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De seguro era su castigo por haber sido tan cruel.

—¿Qué le hace tanta gracia? —preguntó ella cuando él no supo qué responderle.

—Yo —confesó él y la miró con agudeza—. Me rio de mí mismo.

Romy enarcó una ceja. No iba a negar que le enloqueció su decisión masculina y su valentía para asumir que podía reírse de sí mismo sin sentir pizca de pena.

—Explíquese —exigió y retomó el camino.

Él la vio caminar frente a él y dio grandes pasos para alcanzarla. Se plantó a su lado con una sonrisa y le gustó esa sensación que se le metió bajo la piel cuando descubrió que ella lo estaba esperando.

Se miraron y conectaron. Fue espontáneo.

—Por semanas luché con esto y míreme, perdí... Nunca había perdido. —La miró por largo rato. Ella negó liada—. Siempre creía que lo que sentía por usted era lástima, pero ahora sé que fue una lucha en vano, porque estoy aquí, con usted...

—¿Disculpe? —preguntó ella, ofendida.

—Usted sabe lo que dicen de mí y no es falso, soy un maldito sin corazón, incapaz de anteponer mis sentimientos e incapaz de sentir algo...

—Yo no creo que usted sea un maldito, pero... —Romy lo interrumpió y lo miró con angustia—, no puede decirme que siente lástima.

—Y no la siento,  créame —refutó él y se detuvo frente a ella para que aclararan eso—. Esa fue la mentira que me dije para sacarla de mis pensamientos.  

Romy suspiró entristecida.

—No quiero que se atreva a sentir lástima por mí o por lo que he vivido —susurró ella con los ojos brillosos.

Dubois sintió el pecho oprimiéndosele cuando la percibió entristecida, aun así, se armó de valor para abrirse con ella.

—Creo, fielmente, señorita López, que lo que usted ha vivido la ha convertido en esta mujer a la que no le puedo ser indiferente. —Dio un paso seguro hacia ella. Romina se tensó al tenerlo más cerca—. Es su pasado y sus heridas las que forjaron lo que usted es ahora, y tienen que saber que yo no la vería como la veo ahora si usted no se hubiera convertido en esta mujer...

—¿Y en qué cree que me convertí? —preguntó ella con un nudo en la garganta.

James se atrevió a tocarla. La cogió por las mejillas para sentirla un poco más suya y para comprobar si ella estaba abierta a recibir sus caricias.

Por supuesto que lo aceptó gustosa.

—En la mujer más admirable que he conocido en mi jodida vida —confesó James mirándole los tentadores labios.

Romina hipó cuando escuchó a James decirle lo que sentía; cerró los ojos para contenerse las lágrimas y con una sonrisa aceptó que, el muy condenado tenía razón.

Su dolor la había transformado en una mujer más fuerte y nadie podía decir lo contrario.

La joven se armó de valor para coger sus manos masculinas. Ella también quería sentirlo. Tal vez, estaba yendo muy lejos muy rápido, pero no quería desaprovechar ese momento de cercanía, tensión y conexión.

—Son suposiciones rápidas para alguien que no sabe nada de mi —musitó ella, acariciando sus manos dulcemente y mirándolo a los ojos.

Le gustó sentirse absorbida por esos ojos perspicaces, verdes como los jardines que los rodeaban y que la hacían sentir en absoluta calma.

—Por eso estamos aquí, para conocernos —susurró él, perdido en su boca y en la sensación de calma que sus manos le transmitían con cada caricia—. Aunque tengo la sensación de que no lo necesitamos... —Se acercó un poco más, cerrando todo el espacio que los separaba.

Romina echó la cabeza hacia atrás para mirarlo mejor, para perderse por entero en su boca tentadora.

Se tuvieron que separar cuando un grupo de mujeres buscó pasar a su lado.

Se separaron sin poder mirarse otra vez. Ardían por las caricias perdidas, las palabras en los labios y los deseos de probarse de una buena vez.

Supieron que no estaban solos y a regañadientes retomaron la caminata silenciosa por el empinado nevado.

—Así que piensa que soy admirable —dijo ella, juguetona.

Dubois sonrió y se atrevió a coger su mano.

La pilló por sorpresa, por supuesto y se paralizó completa cuando vio sus manos enlazadas.

No pudo evitar compararlo con Marcus. Lastimosamente, era su único punto de referencia. El muy condenado siempre se había avergonzado de cogerle la mano en público y, por otro lado, James lo hacía sin siquiera titubear, aun cuando apenas se conocían y aun cuando esa era su primera cita.

Frente a ellos, apareció el conservatorio, una cúpula envuelta en cristales y Romina se emocionó al ver al personal experto del jardín guiando una expedición.

—¡Vamos! —exclamó emocionada y se echó a correr como una niña traviesa para unirse al resto de los visitantes.

A James no le quedó de otra que correr y acompañarla. Estuvo en silencio, pero pendiente de ella, de cada paso que dio y de cada sonrisa que más lo enamoró.

Romina estaba maravillada por las flores y le encantó poder participar en la recolección y limpieza. A James le fascinó verla sonreír y disfrutar de una actividad que fue perfecta para esa tarde fría.

Mientras limpiaban los estanques, James le preguntó:

—¿Puedo saber por qué debe regresar a la clínica?

Romina le miró con grandes ojos y suspiró al recordar que, una vez más, debía regresar al encierro, las terapias y las noches silenciosas.

—Mi tratamiento aun no termina —respondió complicada—. Chris hizo algunos arreglos para que pudiera tener unos días en familia.  Pero debo regresar después de la navidad...

James sonrió. Él lo sabía. Chris lo había planeado muy bien.

—La visitaré —dijo él con claro entusiasmo y Romina le miró con grandes ojos—. Si usted me lo permites, claro... —unió después, cuando entendió que, tal vez, ella no quería verlo otra vez.

Romina sonrió. Le aliviaba mucho escuchar aquello. Le ofrecía seguridad saber que, después de esa primera cita, vendrían más.

—Me encantaría. —Le sonrió—. Adoro las visitas —musitó coqueta.

James sonrió y se puso de pie para continuar con el recorrido.

Visitaron un par de jardines y colecciones, hablando de su vida. Pasado, presente, futuro. A James le encantó escuchar las ocurrencias de Romy. Era una chica ingeniosa con grandes aspiraciones para su futuro.

Le fascinó saber que, aunque su dolor continuaba latente y tal vez con una herida que nunca curaría, nunca se había rendido y nunca se rendiría.

—¿Y qué hay de usted? —preguntó ella, mirándolo fascinada.

Habían hablado demasiado de ella.

James se rio.

—Temía que este momento llegara —bromeó él y, con confianza, ella se colgó de su brazo, lista para escuchar su historia—. Hijo mayor, el primero de mi clase, de leo, club de remo, abogado...

—¡No sea aburrido! —peleó ella, riéndose feliz—. Deme algo más... —Lo miró coqueta—... algo más suyo. —Le miró con ilusión.

—¿Mío? —preguntó él, sintiendo el calor en las mejillas.

Romy asintió y esperó impaciente por saber algo más de él, algo que la terminara de volver loca.

—Sí, ya sabe... comida favorita, cuantas veces el han roto el corazón... novias, amantes.. —Le miró curiosa y con perspicacia.

Dubois sonrió socarrón.

—¿Le preocupan mis asuntos sexuales pasados? —preguntó y se acercó con seguridad.

Romy bufó.

—Por favor, no todo gira en torno a su miembro masculino —respondió divertida mirándole la entrepierna.

James se carcajeó.

—Ninguna novia —dijo él con seguridad. Romina le miró con horror—. Amantes, un par, tal vez. —Su percibió su desinterés en su voz.

—¿Un par? —Romina se carcajeó sarcástica—. Por favor, ¿cree que soy estúpida? —preguntó riéndose.

—Por supuesto que no —peleó Dubois, pero con una sonrisa de la que no podía deshacerse.

—Usted no me va a decir a mí que tuvo un par de amantes... —Le miró desafiante enarcando una ceja—. Sería más creíble si me dice que perdió la cuenta —bromeó ella, mirándole divertida.

James suspiró y le preguntó:

—¿Acaso importa con cuántas mujeres me acosté? —Romina le miró liada, más al percatarse de lo cerca que estaban. Rozándose, frente a frente. Sí hasta podía sentir su respiración dura sobre su rostro—. Lo único que tiene que saber, Señorita López, es que usted... —La cogió por el mentón de forma posesiva. Le fascinaba esa curva deliciosa debajo de sus labios y no podía aguantarse las ganas por tocarla—... usted va a ser mía... —Su mano bajó por su cuello y garganta. Romina tragó duro al sentir sus dedos largos envolviéndose en su cuello y su mirada verde desnudándola—. Porque yo ya soy completamente suyo...

Un susurro sobre sus labios la hizo tensarse completa.

Tuvo que aferrarse de sus prendas masculina cuando sintió su voz varonil rozándola en todas esas partes que ningún hombre había sabido tocar de verdad.

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