A la mañana siguiente, un alarido femenino histérico sobresaltó a Romina, no así a James, quien dormía tan profundamente que no supo qué estaba ocurriendo.
Apabullada, Romina brincó de la cama; agarró un almohadón para esconderse, para no dejar que la vieran con tan poca ropa y se encontró frente a frente con la empleada de James.
La mujer debía cuidar el apartamento y limpiar lo que ya estaba limpio para complacerlo.
En vísperas de navidad.
Las dos mujeres latinas se miraron con sobresalto. Romina fácil entendió quién era. Por el susto había soltado las escobas y productos de limpieza por el aire.
Para la empleada también fue fácil saber quién era ella. La había visto en televisión, pero no salía de su impresión.
Romina cobró confianza y rodeó la cama para ayudarla a recoger sus utensilios. Con cuidado se cerró la camisa de James sobre el pecho porque no quería mostrar más de la cuenta a una desconocida.
Con amabilidad se disculpó, confundiendo aún más a la pobre empleada, quien no estaba acostumbrada a tratos “amables”.
—No queria asustarla, discúlpeme, por favor.
La mujer la miró con grandes ojos y recibió las escobas sin poder decir mucho.
Romina miró a James y lo encontró profundamente dormido. Le causó ternura y lo cubrió con las sábanas para abrigarlo.
Afuera resplandecía por la nieve y se imaginaba lo frío que estaba.
La empleada retrocedió asustada, sin quitarle los ojos de encima y cuando llegó a la puerta, volvió a mirar a James con grandes ojos.
Temblando dijo:
—Nunca lo había visto dormir... pensé que era un demonio... el Coco... ya sabe... —Puso mueca grotesca, como si fuera un monstruo.
Romina se rio. Realmente no supo qué intentaba decirle, pero tuvo que reírse porque pensó que era lo más ingenioso que había escuchado nunca.
Romina volteó y miró a James. Estaba tan sumergido en su descanso que, en punta de pies caminó a la ventana y cerró las cortinas para oscurecer el cuarto.
—Parece que está muy cansado —musitó Romina al regresar y se decidió a salir del cuarto para dejar a James descansar.
Caminó junto a la empleada, que no dejaba de mirarla en repetidas veces y sin cuidar de la discreción.
La miró de pies a cabeza una y otra vez, confundida por su presencia.
Cuando Romina terminaba de abotonarse la camisa, se encontró con dos jóvenes que veían películas navideñas en la sala. Eran idénticos. Gemelos.
Cuando la vieron se levantaron de sobresalto y al unísono exclamaron:
—¡Wow, una mujer!
—¡Una mujer hermosa!
—Sí, yo también dije lo mismo, pero ya cállense, que el patrón demonio está durmiendo. —La mujer los reprochó para que hicieran silencio.
Romina se rio y se acercó para saludarlos.
Ellos retrocedieron confundidos.
—¿Nos tenemos que esconder? —preguntó uno de ellos.
La madre de los jóvenes no alcanzó a responder cuando su otro hijo dijo:
—Reclamo la sala de lavado. Tiene Wifi.
Su hermano bufó y rodó los ojos.
Romina se mostró confundida y la empleada de James le dijo la verdad:
—Al patrón no le gusta que vengan mis niños, así que cuando él llega, ellos se esconden... —Bajó la mirada avergonzada—. No tengo quien los cuide, menos en estas fechas...
—Lo sé —dijo Romina y la mujer la miró con grandes ojos—. Me lo dijo anoche y estoy segura de que se arrepiente por eso.
La mujer enarcó una ceja y se cruzó de brazos encima del pecho para preguntarle:
—¿Usted cree que se arrepiente? —Romina titubeó—. Señorita, esa cosa no tiene sentimientos.
Romina sonrió y no supo qué decir.
Tal vez no los tenía, pero a ella le había mostrado otra versión suya. Tal vez, sí tenía un corazón debajo de todas sus capas.
—¿Cómo te llamas? —preguntó un gemelo.
—Romina.
—Eres hermosa —dijo el otro gemelo—. ¿Quieres ser mi novia? —preguntó enamorado.
Romina sonrió.
—Oye, yo la vi primero —peleó el otro gemelo.
Romina se rio fuerte. Adoraba sus ocurrencias.
—Soy mayor... tengo derecho a tener mujeres hermosas.
—¡Mayor por dos minutos! —peleó el otro gemelo—. ¡Eso no te da derecho a quitarme todas las mujeres que me gustan! —discutió enojado.
—¡Yo no te he quitado nada! —se defendió el otro.
—Niños... —Su madre.
—¿Ah, no? ¿Y María Canales? —preguntó enojado, poniéndose las manos en las caderas.
Su gemelo bufó.
—Ya, basta... —Su madre otra vez.
—Eso fue en el jardín de niños, ya madura.
—Las frutas maduran...
—Basta. Silencio. —Una voz áspera se oyó del fondo del lugar.
Los jóvenes vieron a Dubois aparecer. Por primera vez sin camisa, despeinado, un tanto mareado.
Se quedaron impresionados. Si bien, Dubois siempre los menospreciaba, ellos lo adoraban. Era lo más cercano a una figura paterna, tal vez el hermano mayor adinerado que nunca habían tenido, con un piso alto frente al parque más impresionante que habían visto nunca y mucha testosterona.
—Su mujer es hermosa, señor Dubois, con todo respeto —dijo el gemelo mayor.
—Es mi mujer —peleó el segundo gemelo, poseyendo a Romina con valentía y abrazándola por las caderas de forma traviesa.
Romina se carcajeó fuerte al escucharlo.
Dubois fijó sus ojos en los jóvenes, luego en su empleada y después en Romina.
Estaba muy confundido.
Su empleada estaba pálida. Sabía que esa escena le costaría su trabajo.
Cuando James vio a Romy sonreír, se suavizó completo y la bestia enojada que siempre aparecía en esos momentos, siguió dormida.
—Primero, quita tus manos de mi mujer —ordenó y avanzó hacia ellos—. Segundo, es mi mujer, búscate la tuya.
Tomó a Romina por la cintura y la alejó de su contrincante, un joven de metro cincuenta tan debilucho como una hoja de papel.
Romina tuvo que reírse al entender lo que estaba ocurriendo. James celoso de un par de jóvenes traviesos. No pudo negar que le fascinó su sentido posesivo. “Su mujer”. Nunca pensó escuchar esas palabras, mucho menos... sentirlas.
Tan profundo.
James le dio una mirada a su empleada y ahogó un suspiro antes de decirle:—Te espero en mi oficina.La mujer agachó la cabeza y asintió obediente.Los gemelos se espantaron al escuchar esas palabras y se alejaron asustados. No pensaron que sus ocurrencias arruinarían todo ese día.—James... —Romina lo llamó preocupada y lo miró con pavor—. ¿Qué va a hacer? —preguntó con voz suavizada, más al ver a la empleada caminar hacia una habitación al final del recorrido.James suspiró y con mueca entristecida le acarició los labios y la barbilla. No quería que ella lo viera como a un monstruo. Sabía que podía ser mejor que eso.
Cuando James y su empleada dejaron atrás la oficina en la que habían hecho las “paces”, encontraron el apartamento en completo silencio.Romina y los gemelos ya no estaban en ninguna parte.James y su empleada se miraron liados y recorrieron el lugar sin decir mucho.—Qué extraño... —murmuró James con el ceño apretado y buscó a Romina en los cuartos que aún no estaban terminados.Encontró cajas con expedientes de sus casos, apiladas una sobre otra, hasta el techo.—Mis gemelos —jadeó su empleada cuando, con el pasar de los minutos, no los encontró en ninguna parte; empezó a registrar otra vez todas las habitaciones con desesperación—. ¡Mis gemelos! —chilló histérica y corrió a los brazos de Dubois a clamar por su ayuda.Dubois se quedó paralizado. Le costó reaccionar. Realmente no sabía qué decir, ni cómo actuar. No entendía qué demonios estaba ocurriendo. Muchas cosas se cruzaron por su cabeza.Muchas ideas contradictorias: ¿por qué Romina huiría y con gemelos? ¿Por qué se llevaría a
—¿Café con leche batida o...? —Romina apareció de la nada, con una botella de leche en la mano y su maldita sonrisa que lo llevaba a otras galaxias.Su voz lo hizo aterrizar. Su sonrisa lo hizo calmarse.Los gemelos se exaltaron al escucharla. Dubois estaba pálido y las rodillas le tiritaban.—Entonces vieron a la niña calva en una cafetería, donde murió un señor...—Sí, y aparecieron los agentes federales y mataron a todos...Los gemelos hablaron lo primero que se les ocurrió.—¿Todo está bien? —Romina estaba confundida.Los miró a los tres con curiosidad.La cara de James era un poema.—Sí, sí... los gemelos me están hablando de... —Los miró pidiendo ayuda.—Una serie de televisión —dijo el gemelo mayor y se acomodó las gafas en el puente de la nariz.El otro gemelo sonrió falso para Romina.Odiaban mentirle.Romina supo que algo extraño estaba ocurriendo y asintió calma. Volvió a mirar a James, a la espera de que respondiera su pregunta.James reaccionó al ver la leche en su mano.
No tuvo que hacer mucho. Los gemelos salieron en su defensa:—Ella cree que es su novia.James se quedó con la boca estirada. Pretendía decir algo en su defensa, como buen abogado, pero descubrió que tenía dos defensores.—Nunca formalizaron su relación, de ninguna forma. —El otro gemelo parecía tan seguro de sí mismo.Romina los miró con las cejas en alto, sorprendida de escuchar a los gemelos hablando por él.Con desconfianza la joven fijó sus ojos en el abogado y esperó a que se justificara.—Señor Dubois... —Llamó cuidadosa.—Sí, así me llamo —respondi
Todo apestaba a hogar.—Dios mío, no puedo romper mi ayuno con esta atrocidad —dijo ofendida, mirando las tostadas francesas con horror.Romina bufó.—Por supuesto... —Romy musitó hastiada—. ¿Qué quieres comer? —preguntó cansada.—¿Qué tienes? —preguntó Ruby, burlesca.Romina miró la cocina y enumeró:—Pan blanco, miel, huevos, leche, café, chocolate, dulces de anís...Ruby se puso peor.—Mi dieta no incluye nada de eso... ¿Acaso no tienes otra cosa? —insistió insoportable.
James nunca había contenido a nadie; difícil le fue entender que tenía que abrazarla.Pronto recordó su abrazo con su empleada y rememoró lo bien que se había sentido corresponderle a otro cuerpo cálido y tembloroso; ofrecer calma y consuelo sin esperar nada a cambio.Abrazó a Romina por la espalda y encontró que se sentía diez veces mejor; era diferente, por supuesto. No deseaba a su empleada; a Romina sí, de todas las formas que un hombre podía llegar a imaginarse.Frente a él, los gemelos le decían con gestos animados que tenía que abrazarla y besarla. Algunos gestos fueron más obscenos que otros, pero a Dubois le hicieron entrever que tenía que actuar.Se armó de valor para cogerla
Hasta ese momento, ella creía que el Coco asustaba a los niños, jamás se habría imaginado que podía hacerlos reír.Supo que sería una navidad maravillosa, cuando vio a sus hijos sonreír otra vez y disfrutar de un desayuno con otras personas.Tal vez, se había acabado la soledad para ellos.—¡No puedes apagarlos! —gritó Romina, riéndose fuerte y se levantó para luchar con James.—¡Deben tener un interruptor! —gritó James, enloquecido y buscó debajo de sus axilas—. ¡Un interruptor de reinicio!Los cuatro se vieron rápido en el piso, enrollados y luchando, riéndose y buscando ganarle a ese enorme hombre de fuerza incon
Se besaron y se acariciaron mirándose diferente. Les costó un poco separarse. Sus pieles se buscaban naturalmente; cada roce, beso y mirada fue nuevo para los dos.Pocas horas habían pasado, pero las suficientes para saber que estaban dispuestos a dar ese gran paso juntos.Sin decir mucho, usaron el cuarto de baño juntos y se prepararon para salir.No les costó hallar un ritmo de pareja. James fue el más sorprendido, porque nunca había dejado que una mujer llegara tan lejos.Utilizaron el mismo cepillo de dientes y, mientras ella se puso su desodorante masculino en las axilas y vistió su ropa interior, él se retocó la barba con una cuchilla, tan torpemente que se cortó la mejilla.—A ver, d&