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No se pudo negar que la tensión perduró un largo rato.

Si bien, todos se reunieron en la sala a charlar y a compartir con soltura y confianza, a James le costó un poco adaptarse a esa calidez familiar.

No la acostumbraba y, si alguna vez la había gozado, ya la había olvidado. Tal vez, tantos inviernos en encierro, lo habían congelado; tal vez, tantos años sin amar le habían hecho desconocer ese sentimiento tan regocijante.

Ver a las hermanas López con su padre removió escombros que pensaba enterrados y, aunque trató de mantenerse ajenos a ellos, supo entonces cuánto extrañaba amar y ser amado.

—Papito, te trajimos un obsequio especial... —dijo Romy cuando su padre regresó de la cocina junto a Sasha.

Habían servido chocolate caliente y galletas para su invitado especial y también para Rossi, quien adoraba disfrutar del chocolate caliente junto a la chimenea, con sus calcetines de polígonos y cintas navideñas.

Julián sonrió emocionado y rodeó el sofá alargado para acercarse a ella con los ojos atiborrados de ilusión.

La sonrisa de Romy solo reflejaba el gran amor que sentía por su familia.

James no pudo negar que le fascinó la naturalidad de Romy para amar.

—Sasha... —Lily la llamó. La rusa la miró con grandes ojos—. Y uno para ti también.

La rusa aún se sorprendía con la calidez de las hermanas y no pudo negarse a esos sentimientos que la colapsaron. Ojos llorosos, mirada correspondida. Se acercó a Lily para abrazarla cariñosamente.

Las hermanas desenvolvieron juntas unos paquetitos especiales y les entregaron un par de chalecos nuevos. Uno rojo y otro verde. Simbolizaban la navidad. Sus diseños eran idénticos, solo los colores los diferenciaban.

—Vaya... —Julián se mostró sorprendido.

Se había imaginado muchos obsequios especiales para ese día, pero no un chaleco nuevo.

—El rojo para ti y el verde para Sasha. —Lily los diferenció.

La rusa tomó el chaleco verde con sus manos delicadas.

—Combinan con tus ojos, querida —dijo Julián, sonriéndole a Sasha.

Ella aceptó el chaleco con ilusión. Lily bromeó sobre la palidez de su vestuario y Sasha se rio al entender lo que trataban de decirle.

No vaciló en ponerse el chaleco con total seguridad y unirse a esa celebración en familia con alegría.

Por otro lado, Julián admiró el chaleco nuevo con el ceño apretado y con mueca entristecida se miró el chaleco que ya vestía. Tomó la tela con los dedos, sintiendo el pesar de la ruptura romántica y familiar sobre él.

Con los dedos lo acarició. Quiso que fuera con disimulo, pero sus niñas lo conocían tan bien que por supuesto que lo notaron.

—Papito, no queremos que veas esto como un fracaso —susurró Romy y su padre le miró con grandes ojos. Escucharla a ella decir algo así, lo hizo sacudirse completo—. No lo es. No fracasaste... —dijo con los ojos llorosos. Julián trató de contenerse, pero que su hija le dijera eso, lo hacía emocionarse hasta las lágrimas—.  Estamos orgullosas de ti, papá.

Julián abrazó a su hija con dulzura y de reojo vio la cara de James. Supo que estaba tan perdido como cuando habían encontrado a Christopher y bajó la guardia.

James no necesitaba aprensión ni recelo. Necesitaba amor, comprensión y unión.

Lily no tardó en unirse a ellos.

—Sabemos que la extrañas... —Lily le acarició las mejillas humedecidas.

—No, no... —Julián negó firme. Era hora de aceptar la verdad—. Extraño los buenos recuerdos que tuvimos en familia. Es lo único que me duele —musitó al recordarlas a ellas de pequeñas, siempre felices, discutiendo y jugando.

Traviesas, hermosas, libres.

—Tal vez es hora de guardar otros recuerdos. —Chris se levantó del piso y se acercó a ellos—. Estos... —Alzó las manos para mostrarle su nueva familia—. No digo que sean los mejores recuerdos —rio—... solo estamos comiendo —dijo ruborizado.

Últimamente comía más de la cuenta, pero follaba como loco, así que, el equilibrio era perfecto.

—Son perfectos —musitó Julián, sonriéndole al prometido de su hija.

Tras eso, tomó la mano de sus dos niñas y a las dos les regaló un dulce beso en los nudillos.

Julián aceptó que Chris tenía razón y tras inhalar profundo para deshacerse del pesar doloroso, se quitó el chaleco viejo con prisa.

No pudo negar que fue difícil separarse de una pieza que por tantos años lo había acompañado. Fue como quitarse una capa de piel que ya no le servía, pero que era necesario dejar ir.

Con orgullo, con la frente en alto, porque Romina tenía razón. No había fracasado. Había criado a dos niñas hermosas y cada sacrificio que había realizado en su vida, había sido por ellas y, demonios, había valido la pena cada lágrima, cada grieta en sus manos trabajadoras y cada noche sin dormir.

Con un nudo en la garganta le ofreció una última caricia al estampado tejido y cuando aceptó que la lana ya estaba floja, que ya no era tan hermoso como lo recordaba, se lo entregó a su hija mayor sintiendo alivio inmediato.

Romina lo aceptó con una sonrisa, pero también con los ojos llorosos. Por supuesto que era doloroso despedirse del simbolismo de una madre así, pero el dolor era compensado cuando recordaban que, estaban juntos.

Romina miró traviesa a su hermana y juntas caminaron a la chimenea.

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