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Le fascinó su tamaño, su largor, tanto que terminó sonriendo entre sus labios.

Romina se armó de valor y tomó la iniciativa. Supo que tenía que hacerlo. James ya había derrumbado el primer muro que los separaba y le tocaba contribuir con la causa.

Además, había promedio ser sujeto de prueba y necesitaba experimentar para obtener resultados positivos.

Llevó a James a la sala. Él la siguió idiotizado entre la oscuridad. Caminó a su lado agarrándose la polla erecta, masturbándose para calmar la angustia que sentía.

Cuando estuvieron frente a frente, Romina lo empujó suavemente por el pecho y sin palabras le pidió que se recostara en el amplio sofá.

James obedeció sin chistar y gustoso la recibió cuando ella se montó a horcajadas, pero al revés.

—Maldita sea, Romina... —reclamó él cuando tuvo su culo sobre su abdomen—. Quieres matarme, ¿verdad? —jadeó excitado.

Romina se rio mirándolo por encima de su hombro y con su mano guio su polla endurecida a su abertura humedecida.

Se lo engulló completo sin siquiera respirar y se apoyó en sus piernas vellosas para mecerse sobre su pelvis sin compasión.

La camisa le cayó por el hombro de forma seductora y ella se la levantó un poco por la espalda para ofrecerle a él la mejor vista de su bendecido culo. Sabía que le gustaba y no pensaba negárselo porque no era una mujer egoísta. 

James gimió sin parar debajo de ella, respirando profundo para resistir las ganas de correrse.

Apretó los ojos unas cuantas veces, para pensar en otra cosa, pero los movimientos de caderas perfectos de Romina lo hicieron perder la cabeza.

Participó, por supuesto. Sus manos no pudieron estar quietas. Le manoseó los glúteos y la nalgueó fuerte hasta que su piel se pintó de tonos rojizos que lo hechizaron.

Se rio enloquecido cuando entendió que, después de todo un día de provocación, Romina se lo había terminado follando a él.

Pronto se vio empapado de toda ella. Sus líquidos blandecimos le humedecieron la polla completa. James no pudo resistirse y con los dedos lo llevó hasta su boca.

Le apetecía probarla completa.

Romina nunca pensó verse en esa posición tan comprometedora. La conocía, por supuesto, pero siempre había sentido miedo de practicarla. Las inseguridades siempre le habían ganado, pero con James le sucedía algo diferente.

James no temía mostrarle lo mucho que la deseaba y eso la hacía sentir segura y sensual.

Y por supuesto que se sintió así mientras lo cabalgaba. Sensual, delicada, perfecta para él.

Pronto los cosquilleos empezaron a invadirla. Le subieron por los pies, se metieron por su espalda baja y llegaron a su centro. No pudo detenerse cuando supo que su primer orgasmo juntos iba a someterla.

Se entregó sin vacilar. Se lo folló más duro, buscando con más ansia esa explosión que poco recordaba.

La necesitaba; James lo supo cuando ella lo buscó desde su posición invertida. Dubois la cogió por las manos y endureció sus caderas para profundizar los roces impulsivos de Romina sobre su polla.

Apretó sus brazos en su espalda y se inclinó ligeramente para agarrarla por la nuca.

Romina gimió fuerte y se bamboleó sobre su pelvis sin parar. Se sofocó rápido, cuando explotó encima de él, con sus manos cogiéndola fuerte, como le gustaba.

No se detuvo, porque el orgasmo fue largo y profundo. La llenó de calor en lugares que pensó congelados y de espasmos en lugares que pensó marchitos.

James aguantó como un buen soldado y se mantuvo en pie hasta el final, resistiendo a sus movimientos sensuales de caderas y sus profundos roces que lo hicieron ver las estrellas.

Aprovechó del impulso de su orgasmo para levantarse con ella. La tumbó en el sofá con facilidad, impresionándola con su forma masculina de poseerla y se la folló mirándola a la cara.

Romina no sabía si estaba preparada para eso, para enfrentarse a su mirada verde que tanta calma le hacía sentir, pero no pudo negar que le fascinó tenerlo encima, con la mirada oscurecida y su gruesa polla arrastrándola a otra ola tibia de placer.

Supo entonces que su mirada podía hacerla sentir otras cosas. La calma se convirtió en ímpetu y deseo.

James se metió entre sus piernas y las sostuvo con fuerza. Romina se mojó más al verle las venas marcadas en los brazos y el sudor en el pecho. Las mejillas sonrojadas y la perversidad en su mirada.

Dubois gruñó excitado mientras la embestía y su coño lo recibía completo.

—James... otra vez... —gimió ella mirándolo con angustia.

Las piernas le tiritaban.

Dubois sonrió satisfecho al escuchar su voz estremecida. Le fascinó verle su camisa entreabierta sobre sus senos y sentirle la respiración trabajosa.

Se la folló más duro, hundiéndose con más vigor en su coño congestionado y empapado. Romina gimió más fuerte y, pronto, lo arrasó a él a un orgasmo impetuoso al que no pudieron resistirse.

Romina ni siquiera recordó que, a diferencia de su hermana, no tenía un tratamiento anticonceptivo y mucho menos se acordó de los preservativos que Lily había puesto en su abrigo.

No se acordó de nada.

Solo disfrutó de su noche y se perdió entre los brazos de Dubois hasta el amanecer.

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