinara sus fiestas por él, puesto que él no había pensado en ella. Nunca lo hacía—. Yo estaré bien.
—Pero... —La mujer quiso refutar.
Pero él terminó la llamada. No tenía tiempo para eso, además, tenía una segunda llamada entrante: Christopher Rossi.
—Mierda. —James apretó los dientes al contestar—. Rossi... —dijo con su tono serio.
—Por fin te dignas a atender... —dijo Rossi con la voz cargada de fastidio—. Acaban de llamarme de la clínica y...
James apretó los ojos y pensó, pensó muy bien en lo que iba a decirle.
Regresó a escuchar a Rossi de fondo:
—¡Maldita sea! ¿Qué fue todo eso? Ellos tratan de ayudar a Romina y tú los amenazas... esto podría tener consecuencias sobre su tratamiento.
James explotó también:
—¡Ellos filtraron información de un paciente! ¡Y no es cualquier paciente! ¡No es legal lo que hicieron!
—No me digas —respondió Rossi, sarcástico—. Necesito que me digas qué m****a está ocurriendo, Dubois.
—No sé de qué hablas. —James se mantuvo firme.
Rossi estaba furioso, pero trató de mantenerse calmo.
—Romina... —insinuó Chris.
—¿Qué ocurre con ella? —preguntó James, con la voz temblorosa.
—No sé, tú dime. Vienes a mi pent-house, acutas como el maldito señor Darcy, huyes, ahora la defiendes sin que nadie te lo pidiera... usas mi maldito nombre y...
—No sé quién m****a es el señor Darcy, pero yo no usé tu nombre —peleó James—. Fue mi amenaza.
Rossi se rio. Eso era todo lo que necesitaba saber.
—Lo sabía, maldito... —Se rio Chris.
James se puso pálido cuando se vio atrapado en el engaño de un cliente.
Lo había subestimado.
—Mierda. —James jadeó al verse expuesto. Los dos se quedaron callados unos segundos por la línea. A James no le quedó de otra que aceptar la verdad—: no sé qué m****a me pasa, ¿sí? ¡Le compré flores! ¡Flores de cuatrocientos dólares!
Christopher se carcajeó fuerte, tan burlesco que se ahogó con su propia saliva.
Se tuvo que calmar cuando escuchó los reclamos de Dubois a través de la línea y supo que no estaba siendo un buen amigo.
Bueno, la verdad era que no sabía si él y su abogado eran amigos, pero si a Dubois le atraía Romina, la hermana de su prometida, el pobre necesitaría un guía en ese camino a la perdición.
Porque eso eran las hermanas López...
Una m*****a y bendita perdición.
James se quedó de pie frente al edificio en el que Rossi vivía.Desde la acera del frente lo miró con terror y supo que nunca había tenido tanto miedo como en ese momento.Su cliente lo había invitado a subir, con la excusa de “solucionar algunos pendientes”, pero la verdadera intención era que empezara con el pie derecho con Romina y, si todo salía bien, se quedara a cenar con ellos.Era un ganar - ganar, o al menos eso había dicho Rossi.Las dudas lo asaltaron cuando supo que, una vez allí, no tendría escapatoria.Recordó lo sucedido en la mañana y arrepentido se lamentó por haber sido tan cobarde. Se había expuesto frente a Romina como un maldito loco.En esos minutos, mientras se buscaba las pelotas que se le habían escondido por el frío y se armaba de valor para subir al pent-house de Rossi, se dijo a sí mismo que Romina solo era una mujer más a la que conquistaría como a muchas otras, y a la que llevaría a la cama para terminar con esa maldita angustia de una buen vez.Se lo dij
James se adelantó para abrirle la puerta a Romina, quien iba caminando primero y tan apresurada que James supo que lo estaba evitando.—Déjeme ayudarla —dijo, sosteniéndole la puerta.Liada, ella le miró por un instante que para él fue eterno, pero no le dijo nada. Se limitó a escabullirse hasta el elevador.Tras ella, Lily la excusó:—Discúlpela, nunca un hombre fue caballeroso con ella.James se quedó con esa frase pegada en la cabeza. ¿Caballeroso? ¿Acaso él sí?Subieron los tres al elevador sin decir ni una sola palabra.Lily iba sonriente. Sabía que la segunda visita de James no era mera coincidencia.Pero, por otro lado, Romy y Dubois estaban tensos. Ella aun recordaba su extraña visita de la mañana y él sentía que le faltaba el aire.El encierro lo obligaba a conocer el aroma de Romina y no sabía si estaba preparado para hundirse más en lo que una muchacha con estabilidad cero le estaba causando.Lily presionó la tecla de su piso y, apenas las puertas se cerraron, fijó sus ojos
Lily suspiró entristecida al ver la respuesta de su hermana ante la llegada de un nuevo interés romántico y dejó caer los hombros cuando entendió que, pese a que las heridas de la partida de su hijo estaban curándose, las heridas del corazón seguían allí, tan latentes que no había tolerado la idea de aceptar flores de un desconocido.—Si dije algo que la ofendió... —James tuvo que excusarse.Lily sacudió la cabeza para que no dejara de alimentar sus ilusiones.—No, no... —repitió nerviosa y suspiró cuando no supo cómo explicarle las cosas—. Déjeme hablar con ella y...—¡Dubois! —Rossi apareció justo a tiempo para darle la bienvenida—. Amor, por favor, no tortures al pobre señor Dubois, que está en una crisis pre-López y necesita asistencia —bromeó.Lily los miró a los dos con angustia.—Christopher... —Ella quiso advertirle.—¿Y Romina? —preguntó Chris cuando no vio a su cuñada y con la mirada la buscó en la sala. Cuando percibió la tensión, preguntó—: ¿Todo está en orden?Lily levant
A Julián le tomó unos instantes procesarlo. Volvió a mirar al hombre frente a él con agudeza y luego vio las flores que aun sostenía en su mano. No iba a negar que eran hermosas y que era un gesto noble llevarle flores a una dama.Suspiró cuando entendió que no iba a poder proteger a Romina para siempre, además, ella merecía ser feliz, justo como Lily lo era.Tenía miedo, por supuesto. La había soltado una vez para pudiera volar libre, pero se la habían herido y aun no terminaba de curarle las alas. Con los ojos brillantes se plantó frente a él y le habló de hombre a hombre:—Mi Romina ha sufrido mucho y yo no la traje al mundo para que sufriera. —James se quedó paralizado al escucharlo. El dolor de padre no se igualaba a ninguno que hubiese escuchado antes en sus años de carrera—. Quiero verla feliz, y si usted... —Julián bajó la mirada para pensar bien en sus palabras. No podía decirle: si usted “cree” que puede hacerla feliz, porque no quería desfavorecerlo, así que le dijo—: Si u
Algunas semanas atrás...El hombre dejó su oficina temprano ese día.Quería pasar un par de horas en el gimnasio y cumplir a su cita con el médico.Llevaba semanas postergándolo, porque, en el fondo sabía la verdad de sus problemas y no estaba listo para enfrentarse a ellos.Llevó su coche a lavar y esperó dentro del auto para seguir trabajando. Su asistente se había tomado un par de días libres porque su hijo había enfermado por tercera vez en menos de un mes.Encendió la computadora y trabajó mientras le enceraron y pulieron la carrocería de su mercedes.La constante ausencia de
En casa se encontró con la mujer que limpiaba y cocinaba.Apenas salió del elevador, los hijos de su empleada corrieron a saludarlo. Él caminó sin siquiera mirarlos, mientras ellos gritaron a sus pies y le hicieron preguntas que no le interesaba responder:—¿Encerró a mucha gente hoy?—Mi mamá dice que usted siempre gana. ¿Es Dios?—No, mejor que Dios...—Dios era pobre.—No de espíritu.—El espíritu no paga cuentas.Dubois caminó hacia la mujer y con agudeza le repitió:—Te dije que no los quiero aqu&ia
Dubois pestañeó cuando la vio y volteó en su silla para mirar la ciudad tras el cristal.Solo se iluminaba por las luces y las primeras decoraciones navideñas que ya asomaban en los rascacielos.Genial, navidad. La aborrecía.Era una de esas fechas en las que todos se reunían en familia o viajaban a sus hogares para pasar las fiestas acompañados.Él no. Él se quedaba solo, porque no tenía a nadie con quien compartir.Cerró la computadora sin decir ni una sola palabra, cogió el archivo y se marchó sin mirar atrás.Cuando regresó a casa, vio los abrigos de los hijos de su empleada colgando en la recepción, pero lo niños n
Se marchó de mala gana, no muy convencido por los resultados de su investigación, y rodeó el hospital conforme pensó cómo abordar la situación sin levantar sospechas.Pero estaba atado de manos. No podía hablar de un tema tan delicado con el director del hospital. Era ilegal y poco ético lo que estaban haciendo, y no quería meter en problemas a Rossi, así que no le quedó de otra que asumir la verdad: tenía que olvidarse de esa investigación.Aunque había conseguido todo lo que Rossi quería, se sentía derrotado, como si hubiera fracasado.En la esquina del hospital se compró un perrito caliente y lo bañó en mostaza. No había desayunado. En realidad, había olvidado la última vez que había