James se quedó de pie frente al edificio en el que Rossi vivía.
Desde la acera del frente lo miró con terror y supo que nunca había tenido tanto miedo como en ese momento.
Su cliente lo había invitado a subir, con la excusa de “solucionar algunos pendientes”, pero la verdadera intención era que empezara con el pie derecho con Romina y, si todo salía bien, se quedara a cenar con ellos.
Era un ganar - ganar, o al menos eso había dicho Rossi.
Las dudas lo asaltaron cuando supo que, una vez allí, no tendría escapatoria.
Recordó lo sucedido en la mañana y arrepentido se lamentó por haber sido tan cobarde. Se había expuesto frente a Romina como un maldito loco.
En esos minutos, mientras se buscaba las pelotas que se le habían escondido por el frío y se armaba de valor para subir al pent-house de Rossi, se dijo a sí mismo que Romina solo era una mujer más a la que conquistaría como a muchas otras, y a la que llevaría a la cama para terminar con esa m*****a angustia de una buen vez.
Se lo dijo, pero no se lo creyó.
—Soy James Dubois, puedo hacer lo que quiera —habló consigo mismo y cuando se vio el ramo de flores en la mano, gruñó enojado—. Caíste bajo, James, caíste bajo. —Peleó y dio un par de pasos tambaleantes que dejaron en evidencia que estaba en el limbo.
Volvió a mirar el edificio y, como no estaba dispuesto a convertirse en ese hombre torpe e inútil otra vez, mucho menos en perder un cliente tan importante como Rossi por una mujer, se obligó a arrepentirse y marcharse.
No estaba seguro qué era lo que quería de Romina. No podía entrar al juego sabiendo que podría lastimarla o cansarse de ella antes de tiempo.
Si la lastimaba, lastimaba a Lily y si Lily estaba herida, Rossi iba a desmembrarlo vivo y darlo de comida a sus propios cocodrilos.
Esa ecuación no le gustaba, así que escogió marcharse.
Apenas logró dar un par de pasos cuando escuchó una voz que conocía bien.
Oh, no, esa m*****a voz...
—¿Señor Dubois? —Era Lilibeth López.
Se paralizó y con terror miró por encima de su hombro.
Pensó que se desmayaba ahí, en el piso nevado y resbaloso.
—Señorita López —jadeó asustado y se volteó con el mismo sentimiento.
Se escondió las flores en la espalda cuando las encontró a las dos juntas.
Romina no le miró. Sus ojos estaban fijos en el piso y tenía una mueca desconfiada que James interpretó como disgusto.
Por otro lado, Lily lo miraba sonriente y, aunque pudo ser discreta, no quiso. Supo que no era una coincidencia encontrarse con el abogado de su prometido dos veces en una mañana y tan cerca de su casa.
¿Qué buscaba? Se preguntó la escritora, intentando leer sus intenciones ocultas. Miró las flores y, como buena romántica, supo que eran unas Julietas perfectas.
—Que hermosas flores. Las más románticas del mercado —dijo firme y le miró desafiante. Dubois palideció bajo sus suposiciones—. Me imagino que son para alguien muy especial —se rio divertida—. ¿Son para su novia? —preguntó directa.
De reojo miró a su hermana. Ella le miró discreta. No quería encontrarse con la mirada de Dubois, porque, por desgracia, podía sentir sus ojos verdes sobre su rostro y la hacían sentir... incómoda.
James titubeó.
—No... yo. —Tragó duro. Lily enarcó una ceja. Nunca lo había escuchado titubear ni hacerse un lio por una pregunta tan básica—. No tengo novia —confirmó después.
Lily sonrió victoriosa al escuchar aquello. No era tonta.
Miró el edificio en el que vivía y luego miró a James de forma firme. Fue una mirada acusatoria. Era claro que no estaba de pie frente a su edificio actuando como un tonto inseguro por nada.
Algo lo atraía ahí. Solo que aún no estaba muy segura del qué... o quién.
—¿Va a subir? —preguntó Lily, queriendo hallar la respuesta.
James abrió los ojos de par en par y recordó que Lily era una mujer directa, decidida y no le tenía miedo a nada.
¿Y tan evidente era? Se preguntó tras entender que estaba atrapado y con discreción miró a Romina. Ella estaba evitándolo y eso no le gustó.
Creyó que fue discreto con sus miradas suavizadas, pero Lily pudo ver toda la escena tensa con clara destreza.
—Yo...
Se quedó mudo.
Romy se agarró del brazo del Lily y con discreción le dijo en la oreja:
—Tengo frío, subamos ya...
James se dijo que no podía dejar pasar esa oportunidad. O subía o subía.
—Sí, voy a subir —dijo firme y sacó su lado caballeroso para ayudarlas a cruzar en ese horroroso tráfico que los envolvía.
Los taxis estaban cruzados por todas partes, pitando sus cláxones y causando un escándalo que era mejor evitar.
James se adelantó para abrirle la puerta a Romina, quien iba caminando primero y tan apresurada que James supo que lo estaba evitando.—Déjeme ayudarla —dijo, sosteniéndole la puerta.Liada, ella le miró por un instante que para él fue eterno, pero no le dijo nada. Se limitó a escabullirse hasta el elevador.Tras ella, Lily la excusó:—Discúlpela, nunca un hombre fue caballeroso con ella.James se quedó con esa frase pegada en la cabeza. ¿Caballeroso? ¿Acaso él sí?Subieron los tres al elevador sin decir ni una sola palabra.Lily iba sonriente. Sabía que la segunda visita de James no era mera coincidencia.Pero, por otro lado, Romy y Dubois estaban tensos. Ella aun recordaba su extraña visita de la mañana y él sentía que le faltaba el aire.El encierro lo obligaba a conocer el aroma de Romina y no sabía si estaba preparado para hundirse más en lo que una muchacha con estabilidad cero le estaba causando.Lily presionó la tecla de su piso y, apenas las puertas se cerraron, fijó sus ojos
Lily suspiró entristecida al ver la respuesta de su hermana ante la llegada de un nuevo interés romántico y dejó caer los hombros cuando entendió que, pese a que las heridas de la partida de su hijo estaban curándose, las heridas del corazón seguían allí, tan latentes que no había tolerado la idea de aceptar flores de un desconocido.—Si dije algo que la ofendió... —James tuvo que excusarse.Lily sacudió la cabeza para que no dejara de alimentar sus ilusiones.—No, no... —repitió nerviosa y suspiró cuando no supo cómo explicarle las cosas—. Déjeme hablar con ella y...—¡Dubois! —Rossi apareció justo a tiempo para darle la bienvenida—. Amor, por favor, no tortures al pobre señor Dubois, que está en una crisis pre-López y necesita asistencia —bromeó.Lily los miró a los dos con angustia.—Christopher... —Ella quiso advertirle.—¿Y Romina? —preguntó Chris cuando no vio a su cuñada y con la mirada la buscó en la sala. Cuando percibió la tensión, preguntó—: ¿Todo está en orden?Lily levant
A Julián le tomó unos instantes procesarlo. Volvió a mirar al hombre frente a él con agudeza y luego vio las flores que aun sostenía en su mano. No iba a negar que eran hermosas y que era un gesto noble llevarle flores a una dama.Suspiró cuando entendió que no iba a poder proteger a Romina para siempre, además, ella merecía ser feliz, justo como Lily lo era.Tenía miedo, por supuesto. La había soltado una vez para pudiera volar libre, pero se la habían herido y aun no terminaba de curarle las alas. Con los ojos brillantes se plantó frente a él y le habló de hombre a hombre:—Mi Romina ha sufrido mucho y yo no la traje al mundo para que sufriera. —James se quedó paralizado al escucharlo. El dolor de padre no se igualaba a ninguno que hubiese escuchado antes en sus años de carrera—. Quiero verla feliz, y si usted... —Julián bajó la mirada para pensar bien en sus palabras. No podía decirle: si usted “cree” que puede hacerla feliz, porque no quería desfavorecerlo, así que le dijo—: Si u
Algunas semanas atrás...El hombre dejó su oficina temprano ese día.Quería pasar un par de horas en el gimnasio y cumplir a su cita con el médico.Llevaba semanas postergándolo, porque, en el fondo sabía la verdad de sus problemas y no estaba listo para enfrentarse a ellos.Llevó su coche a lavar y esperó dentro del auto para seguir trabajando. Su asistente se había tomado un par de días libres porque su hijo había enfermado por tercera vez en menos de un mes.Encendió la computadora y trabajó mientras le enceraron y pulieron la carrocería de su mercedes.La constante ausencia de
En casa se encontró con la mujer que limpiaba y cocinaba.Apenas salió del elevador, los hijos de su empleada corrieron a saludarlo. Él caminó sin siquiera mirarlos, mientras ellos gritaron a sus pies y le hicieron preguntas que no le interesaba responder:—¿Encerró a mucha gente hoy?—Mi mamá dice que usted siempre gana. ¿Es Dios?—No, mejor que Dios...—Dios era pobre.—No de espíritu.—El espíritu no paga cuentas.Dubois caminó hacia la mujer y con agudeza le repitió:—Te dije que no los quiero aqu&ia
Dubois pestañeó cuando la vio y volteó en su silla para mirar la ciudad tras el cristal.Solo se iluminaba por las luces y las primeras decoraciones navideñas que ya asomaban en los rascacielos.Genial, navidad. La aborrecía.Era una de esas fechas en las que todos se reunían en familia o viajaban a sus hogares para pasar las fiestas acompañados.Él no. Él se quedaba solo, porque no tenía a nadie con quien compartir.Cerró la computadora sin decir ni una sola palabra, cogió el archivo y se marchó sin mirar atrás.Cuando regresó a casa, vio los abrigos de los hijos de su empleada colgando en la recepción, pero lo niños n
Se marchó de mala gana, no muy convencido por los resultados de su investigación, y rodeó el hospital conforme pensó cómo abordar la situación sin levantar sospechas.Pero estaba atado de manos. No podía hablar de un tema tan delicado con el director del hospital. Era ilegal y poco ético lo que estaban haciendo, y no quería meter en problemas a Rossi, así que no le quedó de otra que asumir la verdad: tenía que olvidarse de esa investigación.Aunque había conseguido todo lo que Rossi quería, se sentía derrotado, como si hubiera fracasado.En la esquina del hospital se compró un perrito caliente y lo bañó en mostaza. No había desayunado. En realidad, había olvidado la última vez que había
Escondidas aun en el armario, Lily y Romy terminaron con su ataque de risa y se miraron cómplices por unos instantes, mientras se recuperaron y entendieron lo que juntas estaban viviendo.Era nuevo. El resurgimiento de las hermanas López.Romy tuvo que hacer mea culpa y ser consciente de sus capacidades. Fue duro convencerse de su fortaleza, porque su lado impostor siempre sobresalía para decirle lo contrario.Con un nudo en la garganta y un peso en el corazón, le reconoció parte de su dolor a su hermana:—Cuando Marcus me dejó, embarazada y se llevó el dinero de nuestro hijo, me derrumbé... porque no lo entendía... era nuestro hijo...Lily le recordó lo que al parecer había olvidado:—Marcus era un imbécil.Romina sonrió.—Lo es y ahora lo sé —explicó consiente de que ella no tenía la culpa—. Me dijo que ningún hombre iba a aceptarme con un hijo y, por unos instantes le creí... —susurró dolida—, pero luego pensé en mi hijo y... —se rio emocionada—... y supe que ese era todo el amor q