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En la cocina, James y Julián organizaron los platillos en el fregadero y los prepararon para llevarlos al lavavajillas.

Los primeros minutos solo hablaron de cómo limpiar los restos de comida y de cómo separar los cubiertos y las copas para que todo se pudiera limpiar perfectamente.

James siguió las ordenes de Julián al pie de la letra, aunque muy nervioso. No quería cometer ni un solo error y cuidó de no dejar en evidencia que no tenía habilidades para algo tan fácil.

—Relájese —dijo Julián cuando cerraron la puerta del lavavajillas—. No voy a castigarlo, si eso cree...

—No, yo... —James no supo qué decir.

Era difícil.

Julián lo era. O eso pensaba.

—No debe tener miedo de mostrar sus defectos —aconsejó y James le miró con grandes ojos. Tuvo que tragar duro para contenerse—. Créame, uno termina amando más los defectos de las personas que las cualidades... —Julián dijo serio y miró el techo de la cocina con cierta melancolía.

James se quedó mirándolo con cierta angustia y con seguridad le dijo:

—Pensé que era la perfección la que amábamos.

Julián se rio y volteó para mirarlo directamente a los ojos.

—Dígame, señor Dubois... —Lo miró con agudeza—. ¿A amado alguna vez? —preguntó. James escondió la mirada. Julián tuvo su respuesta—. Eso explica muchas cosas —rio fresco. James tuvo valor para volver a mirarlo—. Si ha buscado la perfección, créame, ha perdido su tiempo. No existe la perfección...

—No quiero que piense que soy atrevido... —James murmuró tenso.

Julián se rio sarcástico.

—¿Atrevido? ¿Usted? —Una carcajada sarcástica dejó en claro que se burlaba—.  No, yo jamás pensaría algo así —dijo con su toque ácido.

James sonrió.

Julián era... divertido.

Hablar con él se estaba tornando... fácil.

—Con todo respeto, señor, pero su hija se acerca bastante a la perfección —confesó James.

Julián sonrió satisfecho y le dijo:

—Ahí tiene su respuesta, Señor Dubois.

James apretó el ceño y pensó detenidamente en la réplica de Julián.

—No entiendo —dijo Dubois, liado por lo que el padre de Romina le decía.

Julián se rio y buscó algunas tazas para preparar café.

Si iban a quedarse a conversar, lo mejor era que acompañaran su charla con un poco de café y galletas.

—Señor Dubois, mi hija no es perfecta —dijo Julián con seguridad, pero sin buscar desmerecerla de ninguna forma—. Pero si a sus ojos lo es... solo significa una cosa. —Le sonrió satisfecho.

James formó una “o” con sus labios cuando entendió lo que su suegro trataba de decirle.

Y cuando entendió que, acababa de pensar en Julián como su “suegro”, supo que ya estaba a bordo de un barco que no tenía puerto ni ancla.

James se rio cuando comprendió que tampoco tenía brújula.

Y qué irónico le resultó todo.

Toda su vida planificada. Cada paso, cada acción, cada coma en su historia estaba minuciosamente pensada y elaborada y después estaba su atracción por Romina. Sin lógica ni norte. Perdido en un desierto y sin rumbo fijo al que dirigirse.

James se quedó tan ensimismado en sus pensamientos que, solo reaccionó cuando Julián le ofreció una taza con café oloroso.

El aroma a café fue el que lo despertó y, para disimular, lo aceptó sonriente.

—Gracias. —Se tardó en agradecer.

Seguía perplejo por lo que acababa de descubrir.

Siempre había mantenido parejas románticas perfectas. Buenas familias, trabajos soñados, posición financiera favorable, hermosas, delicadas, deportistas, bilingües, pero la perfección lo había terminado conduciendo a una sola emoción: el maldito aburrimiento.

Romina era totalmente opuesta a aquello que él había buscado por tanto tiempo y con tanto esmero y no quería desmerecerla comparándola con sus antiguos romances, pero, en la simpleza había hallado lo que buscaba.

O lo que quería.

—Se le vas a enfriar —dijo Julián, sacándolo de sus pensamientos aclaratorios. James le miró liado. No sabía de qué le hablaba—. El café... —explicó riéndose.

—Sí, yo... —James suspiró—. Gracias. —Volvió a agradecerle.

Julián le sonrió.

—Solo es un poco de café —respondió Julián con soltura.

James frunció los labios con felicidad.

—No hablaba del café —susurró James aliviado y Julián ensanchó una sonrisa.

No tuvo que preguntarle más nada para comprender lo que el abogado trataba de decirle.

Compartieron un par de galletas y, con un poco más de confianza, Julián se atrevió a preguntarle:

—¿Y es verdad lo que dicen? ¿Qué tiene cocodrilos que alimenta con carne humana?

James se ahogó con la galleta que comía y Julián le dio un par de palmadas en la espalda para tranquilizarlo y desatorarlo.  

—Solo carne podrida —dijo James, divertido cuando terminó de desatorarse.

Le gustaba el humor de su suegro. Tenía frescura y atrevimiento y le recordó a... ella.

Julián sonrió travieso y con mueca divertida le dijo:

—Si algún día se queda sin carne para alimentarlos, avíseme. —Lo miró divertido. Era un gozo ver la cara de James—. Tengo la presa perfecta. —Le guiñó un ojo.

James se rio fuerte.

—No me diga —respondió siguiéndole el juego—. Supongo que el ex de Romina.

Julián sonrió y con malicia le respondió:

—Hablamos el mismo idioma, señor Dubois.

James inhaló profundo y con firmeza, sin temor a verse cruel o inhumano, le dijo:

—Solo avíseme. Será un placer hacerlo.

Romina entró por la puerta en ese momento. Ya no aguantaba la ansiedad de saber que estaba ocurriendo allí. Si hasta imaginaba que su padre había degollado al pobre de Dubois.

Le sorprendió encontrarlos tan ensimismados en una charla divertida, de miradas cómplices y sonrisas.

—¿Hacer que cosa? —preguntó preocupada y los miró a los dos con atención.

No entendía nada.

Su padre le sonrió gustoso y con maldad le dijo:

—Arrojar a tu ex a los cocodrilos del Señor Dubois.  

—¡¿Qué cosa?! —preguntó exaltada y miró a James con horror.

—Como comida... —unió James con relajo.

Su padre no dejaba de sonreír. Le encantaba el lado malicioso de James.

Romina entrecerró los ojos y con desconfianza respondió:

—¿OK? —Miró afuera, preocupada de lo que acababa de ocurrir:  

Su padre acababa de hallar otro cómplice para sus travesuras.

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