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James puso los ojos en blanco.

—Sí, cariño, por supuesto, incluso hice que lloviera para traerla aquí —respondió él y ella le miró ladina.

Las puertas de elevador se abrieron y James la invitó a bajar primero. Romina pisó con desconfianza, sabiendo que, una vez adentró, no volvería a salir de allí.

El lugar estaba en completa oscuridad. Los cristales amplios mostraban el Central Park a sus pies y la lluvia mojando toda la ciudad.

Dubois la dejó recorrer su intimidad sin poder quitarle sus ojos de encima. Estudió cada uno de sus movimientos con agudeza. No pudo negar que le gustó verla en su sala.

James se paralizó los primeros minutos. Muchas ideas invadieron sus pensamientos, pero se esforzó por manejarse como el hombre que Romina merecía.

Atinó a dejar el terrario sobre un mueble en el salón amplio y supo que era hora de actuar.

—Puede tomar un baño caliente y quitarse toda esa ropa mojada —dijo con la voz ronca—. Podríamos preparar algo para cenar... —Intentó dar pasos atrevidos.

Romina seguía de pie frente a los cristales, admirando la maravillosa vista del Central Park y, al otro lado del parque, el edifico en el que su hermana y su familias se encontraban.

Tuvo claridad de que esa noche no regresaría a casa.

La joven lo miró sonriente por encima de su hombro y se tomó unos instantes para despabilar también.

—Me gustaría mucho un baño caliente —susurró y se dio la vuelta para enfrentarlo.

La tensión no pudieron negarla. Romina estaba agitada completa y ni siquiera se molestó en esconderlo.

Quería que él supiera cuánto daño le ocasionaba.

También quería saber si él iba a dar el gran paso o iba a tener que darlo ella, porque, no se sentía tan preparada para algo tan riesgoso. ¿Y si lo intentaba y la rechazaba? Nunca había practicado con ningún otro hombre, porque en su vida solo había existido Marcus.

James era un hombre, esperando hacerle cosas de hombre. Se puso roja al pensar en eso.

Dubois se acercó cauteloso. Ella le miró con pánico, con las mejillas ardiendo, pensando que darían el gran paso. Dubois pudo leerla y concibió que debían ir con calma.

Con suavidad le quitó su abrigo masculino de encima para hacerla sentir más cómoda.

—La llevaré a mi habitación...

—¿Su habitación? —Ella no pudo disimular lo mucho que aquello le apresó.

—Ah... —Dubois se sonrojó de golpe. Agradeció la oscuridad que los envolvía. Le ayudó a disimularlo—. El cuarto de invitados no está terminado y no quiero que se sienta incómoda o...

—Entiendo —interrumpió ella, con la voz temblorosa y caminó a su lado sin decir más nada.

James esenció las luces de su habitación y Romina no pudo disimular la sorpresa.

Se tuvo que reír cuando pensó que estaban en una oficina, no en su habitación.

—¿Está seguro de que esta es su habitación? —preguntó atrevida.

Dubois la miró con una ceja enarcada.

—Por supuesto que sí —respondió firme.

Y quería decirle que ella era la primera en llegar tan lejos.

A las demás las llevaba a hoteles cercanos o las visitaba en sus apartamentos. Romina era la primera a la que le enseñaba lo que verdaderamente él era.

Ella cogió confianza y se atrevió a caminar por entremedio de los escritorios repletos de papeles, las computadoras encendidas y las cajas con expedientes.

La cama al fondo, escondida detrás de tanto gris que, la pobre hasta se sintió sofocada. No pudo explicarse porque tenía su cuarto convertido en su oficina personal, pero no lo cuestionó.  

Las cortinas estaban cerradas y no dudó en abrirlas.

—¿Vamos a dormir aquí? —preguntó atrevida.

Dubois se quedó boquiabierto unos instantes y sacudió la cabeza para despejarse.

Eran demasiadas escenas torturándole los pensamientos más perversos.

—Sí se siente cómoda... —balbuceó y tragó duro cuando tuvo que decirlo en voz alta—: si quiere dormir aquí, conmigo....

La miró sintiendo todo su cuerpo palpitar.

La joven le dio una sonrisa divertida y con mueca traviesa señaló la puerta del cuarto de baño.

—Sí, ese es el cuarto de baño. —Él tuvo que reaccionar a la fuerza. Era un cuerpo sin cerebro, guiado por emociones salvajes—. Le traeré toallas y...

Se quedó paralizado cuando Romina se quitó su abrigo y empezó a desabotonarse la camisa.

James se quedó inmovilizado y boquiabierto unos instantes, admirando toda la belleza de la joven; solo reaccionó cuando la joven se quitó la camisa se seda y se quedó en sujetador.

Con valentía masculina que no sabía que poseía, agarró un par de toallas y las colgó para ella. Tras eso, salió del cuarto, dejando a Romina confundida y no tuvo el valor para regresar hasta que escuchó el agua de la regadera escurriendo.

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