Cuando Lily entró por la puerta del cuarto de su hermana, la encontró hiperventilando y caminando en círculos alrededor de su cama.
Lily comprendió que su hermana estaba asustada. Después de más de un año, un hombre se interesaba en ella. Y no era cualquier hombre. Era un hombre decente, respetable y con una carrera.
—Vale, vamos a calmarnos. —Lily intentó ser la hermana sensata.
Romy paró de caminar como loca y se agarró las sienes para empezar a respirar profundo, una y otra vez.
—¿Y si pasamos tiempo juntos y ya no le gusto? —preguntó lo primero que se le cruzó por sus tortuosos pensamientos—. ¿Y si se da cuenta de que soy aburrida, sosa, y que como mucho? —Estaba en pánico—. A los hombres no le gustan las mujeres que comen mucho y no puedo disimular o me pongo de mal humor. —Se puso más nerviosa—. Es un defecto de fábrica.
Lily bufó, aunque aguantándose una carcajada. De eso ella bien sabía. No podía tener buen humor si no empezaba el día con pan y café.
—Tú no eres aburrida y no te creas eso de que los hombres prefieren las que comen poco... lo digo por experiencia propia —respondió Lily con firmeza—. Y no creo que él quiera conversar... en la cama, tal vez, pero ¿de qué podrías hablar en la cama? —rio divertida—. ¿En ese agujero no? —Fue una pregunta retórica.
Romy enarcó una ceja al escucharla hablar con tanta desenvoltura y con mueca divertida la miró.
—Tú eras mi hermana sana, lectora de libros y romántica empedernida —dijo Romy, aguantándose la risa—. ¿En qué te has convertido? —preguntó poniéndose las manos en las caderas—. ¿En una fanática del sexo que pregunta por qué agujero la penetran? —preguntó actuando ofendidísima.
Lily enarcó una ceja y con sarcasmo típico de los López respondió:
—Bueno, sí, pero, en mi defensa diré que nunca tuve tan buen sexo en mi vida.
—Hermana, nunca tuviste sexo —refutó Romy con sarcasmo. Las dos se rieron mirándose cómplices—. Lo tuyo fue una sobajeada con un eyaculador precoz que se corrió en tu pierna cuando lo besaste.
Lily pensó detenidamente en lo que su hermana le decía.
—Por favor, no me lo recuerdes —rio Lily al recordar sus años universitarios.
Romy suspiró y caminó hacia ella llevando una mirada tierna.
—La alumna superó a la maestra —susurró Romy y la abrazó dulcemente—. Así que, guíame, por favor... ¡oh, diosa del sexo salvaje! —Se arrodilló divertida para ofrecerle sus alabanzas.
Lily se carcajeó fuerte y puso su mano en su cabeza para transmitirle sus nuevos conocimientos.
Se sentaron en la cama y hablaron un par de minutos. Tampoco querían hacer esperar tanto al pobre de James. Se imaginaban lo nervioso que se hallaba.
Romy se arregló el cabello y Lily le retocó la tinta de los labios para que cuando se besaran, el beso fuera perfecto, conjeturando que tendrían su primer beso.
Lily le puso perfume en todas partes y le ofreció mentas.
—¿Mentas? —Romy se negó—. Tengo aliento de reina. —Le mostró una sonrisa de caballo con todos sus dientes perfectos.
—No vuelvas a decir eso —rio Lily—. La reina Isabel I tenía los dientes podridos.
—No jodas. Jamás volveré a decirlo. —Romy se tocó la boca y aceptó las mentas.
Tras eso, Lily le ofreció una tira de preservativos.
Romy se tensó al verlos y titubeó si aceptarlos o no. Solo ahí sintió que estaba en un aprieto.
—¿Crees que los necesite? —preguntó temerosa.
Lily le sonrió para darle un poquito de su calma.
—Eso depende de ti. —Las dos se miraron curiosas—. ¿Eres de las que da sexo en la primera cita? —preguntó.
Romy se alarmó. Nunca le habían preguntado eso.
Con su único “amor”, Marcus, las cosas no habían sido así. Lo conoció en la escuela y la amistad y el amor fue instantáneo, pero también los abusos y las mentiras. Romy era joven y no logró diferenciar las banderas rojas, tampoco sus familiares, porque ella lo pintaba todo de rosa, pero no sabía qué tonalidad rosa.
Tal vez una más... roja.
—Pues... nunca he tenido una cita “real”. No sabría responder a eso. ¿Debo darlo? ¿Debo dar sexo en la primera cita? —Miró a su hermana con clara angustia—. ¿Y si le doy sexo en la primera cita va a pensar que soy una facilona? —averiguó nerviosa—. Ay, ni siquiera sé si esto es una cita —Jadeó asustada tras entender que se estaba haciendo un gran lío.
Lily sonrió. Supo que su hermana estaba tan nerviosa que, sin decir nada, dobló la tira de preservativos y los puso en el bolsillo de su abrigo grueso.
—Te ves preciosa —dijo Lily, ofreciéndole consuelo—. Y no necesitas una respuesta para eso. Si sientes que quieres sexo en tu primera cita, pues hazlo. Nadie va a criticarte por lo que sientes a menos que te emborraches y ya no podamos justificarte.
Romy tuvo que reírse. Su hermana era ese puerto seguro que siempre había necesitado y, no solo eso, también era su consejera y su mejor amiga.
Romy sonrió aliviada. En sus últimas terapias había aprendido bien de eso.
Sus sentimientos eran válidos y si quería ser una calentona folla-primera citas, iba a serlo. Era su cuerpo, su decisión. Y a la m****a las mojigatas.
—Veamos si James da la talla —dijo Romy, afirmándose en su seguridad renovada.
—Oh, hermanita —rio Lily—. He escuchado rumores. —Lily movió la cabeza de forma divertida.
—Habla —amenazó Romy con su dedo índice alzado.
Lily se aceró más para cuchichearle.
—Cuando James iba a la oficina a ver a Rossi, las chicas empezaban a acicalarse como gatitas en celo.
—Asco —respondió Romy con mueca nauseabunda.
Lily se rio al ver la cara de su hermana.
—Nunca lo vi salir con ninguna chica de Craze, pero ellas decían que valía totalmente el pene... digo, la pena —dijo Lily, corrigiéndose divertida la final.
Romy se cruzó de brazos y con una ceja enarcada cuestionó esa historia:
—¿Y cómo sabían ellas las proporciones de su polla si nunca salieron con él?
Lily se rio y le dijo:
—Esto es Nueva York, hermana, una m*****a isla, todos los penes y vaginas se conocen de alguna u otra forma.
—Asco —repitió Romy y, tras recapacitar brevemente, le dijo—: Bueno, seré objeto de prueba y me sacrificaré por el bien de la humanidad y un fin científico.
Se ajustó el abrigó en las caderas y se preparó para partir.
—Y habla de sacrificio, la hipócrita... —Lily la fastidió un poquito—. Vas a gozarlo por el bien de la humanidad. —Las dos se rieron despidiéndose—. Ya lárgate y has lo tuyo. —Le dio una nalgada—. A las nueve te quiero aquí. Diviértete. —Le lanzó un beso.
—Sí, mamá —burló Romy.
Le respondió a su beso y caminó hacia la puerta, dispuesta a marcharse con James Dubois en una primera cita en la que, ojalá, tuvieran su primer beso.
En la mitad de su partida, ya con la puerta abierta y lista para marchar, volteó y miró a su hermana con mueca interrogante.
—¿En verdad usas tus dos agujeros? —preguntó curiosa, refiriéndose a su explicación anterior.
Lily se rio y se ruborizó unos instantes. No pensó que su hermana la atacaría con una pregunta de tan grueso calibre.
Con mueca traviesa le dijo:
—Ese hombre vio el tamaño de mis troncos. Sabe que si algo así pudo salir de mí, también puede entrar.
La cara de Romy cambió en cuanto oyó aquello y con mueca nauseabunda exclamó:
—¡Oh, Dios mío! No lo puedo creer. Par de cerdos...
Y se marchó, sin saber que, tendría mucho más que un primer beso en esa primera cita y que su sacrificio salvaría a la humanidad.
James estaba esperándola, por supuesto, más impaciente que nunca.Sonriente la recibió y, tras despedirse de Rossi y Lily, se marcharon usando el elevador.Al principio fueron en silencio y, aunque quisieron decirse muchas cosas, no encontraron la confianza ni el momento para hacerlo.Él fue cortés desde el primer segundo y le sostuvo la puerta del elevador al subir. El encierro en el elevador fue una tortura, pero los dos trataron de manejar sus emociones de la mejor forma.Por un lado, él no quería verse como un maldito obsesivo y, por otro, ella no quería parecer tan desesperada.Romy le echó miradas poco discretas a través del cristal que recubría el elevador, y él pudo sentir sus ojos oscurecidos sobre él en todo momento; y no pudo negar que le encantó.Ninguno tuvo valor para romper la tensión que sentían. Tampoco pudieron negar que les gustaba sentirla. Los mantenía temblorosos y con el corazón latiéndoles fuerte dentro del pecho.Era la adrenalina que los tenía a mil por hora
De seguro era su castigo por haber sido tan cruel.—¿Qué le hace tanta gracia? —preguntó ella cuando él no supo qué responderle.—Yo —confesó él y la miró con agudeza—. Me rio de mí mismo.Romy enarcó una ceja. No iba a negar que le enloqueció su decisión masculina y su valentía para asumir que podía reírse de sí mismo sin sentir pizca de pena.—Explíquese —exigió y retomó el camino.Él la vio caminar frente a él y dio grandes pasos para alcanzarla. Se plantó a su lado con una sonrisa y le gustó esa sensación que se le metió bajo la piel cuando descubrió que ella lo estaba esperando.Se miraron y conectaron. Fue espontáneo.—Por semanas luché con esto y míreme, perdí... Nunca había perdido. —La miró por largo rato. Ella negó liada—. Siempre creía que lo que sentía por usted era lástima, pero ahora sé que fue una lucha en vano, porque estoy aquí, con usted...—¿Disculpe? —preguntó ella, ofendida.—Usted sabe lo que dicen de mí y no es falso, soy un maldito sin corazón, incapaz de antep
Romina no pudo recuperarse después de las palabras de James. Solo podía pensar en eso. En que “ella sería suya” y más en lo que vino después: “que él ya era completamente suyo”. ¿Qué demonios significaba? Ella no se sentía apta para traducir algo tan significativo porque solo pensaba en una cosa.Una cosa que la hacía sentir ardorosa y temblorosa.Durante todo el recorrido, solo pudo pensar en su boca, los roces que le dedicaba por encima de la ropa, ropa que ya le estorbaba, y su voz masculina detrás de su oreja llenándola de escalofríos y humedad.Si no hubiera estado en inverno, se habría desnudado, solo para poder sentir su tacto sobre su piel tostada.Le urgía.Conforme el recorrido avanzaba, Romy buscó plantarse de espaldas frente a él, porque la volvía loca cuando él le susurraba en la oreja para ofrecerle su opinión sobre algo o simplemente decirle: sigamos caminando.Su mano ciñéndose en su cintura era otra cosa de la que no se sentía lista para hablar.En la mitad del recorr
Sus manos no estuvieron quietas después de ese beso.James halló múltiples formas de sentirla, de tocarla sin irrespetarla y robarle besos mientras visitaban el resto de los jardines.Lamentablemente, la belleza de la naturaleza que los rodeaba dejó de atraerles. Tenían otras cosas más atractivas en las que perderse.Sus bocas, por ejemplo.A Dubois le fascinaba ceñirse en su cintura y perderse en su cuello. Poseía un aroma tan único que, el aroma de las rosas se tornó insignificante una vez que probó a Romina.Cuando el atardecer llegó, más pronto de lo que a la pareja le hubiera gustado, puesto que sabían que debían regresar para cenar con el resto de la familia, James la llevó a la tienda de regalos y se tomaron unos minutos para hacer algo especial.James quería hacer un terrario para llevar a casa y recordarla siempre, para sentir su vida menos vacía. Podía apostar que un poco de color y vida le vendrían bien.—¿Un terrario? —preguntó ella, de pie frente a la repisa repleta de bol
Le hincó los dedos en el cuello, porque le volvía loco cada vez que ella lo desafiaba, aun con palabras.Palabras inteligentes que siempre le robaban una sonrisa.—Yo también lo creí —respondió James al separarse de ella—. Pero aquí me tiene, actuando como un idiota por usted... para usted... —La contempló con agudeza—. Lo está disfrutando, ¿verdad? —Sonrió travieso.Romina se rio.—No sabe cuánto.Respondió gustosa y se hinchó de algo nuevo, algo que nunca había experimentado.Saber que tenía a James de rodillas a sus pies, la hizo sentir más mujer.
—No es justo —jadeó él tras patinar con esfuerzo para alcanzarla.Se puso atrás de ella otra vez y Romina redujo su velocidad para aplastarse sobre su cuerpo masculino. James suspiró cuando tuvo su culo en su pelvis, causándole estragos de los que nunca podría recuperarse.A James le fascinó lo buena que era para jugar, para seducirlo y llevarlo a órbitas desconocidas.La joven se recostó completa en su pecho y cerró los ojos cuando sus manos masculinas recorrieron su abdomen por encima de la ropa.Se abrazaron por primera vez, sintiendo sus cuerpos agitados por lo que se causaban.La mano de James subió por su pecho y con suavidad la tomó por la barbilla para atraer su rostro a
James puso los ojos en blanco.—Sí, cariño, por supuesto, incluso hice que lloviera para traerla aquí —respondió él y ella le miró ladina.Las puertas de elevador se abrieron y James la invitó a bajar primero. Romina pisó con desconfianza, sabiendo que, una vez adentró, no volvería a salir de allí.El lugar estaba en completa oscuridad. Los cristales amplios mostraban el Central Park a sus pies y la lluvia mojando toda la ciudad.Dubois la dejó recorrer su intimidad sin poder quitarle sus ojos de encima. Estudió cada uno de sus movimientos con agudeza. No pudo negar que le gustó verla en su sala.James se paralizó los primeros minutos. Muchas ideas invadiero
Dubois tomó ropa seca de su armario personal y se aseó en el cuarto de baño para invitados, sin dejar de pensar en Romina. Estaba en su ducha, en su cuarto. Usaría sus toallas y dormiría en su cama.Sufrió como un loco, pero no dejó que un poco de locura le ganara. No quería asustarla ni hacerla sentir incómoda en su primera noche juntos, por lo que tuvo que obligarse a actuar como un caballero decente.Cuando terminó de prepararse, descubrió que Romina aun continuaba en la ducha y se atrevió a entrar a su cuarto, a su baño y a recolectar toda la ropa empapada de Romina, incluida sus bragas y las llevó al cuarto de lavado.Sí, se sintió tentado a revisarlas, olerlas, colgarlas en un muro para admirarlas, pero eligió el camino de la caballerosidad y las empuñó fuerte para no sucumbir en sus más perversos deseos.Dejó la ropa mojada por la lluvia en el cuarto de lavado y regresó a la cocina.En el pasillo se olió la mano, para ver si la fragancia de su coño se le había quedado atrapada