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Escondidas aun en el armario, Lily y Romy terminaron con su ataque de risa y se miraron cómplices por unos instantes, mientras se recuperaron y entendieron lo que juntas estaban viviendo.

Era nuevo. El resurgimiento de las hermanas López.

Romy tuvo que hacer mea culpa y ser consciente de sus capacidades. Fue duro convencerse de su fortaleza, porque su lado impostor siempre sobresalía para decirle lo contrario.

Con un nudo en la garganta y un peso en el corazón, le reconoció parte de su dolor a su hermana:

—Cuando Marcus me dejó, embarazada y se llevó el dinero de nuestro hijo, me derrumbé... porque no lo entendía... era nuestro hijo...

Lily le recordó lo que al parecer había olvidado:

—Marcus era un imbécil.

Romina sonrió.

—Lo es y ahora lo sé —explicó consiente de que ella no tenía la culpa—. Me dijo que ningún hombre iba a aceptarme con un hijo y, por unos instantes le creí... —susurró dolida—, pero luego pensé en mi hijo y... —se rio emocionada—... y supe que ese era todo el amor que necesitaba.

Lily suspiró comprendiéndolo todo. Sintió las mejillas empapadas al entender que, por fin, su hermana le abría su corazón. Que dolorosa era su carga, pero supo que sería más ligera ahora que podían compartirla y luchar juntas.

—Era mi fortaleza y cuando se fue, ya no tenía fuerzas para volver a levantarme... —Las hermanas se miraron dolidas—. Ha sido difícil entender que soy suficiente...

—Oh, Dios, ¡claro que lo eres! —exclamó Lily, sollozando y se atrevió a romper la distancia para abrazarla fuerte—. Y a la m****a Marcus. —Gruñó con mueca fea—. Allá afuera hay un hombre precioso que vino a verte...

—¿Precioso? —Se rio Romina, pensando en James.

Tuvo que tragar duro cuando pensó en sus... encantos.

Lily le dedicó una mueca traviesa.

Avergonzada, Romy ocultó la mirada. Hacía mucho que no pensaba en un hombre de esa forma. Por supuesto que sintió calor y cosquillas.

—Las telarañas ya están momificadas —rio Lily y Romy se ruborizó tanto que se tuvo que esconder detrás de sus manos—. Y necesitas una limpieza...

Romy se carcajeó fuerte.

—Han pasado más de dos años —musitó temerosa, insegura, pensando en la última vez que había tenido sexo.

—¿Y? —preguntó Lily—. Podríamos decir que eres virgen otra vez.

Romy se carcajeó fuerte. Adoraba la locura de su hermana y, podía apostar que nunca la había visto tan segura, con tanta fiereza.

—¿Crees que deba darme otra oportunidad? —preguntó Romy y miró a Lily con grandes ojos.

Lily le blanqueó los ojos.

—No puedo creer que me estés preguntando eso, Romina López —peleó ofendida—. ¡Por supuesto que sí! —exclamó—. Es más... estamos perdiendo el tiempo aquí, encerradas... 

Romy se rio y asintió; Lily se emocionó cuando la vio levantarse en sus rodillas para salir gateando del armario.

Aunque a Romy le costó decidirse, supo que no iba a poder quedarse encerrada ahí para siempre.

Y, además, no estaba dispuesta a morir de hambre, no con pavo y galletas recién horneadas esperándola y no después de haber sufrido por la estricta dieta del hospital.

—A la m****a Marcus —dijo, poniéndose de pie fuera del armario.

Lily sonrió y cuando vio a su hermana caminar atrevida hacia la puerta, no vaciló en perseguirla con paso firme. Ya quería ver cómo prendía ese romance navideño.

Romy se convirtió en un manojo de nervios apenas cogió la manija de la puerta y se quedó allí unos instantes, buscando valor dentro de sí misma para enfrentarse a ese hombre que, por alguna extraña razón que Romy aun no entendía, estaba interesado en ella.

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